lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo XV

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


Nakamaru apuró el paso al cruzar la polvorienta calle principal del pueblo en dirección al correo. Sonreía, a pesar del sentimiento de urgencia y la necesidad en sus huesos de regresar pronto a casa. Sentía que algo estaba terriblemente mal, pero no podía dejar de sentirse ligeramente realizado también. Sus avances con la lectura y escritura habían sido suficientes para poder escribir un mensaje corto y comprensible, y estaba ligeramente orgulloso de ello. Era una sensación extraña.

A pesar de que le desagradaba en extremo dejar al señorito Ueda solo, le había pedido su permiso para “hacer algo importante en el pueblo”. El señorito lo había mirado con esa expresión cansada y triste que se acentuaba cada día en él y le había dicho que podía. Se había sentido aún peor de dejarlo ahí, pero había prometido ser rápido y volver lo antes posible, y estaba dispuesto a cumplirlo.

Tres pasos antes de entrar al edificio de correos, escuchó una voz extrañamente familiar que lo llamaba. Miró hacia todos lados, pero entre toda la gente que estaba ahí nadie parecía llamarlo, aún así seguía escuchándolo y quien fuera que fuese se venía acercando. Hasta que lo vio, apareciendo aparentemente de la nada: Tanaka Koki, el amigo que con el que había sido inseparable durante su tiempo en el orfanato. Hacía bastante tiempo que no se veían y, a pesar de todos los rumores, Nakamaru se encontró feliz de verlo.

Se abrazaron, dándose fuertes palmadas en la espalda.

- ¿Cómo has estado? -preguntó Tanaka, con una sonrisa que hacía desaparecer sus ojos. -No te he visto desde que llegó tu "señorito" al pueblo. ¿Te está explotando?

- ¡No! Es sólo que ha estado algo enfermo y debo acompañarlo, en especial después de la muerte de su padre- respondió Nakamaru, apenado.

-Pero puede arreglárselas sin ti perfectamente para mandarte a entregar sus cartas al correo, ¿no?

Nakamaru miró el sobre en su mano como si recién recordara que estaba ahí. Apretó la carta en su mano y se sonrojó un poco antes de contestar.

-Bueno... no. Esto es... es algo mío...

- ¿Ahora sabes escribir? -preguntó Koki, sorprendido y rompió a reír cuando Nakamaru asintió, luciendo algo avergonzado a pesar de estar sonriendo.

-Sólo un poco... tuve que aprender -explicó Nakamaru, pero omitió la parte en que el señorito Ueda le había enseñado. No sabía por qué, pero sentía que era algo privado y no quería compartirlo con nadie, ni siquiera con su amigo de infancia. Carraspeó un poco para aligerar el ambiente y miró a Tanaka a los ojos. -Por fin tengo una pista, Koki. Creo que por fin voy a poder reunirme con ella.

-¿Eriko? -los ojos del bandido brillaron con emoción y alegría cuando Nakamaru asintió. -Estoy feliz por ti, amigo.

La sonrisa de Nakamaru se hizo más profunda y brillante, era agradable que alguien comprendiera su felicidad.

-¿Cómo va todo? -preguntó entonces y frunció un poco el ceño en falso reproche antes de continuar. -He oído algunos rumores que espero que no se refieran a ti.

Tanaka volvió a reír, dándole palmadas en el hombro. Nakamaru temió por lo adolorido que podría sentirse al día siguiente pero no dijo nada.

-De seguro es sobre otra persona. Mírame, soy un ángel -sonrió Tanaka, mostrando todos sus dientes y Nakamaru rió, resignado.

-Te hubiese creído si no hubieses sonreído tan horriblemente -declaró, meneando la cabeza con un gesto divertido. Tanaka golpeó su brazo con el puño y ambos rieron.

De pronto, la risa de Tanaka cambió de tono y su rostro se congeló en una mueca que pretendía fingir que seguía riendo. Tal vez podría haber engañado a alguien que lo conociera menos, pero Nakamaru se había criado con él y no podía engañarlo aunque lo intentara.

Esperó unos instantes para ver si Koki decidía compartir lo que estaba sucediendo con él, pero no pasó nada. Su amigo simplemente se quedó quieto, sosteniendo en los labios una sonrisa que nunca volvió a sus ojos y mirando subrepticiamente en una dirección indeterminada.

Nakamaru suspiró, rindiéndose.

- Debo irme -declaró. -Estoy algo apurado, debo volver pronto a la casa.

Tanaka seguía mirando un punto fijo, más allá de Nakamaru, pero asintió.

- Está bien -comenzó a decir y, para Nakamaru, que no intentara retenerlo e invitarlo a beber algo a alguna fonda fue señal evidente de que algo extraño sucedía. No quería pensar en ello. Tanaka continuó, mirándolo brevemente. -Si tu señorito te hace trabajar demasiado, avísame.

- No creo que sea necesario, el señorito Ueda es una buena persona.

Lo que fuera que captaba la atención de Tanaka se movió, o eso creyó Nakamaru, porque los ojos de su amigo volvieron súbitamente al punto anterior por una fracción de segundo y todo su cuerpo se tensó, como preparándose para correr. Nakamaru miró en aquella dirección y vio una muchacha que parecía seguir a un par de chiquillos, mal vestidos y muy delgados, intentando que no la notaran. Era joven y bastante bonita, Nakamaru creyó haberla visto alguna vez en misa, pero no estaba del todo seguro.

Suspiró una vez más, esperando contra toda esperanza que Tanaka estuviera interesado en la chica por su belleza y no por algún otro motivo extraño, ilegal y del que no quería enterarse en lo absoluto.

Dio una última palmada en el hombro de su amigo antes de comenzar a alejarse hacia el correo.

-No seas ingrato y búscame pronto, Yuichi -escuchó decir tras él y sonrió. No se molestó en voltearse, pues sabía que Tanaka no miraba en su dirección.

Sin responder, entró por fin a la oficina postal, dejando a Koki y sus extraños asuntos detrás.


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Rina se sentía bastante molesta. Después de varios días de intentarlo, se había rendido en tratar de salir de la casa, pues su hermano no transaba en sus impedimentos y hasta había ordenado a las criadas y el resto de sus empleados vigilarla, ni siquiera con el propósito de evitar una posible fuga, pues Yamapi jamás la habría creído capaz de ello, sino que para que nada malo le pasara. Era enfermante, sofocante e innecesario. Y además la hacía sentir culpable.

Sabía que su hermano sólo deseaba su bien, pero esos días de encierro la estaban volviendo loca y no podía evitar sentir bastante resentimiento contra sus órdenes y contra él también. Aunque no había mucho que ver en el pueblo, sentía que necesitaba cambiar un poco de aire por algunas horas y… también, debía admitirlo, quería ver al bandido. Este último pensamiento era la causa de su culpa. No podía evitar desear verlo nuevamente, aún después de todo lo que había pasado y de cómo había preocupado a su familia.

Ese día, a pesar de lo contrariada que se sentía, el destino pareció sonreírle. A juzgar por su mirada perdida y la sonrisa que adornaba sus facciones sin reparo alguno, su hermano se encontraba en un estado extraño de felicidad. Rina decidió aprovecharlo.

- Hermanito… -comenzó a decir, acariciando con ternura el brazo de Yamapi, hasta que se giró hacia ella, sin dejar de sonreír. -Sé que te puede preocupar, pero quisiera pasear por el pueblo, no por mucho… volveré mucho antes del atardecer y...

- Está bien –respondió Yamapi.

-¿Está bien? -preguntó ella, confundida por la fácil respuesta afirmativa de su hermano.

- Sí.

- ¿Me estás diciendo que sí? ¿Puedo salir?

- Sí.

- ¡Gracias! – Rina se lanzó a abrazar a su hermano y casi corrió a su habitación para arreglarse y salir antes que alguien se arrepintiera.

El viento se sentía maravilloso en su rostro mientras dirigía la carreta hacia el pueblo, el calor que la hacía sudar se sentía divino y nada podría haber arruinado la perfecta felicidad liberadora que la embargaba hasta el punto de estar al borde de romper a reír a carcajadas, como demente.

Llegó a su destino casi sin notarlo, después de gastar todas sus fuerzas en no desviarse hacia la cueva del ladrón pues recordaba el camino, no perfectamente, pero sí en general. Su hermano por fin la había dejado salir, no podía hacer algo así.

Una vez en el pueblo, paseó por el mercado. Era tan agradable estar en un lugar que no fuese su casa, no es que no le gustara estar ahí, pero después de todo ese tiempo se sentía desesperada. Nunca había sido buena para permanecer en un solo sitio demasiado tiempo.

Alguien que pasó corriendo golpeó su hombro en la carrera. Se giró enojada, pero el chico siguió corriendo, acompañado de otro más. Los reconoció, por lo menos a uno de ellos. Era uno de los chicos que estaban en la cueva del ladrón. Comenzó a seguirlos, tratando de que no la vieran mientras intentaba averiguar qué se proponían. Era una espía, una policía encubierta, una maravillosa heroína de la justicia de novela y su corazón latía hondo y acelerado en su pecho. Un par de cuadras y decenas de ingeniosas maniobras evasivas después, notó que uno de los chicos llevaba escondida una bolsa con comida, seguramente robada. Una idea se formó en su mente y, renunciando a su persecución, se dirigió resueltamente a una de las tiendas de alimentos más cercanas. Debía actuar rápido.

Compró un saco de fruta y pidió a un joven subirlo a la carreta. Deseando que nada pasara y que su hermano o su madre jamás se enteraran, guió los caballos hasta la cueva del ladrón, siguiendo de lejos a los dos jóvenes que huían al galope en un solo caballo. No podía negar la emoción que sentía, en parte por finalmente haber encontrado una excusa para hacer lo que quería hacer, en parte por sentir que lo que hacía era lo correcto, que no era simplemente un capricho egoísta sino que estaba ayudando a un grupo de niños a no morir de hambre. Distraída por todos estos pensamientos, no notó la furtiva figura que la seguía de cerca, parapetada en las sombras.

Rina tuvo suerte de no perder a los chicos de vista, ya que había partes del camino que no recordaba. Se felicitaba también por no haber sido descubierta, a pesar de que los seguía con la carreta. Cuando ya estaba a una distancia prudente, bajó de la carreta para acercarse sin que la oyeran, arrastrando con dificultad el saco de frutas. Quizás comprar tanto había sido una mala idea.

Después de lo que fueron eternos minutos, llegó a la entrada de la cueva. Asomó la cabeza dentro, sin ver nada. No se sentía muy segura de entrar, le daba miedo. Había sido una mala idea después de todo. ¿Qué diablos hacía ahí arriesgándose y haciéndole eso a su familia?

La adrenalina y los latidos sofocantes de su corazón le impidieron notar los pasos que se le acercaban por la espalda, con sigilo. Fue el sonido de alguien quitándole el seguro a un arma lo que la sacó de sus pensamientos. Se giró lentamente para encontrarse frente al ladrón, apuntándola con una pistola que ya conocía.

Tanaka, recordó. Su nombre era Tanaka.

- ¿Qué haces aquí? ¿Vienes con alguien más? – preguntó Tanaka, secamente.

- No – respondió Rina, levantando las manos y dejando a su lado el saco de frutas.

- No te creo, ¿cómo vas a ser tan tonta para venir acá sola?

Rina le dedicó una mirada hostil. Sus fantasías y ensoñaciones solían evitar la parte grosera de la personalidad de Tanaka cuando pensaba en él.

- Vengo sola porque nadie en casa puede saber que vine o jamás podré salir de ahí de nuevo, además ellos no saben que sé donde te escondes… sólo vengo a traer esto – dijo apuntando al saco.

- No te creo.

- “No te creo, no te creo” -lo imitó. - ¿Podrías creerme alguna vez? Si viniese con alguien ya hubiese salido al ver que me apuntas.

Tanaka tomó el saco y lo acercó a él para ver el contenido, luego bajó el arma.

- ¿Por qué traes esto? -su voz era de franco asombro.

Al ver que el arma ya no apuntaba en su dirección, Rina bajó las manos.

- Vi a dos de tus… secuaces, robar comida en el mercado… y la vez anterior lo que robaste de nuestra casa también fue comida… - Rina se sentó en una gran roca. – Estoy cansada por arrastrar ese saco – se justificó. –Bueno… imaginé que robaban siempre comida y… quizás esto podría ayudar a que… roben menos.

Tanaka rió sonoramente, Rina esperaba que no fuese de burla.

Un chico salió de la cueva y tomó el saco para mirar el contenido, Rina no lo recordaba, pensó que debía ser más joven que ella. El rostro del chico se iluminó en una maravillosa sonrisa cuando vio las frutas que había traído y luego levantó la cabeza en dirección a Tanaka, expectante.

- Ella lo trajo – le dijo Tanaka, con un tono bastante más suave que el que había usado hasta ahora.

El chico se lanzó con una sonrisa sobre Rina, la que ahogó un grito, asustada por su repentina reacción.

- Gracias -dijo, abrazándola. Sonaba alegre y sincero, y Rina se relajó por completo. Casi podía comprender por qué Tanaka hacía lo que hacía, era agradable recibir ese tipo de cariño, tan honesto. Quiso abrazarlo de vuelta, pero en ese momento el chico fue alejado violentamente de ella, Tanaka lo había tomado por los hombros tirándolo hacia atrás.

- Creo haber dicho antes que “nadie la toca”.

- Lo siento – dijo él, sin dejar de sonreír, pero alejándose unos pasos de Rina. –Sólo quería agradecerle, me encantan las manzanas.

Este chico parecía muy agradable, pensó Rina, no como aquel que la había llamado animal… animal horrible.

- Llévalas adentro – le indicó Tanaka.

El chico tomó una manzana y se la llevó a la boca antes de tomar el saco y llevárselo dentro de la cueva. La expresión de Tanaka, como de hermano mayor, con la que observó al chico entrar, provocó que el corazón de Rina se acelerara. Seguía creyendo que no era una mala persona realmente, por algo estaba ahí, de nuevo.

Tanaka se sentó también en la roca, al lado de Rina, que lo miró nerviosa, pero él no le devolvió la mirada.

- Yo también estoy agradecido por las manzanas – dijo Tanaka, en lo que fue casi un murmuro. –Pero eso no hará que dejemos de robar.

- Lo sé…

- No deberías volver.

- ¿Por qué hacen todo esto? – preguntó Rina, ignorando a Tanaka. No quería discutir el tema de sus visitas.

- ¿Te refieres a robar? Necesitamos vivir. Ellos eran niños que no querían ir a un orfanato y los comprendo…

- Pero… ¿y trabajar?

Esta vez Tanaka sí rió irónicamente.

- Nuestro único trabajo sería trabajar para un patrón, no podríamos hacer otra cosa. Y no me voy a someter a esa forma legal de esclavitud. Tampoco dejaré que ellos pasen por eso.

- No todos los patrones son malos.

- Nunca has trabajado para uno, así que no sabes de lo que hablas.

- Pero mi hermano es uno.

- Es tu hermano, no sabes cómo es cuando no estás mirando.

- Tú tampoco lo sabes.

- Cree lo que quieras.

- Eso hago -dijo Rina, tozudamente.

- Y vete a tu casa…

Rina iba a protestar, pero Tanaka tenía razón, debía irse. No podía abusar del buen momento que había tenido su hermano y ya se acercaba la hora del atardecer. Se levantó sin saber qué decirle para contraatacar, la frustraba un poco su incapacidad de darle pelea verbal a aquel hombre que podía ser tan odioso con ella.

- ¿Ahora eres una niña obediente? – preguntó Tanaka, divertido.

Rina alzó una ceja y se giró en dirección a su carreta, nuevamente sin palabras.

- No es porque me lo digas- dijo, por fin. –Debo llegar a la cena.

Podía sentir la risa de Tanaka a su espalda mientras se alejaba, pero si era sincera, no sólo sentía rabia por ello. Finalmente, cuando ya la cueva y todos sus ocupantes, irritantes o no, quedaron atrás, Rina se permitió suspirar una vez y sonreír.


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Aquel era el día en que Taguchi debía ir por el correo. Siempre había sido el encargado de aquella misión y Akanishi no se había molestado en cambiarlo cuando Kazuya había llegado

-Como siempre despiertas al patrón, entrégale esto –le dijo Taguchi a Kazuya, pasándole un sobre y sonriendo, por supuesto.

Después de unos instantes de duda, Kazuya se dirigió a la habitación del patrón y entró, no sin antes tocar la puerta como era su costumbre, aunque tenía claro que Akanishi jamás despertaba con eso.

Caminó con cautela hasta llegar a su lado y lo meció suavemente, mientras le decía que era hora de levantarse. A pesar de las muchas veces que había hecho eso, jamás se acostumbraba y no le aburría ver a su patrón despertar y fijar sus ojos en él antes de restregarlos con sus manos e intentar levantarse.

- Llegó esto para usted, patrón –se apresuró a decir Kazuya, al notar que los ojos aún somnolientos de Akanishi se fijaban con curiosidad en el sobre que sostenía en la mano.

Después de entregarle la carta no supo si debía irse o quedarse, Akanishi la tomó y la abrió sin decirle nada. Cuando comenzó a sonreír mientras leía, la curiosidad llegó a Kazuya de golpe y casi se le escapó una pregunta sobre aquello, pero alcanzó a retenerla. No era pertinente.

Akanishi terminó de leer la carta y se levantó con una sonrisa de la cama en la que se había sentado para leer. La curiosidad seguía ahí para Kazuya, la sonrisa de su patrón no se había borrado y temió que se tratara de una mujer, tal vez una prometida. No sería extraño a su edad, incluso su amigo, el señor Yamashita, tenía una y se iba a casar, por lo que había escuchado.

Le estaba costando respirar, algo doloroso apretaba su pecho y se acentuó cuando los ojos, también sonrientes, de su patrón se posaron nuevamente en él.

- Muero de hambre, acompáñame a desayunar, si aún no lo has hecho—invitó Akanishi, de excelente ánimo.

Kazuya sólo asintió, incapaz de articular palabra alguna, y lo siguió en silencio. El deseo de preguntar volvió a él, más cuando Akanishi se sentó a esperar su desayuno, dejando la carta sobre la mesa. La observó con recelo velado y siguió preguntándose tortuosamente quién la habría enviado incluso cuando su patrón lo obligó a sentarse a la mesa junto a él.

- ¿Quién le ha escrito, patrón? –preguntó con una sonrisa la cocinera al entrar al comedor con una enorme panera en los brazos y ver el sobre, Kazuya envidió su espontaneidad para preguntárselo.

- Mi madre –dijo Akanishi, riendo. -Me dice que la he abandonado.

Kazuya soltó un suspiro de alivio y todo su cuerpo se relajó. Su madre…

- Iré a verlos, también me escribió mi padre y Reio. Me hacen parecen un mal hijo y hermano – continuó Jin, mientras tomaba un trozo de pan, aún riendo.

Kazuya recordó entonces lo poco que conocía a su patrón. No sabía nada de sus padres, ni si quiera si tenía o si estaban vivos, menos que tenía un hermano. No era algo que tuviese que saber, pensó con una tristeza, él era sólo su sirviente. No había razones para que su patrón le contara cosas así, sólo lo quería para que hiciera su trabajo, darle comodidad y satisfacción. Lo comprendía bien, pero no lograba que dejara de doler.

-Partiré mañana –informó Akanishi, sacando a Kazuya de sus pensamientos.

- ¿Tan pronto, patrón? –preguntó la cocinera, que aún no había salido de la habitación y permanecía de pie a un costado de la mesa para alivio de Kazuya, que no se atrevería jamás a hacer todas esas preguntas por mucho que deseara saber las respuestas.

-Sí, de pronto recordé que los extrañaba –bromeó, estirándose en la silla y sonriendo luminosamente, como un niño pequeño, pensó Kazuya antes de apartar la mirada de él, avergonzado. Oyó a Akanishi erguirse súbitamente junto a él antes de agregar. -Aunque estoy preocupado, con lo que pasó en el fundo de Yamapi...

-Pero patrón, no se ofenda, eso puede ocurrir con usted estando aquí. Además, estaremos todos acá cuidando, atentos. ¿Cierto, Kazuya?

Kazuya asintió con la cabeza, levantando un poco la mirada pero sin atreverse a mirar de frente a su patrón, que intentaba a su vez no mirarlo demasiado al hablar.

-A Yamapi le robaron cuando no estaba en casa –dijo Akanishi, casi haciendo un puchero. -Y temo que alguien haga algo estúpido por detener al ladrón cuando yo no esté –miró fugazmente a Kazuya.

-Vaya tranquilo y deje de preocuparse –fue lo último que dijo la cocinera antes de volver a la cocina para terminar de traer el desayuno.

El silencio era aplastante entre ambos. Kazuya pensó en decirle que no se preocupara, que no haría nada estúpido y que se fuera en paz, pero realmente no tenía deseos de hablar. Sus pensamientos lo habían desanimado, a pesar de que se suponía que era lo que siempre había sabido, le molestaba más el hecho de que, a pesar de que pasar algunos días sin el patrón podría considerarse como vacaciones, no quería que se fuera.

-Si… si algo pasara en mi ausencia –comenzó a decir Akanishi, rompiendo el silencio y observando con intensidad un cúmulo de migas de pan con las que jugaba. –No hagas nada… peligroso, no lo sigas... si viene un ladrón.... No hagas lo de la otra vez.

- Sí, patrón -respondió Kazuya, aún desanimado.

No parecía ser suficiente para Akanishi, no sonaba convencido de lo que decía. No iba a dejar que se arriesgara y que esta vez sí recibiera un disparo. Un temblor recorrió su cuerpo de sólo pensarlo.

Estiró su mano hasta tomar el rostro de Kazuya y girarlo hacia él, obligándolo a mirarlo de frente.

- No hagas nada peligroso –repitió, con una intensidad que hizo a Kazuya sentir cosquillas en la base del cuello. –Nada.

- No lo haré, patrón –respondió Kazuya, intentando sonar firme y sin despegar la mirada de los ojos de su patrón. –Lo prometo.

Akanishi lo soltó lentamente, con una caricia leve y casi imperceptible que salió de manera inconsciente.

La cocinera volvió a aparecer, con una sonrisa y el desayuno. Kazuya se levantó torpemente para ayudarle con las cosas que faltaban, aún algo exaltado por el toque y la mirada de su patrón.

Akanishi lo miró embobado caminar hasta la cocina, hasta que notó la inmovilidad de la cocinera enfrente de la mesa, sacándolo de su trance para observarla. Sonreía pícaramente.

- Deje de preocuparse, patrón –dijo ella, sin dejar de sonreír. –Yo se lo voy a cuidar.

Cuando Kazuya entró con las cosas faltantes, la cocinera marcó más su expresión. La vergüenza de Akanishi aumentó y comenzó a sentirse nervioso.

- ¡No es… son otras cosas! ¡NO ES ESO! – Akanishi hacía gestos frenéticos con su mano, como diciéndole que se retirara.

La cocinera decidió dejar de mortificarlo y retirarse, sin dejar de sonreír y dejando a Kazuya curioso ante la escena. El patrón sabía que Kazuya no preguntaría que pasó y en ese momento estaba agradecido de esa particularidad de su forma de ser.

Fue un desayuno bastante silencioso.

Al día siguiente, Patrón Akanishi debía despertar muy temprano, así que le dio las instrucciones necesarias a Kazuya para que lo despertara. Porque, por supuesto, Kazuya debía despertarlo, era su labor y no podría irse sin verlo una vez más.

Para cuando estuvo vestido y listo para partir, su equipaje estaba ya dispuesto sobre un animal de carga y Taguchi lo esperaba montado en un caballo para acompañarlo a la estación de trenes. Dio una última mirada a la casa y le entregó las llaves a la cocinera, que estaba de pie junto a Kazuya en la puerta.

-Cuida de todo por mí hasta que vuelva -le dijo, intentando no mirar a Kazuya y casi lográndolo. Ella sólo sonrió. La mirada pícara y demasiado cómplice había vuelto a sus ojos y Jin se apartó antes de sonrojarse aún más.

Carraspeó un par de veces y apretó el antebrazo de la mujer a modo de despedida. Junto a ella, Kazuya miraba el suelo con expresión triste.

-Adiós, Kazuya -se despidió, y golpeó suavemente su hombro, deseando fervorosamente que levantara la vista. Cuando no lo hizo, apretó un poco más su agarre. Kazuya lo miró y Jin sonrió con algo de tristeza. -Recuerda tu promesa -susurró, mirándolo intensamente a los ojos.

Kazuya asintió, pero Jin no retiró la mano de su hombro. No quería partir, no quería alejarse de su sirviente. Sintió una extraña clase de soledad invadirlo, a pesar de saber que vería a su familia, a la que sí había tenido abandonada, a pesar de que su hermano estaría con ellos, probablemente de vacaciones. Un resoplido inquieto de uno de los caballos lo sacó de sus cavilaciones y, con un apretón final, dejó ir el hombro de Kazuya y se volteó hacia el animal ensillado que esperaba por él.

No miró atrás al alejarse, pues sabía que le darían aún más ganas de quedarse ahí.

El viaje fue tedioso, pero sin mayores inconvenientes. El ritmo frenético de la ciudad siempre lo agobiaba un poco al llegar, pero recobró el control de la situación con premura y un vehículo motorizado de alquiler lo llevó rápidamente a la residencia Akanishi, una gran casa de techo muy elevado en la parte acomodada de la ciudad. Al llegar, su madre lo recibió con un abrazo y la promesa de un abundante almuerzo. Su padre y su hermano aparecieron segundos después para recibirlo con alegría que intentaban contener para guardar su imagen, lo que no resultó mucho pues Reio había extrañado a su hermano mayor y se lo hizo saber con un apretado abrazo lleno de palmadas fraternales en su espalda.

Se sentía bien estar de nuevo con su familia.

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