martes, 22 de octubre de 2013

1920 - capítulo XXVI

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...




-Mierda... -la voz de Tanaka resonó en la quietud y todo el bosque pareció volver a la vida en un instante.

Los pájaros volaron, asustados ante el claro galope de un caballo acercándose a toda velocidad. Los árboles se movieron, remecidos por el escape de toda clase de animales y el ruido se propagó por todas partes. Jin sintió que el aire volvía a llegar a sus pulmones después de demasiado tiempo al ver a Tanaka huir hacia las formaciones rocosas cercanas. Las piernas le temblaban y sentía, de pronto, muchísimo frío.

Se dejó resbalar hasta el suelo nuevamente, no lograba mantenerse de pie y sentía que todo su cuerpo tiritaba, que el mundo perdía rápidamente el foco. Kazuya retrocedió un poco para intentar ayudarlo, pero Jin era un peso muerto y lo arrastró consigo, sin darle espacio para maniobrar. Con un “uuf”, y sintiendo que todo el aire salía de sus pulmones de golpe, Akanishi aterrizó de espaldas sobre la tierra, con Kazuya sobre él.

Por supuesto, la persona que se acercaba resultó ser Ryo. No podía ser de otro modo. Parecía destinado a encontrarlo en situaciones comprometedoras con Kazuya.

Desmontó con rapidez, corriendo hacia ellos con un rostro preocupado que desapareció inmediatamente al ver a Kazuya sobre Jin, en el suelo.

-Oh, perdonen por interrumpir… de nuevo -Ryo fingía desenfado, pero su actitud al llegar había sido bastante evidente. -Me dijeron que el idiota de mi amigo podría estar en problemas, pero parece que me equivoqué.

Kazuya se puso de pie lo más rápido que pudo y ayudó a Jin levantarse, trabajosamente.

- Idiota tú... estoy herido, me dispararon, ¡podría haber muerto! -su voz sonaba ofuscada, débil.

Fue entonces que Ryo notó la cantidad de sangre. En el suelo, en la ropa de Kazuya, la mancha cada vez más grande en la camisa de Jin. Miró a Kazuya, con la preocupación de vuelta en su rostro, Kazuya asintió con un movimiento corto de su cabeza y Ryo se apresuró a colocarse al otro costado de Akanishi, para ayudarle a sostenerlo. Kazuya mantenía una de sus manos presionada contra el lugar en donde estaba la herida, pero no estaba dando mucho resultado.

- Necesita que lo llevemos a un médico –agregó Kazuya.

- Sí, y parece que lo necesita rápido. Viéndolo de cerca se ve bastante mal.

Akanishi le dirigió una mirada de desprecio, pero no sentía ánimos de hablar. No sentía ánimos de nada, la verdad. El miedo y la desesperación habían abandonado completamente su cuerpo, dejándolo desgastado y sentía la inconciencia jalar dulcemente de él, haciéndolo desear sucumbir, huir del dolor.

-Jin, resiste. ¡Jin! -gritó Kazuya, casi en su oído y Jin abrió los ojos, un poco. -Tenemos que apurarnos. Perdió demasiada sangre.

Ryo asintió y apuntó hacia su caballo con la cabeza.

-Ayúdame a subirlo allí -ordenó y comenzaron a moverse en aquella dirección. -No muy lejos de aquí vive la gente de mi pueblo, Subaru podrá curarlo, es el machi.

Era el lugar más cercano, además de que Ryo lo recomendaba insistentemente. Kazuya había escuchado hablar de los ritos de sanación que tenía el pueblo de Ryo, esperaba que pudieran ayudar a Jin.

Con algo de esfuerzo, lograron subir a Jin boca abajo sobre el caballo, en el que partieron inmediatamente rumbo al este. Kazuya corrió a montar el caballo de Jin y los siguió al galope.

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El tren ya se estaba acercando a la pequeña estación en la que tendrían que bajarse para enfrentar nuevamente sus vidas y a Yamapi le parecía que las largas horas de viaje desde la capital sólo habían durado un par de minutos.

Efectivamente, el equipaje de Toma había tardado varios días en llegar de vuelta, lo que les había dado como regalo un tiempo precioso que habían pasado juntos.

Toma había querido recorrer cientos de lugares, visitar museos y parques, ir a ver obras de teatro y todo tipo de espectáculos, pero Yamapi se las había ingeniado para mantenerlo atrapado en su habitación de hotel una cantidad importante de tiempo. No es que Toma hubiese protestado tanto.

Habían asistido una noche a un espectáculo de “humor", algo picaresco, sólo para adultos. Era como La Tormenta, había pensado Yamapi, pero había mujeres y estaban escasamente vestidas. A pesar suyo, se había encontrado opinando que La Divina tenía bastante más estilo.

Había mirado de reojo a Toma, que había estado riendo con el burdo humor del espectáculo y había parecido observarlo con cuidado, como estudiándolo.

-¿Realmente te gusta esto? –había preguntado, con un tinte de celos que Toma no parecía haber detectado. Eran mujeres bonitas, a pesar de estar vestidas con plumas y lentejuelas y Yamapi había sentido que no podría competir si llegaba a eso.

-Shun escuchó hablar de estas cosas, cuando preguntó por ahí sobre Chile al saber que viajaría. Estoy... investigando para él –había dicho Toma, riendo, totalmente ajeno a la ira en aumento de Yamapi.

Shun. Aquel odioso, odioso, odioso ser al que Toma llamaba “esposo”.

-¿Y por qué habría de interesarle esto a ese... tipo? –había preguntado Yamapi, absteniéndose por poco de decir “ese imbécil”. Tan sólo escuchar su nombre había hecho hervir su sangre.

-Ah... Shun... tiene una debilidad increíble por las mujeres con poca ropa –había reído Toma antes de mirar con ternura la confundida expresión de Yamapi. –No te preocupes, él sabe lo que siento por ti. Es uno de las pocas personas que sabe la historia completa y me apoya -Toma había golpeado con cariño la punta de su nariz sólo con un dedo.

-¿Entonces por qué... lo llamas... por qué lo dejas decirte...? –Yamapi había balbuceado, confundido y más que un poco avergonzado. Para Toma había sido todo un desafío no besarlo en aquel instante.

-Porque Shun es un imbécil –había dicho y lo había abrazado. –No necesito llamarte de ningún modo especial para que sepas que te amo. Tú tampoco tienes por qué hacerlo.

Yamapi se había dejado abrazar, en la semioscuridad de aquel teatro, sintiendo que el corazón ya no lo cabía en el pecho. Se había preguntado fugazmente, como lo hacía ahora mismo, quién sería la esposa en aquel extraño arreglo que estaba comenzando a tener con Toma. Tanto entonces como ahora, había decidido que era mejor no seguir considerándolo: había una gran posibilidad de que resultara ser él.

El tren hizo sonar su silbato, trayéndolo del todo de vuelta al presente. Toma buscó su mano para darle un apretón furtivo. Ya no estaban a salvo de miradas insidiosas como lo habían estado durante todo aquel tiempo.

-¿Listo? –preguntó Toma y Yamapi supo que no se refería solamente a la bajada del tren.

Habría bastante que enfrentar ahora que su tiempo de ensueño había terminado. Yamapi miró a Toma y se perdió en su ojos, sintiendo la misma cálida felicidad que lo invadía siempre que recordaba que estaban juntos, que Toma estaba de nuevo a su lado.

-No... -respondió Yamapi. -Pero acá vamos.

Toma sonrió.


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Al poco andar llegaron al lugar donde se asentaban los mapuche, cerca de un bosque más tupido, con muchas araucarias, las rucas comenzaban a ser visibles.

Entraron a la casa de Ryo, una pequeña construcción de paja y barro, con una puerta de madera. En su centro ardían las brasas de su eterna fogata y había piedras y troncos dispuestos a su alrededor para sentarse en ellos. Acostaron a Jin entre las pieles de animales que constituían la cama, no muy mullida pero bastante abrigada, lo que parecía ser un punto importante en ese instante para Jin, que tiritaba visiblemente.

Ryo le alcanzó a Kazuya dos varas gruesas de madera con las que su pueblo tradicionalmente encendía el fuego.

-Aviva la fogata –ordenó Ryo, y corrió a buscar a Subaru. Podía ser fastidioso con Akanishi, pero realmente se preocupaba por él.

El silencio fue bastante incómodo cuando los dejaron solos. Kazuya se encontraba de espaldas a Jin e intentó ocuparse en seguir las órdenes que le había dejado Ryo. Apiló un poco de leña en el centro de la ruca y frotó las varas de madera que le había dejado Ryo hasta que saltaron chispas. El fuego no tardó en arder y Kazuya se quedó mirándolo durante un rato, todavía sin mirar en dirección a Jin.

Akanishi estiró su brazo para tomar la mano de Kazuya, arrepintiéndose a último momento, aunque Kazuya sintió el roce de sus dedos y se giró hacia él. Jin tosió un par de veces y se quejó de cuánto le dolía el hombro.

- La verdad es que sí te ves un poco mal –dijo Kazuya, arrodillándose al lado de la cama.

- ¿Qué tan mal? ¿Mal de muerte?

- No, no tanto –con el calor de las pieles y ahora el del fuego, Akanishi había dejado de tiritar violentamente y, aunque el color todavía no regresaba a sus mejillas, se veía un poco mejor que algunos minutos atrás.

- Duele… mucho –Jin miró insistentemente a Kazuya. Si la actitud malcriada había vuelto con tanta fuerza, quizás Jin se sentía más aliviado, a pesar de lo que dijera.

-¿Quieres que haga algo al respecto?

Jin asintió y Kazuya comenzó a acariciar su cabello.

- No es que esto no me guste – dijo Jin después de algunos segundos. -Pero me dispararon, no es tan simple como una caída de caballo.

- ¿No es suficiente?

- No, necesito algo más poderoso.

Quizás era la fiebre, el dolor o el aturdimiento después de haber enfrentado una situación tan desesperadamente tensa, Kazuya no lo comprendía muy bien. Sólo sabía que, por algún capricho del destino, Akanishi no estaba intentando matarlo. Sentía que debía aprovechar el momento. Se mojó los labios... y la puerta se abrió de golpe.

Un hombre extraño los miraba con los ojos muy abiertos, llevaba adornos de plata en el pecho, una rama de canelo en una mano y en la otra un puñado de diversas hierbas que Kazuya no conocía. Tras él, otros siete hombres entraron en fila a la ruca, entre ellos Ryo. El primer hombre le pasó el puñado de hierbas, sin mirar, a otro de los del grupo, quien procedió a lanzarlas al fuego que ahora ardía vivamente. La habitación comenzó a llenarse de un humo espeso.

-¿Cuál de los dos es el herido?- preguntó el hombre extraño, acercándose hacia donde se encontraba la cama de pieles de Ryo.

- El que está en la cama con cara de muerto – respondió Ryo.

Jin miró a Ryo con horror y Kazuya rodó los ojos mientras Ryo trataba de tranquilizarlo contándole que el hombre con adornos de plata era Subaru, el Machi, y que sabía muy bien lo que estaba haciendo.

- Muy bien – dijo Subaru en cuestión, levantando los brazos. –Entonces haré el ritual curativo.

- Primero deberíamos sacarle la bala – susurró Ryo al oído de Subaru.

- Ejem… primero sacaremos la bala, ayúdenme a sostenerlo.

Subaru se acercó a Jin y levantó su cabeza mientras colocaba las hojas de canelo como almohada. Acomodó a Jin con bastante más suavidad de la que nadie podría haber esperado y luego se levantó, dando una señal a los demás para que se acercaran. Jin los miró con horror.

Kazuya se adelantó para sostenerlo, Ryo también se acercó para ayudarlo. Entre los dos aseguraron las piernas y los brazos de Akanishi, que, de todas maneras, no estaba suficientemente fuerte como para poder resistirse demasiado. Las demás personas presentes, seis en total, habían comenzado a cantar y bailar.

Los cánticos se extendieron durante algunos minutos, mientras Subaru recitaba algunas palabras, al parecer entrando en trance cerca del fuego y moviendo las manos en intrincadas formaciones entre las llamas y por sobre ellas. Kazuya creyó ver algo refulgir en una de sus manos, pero entonces Subaru se acercó hacia ellos y tuvo que concentrarse en inmovilizar a Jin, que comenzó a forcejear casi como reflejo.

Akanishi apretó los dientes sin poder reprimir un fuerte quejido cuando Subaru utilizó un cuchillo caliente para sacar la bala que aún se encontraba en su hombro. En un intento por tranquilizarlo, Kazuya tomó su mano con fuerza.

- Ahora deberás hacerte a un lado –dijo Subaru, dirigiéndose a Kazuya.

Kazuya obedientemente se alejó del grupo, que comenzó a cantar de nuevo mientras Subaru molía aún otras hierbas y las mezclaba. Hubo más humo y más cantos y más gritos, movimientos que parecían coreografiados en un momento y un completo y absoluto caos al otro. Finalmente, todo se volvió un susurro. Todo el grupo rodeó a Akanishi y se quedaron en silencio. Sólo se escuchaba la voz de Subaru, en trance mientras hacía algo que Kazuya no pudo ver, pero que supuso era aplicar la mezcla que habían estado creando.

Subaru murmuraba cadenas infinitas de palabras borrosas en mapudungun y el silencio era absoluto más allá del crepitar del fuego. El humo comenzó a dispersarse poco a poco en la habitación. De pronto, todos los presentes se tomaron de las manos y pronunciaron lo que parecía una plegaria final.

Subaru entonó un último cántico, que fue respondido por todos antes de levantarse. Algunos de los miembros del grupo comenzaron a salir de la ruca en silencio.

- Tiene mucha fiebre – dijo Ryo, cuando casi todos estuvieron fuera.

- Es normal – dijo Subaru, que se había acercado hacia Kazuya sin que lo notara. Todavía no parecía haber salido completamente del trance, o quizás sus ojos siempre lucían así, no sabría decirlo. –Es parte del proceso, también que delire… es todo muy entretenido.

- KA… ¡KAZUYA! NO… -el grito desgarrador de Jin se escuchó en toda la habitación, interrumpiendo cualquier intención de continuar conversando o de que Kazuya lograra decirle algo a Subaru ante aquel último comentario.

Todos los que seguían ahí se giraron a mirar a Kazuya, lo observaron unos segundos mientras enrojecía y luego se hicieron a un lado para que se acercara a Jin.

- ¡NO TE VAYAS! –suplicó Jin, con un tono febril y miserable.

- Estoy aquí – dijo Kazuya, acercándose a la cama.

Akanishi buscó su mano y la tomó con dificultad.

- No te vayas… te extraño.

Las mejillas de Kazuya se ruborizaron todavía más, evitó mirar a todos los que estaban de pie, observando la escena. Jin ardía en fiebre y a todas luces no estaba conciente de lo que decía, era un poco vergonzoso.

-No voy a ir a ninguna parte –murmuró en la voz más baja que pudo, intentando tranquilizarlo. Aún así supo que quienes se habían quedado en el interior de la ruca lo habían oído por el sonoro suspiro que dejaron escapar. Al unísono. Kazuya quería cavar un hoyo en el suelo y desaparecer.

En medio de su mortificación, sintió a Ryo llamar la atención de Subaru.

- Deberíamos irnos… hay que dejar descansar a Akanishi –susurró, lo suficientemente alto para que todos los demás miembros del grupo presentes escucharan.

- No ahora que está tan interesante – respondió Subaru, sin quitar los ojos encima de la escena ante él.

- Vamos – insistió Ryo, con voz un poco ansiosa, y golpeó su hombro. Ciertamente aquel tipo de escenas ya había copado sus nervios. –Salgamos y dejémoslos en paz…

El grupo siguió a Ryo, resignado, todos los que quedaban menos uno, que los miraba totalmente fascinado.

-¡YOKO! –gritó Ryo y tomó al hombre del brazo, intentando moverlo de su posición, pero era inútil, parecía clavado allí.

Cuando Kazuya levantó la vista hacia él, sólo vio emoción en sus ojos. Era ligeramente atemorizante.

- ¡No quiero irme! No quiero perderme este hermoso espectáculo de amor -declaró, con fervor.

- ¡Oh, cállate! –bufó Ryo, poniendo en blanco los ojos. -Salgamos de aquí.

- Pero…

Ryo lo empujó con fuerza, sacándolo de la casa para el alivio de Kazuya, que decidió que debía agradecérselo después aunque no sabía bien cómo. Ryo era un personaje algo complicado.

- Kazuya… no te vayas, no te vayas de nuevo, quédate conmigo -las palabras de Akanishi sonaban febriles, pero sinceras. Kazuya no luchó contra la emoción que se apoderaba de él.

- Me quedaré, no iré a ningún lado, patrón.

- No te quedes como mi sirviente… y dime…

- Jin – sonrió Kazuya, interrumpiéndolo.

- Te extrañé tanto… estaba desesperado, te busqué todos los días...

Una punzada de culpa atravesó el pecho de Kazuya, no había manera de que supiera que iba a actuar así… no tenía por qué hacerlo, a menos que…

- Lo siento… cuando… no sabía… Tanaka me dijo que jamás me buscaste y yo… -sabía que probablemente Akanishi olvidaría toda aquella conversación, a pesar de ello, o quizás por eso, sentía que necesitaba explicarle lo que había sucedido en verdad.

- Ese imbécil –Kazuya sintió la mano de Jin apretarse en la suya. -Te busqué desde el instante en que supe que te habían secuestrado, todos los días y… ¡rayos...! No está aquí…

- ¿Qué cosa? Si necesitas algo puedo buscarlo – dijo Kazuya, viendo que Jin se estaba agitando y moviendo mucho.

Tal vez estaba delirando, pensó Kazuya, tal vez la fiebre era demasiada y Subaru había subestimado la gravedad del estado de Jin. Se acercó más, colocando su mano libre sobre la frente de Akanishi con preocupación, pero la temperatura parecía estar bajando.

Jin sonrió, girándose un poco para besar su muñeca antes de continuar.

- Ese día… te había comprado un regalo – se humedeció los labios, hablar lo cansaba más, pero no quería dejar de hacerlo, no ahora que por fin Kazuya estaba con él.

- Debes descansar, iré a buscarte agua – dijo Kazuya intentando pararse. No entendía de lo que hablaba Jin y estaba casi seguro de que deliraba, a pesar de la aparente disminución de la fiebre. A pesar de su estado, Jin no lo soltó y ejerció lo que le quedaba de fuerza para no dejarlo ir.

- Sólo iré por agua para que bebas.

- No vayas, no quiero agua… sólo quiero que estés aquí.

- Está bien, no me iré…

- Quiero darte el regalo… cuando volvamos a casa.

-¿Qué regalo? –preguntó Kazuya, un poco exasperado. Jin con fiebre estaba comenzando a recordarle a Jin ebrio. No era un recuerdo demasiado agradable.

- Te compré un regalo de cumpleaños…si no te gusta no me mientas.

- ¿Eh? ¿Por qué no me gustaría?

- No sé… pero creo que si no te gustara, jamás lo dirías… o eso creía…siendo mi sirviente… no sé… o sea, cuando lo eras...

Sin poder evitarlo, Kazuya rompió a reír y le prometió que le diría lo que de verdad pensaba sobre su regalo. Sus risas se detuvieron gradualmente cuando Akanishi acarició su mejilla. Con dificultad, llevó su mano a la nuca de Kazuya y soltó un leve quejido de claro dolor.

- No muevas tanto el hombro… -recriminó Kazuya.

- Entonces acércate, quiero besarte.

Con una pequeña sonrisa, Kazuya bajó su cuerpo, deteniéndose a centímetros de los labios de Jin.

- Pero… no te agites mucho, debes descansar – susurró, maliciosamente.

- Puedo… ¿puedo ordenarte que te calles y me beses?

- No.

Kazuya terminó con la distancia entre ellos, para por fin besarlo. Se sentía mucho mejor que las otras veces, aunque Jin estuviese afiebrado. El no tener miedo ni inseguridad de lo que hacía mejoraba mucho las cosas. Quizás los estados de Jin estaban un poco alterados y quizás se estaba aprovechando de la situación, pero decidió que, durante un día, no le importaba.

Jin llevó su mano hasta la cintura de Kazuya, haciendo presión para que se subiera a la cama.

- No… - susurró, Kazuya.

- Sí... –insistió Jin. No sabía si la fiebre había bajado o había subido tanto que ya nada era relevante, pero se sentía bien, extrañamente bien, era como estar ebrio, pero sin las náuseas. Sentía ganas de tener a Kazuya apretado contra él.

- No… es la casa de Ryo, no quiero que nos encuentre más en… este tipo de situaciones, menos en su casa.

- Sólo quiero que estés más cerca, nada más.

Kazuya se recostó en la cama, temiendo que Ryo se apareciera por acto de magia, pero Jin lo atrajo por la cintura, besándolo y haciéndolo olvidar a Ryo y a sus raros amigos. Se relajó y acarició el camino hasta la mejilla de Jin.

- Te perdono – susurró Jin, contra sus labios. No quería que nada se interpusiera entre ellos, ni espacio físico ni palabras sin pronunciar. Nada.

- Yo también.

- No hay nada que perdonarme – respondió Jin sonriendo, besándolo en la comisura del labio.

Kazuya posó su mano en los labios de Jin, deteniéndolo.

-¿No? - preguntó amenazante, sin dejar que lo besara.

- Bueno… tal vez… a veces…

Kazuya levantó una ceja, sin ceder cuando Jin intentó quitar sus manos del camino para volver a besarlo. Era inútil, esta era una conversación que no podía evitar.

Suspiró hondo, tan hondo que su herida dolió y su rostro se contrajo en una mueca adolorida, pero Kazuya permaneció inconmovible.

- A veces… me sentía culpable… lo siento – la culpa en su voz fue evidente, así como también la vergüenza. Dejó de luchar contra las manos de Kazuya que lo retenían, pero estas se posaron a un lado y Kazuya bajó su cuerpo para besar su mejilla.

- Yo también lo siento… estaba enojado… y herido.

- Así que puedes enojarte – bromeó Akanishi.

- Por supuesto que puedo, es sólo que no podía hacerlo con mi patrón.

- Me gusta que me digas Jin… - susurró acercando su rostro al oído de Kazuya. –Pero "mi patrón” suena fascinante- besó la piel detrás de la oreja de Kazuya, sonriendo al sentir el escalofrío que recorrió su cuerpo.

- También me gusta llamarte Jin… pero a veces podría hacer un excepción – Jin había comenzado a besar su cuello y todo, absolutamente todo, parecía una maravillosa idea. -Sólo a veces –dijo, sin embargo, y tomó su rostro con ambas manos para besarlo nuevamente.

- ¿Podemos hacer una excepción ahora? –susurró Jin, tomando a Kazuya de la cintura.

- ¿Hmmm?

Intentó subirlo sobre él, pero hacer fuerza no fue bueno para su herida.

-¡Aah! ¡Ahhh! No pasa nada… fue... nada, estoy perfectamente.

- Jin…

- Shhh – Jin volvió a besar su cuello.

Kazuya terminó de subirse por su cuenta sobre Jin, dejándose llevar por el ímpetu del momento, pero otro quejido de dolor que Jin falló en reprimir lo sacó de su trance.

- Detente… Jin… tu herida…

- Pero…- Jin lo miró con la mejor cara de cachorrito que logró hacer, sin detener sus manos, que desabrochaban la camisa de Kazuya.

- No debes agitarte tanto, tienes fiebre, tienes una herida, esta es la casa de Ryo… Al menos espera a que estemos en casa.

- Está bien… -cedió Jin, dejando a Kazuya alejarse un poco, pero no demasiado. Sostuvo su mano, prisionera, entre sus dedos progresivamente más débiles. -¿Podemos irnos ahora?

- Creo que deberías dormir… -rió Kazuya, notando la manera en que sus párpados pesaban por cerrarse. –Debes descansar.

- No quiero –protestó Akanishi, como haciendo berrinche, y apretó la mano de Kazuya compulsivamente.

- Te hará bien –intentó convencerlo Kazuya. -Me quedaré aquí, cuidándote.

- No es necesario, eres libre… no tienes la obligación de quedarte conmigo… si no es lo que quieres.

No quería decir eso, deseaba que Kazuya se quedara con él, siempre, pero algo le había hecho decirlo. Kazuya no cambió su expresión y Jin temió que soltara su mano y saliera por la puerta.

- Quiero – Kazuya acarició su cabello con la mano que tenía libre. Era agradable que Jin le diera la opción de hacer lo que quisiera. -Debería estar claro después de lo que ha pasado y bueno… estoy aquí, en esta cama… - dijo lo último levemente avergonzado. -Ahora duerme, cuando despiertes quizás estés mejor para volver a casa.

- Está bien, pero te tomaré del brazo, quiero que estés aquí cuando despierte.


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