lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo XXIII

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


Llevó inmediatamente al señorito Ueda al cuarto de baño, necesitaba ser bañado, se encontraba cubierto de barro y su cuerpo había comenzado a enfriarse por la lluvia, él mismo estaba completamente empapado, pero eso no era importante por el momento.

Ayudó a Ueda a quitarse la ropa sucia y mojada, como solía hacerlo antes de todo el entuerto, cuando todavía el señorito le permitía ayudarle a desvestirlo y colocarle su ropa de noche. Nakamaru lo había visto desnudo en incontables ocasiones, pero, por alguna razón, Ueda se sentía ahora terriblemente expuesto.

Nakamaru lo ayudó a entrar en la tina. El agua estaba bastante caliente y sus heridas ardieron, pero era agradable sentir que se derretía el hielo que se había apoderado de sus extremidades

- Tú... me besaste... - dijo Ueda, pero las últimas palabras dos fueron un murmullo casi ininteligible. Las manos de Nakamaru no hicieron ni una pausa mientras masajeaban el champú de hierbas preparado por el boticario en su cabello, lo que lo tranquilizó un poco. Suspiró, tomando valor y cerrando los ojos antes de continuar. –¿Realmente… realmente querías...?

- Por supuesto – respondió Nakamaru, deteniendo por fin su labor; su voz sonaba un poco avergonzada. –No mentiría sobre lo que siento por usted, no habría... hecho eso si no fuera verdad.

Ueda enrojeció, violentamente. En el silencio quieto que siguió, ambos intentaron sobreponerse a la afectación que les estaba causando la conversación.

Sin palabras, Nakamaru instó a Ueda a inclinar la cabeza hacia atrás y vertió una jarra de agua limpia y tibia sobre su cabello, para enjuagar el champú mientras una de sus manos portegía sus ojos aún cerrados. Cuando el proceso terminó, Nakamaru tomó una esponja y comenzó a limpiar cuidadosa y gentilmente su espalda.

Ueda, por su parte, luchaba contra las preguntas que se agolpaban en su garganta, con el terror que le producían las posibles respuestas. Su sirviente alegaba sentir cosas por él y estar diciendo la verdad, pero...

-Dices esas cosas -comenzó a decir, sorprendiéndose a sí mismo. -Pero tú estabas… te vi con… estabas con una mujer –Ueda se sentía más avergonzado aún, al exponer indirectamente que había estado espiando a su sirviente, pero se incorporó, dándose fortaleza en su posición jerárquica. –¿Ella.... era...?

- Eh… ¡¿EH?! ¿Mujer? -preguntó Nakamaru con un desconcierto que sonó y fue bastante genuino. Ni siquiera había hablado con alguna mujer últimamente, ninguna que no perteneciera a la servidumbre del fundo. Preocupado como había estado por el señorito ni siquiera había salido mucho de la casa, excepto para... -¿Eriko? ¿La muchacha que fui a recoger a la estación de trenes? Es mi hermana, señorito.

- Ah… -fue todo lo que pudo responder Ueda. El alivio había sido como una bofetada y ahora se sentía un poco ridículo por su actuar. Su voz sonó pequeña cuando logró hablar de nuevo. -No sabía que tenías una hermana…

- Tengo dos hermanas menores -explicó Nakamaru, con cierta añoranza en la voz. Dejó de lavar su espalda y comenzó a darle un masaje en los hombros. A pesar de todo, sus manos seguían sintiéndose fuertes sobre la piel de Ueda. -Pero sólo tengo información de Eriko, por eso logramos encontrarnos.

- ¿Por qué no tenías información de ellas? -preguntó Ueda, volviéndose para mirarlo, por fin.

Su rostro quedó muy cerca del de su sirviente, que desvió mecánicamente la mirada hacia sus labios por unos segundos antes de volver a mirar sus ojos y enrojecer levemente. Ueda no logró evitar sonreir y volvió a voltearse, para dejar a Nakamaru proseguir con su masaje.

-Bueno... -comenzó a decir Nakamaru y se aclaró la garganta. -Nos llevaron a orfanatos separados y éramos muy pequeños para hacer algo. La he estado buscando por años y... -Nakamaru recordó la carta que había escrito al capataz del fundo en que su hermana trabajaba como empleada, la que lo había comenzado todo. Recordó la respuesta que le había dictado su hermana a aquel hombre, el momento de alegría absoluta y la anticipación que había sentido ante el inminente reencuentro. Todo eso se lo debía a Ueda, pero, por alguna razón, no sentía que este fuera el momento indicado para agradecérselo. Esperaría un poco, tenía mucho tiempo por delante. En ese instante una duda lo asaltó y rodeó la tina lentamente para poder mirar de frente a Ueda, dándose tiempo para poder reunir el valor de preguntarle. -¿Acaso... usted pensaba que ella era mi novia?

Ueda no respondió, y dirigió la mirada bruscamente hacia otro lugar, Nakamaru suprimió una sonrisa y se quedó unos instantes mirando el rostro compungido del señorito, con embeleso. Cuando creyó que definitivamente no obtendría una respuesta, se levantó para buscar el jabón en uno de los estantes.

- Pensé… -dijo Ueda, repentinamente. –Que sentías por ella lo que yo siento por ti. Y que lo que habías hecho era para calmarme y que ella… -Ueda había recogido sus piernas, que ahora sobresalían un poco del agua, y hablaba muy rápido, sin apartar la mirada de sus rodillas y de los moretones que las adornaban. -Jamás pensé en la posibilidad de que fuese tu hermana.

Nakamaru estuvo a su lado en segundos. Acarició su rostro con delicadeza y besó la punta de su nariz. Como respuesta, Ueda lo abrazó, mojando aún más su camisa. No importaba, nada era un problema si podía abrazar así a Ueda, sentirlo vivo y sólido, aferrado a él; sentir que, tal vez, lo dejaría estar a su lado, que quizás querría vivir, ser feliz. Junto a él.

- Por favor señorito, ya no lo dude más – susurró Nakamaru. -Soy sincero -continuó, antes de tomar sus manos entre las suyas y besarlas, sus palmas, el interior de sus muñecas, con dulzura y reverencia absolutas.

Se abstuvo de besar sus labios, a pesar del magnetismo casi hipnótico que estaban ejerciendo sobre él. El señorito Ueda comenzaba a lucir algo incómodo y él podía perfectamente contenerse, paciencia era algo que no le faltaba.

Sonrió antes de levantarse a buscar el jabón, olvidado hacía un rato sobre una mesa. Era de una marca importada, bastante costosa, pero su aroma a lavanda era de los favoritos del señorito y a Nakamaru también le agradaba.

Caminó lentamente, bajo la atenta mirada de Ueda, hasta arrodillarse de nuevo junto a la tina y sumergir la barra y sus manos en el agua. El señorito no pudo evitar una sonrisa de asombro al ver lo rápido que comenzaron a moverse los dedos de su sirviente mientras formaba abundante espuma al frotar el jabón.

Ueda expresó su admiración en la forma de una risa aspirada y burbujeante, la sonrisa de Nakamaru se profundizó.

-Es... mi habilidad especial... -la confesión, por una vez sin afectación, fue seguida de una risa corta que entibió aún más el corazón de Ueda.

La amenaza del vértigo y la náusea seguía ahí, tras sus ojos, esperando un momento de debilidad para mostrarle el error de sus acciones, la aberración que inevitablemente era su vida. Las manos de Nakamaru, cubiertas de burbujas y espuma, hicieron contacto con su piel entonces y su delicadeza hizo que todo perdiera importancia.

Paso a paso. Podía ir paso a paso, decidiendo de a poco qué hacer con aquella confusión y añoranza, con aquel amor que galopaba en sus venas, innegable ahora.

El tiempo lo diría.

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Unos golpes en su mejilla despertaron a Akanishi, estaba bastante desorientado y adolorido, cuando intentó llevarse las manos a la cabeza, con la idea de que así todo dejaría de gurar, descubrió que estaba amarrado. Una inspección algo más detenida de sus alrededores lo llevó a reconocer su propio establo. Cuando pudo fijar mejor la vista se encontró con un hombre frente a él, debía ser un ladrón, probablemente el ladrón de siempre. Recordó que había visto a Kazuya antes de caer inconsciente y lo buscó con la mirada. Efectivamente estaba ahí.

-¡KAZUYA! ¡¿Qué mierda está pasando?!

El hombre desconocido se acercó a él, obstruyendo su visión de Kazuya y golpeándolo en la base del estomago sin mediar aviso.

- Akanishi, ¿me recuerdas? -lo escuchó decir, mientras el dolor aún nublaba un poco sus sentidos.

- ¿Quién diablos eres tú? -siseó, con el poco aliento que había logrado retener.

- Tanaka Koki.

- ¿Tanaka? No sé quién eres. ¿Eres el idiota que secuestro a Kazuya?

- Soy el idiota que es hijo de la familia que trabajaba para tu familia.

- No sé de que hablas.

Tanaka esta vez lo golpeó en el rostro. Un fino hilo de sangre comenzó a manar desde su boca, pero Jin no apartó la mirada llena de desafío de su captor.

- ¡Mi familia huyó de este fundo porque no podíamos seguir viviendo así! Y por culpa de eso ahora no sé donde están –lo volvió a golpear. - ¿Y tu ni siquiera recuerdas?

- Sólo recuerdo una familia que huyó de aquí llevándose parte del dinero de mi padre… -dijo, con ira apenas contenida después de limpiar parte de la sangre con su hombro. Era visible que detestaba estar atado. -Y creo que eran “Tanaka”.

- ¡Mi familia no robó nada!

- Tal vez jamás te lo dijeron.

- Eres un completo imbécil, debería matarte.

Alcanzó a golpearlo una vez más antes de que Kazuya tomara su brazo.

- Detente – Kazuya lo miró, serio, pero había súplica en sus ojos. –Es mi turno.

Akanishi levantó el rostro velozmente hacia él, sorprendido y Tanaka miró los ojos de Kazuya con algo que podía haber sido desconfianza, pero éste sostuvo su mirada resueltamente. Lo que fuese que Koki temía pareció esfumarse y su postura se volvió relajada y burlesca.

- ¿Quieres que te ayude? – preguntó Tanaka y sonrió, sombríamente.

- No, déjame sólo… por favor.

- Como quieras.

Tanaka golpeó el rostro de Akanishi una vez más, antes de salir del lugar, Kazuya lo siguió para cerrar y trancar la puerta. Escuchó a Akanishi gritarle, estaba molesto.

- ¡¿Ahora tú me vas a traicionar?! ¿De qué se trata todo esto? – Akanishi intentaba liberarse, pero era imposible, las ataduras solo podían ser cortadas con algún objeto y se encontraba atado a uno de los pilares. -¡KAZUYA RESPONDEME!

Kazuya se acercó a él lentamente. Akanishi seguía pidiendo explicaciones y exigiendo que lo soltara, pero Kazuya parecía no escuchar ni una palabra. Cuando quedó a sólo unos centímetros de él, lamió la sangre que aún se asomaba en su labio. Akanishi por fin dejó de hablar.

Levantó el brazo y Akanishi apretó los ojos esperando que lo golpeara como Tanaka, pero la mano de Kazuya tomó su cabello y tiró de él, jalando su cabeza hacia atrás para besarlo violentamente.

Akanishi estuvo a punto de dejarse llevar, pero un resquicio de conciencia lo llevó a forcejear, inútilmente, pues Kazuya lo tenía inmovilizado. En la desesperación de estar a punto de simplemente ceder, mordió a Kazuya, quien ni siquiera se inmutó y, con un gruñido abandonado, ahondó más el beso.

La boca de Kazuya no le daba tregua y ya no podía luchar más contra el deseo de besarlo también. Cerró los ojos con fuerza, intentando apagar sus pensamientos encontrados, y se dejó llevar.

Desenredó su mano del cabello de Akanishi y acarició el camino hasta llegar al final de su camisa y meterla bajo ella para acariciar su piel, mientras su boca bajaba hasta el cuello de Akanishi. El deseo de posesión se acentuó, sabía que sería la última y única vez que podría hacer algo así, después debería huir de él, nunca más verlo, ni besarlo, ni poder sentirlo bajo ni sobre él. Akanishi lo odiaría por la traición. Dejó a su boca besar, morder y succionar su piel, dejar una marca sobre él y sentir que le pertenecía, aunque fuese sólo aquella vez.

Akanishi soltó un gemido que remeció su orgullo e intentó oponer resistencia nuevamente, pero estaba costándole trabajo. Kazuya lo había amarrado, Kazuya lo había traicionado; Kazuya, que se suponía que debía servirle y obedecerle… Aún así era difícil no sentir sus labios y sus manos como placenteras.


-¡Suéltame!- su voz no sonó tan agresiva como hubiese deseado, es más, ni siquiera parecía que deseara ser soltado. Realmente no lo deseaba.

Jin estaba abrumado por la forma en que Kazuya tomaba control de su cuerpo, como casi sin violencia desabrochaba su camisa y lo besaba para hacerlo callar, apegándose a él y restregando sus caderas en el proceso.

No, no deseaba que lo liberara, no quería que parara. Si Kazuya lo soltaba en ese momento debería terminar con todo eso, tendría que alejarlo y golpearlo, no dejar que tomara control sobre él, porque eso no era lo que un sirviente debía hacer con su patrón. No se suponía que debía sentirse así, pero había extrañado tanto a Kazuya, la angustia lo había consumido de maneras tan absolutas, que volver a sentirlo cerca, incluso en aquellas circunstancias, lo hacía sentir una extraña clase de tranquilidad. Definitivamente no quería ser liberado.

Intentaba mantenerse lo más silencioso posible, intentaba fingir que aún se resistía; deseaba resistirse. Jamás le diría a Kazuya que lo estaba disfrutando… y, sin embargo, también estaba furioso. La mezcla de sentimientos lo confundía.

Kazuya había vuelto a morder su cuello, raspando lentamente con sus uñas el camino hasta su cintura, otro gemido escapó de sus labios, era tan vergonzoso, tan fastidioso y comenzaba a ser tan frustrante no poder tocar a Kazuya, no poder besarlo tampoco, no tener el control de nada.

-Déjame… - comenzó a decir Akanishi, suplicante, pero no añadió el “tocarte”. Aún se resistía a ceder completamente, en su mente era algo que jamás podría hacer.

Las manos de Kazuya bajaron hasta el cinturón de Akanishi para desabrocharlo, haciendo que éste levantara el rostro, la mezcla de sentimientos aún estaba allí. Kazuya le devolvió la mirada sin detener sus manos que ahora pasaban a los botones del pantalón. Akanishi parecía ciertamente furioso, algo desconcertado, pero también parecía disfrutarlo, pensó Kazuya. Aún así había una parte, molesta, de él que se sentía culpable. Tal vez Akanishi también se había sentido así alguna vez respecto a él.

Deslizó una mano dentro del pantalón de Akanishi y la mirada que intentaba ser amenazante se desvaneció cuando cerró los ojos, jadeando.

Todo lo demás estaba dejando de importar, los sentimientos confusos, la rabia, sus manos casi acalambradas amarradas sobre su cabeza. Era difícil pensar con el cuerpo de Kazuya tan cerca y su mano acariciándolo por sobre la ropa interior. El rostro de Kazuya estaba muy cerca, adelantó el suyo para atrapar su labio inferior con los dientes antes de besarlo.


Kazuya deslizó entonces su mano bajo la ropa interior de Akanishi para estimularlo directamente esta vez. Akanishi gimió en el beso, quebrando el contacto y Kazuya se vio presa de una curiosa y debastadora sensación de déjà vu. Recordó las veces que Akanishi lo había tocado, las veces en que él había hecho lo mismo por él en circunstancias tan distintas a la de ahora; recordó el miedo, el dolor, la agitación y el intenso placer, recordó a Akanishi moviéndose con fuerza contra su cuerpo, dentro de él, y la sensación de entrega atroz, absoluta, implacable...

La necesidad se hizo insostenible, cegando cualquier raciocinio. Necesitaba sentir a Akanishi de aquella manera, necesitaba revertir al menos una vez los papeles y acallar la insistente voz en su interior, hecha de puro dolor, que clamaba por venganza. Él también podía utilizar a su antiguo patrón como un objeto, como algo que se podía olvidar y dejar atrás. Él también podía provocar reacciones en él, obtener de él placer sin que le importara nada. Ahora era un hombre libre y había asuntos que debían equilibrarse.

Se alejó abruptamente de Akanishi, que no pudo contener un quejido miserable al verse privado de manera repentina del toque de Kazuya. Mientras se agachaba para desatar los pies de Jin, intentó convencerse de que los erráticos latidos de su corazón se debían sólo a la sensación de justicia que corría por sus venas, que no significaban nada. En lo absoluto.

A Jin por su parte, ya no le importaba resistirse, no en ese momento en que su cuerpo necesitaba a Kazuya. El intento de ocultar el gemido de pérdida cuando Kazuya se alejó un poco de él fue un completo fracaso, pero su antiguo sirviente no pareció oírlo. Lo observó desatar sus pies mientras intentaba recuperar el aliento. Tal vez podría haber utilizado sus recientemente liberadas extremidades para golpear a su captor, a Kazuya, pero en ese instante la necesidad sobrepasaba cualquier otro pensamiento.

Después de desatar sus pies, Kazuya se incorporó lentamente, restregando su cuerpo contra el de Akanishi, que se tensó evidentemente e intento apegarse más a él.

Llevó sus manos a los pantalones de Akanishi para bajarlos junto a la ropa interior, mientras deslizaba su lengua por su clavícula. Akanishi se tensó espasmódicamente, aumentando la fricción de la cuerda en sus muñecas, lo que no pasó desapercibido para Kazuya.

Desabrochó el pantalón de Akanishi antes de tomar sus piernas. De manera un poco torpe y brusca, utilizó su cuerpo apoyado en el pilar al que estaba amarrado como ayuda para levantarlas y las llevo a su cintura. Akanishi lo miró asustado y su determinación tambaleó.

Había algo en los ojos de Jin que lo hacía lucir más vulnerable que cualquier otra circunstancia actual, más que las amarras y su semi desnudez. Antes de poder siquiera pensar en detenerse, Kazuya acarició su cabello y lo besó.


Akanishi se dejó llevar, relajando su cuerpo dentro de lo que la situación lo permitía y Kazuya entró lento, muy lento en él. Aún así, Akanishi soltó un quejido de dolor y volvió a tirar de las amarras de sus manos.

Kazuya ahondó el beso, acariciando la piel detrás de la oreja de Jin, bajando suavemente por su cuello, logrando que un escalofrío lo recorriera. En aquel momento, la venganza no tenía cabida en ningún lugar de su ser, su mente era incapaz de formular pensamientos dolorosos y toda su existencia parecía concentrada en un punto de calor irresistible que lo envolvía por completo. Era Jin y era su hogar, y por un momento, sólo por unos segundos, podía olvidarlo todo y sentir que había llegado a casa.

Comenzó a moverse lentamente, sin dejar de besar a Jin, aunque volvía a quejarse. Bajó la mano que estaba en su cuello, pasando por su pecho y sintiendo como el corazón de Jin golpeaba violentamente contra su piel. Detuvo sus movimientos un momento con el solo afán de sentir y disfrutar de aquel sonido, de la vibración de sus latidos acelerados bajo las yemas de sus dedos. Continuó bajando, entre toques suaves y rasguños ligeros, hasta que su mano alcanzó el lugar donde podía estimularlo, al mismo ritmo lento con que había comenzado a mover sus caderas nuevamente. Poco después, la expresión de Jin había cambiado y empezaba a jadear.

Si bien Akanishi sentía dolor, también sentía placer y no lograba evitar que ambas emociones se marcaran claramente en su rostro y en todo su cuerpo. La mezcla atroz lo estaba llevando rápidamente a perder el control. Kazuya pareció notarlo y aumentó la velocidad del movimiento de sus caderas.

Akanishi comenzó a sentir desesperación. Con el final en ciernes y ya abandonado a su suerte y al inevitable placer, sentía que necesitaba tocar a Kazuya. Aferró con fuerza sus piernas a la cintura de Kazuya, inadvertidamente ayudándolo a llegar más hondo y con más fuerza y el quejido desgarrado que siguió pareció emerger de lo más profundo de su cuerpo. Pero no era suficiente.

-Kazu… Kazuya –medio articuló, entre jadeos y gemidos, –Tocarte…

Tiraba con fuerza las amarras de sus manos y Kazuya alzó la vista hacia ellas. Había marcas rojas de aspecto doloroso en sus muñecas, pero Akanishi no se detenía en su intento. Preocupado, Kazuya maniobró con dificultad para llevar una de sus manos a la altura de las de Akanishi y detenerlas para que no se dañara más. Entrelazó con fuerza sus dedos con los suyos.

Apegó más su cuerpo al de Jin, que soltó un gemido que ni siquiera intentó reprimir. No estaba pensando, sólo sintiendo: el ritmo de Kazuya dentro de él, la mano de Kazuya moviéndose rítmicamente, su cuerpo apegado al suyo, sus manos entrelazadas.

Kazuya aumentó nuevamente el ritmo, se acercaba al final y las medias palabras mezcladas con gemidos de Jin aceleraban el proceso. Apuró también el ritmo de su mano, logrando que los gemidos de Jin aumentaran y también el volumen de éstos.

No mucho después, Akanishi buscó desesperadamente los labios de Kazuya antes que todo su cuerpo se tensara, contrayéndose hasta arrastrar inevitablemente a Kazuya con él.

- Jin… - soltó, como ultimo gemido antes de que su cuerpo colapsara, rendido, sobre el cuerpo de Akanishi.

Respirar era difícil para ambos y Kazuya intentó demorar lo más posible el momento en que debería levantarse. Con el retorno paulatino de su conciencia, sólo podía decirse a sí mismo que era para recuperar completamente sus facultades antes de huir. No quería pensar en lo bien que se sentía el cuerpo tibio y aún algo tembloroso de Jin contra él, eso sólo hacía las cosas más difíciles.

El silencio se extendió incómodamente, hasta el punto en que la inmovilidad sencillamente ya no fue una opción. Kazuya se incorporó con lentitud y comenzó a cortar las amarras de las muñecas de Jin hábilemente con un cuchillo que sacó de su bota. No miró sus ojos en ningún momento, no creía ser capaz de enfrentar nada de lo que hubiese en ellos.

-Ahora… estamos a mano –dijo, casi en un susurro; no necesitaba hablar más fuerte, pues se encontraban cerca. Jin no lo miró ni se movió, pero Kazuya sabía que había escuchado.

Las palabras llegaron a Akanishi sin un significado, al menos no en ese momento. Cuando las amarras de sus muñecas se soltaron por completo, cayó al suelo y se quedó ahí mientras Kazuya pasaba al lado de él.


- Adiós –susurró Kazuya, y se detuvo un momento. Siguió evitando todo contacto de sus ojos con los de Akanishi, de hecho, Akanishi ni si quiera pudo ver su rostro bajó su cabello alborotado y húmedo de sudor.

El silencio magnificó todos los sonidos, cada respiración, cada paso, hasta que Kazuya destrabó la puerta y se alejó, sin mirar a Jin una ultima vez.


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