lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo VI

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


Lo cierto era que, ese día, Yamapi había amanecido con una horrenda resaca. La mañana ya había avanzado bastante para cuando había recobrado la conciencia suficiente para levantarse y le había sido imposible caminar totalmente erguido hacia la cocina. Jamás volvería a beber, decidió.

Necesitaba uno de los tés de hierba milagrosos de su cocinera, su estómago se sentía revuelto e inestable y le dolía el cuerpo, por completo, no sólo la cabeza que parecía latir a tiempo con su pulso. Se cubrió los ojos con la mano al llegar al pasillo con ventanas, la luz solar le hacía daño.

-Nunca más.... -murmuró para sí mismo, respirando hondo para controlar la ola de náuseas que lo acribilló al acercarse a la puerta de la cocina; un pesado aroma a algo frito emanaba de la habitación.

Entró tambaleándose y se dejó caer en una silla, apoyando los codos sobre la mesita rústica y la cabeza sobre sus manos.

-Buenos días -lo saludó la voz de Toma y Yamapi levantó con dificultad la cabeza para ver que se había atado un delantal a la cintura y cocinaba algo que chirriaba en aceite.

Yamapi masculló algo que pudo sonar como "Buenos días" y volvió a dejar caer la cabeza sobre sus manos. La cocinera, que pelaba papas junto a Toma, suspiró, divertida y Yamapi escuchó sonidos de metal, agua y vidrio antes de sentir que colocaban alguna clase de recipiente en la mesa frente a él. Olía a las infusiones de su cocinera y sintió su regordeta mano acariciar su cabello antes de retirarse a seguir con sus labores.

-Gracias -dijo Yamapi, pero sonó como "gdasas", porque no se molestó en despegar la boca de sus manos. Se sentía miserable.

Desde el otro lado de la cocina, Toma rió. Yamapi lo oyó acercarse, sin fuerzas aún para levantar la cabeza, y colocar un plato delante de él. Olía a frituras y demasiadas cosas revueltas. Enterró el rostro con mayor ahínco entre sus manos. ¿Era esta la venganza de Toma por la noche anterior? Se había comportado como un niño malcriado y lo sabía, la vergüenza era uno más de los factores que lo mantenían reacio a erguirse.

-Hey... -la voz de Toma, en un susurro, le llegó desde abajo. Curioso, inclinó el ángulo de su cabeza y abrió un ojo para mirar por debajo de uno de sus brazos.

Toma, en cuclillas, le sonrió como el sol. Era casi demasiado brillante y, a pesar de todas las molestias, Yamapi se encontró sonriéndole de vuelta una vez más.

-¿Si te lo pido, me dejarás es paz y te llevarás.... eso? -hizo un movimiento general amplio y torpe en dirección del plato de lo que quiera que fuera que le había acercado Toma.

Sintió la mano de Toma acariciar su cabello con afecto fraternal y la sonrisa se ahondó. Debería sentirse mal al respecto, pero disfrutaba demasiado tener toda la atención de su amigo.

-Vamos, siéntate derecho. Sé un buen chico -rió Toma por lo bajo. Yamapi obedeció con mortificación, la luz le hacía daño al igual que todo lo demás. -Unimos esfuerzos -dijo Toma moviendo la mesa de manera que fuese cómoda para él, claramente se refería a él y la cocinera. Siempre se habían llevado bien. Se preguntó si era posible que alguien se llevara mal con Toma.

-¿Esfuerzos?

-Sospeché que tendrías una resaca del tamaño de América al despertar -comenzó a explicarle mientras ataba un paño de cocina alrededor de su cuello, como babero. -Así que.... -retrocedió unos pasos, como un artista contemplando su obra, antes de volver junto a él-, preparé la receta de un colega... un actor italiano. Oh, rayos, cuánto sabía él de resacas. Tu cocinera preparó también su propia receta mágica.

Yamapi miró el paño alrededor de su cuello con desgano, luego a Toma. Logró mover uno de sus brazos lo suficiente para apuntarse el pecho, cubierto por éste.

-¿Esto es necesario? -preguntó, débilmente contrariado.

Hubo una pausa.

-No -declaró Toma y rompió a reír.

Yamapi meneó la cabeza en un suspiro risueño dos veces antes de decidir que era una mala idea. La habitación se descuadró dolorosamente ante sus ojos.

-¿Estás bien? -preguntó Toma, alcanzándole un tenedor y mirando significativamente el plato de... lo que fuera.

-No... -lo miró con una expresión que era un puchero a medio formar, pero Toma no cedió.

-Bebe el té de hierbas y come eso. Te hará sentir mejor -Yamapi volvió a mirar el plato, con desconfianza. -No me hagas obligarte.

-No lo harías.

-Por supuesto que lo haría.

Resultó que Toma tenía razón, por extraño que pareciera. A medio camino de tragar su comida anti-resacas y beber el té de hierbas, se sentía bastante mejor. Parecía que Toma sabía bastante sobre estas cosas. Comenzó a preguntarse qué otras cosas había aprendido por experiencia en todos esos años. Su estómago se cerró de pronto y ya no pudo seguir comiendo. Era algo que se estaba volviendo molesto y deseó fervientemente no sentirse así. Era absurdo.

Toma bebía un café sentado en la silla frente a él, para acompañarlo, y notó su cambio de humor, la manera en que empezó a jugar con los restos de comida de manera ausente.

-¿Pasa algo?

-No -negó Yamapi de entrada, pero segundos después intentó comenzar a decir algo que nunca se volvió sonido.

-¿Yamashita?

-No es nada... es sólo.... ¿extrañas Europa? ¿Cosas de allá? -Yamapi miraba la mesa, evitando sus ojos y odiando el nudo en su estómago sobre el que ya no podía culpar al alcohol. -No hablas mucho de eso...

Toma rió aspiradamente y pareció perderse por unos instantes en sus recuerdos.

-Extraño... pocas cosas, la verdad. Después de terminar el colegio no solía quedarme mucho tiempo en un solo lugar, no solía hacer ninguna cosa durante demasiado tiempo -cuando Yamapi se obligó a mirarlo, Toma tenía el ceño a medio fruncir, recordando. -Además no ha pasado demasiado tiempo... todavía no he extrañado a ninguna persona.

-¿Había alguien...? -"especial" quiso decir Yamapi, pero la voz no salió por su garganta.

Toma lo miró a los ojos. Acababa de tragar un sorbo de café, pero sentía la boca súbitamente seca. El corazón latía en su garganta y temió haber enrojecido, haberse delatado antes de poder decir...

- Llegó una carta para ti- gritó Rina, entrando casi corriendo a la cocina.

Toma suspiró aliviado, a pesar de que iba a confesarle todo y era el momento ideal, por dentro los nervios lo estaban matando. Yamapi tomó la carta con desgano.

- Es de tu pro-me-ti-da – dijo Rina, molestándolo.

Yamapi giró el rostro en dirección a Toma, enojado con su hermana por decir eso delante de él. Se sintió extraño cuando Toma sólo sonrió y tomó otro sorbo de café.

-Jamás me meteré en discusiones de hermanos -declaró, escondiendo con maestría su estado.

Rina rió burlonamente, captando la atención de Yamapi. No había enviado a nadie para recoger el correo, recordó de pronto, eso sólo podía significar una cosa.

-Fuiste sola al pueblo... de nuevo -dijo, un poco molesto.

-Puedo hacerlo, sé cuidarme.

-Rina, hay bandidos, sueltos por ahí. Es peligroso.

Toma rió dentro de la taza y puso los ojos en blanco, mientras Yamapi esperaba el contraataque de su hermana. Pero Rina sólo permaneció callada, súbitamente seria y algo sonrojada. La imagen del hombre extraño de la otra vez se le había venido inmediatamente a la mente y la había turbado hasta dejarla sin habla. Tal vez se trataba de un bandido, tal vez incluso pertenecía a la supuesta banda de ladrones que había atacado los fundos vecinos. Sin embargo, no pudo obligarse a decirle nada a su hermano, tenía los ojos de aquel hombre grabados en la memoria, tan intensos...

-¿Rina? -Yamapi pasó la palma de su mano frente a sus ojos, sobresaltándola. -No habrás ido a visitar a alguien al pueblo, ¿verdad?

-¿Alguien? -la respuesta de Rina tenía menos rebeldía en ella de lo usual y Yamapi frunció el ceño, secretamente aliviado por encontrar algo de qué preocuparse que le pareciera menos confuso.

-Un hombre... sabes que no puedes tener novio.

Eso la hizo salir completamente del trance.

-Voy a tener novio cuando quiera tener novio.... -declaró, completamente sulfurada. -Y no vas a poder hacer nada. ¡Nada!

-Yo digo que no puedes y no puedes. Tienes que hacerme caso. Soy el hermano mayor -dijo Yamapi, tratando de sonar autoritario y fallando miserablemente cuando las palabras se le atropellaron por hablar demasiado rápido.

-Eres un idiota y siento pena por la pobre Keiko.... ¡que se va a tener que casar con un IDIOTA! -gritó y salió de la cocina a zancadas.

Yamapi se quedó mirando en la dirección en que se había marchado su hermana durante un largo rato. La carta había quedado olvidada en la mesa y sólo podía pensar en la reacción de Rina. Había algo extraño en ella pero no podía decidir exactamente qué es lo que era.

La cocinera había dejado la cocina para atender algunos asuntos en la despensa y de fondo sólo se escuchaba el sonido de Toma, bebiendo lo que quedaba de su café a sorbos cortos. Yamapi frunció el ceño y suspiró, meneando la cabeza. El ruido de la taza siendo colocada sobre el plato hizo a Yamapi mirar a Toma, que a su vez, miró la carta e hizo un gesto en dirección a ésta.

-¿No la vas a abrir? -preguntó Toma. Su estómago se sentía nuevamente apretado y frío, a pesar del café. Sin embargo, haría lo que debía y se comportaría como el amigo que debía ser, sin importar cuánto doliera el proceso. Había también en él una parte que deseaba comprender los sentimientos de Yamapi hacia su prometida, saber qué terreno estaba pisando. -Si es demasiado privada puedo dejarte solo -ofreció, al ver titubear a Yamapi. Un sentimiento con punta desgarró un poco su pecho, pero no lo dejó traslucir.

-No -dijo Yamapi, con suavidad. Sus ojos estaban fijos en la carta y la extraña sensación de incomodidad había regresado; nuevamente estaba confundido. Era bastante frustrante y estúpido. -No te vayas.

Con un gruñido a medio disimular, tomó el sobre y lo rasgó sin delicadeza por el costado. No le gustaba mostrarle esta parte de su vida a Toma, lo hacía sentir extraño, lo hacía sentir separado de él y odiaba eso. Quería acabar pronto con el trámite, leer lo que Keiko tuviese que decirle y dejar de pensar en todo eso.

Era sólo una página de delicado papel sellado con el logo de la familia Kitagawa, una carta oficial. En dos párrafos y con perfecta caligrafía, su prometida le anunciaba su intención de hacer una visita a su fundo y le preguntaba qué fecha prefería. Yamapi leyó las casi veinte líneas al menos tres veces.

-Keiko va a venir -balbució, finalmente, con la mirada perdida entre las letras manuscritas que perdían más y más su sentido con cada segundo.

Sintió el sudor frío recorrer su espalda. Keiko iría a visitarlo, de preferencia antes de que comenzara el otoño, para ajustar detalles sobre el matrimonio y fijar la fecha definitiva. Súbitamente todo se hizo demasiado real, tácito, como un peso sobre él que lo aplastaba. Por alguna razón, hasta ahora no le había tomado el peso a la situación, no como debía, claramente.

Sintió la mano de Toma apoyada sobre su hombro, cálida, sólida, un ancla al presente. No quería perder el presente. Miró hacia arriba, hacia los ojos de Toma que se había levantado de su silla y lo observaba con preocupación.

-¿Te sientes bien? -preguntó Toma. -Respira... te estás poniendo morado -rió, fingiendo perfectamente.

-Toma... me voy a casar...

La risa fue más aguda y menos fingida esta vez. Podía hacerlo, se dijo Toma, podía estar ahí y apoyar a Yamapi, y hasta parecer feliz. Ignoró con ardor las ganas de huir, cada vez más avasalladoras.

-Sí, Yamashita. Te vas a casar.... idiota -golpeó su espalda con afecto.

-Keiko... tengo que avisarle a mamá... -dijo atropelladamente, poniéndose de pie demasiado rápido y perdiendo el foco del mundo por un instante. La resaca había vuelto con fuerza.

Como siempre, Toma estaba ahí, sin dejarlo caer.

-Tranquilo...

Toma lo afirmó por los brazos y Yamapi se dejó apoyar por más minutos de los necesarios. No entendía nada, debería estar ansioso o al menos emocionado, pero sólo sentía una gran sensación de pérdida. Quería que el verano durara para siempre.

Su rostro era una máscara neutra cuando se separó de Toma, y apretó sus antebrazos firmemente, dejándole saber que estaba bien. Intento sonreír y se dirigió a la salida sin saber si lo había logrado, dejando a Toma solo con sus propios pensamientos.

Vio la forma de Yamapi volverse más estable y partir con prisa cada vez mayor hacia la habitación de su madre. Era una noticia importante y seguramente toda la casa se revolucionaría cuando se propagara. Y Toma al fin creía saber lo que necesitaba saber.

Yamapi estaba nervioso, seguramente ansioso y expectante.

Se dejó caer en la silla y se masajeó los ojos, presa de un profundo pesar. No debería haber esperado otra cosa, se dijo. Sabía desde el principio, desde antes de embarcarse en la odisea, que era un viaje sin esperanzas. Se lo había propuesto como una peregrinación de sanación, para dar término a un largo camino que lo había llevado a aceptar que se había enamorado de su mejor amigo.

Pero la posesión casi celosa que Yamapi demostraba una y otra vez por él lo había confundido, le había dado esperanzas a pesar de saber de su compromiso y cercano matrimonio. Yamapi jamás hablaba de eso con él ni frente a él y Toma había pensado que, tal vez, tal vez era porque era correspondido. Y la noche anterior, su comportamiento en La Tormenta...

Por eso había estado a punto de confesarse esa mañana, a punto de decirlo todo. Si lo pensaba fríamente, había tenido suerte de que Rina lo interrumpiera. Claramente, el matrimonio, arreglado o no, era importante para Yamapi. Y él debía apoyarlo, ser fuerte y estar ahí para él. Sólo debía encontrar qué hacer con la esperanza destruida y el dolor en su pecho.

Por primera vez desde su llegada, deseó volver corriendo a Europa.

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Después de haberlo pensado por mucho tiempo, Akanishi llegó a la conclusión de que sus problemas y confusiones se debían al contacto físico con su sirviente, así que lo evitaría, por muy placentero que fuese y por mucho que su cuerpo se lo pidiera a veces. Haciendo ese acuerdo consigo mismo, se sintió muy confiado.

Pero toda esa confianza lo abandonó a la mañana siguiente.

Kazuya, recién bañado, lo despertó como siempre, y el solo hecho de verlo tan cerca alejó su confianza y lo hizo querer romper su trato consigo mismo, tomar a Kazuya y tirarlo hacia él. Logró controlarse, apenas y hasta intentó fingir que nada había sucedido. Pero había estado demasiado cerca.

La mejor solución para eso, creía, era ordenarle a Kazuya a hacer las labores que requirieran que estuviese alejado de él, así que lo envió a ayudarle a Junno con los caballos mientras Jin se refugiaba en la cocina, sin mucho que hacer ese día. Tomó un racimo de uva y comenzó a comerla.

- Patrón, falta poco para el almuerzo, no tendrá hambre, deje eso – sugirió la cocinera, con una sonrisa cariñosa.

Había trabajado toda su vida en la casa Akanishi y conocía a Jin desde niño. Le tenía además un cariño especial, ya que Jin pasaba una fracción considerable de su vida merodeando la cocina o derechamente metido en ella, por lo que sentía que lo conocía bastante.

- Ya deberías saber que sí tendré espacio para el almuerzo, siempre…

La cocinera sólo rió como respuesta y siguió preparando las ensaladas para el almuerzo. Cuando tomó los tomates, pareció recordar algo y rió por lo bajo. Jin la miró inquisitivamente.

- No es por ser chismosa… -comenzó a decir mientras pelaba los tomates–, y tampoco quiero que lo castigue…

- ¿A quién?

- A Kazuya...

El corazón de Akanishi se paralizó con el sólo hecho de escuchar su nombre. Tragó con dificultad la uva que acababa de echarse a la boca.

- ¿Kazuya? ¿Qué hizo? –la verdad no cabía en su mente que Kazuya pudiese hacer algo malo o indebido que requiriera de su castigo.

- No ha hecho nada malo –respondió la cocinera en un tono relajado–, es sólo un comentario que me parece… gracioso.

- ¿Qué es?

- Es que él es... hum... selectivo. Para comer.

Jin la miró sin entender.

- Es quisquilloso con la comida.

Jin seguía mirándola sin entender. ¿Quisquilloso? ¿Habría cosas que comiese primero y otras después? Tal vez las ensaladas. Yamapi prefería comer las ensaladas antes del resto de las cosas y no revueltas, como la gente normal según Jin. La cocinera miró con ternura su expresión confundida, intentando no reír.

- Hay cosas que no come y deja de lado… -explicó, con suavidad.

- ¡Oh! ¿En serio? -la sorpresa en el rostro de Akanishi era honesta y absoluta. Guardó un silencio abismado por unos instantes. -¿Por qué? -preguntó finalmente, confiando en que su cocinera no se burlaría de él. Simplemente no comprendía por qué alguien rechazaría algún tipo de buena comida.

- Porque hay cosas que no le gusta comer.

- ¿No le gustan...? -no lo comprendía. En su mundo, la comida se comía. Fin. Sólo los alimentos descompuestos o con plagas se desechaban.

- ¡Sí! Hay tantas cosas que deja de lado y no se las come. Es casi adorable, si no fuese porque yo cocino esas cosas.

Jin rió con cautela ante el comentario de su cocinera. Kazuya era un mundo tan extraño, lo intrigaba a un nivel que no comprendía y esto sólo venía a reforzar su sentir.

- ¿Qué cosas no le gustan? -la pregunta salió de sus labios sin pensar siquiera. Estaba realmente intrigado.

- Hay muchas cosas que no le gustan, como los tomates o cosas con cuesco… y otras cosas que no recuerdo.

- ¿Es malo para comer? ¿Come poco? ¿Cuánto come? -tampoco había pensado mucho antes de acribillar a su cocinera con preguntas.

La cocinera dejó lo que estaba haciendo y se giró hacia Akanishi.

- Viendo que está tan fascinado por saber cosas de él, ¿no sería más fácil que le preguntara personalmente? -sugirió, divertida. -No sé tantos detalles, pero él es su sirviente, le va a responder.

El comentario de su cocinera lo hizo enrojecer levemente... ¿se mostraba fascinado?

- No estoy fascinado -se apresuró a negar con un balbuceo que sonó un poco infantil.

Su cocinera sólo lo miró con condescendencia y volvió a voltearse hacia el mesón de la cocina para empezar a rallar zanahorias.

- Como diga, patrón -dijo simplemente, ocultando su sonrisa.

Así que Kazuya no sólo era así de delgado porque antes no le daban mucha comida, sino que también por ser quisquilloso con ésta. Y como él era el patrón, se encargaría de que eso no continuara así.

Se levantó de la silla para salir en busca de Kazuya.

- ¡Patrón! –llamó la cocinera, un poco preocupada ante su determinación.– ¿Lo va a castigar?

- No, pero me aseguraré de que coma. Sirve su comida en la mesa del comedor.

Al salir de la cocina se encontró con Kazuya, que había terminado sus labores.

- Es hora de almorzar –anunció Akanishi, con una sonrisa incontenible en los labios.

Kazuya asintió sin sospechar nada, sabía de sobra que a su patrón la comida lo ponía de un humor estupendo. Intentó dirigirse a la cocina, pero Akanishi lo detuvo.

- No almorzarás en la cocina, almorzarás conmigo en el comedor.

La sorpresa fue evidente en el rostro de Kazuya, pero Akanishi no explicó nada más y se sentó en la mesa, seguido por su sirviente, que se sentó lejos de él.

La cocinera apareció en el umbral de la puerta y Kazuya se levantó inmediatamente para ayudarle a llevar todo a la mesa.

- Me han comentado que no eres bueno comiendo -dijo Akanishi, cuando los platos estuvieron servidos-, quiero que comas. Todo.

Kazuya tragó saliva antes de contestar.

-Sí, patrón.

Primero se comió el plato principal, lo que no fue muy difícil, a pesar de que se sentía lleno y algunas cosas no eran muy de su agrado. Dejó lo peor para el final: El tomate. Lo odiaba y le parecía asqueroso. Intentó retrasar el momento lo más posible, jugando un poco con la rodaja e intentando separar la parte carnosa de las semillas, que era lo que más le disgustaba, pero la mirada de Akanishi pesaba inquisidora sobre él. Resignado, respiró profundo y se llevó un poco a la boca. La consistencia le desagradaba y no pudo ocultar una mueca, que fue evidente, lo tragó y fue aún más desagradable.

Nada de esto pasaba desapercibido para Akanishi. Sintió pena, no tenía sentido obligarlo a comer lo último, si le parecían tan repulsivos... se había comido todo lo demás.

Sin decir nada estiró su mano, pinchó unos pocos tomates y se los llevó a la boca para comerlos él, Kazuya lo miró sin entender, aunque aliviado, pero Akanishi no dijo nada y siguió comiéndolos hasta acabar con todos. Kazuya bajó el rostro para que el patrón no notara su sonrisa, pero fue inútil. Jin se sintió feliz de haberlo hecho, por alguna razón, que no debía ser, la felicidad de Kazuya le parecía algo precioso, que pocas veces ocurría. Ser el causante de eso lo alegraba enormemente.

La cocinera apareció de nuevo, esta vez para llevarles uvas de postre. Akanishi sonrió, le encantaban y no le importaba haberse comido un racimo completo antes del almuerzo, siempre podía comer más. Alzó la vista hacia Kazuya que lo miró, preocupado.

- No puedes no comer el postre... -por la expresión del rostro de Jin parecía que Kazuya hubiese insinuado algo horrible, impensable, como patear cachorros o quemar una iglesia.

Kazuya miró su plato con uvas, demasiado satisfecho como para encontrarlas apetitosas. Además podrían tener semillas, la idea era repulsiva.

Akanishi, obstinado, sacó uno de los granos de un racimo y lo llevó a la boca de Kazuya. Las uvas estaban deliciosas y estaba seguro de que Kazuya las adoraría en cuanto las probara, debía hacerlo. Los labios de Kazuya se abrieron lentamente, renuentes, aceptando la fruta que Akanishi colocó en su boca. Los dedos de su patrón estaban demasiado cerca de sus labios y al cerrarlos los rozaron. Era un toque fantasma, pero Jin sintió inmediatamente hormiguear su piel.

A Kazuya siempre le habían gustado los dedos de Akanishi, eran largamente hermosos y había sentido su cuerpo acelerarse de sólo verlos acercarse a su rostro. Jin empujó un poco el grano, diciéndose una y otra vez que estaba bien, que era para que la fruta no cayera, avergonzándolos a ambos, pero le era difícil negar el estremecimiento ante el calor húmedo bajo sus yemas. Kazuya también tenía problemas para bloquear todos los pensamientos que le causaba sentir que entraban levemente en su boca.

En la parte más oculta de su mente, Akanishi había sabido desde el momento en que los labios de su sirviente lo habían rozado que esto era una mala idea, que lanzaba lejos su super acuerdo de no contacto físico con Kazuya; aún así tomó otro grano de uva y repitió la acción, diciéndose a sí mismo que sólo lo haría una vez más. Pero esta segunda vez resultó ser demasiado para Jin cuando Kazuya lentamente cerró los ojos.

No esperó a que Kazuya reaccionara. Rápido, antes de poder pensar siquiera en todos los tratos consigo mismo que rompía, tomó una uva más. Sin abrir los ojos, Kazuya dejó escapar un sonido de gusto casi imperceptible antes de tragar, sellando la determinación de Jin. Acercó el grano a los labios de Kazuya, empujando más allá esta vez, suavemente, sin encontrar resistencia, ni siquiera cuando dejó sus dedos inmóviles más tiempo del necesario y Kazuya no pudo sino morder, despacio y con cuidado, raspándolos apenas con los dientes. Jin cerró los ojos por un segundo, apretando la mandíbula para atrapar el quejido que amenazó con escapar de su garganta. Tenía que parar, y controlarse. Además él era el patrón, ¿qué rayos hacía dándole comida en la boca a su sirviente? ¿No debía ser al revés?

Alejó un poco su silla y se aclaró la garganta, interrumpiendo el momento con la eficacia torpe que lo caracterizaba. Acercó su plato a Kazuya, que lo miró desesperanzado.

- ¿Debo comer esto también, patrón? -Kazuya parecía tranquilo. Sabía fingir, era bueno en eso.

- No -respondió Jin y su voz sonó un poco más apretada de lo que había esperado.

Kazuya respiró con alivio.

- Quiero que me las des…

Cuando Kazuya se acercó más a él y comenzó a darle los granos de uva en la boca, el ambiente volvió a cargarse de tensión y no había mucha diferencia con el contacto anterior, pero Akanishi decidió ignorarlo. Le parecía una gran idea hacerlo, se sentía como un gran patrón que era cómodamente alimentado por su servidumbre. Servidumbre que hacía que su ritmo cardiaco se acelerara cada vez que sus dedos estaban cerca de sus labios, pero era un detalle. Que quisiera tomar a Kazuya de la cintura o sentarlo sobre sus piernas y besarlo era otro detalle...

- No quiero más –mintió Akanishi, levantándose bruscamente. –Estoy lleno… puedes no comerte el postre si quieres.

Akanishi se retiró apresuradamente y salió a tomar aire, a despejar los pensamientos que le venían con Kazuya. El calor no ayudaba y se sentía sofocado. Finalmente, se dirigió con brusca decisión hacia el establo y le ordenó a Junno ensillar un caballo para él.

Kazuya observó por la ventana de la cocina el furioso galopar de Akanishi dejando el fundo. Mientras secaba los platos del almuerzo, se recriminó una vez más, por su debilidad.

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