lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo XII

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Fandom: JE
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


Fue un poco difícil ayudar a Akanishi a subir a su caballo, especialmente porque una vez afuera de la fonda y ya sin testigos, ebrios o no, Jin no se medía precisamente en su deseo de tocar a Kazuya en cualquier oportunidad posible. Kazuya lo esquivaba con habilidad, pero aún así el proceso tardó bastante.

Durante el trayecto ambos guardaron silencio una vez más. Las noches se estaban volviendo cada vez más frescas y la brisa nocturna despejó la mente de Kazuya, demasiado. Se preguntaba qué demonios estaba haciendo y si habría logrado contrariar a su patrón una vez más con su comportamiento. El problema era que no sabía qué esperaba Akanishi de él, tal vez quería que frenara sus avances cada vez. No lo tenía claro.

Kazuya desmontó al llegar a las puertas principales del fundo, no quería despertar a nadie así que abrió el portón de entrada y guió al caballo de su patrón y al que había llevado él lo más silenciosamente posible hasta el establo.

En el gran galpón sólo se encontraban los animales, pues al parecer Junno se había ido a dormir. Seguramente esperaba que lo despertaran en caso de ser necesario, pero Kazuya se consideraba perfectamente capaz de desensillar a los animales... cuando lograra bajar a su patrón de uno de ellos.

-Patrón... tiene que bajar del caballo -intentó razonar Kazuya, pero sólo recibió un rezongo como respuesta. -Debe ir a dormir...

-Desensilla a ese caballo, yo sabré qué hago con el mío -le llegó la voz perezosa de Akanishi.

Kazuya obedeció, un poco dudoso. En realidad no sabía en qué exacto estado se encontraba su patrón, pero debía obedecer órdenes. Podía escuchar en la penumbra como Akanishi bajaba del caballo y comenzaba a destrabar las correas que ataban la silla al animal.

La verdad era que Jin sentía el cuerpo algo adormecido y hasta él podía notar cómo sus reacciones eran muchísimo más lentas que de costumbre. Probablemente debería haber delegado las tareas que se encontraba realizando a su sirviente, pero entonces Kazuya habría insistido en que se fuera a su habitación. Y no quería.

Sus deseos de irse a dormir, solo, disminuyeron aún más cuando Kazuya, preocupado por su silencio e inactividad, decidió acercarse para ver qué sucedía.

-¿Patrón....?

Kazuya no logró terminar la pregunta, con un movimiento torpe pero certero, Akanishi lo giró y avanzó, inmovilizándolo contra uno de los pilares del establo con su cuerpo.

Como solía sucederle cuando bebía demasiado, todos sus receptores estaban un poco insensibilizados, pero sus ansias parecían haber aumentado. Era extrañamente atrayente, la manera en que sus sentidos adormecidos filtraban todo y las sensaciones llegaban a su cerebro acolchadas, agradables, pero insuficientes.

Enterró el rostro en el cuello de Kazuya, que dejó escapar el más maravilloso sonido grave desde la base de su garganta. Sus caderas comenzaron a moverse casi por cuenta propia, marcando un ritmo extremadamente lento contra las de su sirviente; sabía que él no podría lograr nada, pero los quejidos que Kazuya no lograba contener causaban en él otra clase de respuesta, un hambre de reacciones que nunca antes había experimentado en su vida.

Rió ahogadamente, respirando en la boca de Kazuya, que adelantó el rostro para besarlo. Podía sentir sus dedos enterrándose en la parte superior de sus brazos espasmódicamente, casi siguiendo el ritmo de sus caderas. Su piel hormigueaba con el placer de Kazuya, con la necesidad de arrancar de él sonidos más marcados y reacciones más claras. Adelantó una de sus piernas para separar los muslos de Kazuya con uno de los suyos y se regocijó en el suspiro truncado que obtuvo como respuesta al aumentar la presión donde su sirviente la necesitaba. Su boca abandonó los labios de Kazuya en busca de la piel más sensible tras su oreja y el suspiro se convirtió en gemido. Era intoxicante.

Y necesitaba más. Necesitaba tocar la piel suave y blanca que sabía se escondía bajo la maltratada camisa de algodón, besarla, lamerla y saborearla hasta hacer que Kazuya perdiera totalmente el control. Pero iba a ser difícil en su posición actual.

Para gozo de Akanishi, el gimoteo de Kazuya cuando alejó un poco su cuerpo fue de clara decepción.

-Vamos... -comenzó a decir Jin. Planeaba decir "Vamos a otro lugar", pero su voz se sentía espesa y perezosa. Sin embargo, Kazuya comprendió.

Akanishi logró avanzar dos pasos antes de que sus piernas se sintieran débiles y comenzara a tambalearse, el alcohol claramente había mermado todas sus capacidades y estas eran las consecuencias. Kazuya intentó ayudarlo a estabilizarse, pero no pudo contra el peso muerto en que se convirtió Jin cuando ya no pudo mantener el equilibrio y sólo fue capaz de maniobrar de manera que ambos cayeran sobre un montículo de paja.

Jin no tardó demasiado en reponerse y evaluar la situación con toda la lógica que le era posible: sus piernas no lo llevarían mucho más lejos a menos que Kazuya lo ayudara y sería un proceso lento, extremadamente lento. No deseaba eso.

Comenzó a desabrochar febrilmente la camisa de su sirviente, desesperado por acariciar su pecho, acomodándose hasta quedar de lado y un poco sobre él mientras besaba toda la piel que tenía al alcance, su cuello y parte de su hombro. Aprovechaba la situación en que se encontraba.

-Patrón.. pero, ¿aquí...?

Akanishi no se molestó en contestarle. En su lugar, su boca buscó su pecho con premura, mientras una de sus manos recorría la piel de su cintura. Como movidas por reflejo, las manos de Kazuya buscaron detener sus avances, pero Akanishi no pretendía permitirlo. Tomó las muñecas de Kazuya y las hizo subir hasta dejarlas por sobre la cabeza de su sirviente, donde las apresó con la mano que hasta entonces había soportado su peso.

Era tan agradable observar el cuerpo de Kazuya arquearse ante sus caricias exploratorias, dejarse envolver por los sonidos que su sirviente no podía ahogar, perderse en su expresión de placer algo torturada, en la forma en que mordía su labio inferior en un intento por contenerse que su cuerpo sencillamente no parecía tomar en cuenta. Podría estar horas ejerciendo aquella dulce tortura, pero la impaciencia era cada vez más clara en Kazuya y Jin no encontraba razones de peso para no complacerlo.

Sin liberar sus manos, cubrió el cuerpo de Kazuya más con el suyo y con un movimiento tosco quitó del camino los pantalones y la ropa interior de su sirviente. No sabía ser delicado, pero no parecía importar en ese momento a juzgar por el sonido gutural de alivio que Kazuya dejó escapar cuando su mano por fin lo envolvió.

Por la mente de Kazuya se cruzó el pensamiento fugaz de que debía reciprocar las acciones de su patrón, incluso intentó liberar sus manos para hacerlo, pero Akanishi se limitó a fortalecer su agarre antes de capturar su boca y comenzar a mover rítmicamente su otra mano. Y Kazuya dejó de pensar.

Akanishi besaba a Kazuya con los ojos abiertos, nuevamente fascinado por las reacciones de su sirviente y sin deseo alguno de perderse alguna. Lamía sus labios y mordía su cuello alternadamente, buscando causar el descontrol que lentamente estaba logrando, atento a las señales que Kazuya le daba, que le decían que estaba cerca de alcanzar el éxtasis.

Finalmente, Kazuya buscó sus labios con una desesperación abandonada, atrayendo su lengua en un beso húmedo y desordenado mientras sus caderas se movían frenéticamente en contra de su mano un par de veces. Akanishi ahogó en su boca el último gemido de Kazuya y sonrió, disfrutando del eco de placer que había causado en todas sus extremidades.

La inexplicable felicidad que sentía no le pareció extraña en medio del cansancio y sus sentidos todavía alterados por el alcohol. Aún sonriendo, limpió sus manos como pudo y comenzó a arreglar la ropa de Kazuya, que por fin se vio liberado de su agarre e intentó ayudar en la tarea, sólo para ser detenido con aún otro beso. Extrañado, dejó que su patrón hiciera lo que quisiera.

En ocasiones anteriores, en este punto, Akanishi ya habría entrado en aquel raro modo en que parecía despreciarlo y Kazuya temía despertar ese rechazo ahora por alguna acción descuidada, así que se dejó llevar. Exhausto por el largo día y la falta de sueño, no opuso resistencia cuando Jin lo atrajo por la cintura, apegándose a su espalda con claras intenciones de dormir allí. Se dejó arrullar por el murmullo claramente complacido de Akanishi contra su oreja, sintiendo su respiración en el cuello y demasiado agotado como para que resultara en algún tipo de estímulo.

Sin duda lo lamentaría al día siguiente, pero en aquel momento no deseaba sino dejarse caer. Se entregó al abrazo de su patrón, acercando aún más su cuerpo al suyo y cerró los ojos, durmiéndose casi de inmediato y algunos instantes después de Jin.

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Shigeaki Kato tenía un sueño, uno que lo apasionaba y para cumplirlo necesitaba dinero. Por eso cuando aquel hombre estrafalario se le había acercado para ofrecerle trabajo, había escuchado hasta el final.

Él le había dicho que encajaba con el perfil, que recibiría una cantidad decente de dinero y que dependería en gran parte de su trabajo. Perfecto, si dependía de él, trabajaría lo que fuese necesario.

- ¿De qué se trata el trabajo? –había preguntado.

- Entretenimiento… -era la única respuesta que había recibido.

Por alguna razón, no había querido preguntar más, tendría dinero y eso era suficiente.

Acostumbrarse a su trabajo en La Tormenta había sido extraño, jamás había imaginado que existiera un lugar así, le había causado una mezcla entre miedo y fascinación. Los lujos y la decadente elegancia del local eran casi demasiado para él en algunas ocasiones, pero seguía adelante con tezón. No permitiría que la extrañeza de la situación se interpusiera entre él y sus deseos más fervorosos. Tenía una meta y la cumpliría.

El trabajo solía ser agotador pero, tal como se lo habían prometido, las recompensas eran justas. Ensayar las coreografías era la parte más difícil y a menudo se veía asediado por los repentinos momentos de furia que tenía su empleador, La Divina Matsujun, cuando las cosas no salían bien. Y eso que no era el “líder”, como había descubierto días después. Aunque no era parte del espectáculo principal, la exigencia de Matsujun para las coreografías era altísima.

La perspectiva de atender clientes lo había inquietado un poco. Recién llegado a La Tormenta, no comprendía mucho más allá del proceso en sí y aunque había hablado un poco de ello con sus compañeros, aún no había logrado estabalecer completamente qué se esperaría de él en esos momentos. Lo preocupaba no tener completamente claras las cosas y admiraba al otro chico que había llegado con él, Tegoshi Yuya, que parecía bastante despreocupado al respecto y podía atender a los clientes con naturalidad, sonreírles y coquetear con maestría; ellos parecían amarlo de inmediato.

La idea de su primer cliente lo había puesto muy nervioso, pero había tenido suerte y había resultado ser alguien muy amable que le había confesado que era la primera vez que iba a ese lugar. Su nombre era Keiichiro Koyama y trabajaba como capataz. No había descubierto muchas más cosas de él, pues había estado ocupado respondiendo las preguntas que él le hacía. Hablaba mucho y parecía muy interesado en saber cosas de él. Lo había hecho sentir confuso.

Koyama lo había visitado bastantes veces después de aquella, pidiéndolo exclusivamente y Shigeaki había comenzado a anhelar sus visitas sin siquiera propónérselo. Entre todos los clientes, era el que más gentil era con él siempre, una cualidad que había cobrado importancia rápidamente en la nueva vida de Shigeaki. Una nueva vida que pasaba de manera extraña, entre noches agitadas y tardes somnolientas, perezosas...

Cierto día, dos de sus compañeros de trabajo habían desaparecido. Eso había puesto de pésimo humor a La Divina Matsujun y Shigeaki, siguiendo el ejemplo de sus compañeros que llevaban más tiempo trabajando con él, se había mantenido oculto y fuera de su camino durante todo ese día y el siguiente... y en realidad durante todo el resto de la semana. Como llevaba poco tiempo en el lugar apenas había alcanzado a conocer sus nombres pero los recordaba perfectamente, pues era imposible olvidar la situación de la que había sido testigo entre ellos.

Había sucedido el día anterior a la desaparición. Shigeaki estaba preocupado porque el que había sido su primer cliente, Keiichiro, le había confesado que le gustaba y que iba a ese lugar sólo por él. Shigeaki se había sentido tan confundido por sus palabras, que había buscado el consejo de sus compañeros.

- Eso me ha pasado últimamente, pero los comprendo, soy muy lindo y no pueden evitarlo- le había respondido Tegoshi.

Ninomiya también había estado ahí, escuchando. Se había acercado a él con una sonrisa y le había dado una palmada en el hombro.

- Eso significa que estás haciendo bien tu trabajo, sigue así -lo había felicitado, antes de dirigirse al patio.

La mirada indescifrable que le había propinado Ohno a Ninomiya ante esas palabras había pasado desapercibida para todos, menos para Shigeaki, pero había decidido callar.

Rato después, dado que las palabras de sus compañeros no le habían servido de mucho, se había encontrado vagando por los recovecos de La Tormenta, en el segundo piso, sin nada que hacer y aún cavilando sobre sus propios sentimientos al respecto.

Una voz algo chillona proveniente de la habitación de Ohno había llamado su atención. Como todos en la casona, Shigeaki había estado al tanto de la guerrilla absurda de Ninomiya contra un chiquillo que visitaba el local periódicamente durante el día, intentando ver a Ohno. Por qué Ninomiya demostraba tal adversión por alguien tan joven había estado, en ese entonces, más allá de su comprensión. La voz del chiquillo tenía una calidad tan desesperada, aún a través de la puerta, que Shigeaki no había podido resistirse a la tentación de espiar la conversación.

-Huye conmigo -había rogado en ese momento-, tengo dinero ahorrado y podemos irnos lejos. Juntos.

Shigeaki había podido imaginar la expresión paciente en las facciones siempre somnolientas de su líder con sólo oír el suspiro cansado que había dejado escapar.

-No sabes lo que estás diciendo... apenas eres un...

-¡Tengo edad suficiente para saber lo que quiero! -había interrumpido Chinen, exasperado. -Te quiero a ti. Vámonos de aquí, podemos vivir en otra parte, donde ese molesto Nino no nos estorbe...

La risa suave de Ohno había tenido un tinte de tristeza según Shigeaki.

-Yuri... vuelve a casa, con tu tío y tus padres. Disfruta lo que tienes y vive un poco. Encontrarás a alguien para ti, puedes estar seguro de eso.

-¿Acaso tú ya tienes...? ¿Ya encontraste a alguien...?

El silencio de Ohno había sido evidente hasta para Shigeaki tras la puerta. Ante algunos movimientos en la habitación, claramente en su dirección, se había apartado un poco, lo suficiente para huir cuando llegara el momento.

-Ve a casa... -había escuchado decir a Ohno finalmente, antes de que este abriera la puerta para dejar salir a Chinen. -Y sal por la puerta. Ya fue suficientemente peligroso que te treparas hasta aquí para entrar por la ventana.

En ese momento, mientras fingía estar de paso hacia otro lugar, Shigeaki había visto a Nino asomarse por las escaleras. La sola vista del chiquillo saliendo de la habitación de Ohno había hecho que corriera hacia él con intenciones casi asesinas. Muchas cosas habían comenzado a tener sentido en ese mismo instante, en especial la sonrisa cansada con la que Ohno había detenido a Nino para dejar que Chinen escapara.

-Por esta vez ganaste -había siseado Chinen en dirección a Nino y había parecido que quería agregar alguna clase de insulto, pero se había detenido después de mirar a Ohno brevemente. En su lugar, había partido corriendo escaleras abajo, con prisa, pues al parecer ya no podía contener más las lágrimas que brillaban evidentemente en sus ojos.

Tarde, muchísimo más tarde, entrada la madrugada y cuando los pocos clientes que quedaban en La Tormenta estaban demasiado ebrios como para requerir los servicios de nadie, Shigeaki había salido a tomar aire al patio de la casona, vedado a todos salvo el personal del local. Con su guitarra, su única posesión preciada, en sus manos, había buscado la calma de la noche para dejarse llevar por la música y despejar su mente como solía hacerlo, pero algo lo había detenido.

A la distancia había podido distinguir claramente las siluetas de Ohno y Nino, recortadas contra las estrellas de la noche. Al parecer discutían algo acaloradamente y Shigeaki se había sentido espiando otra vez. Antes de entrar de vuelta a la casona había visto a la silueta de Nino acercar de golpe a la silueta de Ohno para abrazarlo con lo que Shigeaki sólo había podido definir como ternura. Suspirando con cansancio, había meneado la cabeza y los había dejado solos.

Era la última vez que los había visto.

Al día siguiente, entre los gritos de MatsuJun y la histeria colectiva de la casa por la desaparición, escondido bajo una de las mesas de la cocina, le había preguntado a Aiba, que estaba escondido junto a él, si tenía idea de lo que había sucedido con ellos dos.

-Nadie es prisionero de este lugar -había dicho Aiba, con una sonrisa honesta. -Pero todos soñamos un poco con ser rescatados, ¿no?

Aún ahora, días después, esas palabras resonaban en su mente. Imaginaba a Nino y Ohno, corriendo de la mano en dirección a un arco iris en el horizonte, rescatándose el uno al otro, felices y con la versión en balada de una de las canciones alegres que solían cantar y bailar como música de fondo. Se preguntaba si alguna vez él sería rescatado, de sus sueños, sus decisiones y, más importante, de la falta de un lugar, de alguien hacia quien huir. Se preguntaba si realmente sería Koyama el que podría liberarlo.

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El ruido de unos pasos acercándose lo despertó, pero no pudo abrir los ojos. Tenía demasiado sueño y todos sus músculos se sentían agarrotados, como si hubiese dormido en una posición extraña o hubiese estado demasiado tenso. Kazuya intentó acomodarse en su cama... sólo para descubrir que no estaba ni siquiera en su habitación. Súbitamente, el olor del establo se hizo claro para él. Los recuerdos de la noche anterior llegaron a su mente de golpe y el brazo que había comenzado a sentir rodeando su cintura fue evidente, era el de su patrón. La respiración que cosquilleaba en su cuello también pertenecía a él.

Sus ojos se abrieron de golpe y se encontró con el rostro de Taguchi mirándolo divertido, a escasos centímetros del suyo. Ahogó un grito y retrocedió asustado, golpeando su cabeza contra la de Akanishi. Helado, se giró a comprobar si lo había despertado con el golpe, pero Akanishi solo murmuró algo y se rascó un hombro con la mano que no estaba en la cintura de Kazuya.

- ¡Buenos días!- saludó, entusiasta, Taguchi.

Kazuya deseó que se callara o que al menos bajara la voz.

- Esto… no es… -comenzó a decir Kazuya, tomando el brazo de Akanishi en su cintura para sacarlo delicadamente –Es sólo…

Taguchi no parecía realmente interesado en una explicación, pero lo miraba de todos modos, mientras sacaba un caballo del establo.

- Olvídalo – concluyó Kazuya, levantándose.

Salió lo más rápido que pudo del lugar, no le importó ser cobarde, no quería estar ahí cuando su patrón despertara, le era imposible acostumbrarse a su actitud siempre que pasaban ese tipo de cosas y también estaba asustado por el extraño comportamiento de su patrón la noche anterior. Era cierto que había estado muy ebrio, pero lo desconcertaba lo que había hecho, sin dejarlo reciprocar nada. ¿Por qué haría algo así? Tal vez lo recordaría cuando despertara, estando sobrio, y se molestaría, más de lo que siempre lo hacía. Kazuya prefería atrasar ese momento lo más posible y dejó la tarea de despertar a Akanishi para Junno. Si de todas maneras se iba a enfadar, al menos tal vez no lo ignoraría.

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