lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo IX

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


La situación estaba alcanzando proporciones críticas para el Señorito Ueda.

Había meditado durante días, y durante la mayor parte de las noches, y sin importar cómo lo enfocara, sólo encontraba una salida para su predicamento, una manera en que podría limpiarse del pecado que lo había manchado. Pero para llevar a cabo su plan necesitaba estar solo y últimamente eso era un problema.

Nakamaru, siempre fiel a su palabra, no lo dejaba solo a sol ni a sombra, atento siempre a sus necesidades y eternamente preocupado por hacer que comiera y al menos intentara dormir. Ueda estaba seguro que, de habérselo siquiera insinuado, habría movido su cama a su habitación para velar su sueño. Era tan inconveniente. Hacía que su corazón se apretara y su repugnancia por sí mismo creciera.

Según sus cálculos, Nakamaru había renunciado voluntariamente al menos a uno de sus días libres por cuidarlo. No podía seguir así, no podía seguir asistiendo a oír misa como un cobarde hipócrita mientras el pecado vivía en él. Era lo peor, lo peor de lo peor, lo más absolutamente bajo. Ya no podía seguir soportándolo.

-Nakamaru -comenzó a decirle una mañana, mientras se obligaba a comer el desayuno que le había traído y a parecer animado. -Me preocupa que no te hayas tomado tu día libre del mes.

Nakamaru no perdió ni un poco la compostura, sólo sonrió y le sirvió un poco más de leche con café a Ueda.

-No he sentido que sea necesario, Señorito Ueda. Hay asuntos más importantes que debo atender acá.

El calor que amenazó con extenderse por las mejillas de Ueda era precisamente el problema que intentaba solucionar y su resolución se redobló.

-No debes preocuparte por mi salud -aseguró Ueda y, como para probarlo, tomó un gran trozo de pan y lo comió de dos mascadas. Nakamaru lucía renuente. -Ve al pueblo, ocúpate de tus asuntos. Yo necesito meditar y rezar -Nakamaru intentó protestar, pero Ueda cortó su argumento levantando una mano. -Se acerca el inicio de la Cuaresma, necesito prepararme.

Nakamaru no parecía demasiado convencido, ciertamente no comprendía sobre las costumbres en extremo religiosas de su patrón. Para él, la Cuaresma sólo era un momento del año en que todos decían que no se debía hacer cosas que hacían igual y no le daba demasiada importancia, pero la sugerencia del Señorito Ueda había estado al borde de ser una orden y prefería obedecer. No quería hacerlo sentir contrariado.

Como solía hacerlo cada vez, acordó con el cochero de la casa su transporte hacia y desde el pueblo, y partió. Por alguna razón su pecho se sentía un poco apretado, como con un mal presentimiento.

Ueda estaba nuevamente solo y aunque fuese por decisión propia, era doloroso. El dolor lo tenía merecido, no era nada comparado con el hecho de ser un pecador. Debía mostrar ante Dios que estaba arrepentido, que estaba dispuesto a recibir un castigo por su mal actuar.

Se levantó y se vistió lentamente, en meditación profunda. Había tanto de lo que debía arrepentirse, había tanto por lo que rogar perdón. Con paso calmado y seguro, se dirigió hacia el establo.

Su piel lisa, limpia en apariencia, contenía parte del pecado. Se había dejado abrazar y su piel lo había disfrutado. Había disfrutado también el tacto de la mano de Nakamaru de una manera indebida. Debía castigarla, marcarla y maltratarla como castigo. Tomó una de las huascas que se encontraba en el establo y la llevó con él hasta su habitación.

Sacó su parte de su ropa, lentamente, su cuerpo se resistía como rebelándose o temiendo lo que vendría, pero se obligó a terminar lo que había empezado. Era necesario, debía hacerlo o se volvería loco. Temblaba, a pesar del calor que ya se estaba dejando sentir, su mano temblaba. Respiró profundamente mientras se arrodillaba frente a la cruz de la pared, agachando la cabeza e intentando controlarse.

El primer azote fue débil, sus manos temblaban todavía al igual que todo su cuerpo, pero no por eso fue menos doloroso. El dolor cortante recorrió su ser, causándole resentimiento y alivio por partes iguales. Miró su espalda y vio que su piel estaba enrojecida. No era suficiente, necesitaba aplicar más fuerza, a pesar de lo débil que se sentía.

Con la fuerza del arrepentimiento y odio hacia sí mismo se azotó con más violencia. Soltó un quejido de dolor, pero no cesó en los golpes, uno, dos, tres, cuatro… no eran suficientes para purificarse y demostrarle a Dios que estaba arrepentido. Su mano se volvía más firme cada vez, apoyada por el convencimiento profundo de que era esto lo que debía hacer, lo que se esperaba de él, de que lo que hacía era lo correcto.

Sostuvo el ritmo durante todo el tiempo que fue capaz, el dolor ardiente era difícil de soportar pero le causaba un retorcido alivio a su alma. Se detuvo exhausto, con el sudor corriendo por su rostro.

Tambaleándose, se dirigió hacia el tocador de la habitación, sobre el que había una gran palangana junto a un jarro de agua limpia y comenzó a lavarse. En parte, no quería ser descubierto por Nakamaru; se imaginaba su expresión de desaprobación, sus ojos de preocupación y tristeza y aunque fuese él el patrón, no podría soportarlo. Prefería evitarlo. Lavó cuidadosamente su espalda, sintiendo que por fin el agua lograba hacer algo por limpiarlo.

Luego de esconder la huasca en el único cajón con llave del mueble en que guardaba su ropa, se acostó a rezar y a leer la Biblia, su cuerpo estaba demasiado débil para ir a otro lugar. Permaneció así y sin comer nada hasta que Nakamaru volvió, hacia el atardecer.

- Buenas noches, señorito Ueda –saludó Nakamaru, entrando a la habitación. - ¿Cómo se ha sentido?

Estaba claro que Nakamaru había llegado directo a saludarlo, su ropa estaba un poco polvorienta y al entrar a la habitación se había quitado con prisa la chupalla que siempre usaba para sus visitas al pueblo, recordando súbitamente que aún la llevaba puesta.

- Mejor –mintió, Ueda.

Nakamaru le dedicó una sonrisa cálida y Ueda bajó la mirada, alejándola de sus labios para posarla en una de sus manos, la que sostenía un libro.

- ¿Qué es eso?

-¡Oh…! Es... es un silabario –dijo Nakamaru, levemente avergonzado y controlando el impulso de esconderlo tras su espalda. Sin embargo, sus mejillas enrojecieron un poco, era tan adorable, tan inconvenientemente adorable.

- ¿Lo compraste para alguien? -preguntó Ueda con un gesto que esperó fuera suave, que escondiera la nueva y débil agitación de la culpa en su sistema.

- No señorito, es para mí… -Nakamaru cambió de mano su chupalla para rascar su cabeza con algo de afectación. La conversación claramente lo estaba haciendo sentir incómodo y Ueda se preguntó cuál era su problema. Su cerebro tardó más de lo normal en hacer las conexiones y sacar las conclusiones necesarias.

- ¡Oh…! Ya veo… no sabes leer –dijo Ueda, comprendiendo por fin. Nakamaru simplemente asintió, sin levantar los ojos del suelo. No era algo tan sorprendente si lo pensaba bien, la mayoría de la servidumbre tampoco sabía hacerlo. –Es algo muy importante, te puedo ayudar a aprender.

Nakamaru levantó la cabeza rápidamente y lo observó con sorpresa. Ueda no pudo sino sonreír, la candidez de su sirviente siempre lo dejaba indefenso. Se mintió a sí mismo, convenciéndose que la felicidad que sentía sólo correspondía a la satisfacción de una buena acción para con el prójimo.

- Estaría muy agradecido, señorito Ueda – dijo sonriendo ampliamente, antes de agregar, con algo de cautela. -Pero sólo si no es una molestia.

- No lo ofrecería si lo fuera -lo tranquilizó Ueda y Nakamaru asintió. -Puedes retirarte ahora, estoy algo cansado y quiero dormir.

Nakamaru se despidió con una inclinación corta y respetuosa. El mal presentimiento seguía apretando su pecho y se había intensificado al ver al señorito Ueda tan débil. Había algo que estaba mal, podía sentirlo en los huesos, pero no lograba definir exactamente de qué se trataba.

Salió de la habitación tras robar una última mirada furtiva a su patrón, que claramente se preparaba para dormir. Desde que el padre del señorito había muerto se había comportado de una forma muy extraña y temía por él. Durante el corto tiempo que había estado a su servicio había despertado en él un sentimiento de protección increíblemente poderoso, la sola idea de que algo malo le pasara carcomía su corazón.

Intentó despejar su mente de los sombríos pensamientos que la plagaban desde la mañana, su viaje al pueblo había resultado muy fructífero y se concentró en ello para combatirlos. Con algo de suerte y gracias a la ayuda de su patrón, tal vez dentro de poco sería capaz de escribir la carta que necesitaba escribir y que ahora sabía a dónde debía enviar. La búsqueda que había comenzado unos años atrás estaba a algunos pasos de rendir frutos y se encontraba ciertamente emocionado al respecto, sólo debía esforzarse y dar lo mejor de sí, y aunque como siempre dudaba un poco de sus capacidades, se trataba de una persona lo suficientemente importante para él como para no darse por vencido antes de intentarlo.

Con la mente fija en ello, se dirigió a paso vivo a su habitación, mientras Ueda se sumía una vez más en las sombras.

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A pesar de la negativa de sus padres de que visitara la tormenta solo, Chinen no se rendía, pues la restricción era sólo nocturna. Durante el día podía pasear libremente por el pueblo y ya que su tío estaba muy ocupado últimamente en extensas reuniones nocturnas con su asistente personal, Imai Tsubasa, no le quedaba otra opción que ir a La Tormenta de día. Necesitaba ver a Ohno de nuevo.

La primera vez se perdió y tuvo que preguntar a la única persona que vio en las cercanías, una señora que vendía jarros a un lado del camino. La señora parecía fascinada con él y apretó sus mejillas incontables veces mientras oía la pregunta de Chinen.

- ¿Qué va a ir a hacer un adorable niño como tú en ese lugar? -preguntó con preocupación.

- Debo ir a visitar al señor Ohno -respondió Chinen, con seriedad y determinación.

La señora no sabía quién diablos era el señor Ohno, supuso que algún adulto encargado del tierno niño enfrente suyo o algo por el estilo. Jamás creería que alguien tan adorable fuese a La Tormenta a… hacer lo que ahí se hacía. Además de día no funcionaba. Le indicó el camino y Chinen se despidió de ella con una reluciente sonrisa.

El camino hacia La Tormenta era largo, pero a Chinen no le importaba, siguió caminando con la determinación de ver a Ohno, no importaba lo mucho que tuviese que recorrer o el calor aplastante de aquel día.

Cuando por fin llegó a su destino, llamó a la puerta sin siquiera dudarlo. La persona que le abrió debía ser uno de los que estaban bailando al lado de Ohno, pero Chinen no lo recordaba mucho.

- Quiero ver a Ohno – dijo antes de que el otro hablara.

- Pero es de día, aún faltan unas horas para que abramos -el hombre lucía un poco somnoliento, como si hubiese despertado sólo para abrir la puerta, que era lo que probablemente había pasado.

- No me importa, necesito verlo ahora.

- Está bien –dijo el hombre, sonriendo. –Pasa.

Chinen entró y esperó, arreglándose el cabello, mientras el hombre iba por Ohno.

- Buenos… ¿días? O tardes… - saludó Ohno, apenas abriendo los ojos y sentándose en uno de los sillones cercanos a él.

Era perfecto, tal como Chinen lo recordaba, y la larga caminata no importaba, era feliz de poder estar junto a él una vez más. Se sentó sobre sus piernas con un movimiento hábil y lo miró sonriendo ampliamente. Ohno simplemente parpadeó, no del todo despierto todavía.

- He venido a verte, tal como prometí –dijo Chinen, peinando con su mano el cabello alborotado de Ohno.

- Gracias, ¿pero por qué a esta hora?

- No he podido de noche, mi tío está muy ocupado – dijo Chinen haciendo un puchero–, quisiera venir en la noche para ver lo maravilloso que es Ohno bailando y cantando. ¡Eres el mejor de este lugar!

Ohno le dio palmadas cariñosas en la cabeza. El chiquillo podría parecer algo extraño y demasiado interesado en él dada su corta edad, pero no podía evitar que le provocara una pizca de ternura.

- Gra… -el agradecimiento de Ohno quedó a medio articular.

Nino estaba en el marco de la puerta, mirándolos con expresión horrorizada. Sus ojos se clavaron en Chinen con odio que no se molestó en disimular y Chinen le devolvió la mirada, como desafiándolo a hacer algo, mientras apoyaba la cabeza en el pecho de Ohno y sonreía burlescamente.

- ¡Buenos días! – saludó Ohno tranquilamente, ignorante de toda la tensión a su alrededor.

- No le veo lo buenos, ¿qué hace este mocoso aquí a esta hora? Está cerrado.

- Vino de visita – respondió Ohno.

Chinen enterró la cabeza aún más en el pecho de Ohno, sin dejar de mirar en dirección a Nino.

- Bájate de ahí – dijo Nino, secamente.

Chinen obedeció perdiendo por fin su sonrisa, no podía ser descortés frente a Ohno, pero odiaba a ese tal Nino, odiaría a cualquiera que quisiera a Ohno que no fuese él mismo. Miró al objeto de su adoración con un puchero que sabía podía ser devastador y se despidió de él con un gesto de su mano, pues sospechaba lo que vendría a continuación.

Nino tomó a Chinen del brazo y lo condujo fuera del lugar sin decir nada. Cerró la puerta de un portazo y colocó llave en el cerrojo además del candado de cierre que normalmente no utilizaban. Lo hizo todo de manera muy ruidosa, como asegurándose de que el molesto mocoso, que *sabía* estaba aún tras la puerta, escuchara.

Cuando volvió a la sala se enteró de que su compañero, Aiba, había dejado entrar a Chinen, así que en venganza se comió el trozo de pastel que éste había guardado para comerlo después.

A pesar de lo ocurrido con Nino, Chinen volvió otros días a La Tormenta aunque Nino le ordenó de mil maneras que no lo hiciera, diciéndole de todas las formas poco gentiles posibles que debía ser como todos los clientes. Un día incluso le lanzó agua desde una ventana antes de que alguien lo dejara entrar.

Aiba ya no abría la puerta, a nadie, temía perder más pasteles o tal vez sus almuerzos, a pesar de que Sho, como solía suceder, había salido en su defensa. Y aunque los enojos monstruosos de Sho tenían tintes legendarios, Nino contrariado era una perfecta contraparte para ellos, y en casos como ese, Ohno, que en teoría era el líder del gremio, siempre decidía no intervenir.

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Jin despertó más temprano de lo habitual… y con hambre, muchísima hambre. La noche anterior se había ido a la cama sin comer nada y ahora su estómago rugía en protesta por ello. Decidió levantarse y tomar desayuno, pues era imposible que se volviera a dormir en ese estado.

Se alegró al advertir que la cocinera ya estaba en la cocina, no le gustaba mucho preparar su propia comida y siempre terminaba dejando un desastre cuando intentaba hacerlo, así que prefería ser alimentado por una profesional. Cuando estaba a punto de entrar, también comprobó que Kazuya estaba ahí. Juntó la puerta con todo el cuidado que pudo, dejando un pequeño espacio para observar sin que lo notaran. Por alguna razón, no se sentía totalmente listo para enfrentar de nuevo a su sirviente.

Kazuya se veía notoriamente cansado, aún desde su escondite Jin podía ver sus ojeras marcadísimas, y tenía en sus manos el vestido de huasa del día anterior.

- Lo siento tanto – Kazuya sonaba realmente apenado–, hubo un… accidente… y el vestido se rasgó, intenté arreglarlo lo mejor posible.

Un atisbo de culpabilidad apareció en la conciencia de Jin. Intentó contenerlo respirando profundamente, pero siguió ahí durante varios minutos.

- ¿De qué hablas? ¿Dónde se rasgó? ¡Está perfecto! – respondió la cocinera con una sonrisa. –Muchas gracias, esto me ha ayudado mucho.

El vestido estaba perfecto, no tenía porque sentirse culpable, resolvió Jin. Se dio media vuelta, dispuesto a marcharse a algún otro lugar, podía esperar un poco para el desayuno. Hasta que Kazuya hubiese terminado de hablar con la cocinera.

- ¿Patrón? ¿Necesita algo? –escuchó la voz de su cocinera tras él, estropeando su huida.

Se detuvo en seco y se giró. Su estomago decidió manifestarse en ese momento

- Quiero desayunar –confesó, entrando a la cocina-, pero puedo esperar- agregó, mirando fugazmente a Kazuya.

Kazuya lo miró avergonzado, luego miró el vestido en las manos de la cocinera y nuevamente a su patrón. Akanishi apartó rápidamente la mirada.

- Buenos días, patrón –saludó, sus mejillas ardían.

- Buenos días – murmuró Akanishi sin levantar la vista.

La cocinera les dedicó una mirada dudosa a ambos. El silencio que siguió fue marcadamente incómodo, hasta que decidió romperlo.

- El desayuno estará pronto, patrón –anunció, con una amplia sonrisa–, para ti también, Kazuya. Te prepararé sólo cosas que te gustan como agradecimiento.

- Gracias- respondió Kazuya sonriendo, agradecido de encontrar algo con que distraer su atención.

Akanishi siguió a la cocinera para hablarle despacio.

- Sirve el desayuno de Kazuya en el comedor – le dijo, intentando ser discreto.

- Últimamente está comiendo siempre con Kazuya…

- ¡Shhh! – la hizo callar Jin, mirando hacia Kazuya, verificando si había oído algo. –Estoy supervisando que coma. No quiero que mis sirvientes sean débiles.

- Pero hoy le haré comida que le gusta.

- ¡Podría no comer todo!- dijo Jin, olvidando su discreción y provocando que Kazuya los mirara. Jin se aclaró la garganta avergonzado y se retiró a esperar sentado en el comedor.

El desayuno de Jin fue llevado a la mesa por Kazuya, evitando el contacto visual con su patrón, tanto por su incomodidad como por la de él. Lo esperaba, esperaba que su patrón quisiera evitarlo tal y como las veces anteriores, que se comportara cortante. No debería sentirse desalentado al respecto, pero no podía evitar sentir esa molestia en su pecho.

-Toma, llévalo a la mesa, el patrón dijo que quería que desayunaras con él -le informó a Kazuya la cocinera, pasándole su desayuno.

-¿Eh? – soltó Kazuya, sorprendido por lo contradictorio de la situación.

- ¡Toma! Y ve a sentarte con el patrón – apuró.

Kazuya asintió y fue a sentarse, llevando su desayuno, en silencio.

- So…sólo quería vigilar que comieras todo.

- Lo haré, patrón.

Akanishi nuevamente fijó su vista en las marcadas ojeras bajo los ojos de Kazuya, pero no era lo único, todo su cuerpo indicaba cansancio y falta de sueño. Se sentía culpable, dedujo que Kazuya no había dormido por arreglar el vestido que él había rasgado. Que fuera el patrón y que debiese hacer lo que placiera sin importarle sus sirvientes, pues estaban para eso, para servirlo, cada vez le servía menos como excusa para aplacar el sentimiento de culpa. Dudó de que alguna vez le hubiese servido.

- Tienes el día libre – dijo Akanishi de pronto, entre mascadas de pan y rompiendo el aplastante silencio. –Haz lo que quieras... pasear por el pueblo, descansar. Dormir -intentó parecer desafectado, pero al decir "dormir" la voz le tembló un poco. Enterró los ojos en los huevos revueltos que aún quedaban en uno de los platos, no debía demostrar lo que sentía, menos en ese momento.

- Gracias, patrón -murmuró Kazuya, sorprendido.

Intentó buscar algo de enojo en la expresión de su patrón, el ya familiar deseo de estar lejos de él, pero no encontró nada. Sólo había una especie extraña de tristeza en su actitud, algo que podía ser preocupación. La mezcla de sentimientos en su interior cerró su garganta repentinamente y le fue difícil tragar. Dando por finalizada su comida, descansó la espalda en el respaldo de la silla, acomodándose para esperar que su patrón terminara de desayunar.

-Ah... pero antes debes comer todo tu desayuno -sentenció Jin, de vuelta en el control de la situación.

- Sí, patrón –dijo Kazuya acercándose a la mesa nuevamente.

- La comida te da fuerza, por eso debes comer -se justificó Jin y Kazuya alzó la vista, sorprendido por lo maduro que sonó Akanishi por un instante, además de que era algo que diría alguien que lo estuviese cuidando. –Además es deliciosa –agregó, haciendo que Kazuya riera. Akanishi rió también, aunque no entendía muy bien la razón.

A pesar del sueño, Kazuya prefirió ir al río a bañarse en vez de dormir. Sólo había ido una vez antes, pero había resultado ser una experiencia refrescante y relajante.

Dejó su ropa cerca de la orilla, el lugar no estaba tan lejos del fundo, pero la gente no solía pasar por ahí. Se introdujo completamente en el agua por unos segundos antes de comenzar a nadar lentamente, a pesar de estar fría el agua relajaba sus músculos y lo hacía sentir despejado. Sentía sus preocupaciones desvanecerse y no notó nada extraño a su alrededor, en lo absoluto.

Desde unos arbustos, escondido, Tanaka Koki lo observaba hipnotizado. Desde la primera vez que había visto a Kazuya, intentando detenerlo en el gallinero del fundo de Akanishi, no había podido sacarlo de su cabeza. Y después de tanto pensar en él, una idea se estaba formando en su mente, un plan efectivo para vengarse de Akanishi, aparte de las miles de cosas que le había robado y de las que Akanishi sólo se había percatado de una pequeña fracción. Ciertamente había notado que aquel muchacho era preciado para ese idiota y quería darle un golpe que doliera.

Debía planear un curso de acción, lo sabía, sin embargo en ese momento sus ojos no se despegaban del cuerpo de Kazuya moviéndose grácilmente en el agua, ni de cómo su cabello se pegaba a la piel de su cuello, ni de sus marcadas facciones o la manera en que el agua recorría su piel.

Akanishi era un maldito al que su odiosa familia le había dado todo, y además tenía un sirviente… así. La vida era injusta, pero pronto él se encargaría de emparejar las cosas.

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