lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo V

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


Yamapi observaba al alcalde desde algunas mesas de distancia, sin deseos siquiera de que recordara su presencia; se había despedido de él para llevar a su sobrino con uno de los bailarines y desde entonces no habían vuelto a hablar. Takizawa siempre había sido como un hermano mayor para él, a veces un poco lejano debido a las múltiples obligaciones de ambos, pero siempre lo había respetado y contado con él para todo. Sin embargo, ahora no quería conversar, con nadie, de nada.

La dulzona música en vivo había sido reemplazada por el sonido de una flamante vitrola que reproducía un álbum al parecer importado de Francia. Típico. No había ningún detalle de Matsumoto Jun que no fuera extravagante, no dejaba abierta ni la más mínima posibilidad de pasar desapercibido, en nada.

Yamapi volvió a empinar su vaso, sorprendiéndose de hallarlo vacío. Pidió otro inmediatamente, seguía pareciéndole el peor licor que había probado en su vida, pero la sensación de ardor en su garganta lo distraía de los pensamientos confusos y la frustración que no quería enfrentar.

De vez en cuando y casi contra su voluntad, sus ojos vagaban hasta la forma de Toma, metros más allá, conversando animadamente con La Divina. Había observado con esperanza el resquemor inicial del que había hecho gala MatsuJun, había esperado en vano que no recibiera de buena gana a su visitante, y por unos segundo había parecido así. Claramente Jun había mirado a Toma con desprecio y había dicho algo desagradable, lo había podido ver a pesar de lo tenue que se había vuelto la iluminación y lo alejados que estaban; pero, naturalmente, Toma había vuelto la situación de su parte, seguramente haciendo alguno de sus comentarios bienintencionados. Yamapi suspiró.

Seguía pensando que Toma era demasiado bueno para su propio bien, debería preocuparse de que sus gestos no se malinterpretaran, al menos. ¿Es que no se daba cuenta de la clase de lugar en el que estaban? No podía creer que a Toma no le importara demostrarle afecto a alguien como Jun sin ninguna clase de cuidado, no podía no importarle lo que pensaran todos, ¿cierto? Y, sin embargo, se dejaba abrazar y tocar como si fuera... un cliente más de ese absurdo burdel.

A través de la espesura del alcohol en su mente, el pensamiento cortó como un machetazo certero. Miró fijamente a Toma, que reía, con la palma de la mano apoyada amistosamente sobre el hombro de MatsuJun. No era posible, no podía ser posible. El estómago se le congeló y sintió náuseas tan sólo de pensarlo. "No", se convenció. "Toma no vendría a un lugar como este para..." No. Simplemente era demasiado descuidado y demasiado inconciente.

Decidido a salvar la reputación que quedaba de su amigo, se puso de pie después de vaciar aún otro vaso. El mundo se inclinó un poco bajo sus pies, pero logró caminar de manera más bien digna hasta donde conversaba su amigo con el dueño del local.

La Divina le dedicó una ceja levantada y una expresión irritada cuando llegó, Toma sólo lo miró con algo de preocupación, la risa estridente de la que había estado siendo presa a su llegada ahora congelada en sus labios. Yamapi estaba lo suficientemente alcoholizado como para alegrarse de haber interrumpido.

Intentó hablar, pero al mover la cabeza con demasiada rapidez para enfrentar a Jun, volvió a sentir que el piso se tambaleaba, haciéndolo perder el equilibrio. Toma hizo un sonido preocupado que sonó parecido a "ow owowow" y lo sostuvo por los hombros, impidiendo que cayera. Yamapi sonrió, a través del filtro del alcohol, los sonidos le llegaban atenuados y alargados, y el calor del brazo de Toma rodeando sus hombros se sentía confortador, agradable. Se afirmó de él, rodeando su cintura con uno de sus brazos. Sentía la mirada divertida de Toma sobre él, pero no le importaba.

La ceja de MatsuJun aún permanecía elevada y Yamapi notó por primera vez el abanico de encajes que sostenía en una mano. Por supuesto, brillaba. Asió la cintura de Toma con más fuerza, atrayéndolo hacia él.

-Bueno -comenzó a decir Jun, abriendo el abanico con un giro complicado de su muñeca y echándose aire con él. -Como comentaba antes de que tu... ¿custodio....? apareciera... -Toma lo miró significativamente, pero Jun no se dio por aludido. -Si hubiese sabido que visitarías este rincón perdido del mundo, te habría encargado al menos unas cuantas grabaciones de música. Es odioso escuchar los mismos discos una y otra vez.

-¡Tienes cientos! -alegó Toma, nuevamente divertido. Su brazo seguía sosteniendo a Yamapi, que tampoco parecía tener planes de dejarlo ir.

-Sigue siendo odioso -el rostro de Jun se contrajo en una mueca sardónica y su cuerpo se balanceó mínimamente, en un gesto que Yamapi recordaba incluso de sus años en el colegio.

Toma rió de buena gana y Yamapi deseó tener más licor a mano.

-Traje conmigo algunas grabaciones de Europa. Cosas nuevas, modas de París... -comentó Toma y el interés en los ojos de Jun fue tan evidente como el odio en los de Yamapi. -Podríamos intercambiar algunos.

-Tráelos la próxima vez que vengas.

-Es un trato -sonrió Toma, extendiéndole la mano para sellarlo.

Yamapi observó el intercambio con incredulidad, tan absorto en el espectáculo casi macabro del apretón de manos que se demoró en poder hablar.

-¿Próxima vez? -espetó, con asombro y disgusto que no se molestó en disimular. Toma volvió el rostro en su dirección, pero Yamapi estaba tan alterado que no notó siquiera que estaban demasiado cerca. La expresión de confusión de Toma lo molestaba sobremanera. -¿Piensas venir una próxima vez? -la voz de Yamapi estaba a punto de temblar.

Jun observaba el intercambio en silencio y con creciente interés, intentando no sonreír.

-Yamashita... -el tono condescendiente de Toma fue demasiado para Yamapi.

- No...- sentenció Yamapi, sin mirar a Toma- ¿No es suficiente una sola vez?

Quiso alejarse, pero los movimientos rápidos le nublaban un poco la vista y su cuerpo no reaccionaba. Toma no lo dejó ir.

-No puedes venir a visitar a este... -volvió el rostro con desdén en dirección a Jun, que sostuvo su mirada como desafiándolo a continuar. -Este lugar. No puedes.

-Oh, por supuesto que puede -Jun cerró su abanico con aire dramático. -Puede y lo hará.

Yamapi observó casi hipnotizado la manera en que Jun deslizaba lentamente el abanico cerrado por la quijada de Toma, en una caricia para nada velada, sin poder hacer nada cuando Toma sólo rió.

-Esperaré esos discos -dijo La Divina, sonriendo con malicia antes de alejarse, sin despedirse de Yamapi.

Camuflado entre las sombras, Sakurai Sho observó a su amigo y compañero alejarse de sus interlocutores en su dirección general. Un sombrero de estilo vaquero ensombrecía su rostro, pero su lenguaje corporal era suficientemente claro: los brazos cruzados sobre el pecho y los pies sobre la mesa, el cuerpo recostado con desafectación en la silla inclinada, con el respaldo apoyado en la pared. Meneó la cabeza lentamente cuando Jun estuvo suficientemente cerca. El intercambio tampoco había pasado inadvertido para él.

-¿Era eso realmente necesario?

-Sé perfectamente lo que hago -la sonrisa seguía ahí, maliciosa como cada vez que tramaba algo, Sho pudo oírla en su voz.

Rió con un suspiro y vovió a menear la cabeza, antes de ponerse de pie, lentamente.

-Sí, siempre sabes lo que haces -dijo y empuñó la mano para golpear su hombro con suavidad antes de alejarse en dirección a un posible cliente.

MatsuJun simplemente salió de la habitación, dejando el caos que sabía que había desatado detrás.

Yamapi no había visto nada de eso. Se había quedado mirando en la dirección en que había partido Jun, pero no había visto nada. Entre la maraña de sentimientos confusos, su ojos y todos sus sistemas se negaban a trabajar adecuadamente. A su lado, después de un rato, Toma rompió el silencio que se había apoderado de ambos.

- ¿Volvamos? – sugirió, pero Yamapi no miró en su dirección. –Es tarde.

Yamapi asintió en silencio, todavía sin mirarlo, y se dejó guiar por la mano de Toma aún en su hombro, mientras las propias colgaban a sus lados, medio empuñadas. Su mirada perdida se paseó sin foco por las mesas a media luz del local, que seguía en su hora más ocupada. Le pareció ver a su capataz, Keiichiro Koyama, en una mesa, aunque bien podía ser alguien que se le parecía, entre la penumbra y sus estados alterados no le habría sorprendido equivocarse y ni siquiera tenía ganas de pensar en ello.

Cuando ambos salieron del lugar, Yamapi aún se tambaleaba. La noche se había vuelto notablemente más fría, pero Yamapi no daba signo alguno de notarlo. No daba signo de notar nada. Era como si hubiese levantado una gruesa muralla entre él y el resto del mundo y no quisiera asomarse a mirar en lo más mínimo. Toma recordaba episodios parecidos durante su infancia y su adolescencia, cada vez que a Yamashita le molestaba demasiado algo, simplemente se desconectaba. Frunció el ceño, con preocupación.

Ayudó a Yamapi a subir a la carreta con menos dificultad de la que esperaba, el frío parecía haber despejado un poco a su amigo. Al menos la parte de su turbación debida al alcohol. El resto seguía ahí.

- Será mejor que yo guíe esto –dijo Toma, una vez arriba de la carreta, y tomó las riendas en sus manos.

La respuesta de Yamapi fue apenas un leve movimiento de cabeza. El silencio era incómodo, para ambos, pero Yamapi no quería hacer nada por cambiar la situación, quería llegar a su casa y encerrarse en su habitación, sin hablarle a Toma.

Para su desgracia, los planes de Toma diferían. Lo detuvo frenta a la casa, antes de que pudiera escabullirse y entrar.

- Yamashita… -comenzó a decir, con la preocupación que lo había embargado durante todo el trayecto -¿Qué es lo que te pasa?

- Nada, estoy cansado, algo ebrio. Quiero irme a dormir –respondió Yamapi secamente, dando media vuelta y abriendo la puerta. Toma lo agarró del brazo antes de que entrara.

- No me refiero a eso. ¿Qué pasó contigo hoy en La Tormenta? Puedo entender que tal vez no te agrade Matsujun, pero no entiendo tu actitud, ¿por qué no quieres que vuelva?

La mirada de Toma era tan intensa que podía sentirla sobre él como algo físico, aplastante. Su amigo sólo lo aventajaba por algunos centímetros de estatura, pero en ese instante sentía como si estuviera mirándolo hacia abajo.

- Ese lugar es mal visto – respondió, sin poder mirarlo a la cara. Era pésimo mintiendo y las palabras le sabían a metal; supo que Toma no le creería en el momento en que empezó a decirlas.

- Por favor, sé sincero conmigo -Toma sonaba serio y había una tensión extraña en su voz.

Yamapi por fin alzó la vista hacia él, concentrándose en qué rayos decirle. Él mismo no tenía muy claro qué era lo que le había pasado, qué era lo que le pasaba. Sólo sabía que estaba molesto, que se sentía apesadumbrado e intranquilo...

- No sé lo que piensas – soltó de pronto, sin pensarlo.

- ¿Ah?

- No entiendo qué pasa por tu cabeza, por qué volviste, si acaso tenías planeado verme y… -las palabras se le atropeyaban, superponiéndose, borrosas. No era completamente culpa del licor, solía pasarle cuando se alteraba. Pero Toma parecía comprender.

- ¿Por qué no iba a tener planeado verte? -preguntó, perplejo, como si Yamapi hubiese dicho la cosa más absurda del mundo.

- Porque pensaste en quedarte en una pensión… -explicó Yamapi, ante la mirada descolocada de su amigo -Te quedaste aquí sólo por la casualidad de habernos encontrado…

La expresión de Toma era tan seria, que le fue dolorosa. Se acercó unos pasos a él, necesitando un contacto físico que lo tranquilizara. Toma, que siempre tocaba amistosamente a sus interlocutores, que hacía de las palmadas y los golpes bienintencionados una manera de comunicación en sí, ahora apretaba los puños a sus costados, aislándose de él. Yamapi dio otro paso.

- ¿A qué crees que vine? -su voz espesa coartó su avance, sus ojos taladraban los suyos y el momento parecía irreal en su intensidad.

- No lo sé… tal vez…. viniste para ver a…. Matsumoto –dijo Yamapi, casi en un susurro –Creo que volviste por él -admitió y ya no pudo sostener la mirada de Toma.

Toma suspiró con algo de frustración antes de tomarlo por los hombros con fuerza, Yamapi levantó la vista cuando Toma lo acercó un poco.

- Yamashita... -comenzó a decir, muy lentamente y su agarre se volvió casi desesperado. -Volví por ti, ¿lo entiendes? Volví para verte a ti...

Durante la pausa que siguió, Yamapi no logró despegar los ojos de los de Toma. No sabía qué sentir, debería estar aliviado, pero sólo sentía que sus dedos hormigueaban y que no podía respirar. Podía contar cada latido de su corazón en sus oídos. Abrió la boca para hablar, pero no se le ocurrió nada que decir, sólo pudo quedarse embobado, preguntándose a medias por qué demonios la cercanía de Toma le importaba tan poco y lo hacía sentir tan extraño. No tuvo mucho tiempo para pensarlo.

-Idiota -dijo Toma y rió antes de abrazarlo con alegría, palmeando con fuerza su espalda y rompiendo efectivamente cualquier incomodidad del momento. -Vamos -invitó cuando lo soltó. -Entremos antes de morir devorados por bestias salvajes o baleados por bandidos, según tu propia opinión del campo.

Entraron a la casa intentando ser silenciosos, pero Yamapi resultó estar más ebrio de lo que ambos habían creído y, pasado el momento de tensión, todo le causaba bastante risa. Toma logró quitarle al menos las botas antes de que Yamapi colapsara sobre su cama, durmiéndose instantáneamente. Con algo de esfuerzo, logró taparlo un poco, maniobrando con dificultad debido al peso muerto que se había vuelto su amigo.

Lo observó a la luz de la luna que se colaba por la ventana. No había tenido el valor de decirle la verdad completa, en parte porque no le parecía justo hablar de esas cosas cuando Yamapi estaba ebrio. La esperanza que había muerto tan categóricamente en él con el anuncio de su matrimonio amenazaba con renacer, haciéndose sentir en su pecho. Yamapi lo confundía a veces, se preguntaba si sus demostraciones de posesión querían decir algo o simplemente su relación era así y no significaban nada más que un gran afecto.

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Cuando Chinen despertó, no sabía dónde estaba. La luz del sol se colaba por una ventana alta, pero aún no hacía calor. Debía de ser bastante temprano. Al sentarse, un agudo dolor de cabeza lo hizo tambalear en la cama. Sentía la boca seca y algo de frío, descubrió entonces que estaba desnudo. ¿Qué rayos había pasado la noche anterior?

No lograba recordar nada después de despedirse de su tio e incluso eso estaba borroso en su memoria. Miró sus alrededores con dificultad, pues el dolor pulsaba en sus sienes con inclemencia. Escuchó pasos que se acercaban y se cubrió lo más que pudo con la sábana que lo cobijaba al despertar.

El rostro del hombre que se asomó por la puerta le pareció inmediatamente familiar, lo recordaba perfectamente bailando sobre el escenario, con tanta gracia y talento. A la luz de la mañana le parecía aún más genial. Recordaba ahora que su tío lo había llevado con él después de la presentación, recordaba un pasillo oscuro, la habitación en penumbras... y después nada más. Parpadeó intentando aclararse la vista. Ohno, su nombre era Ohno.

Ohno traía en las manos una bandeja con una jarra llena de agua y un vaso, que dejó en la mesa de noche junto a él antes de comenzar a recoger su ropa, desperdigada por la habitación. Chinen se sirvió un poco de agua, en silencio, estaba deliciosamente helada y era justo lo que necesitaba. Observó a Ohno durante algunos instantes mientras éste doblaba prolijamente su ropa y la dejaba a sus pies, en la cama. No se sentía de ninguna manera especial y había olvidado todo lo que había pasado durante la noche, estaba confundido.

Ohno lo miró con una sonrisa que le pareció más bien triste, hizo un corto movimiento parecido a una reverencia e intentó salir de la habitación.

-Espera... -pidió Chinen, con la voz aún un poco áspera. -No... no puedo recordar nada... de anoche. ¿Nosotros...?

La tristeza pareció acentuarse por un momento en los ojos de Ohno, que avanzó hacia él y acarició su cabello con ternura. Recordaba ese toque ligero en alguna parte de la oscuridad de sus recuerdos truncados. Chinen sonrió.

-Sucedió todo tal como debía suceder -le dijo entonces y a Chinen le pareció la voz más maravillosa de la Tierra. -Ahora vístete, debes ir con tu tío.

Ohno salió de la habitación y Chinen bebió otro vaso de agua antes de vestirse. Para cuando estuvo listo, se sentía más despejado y su cabeza dolía menos.

Caminó por el pasillo hacia lo que esperaba fuera el salón principal de La Tormenta, pero en su lugar, terminó en una sala alfombrada, con gruesas cortinas que la mantenían sumida en la semioscuridad. Estaba amoblada con sillones acolchados que parecían haber visto mejores días y olía a alcohol y residuos de tabaco. Pudo distinguir la forma de su tío, medio recostado sobre uno de los sillones, con el hombre al que llamaban Nino abrazado a él, con la cabeza a medio camino entre su pecho y su cintura.

Chinen dudó si debía despertarlos, hasta que sintió una presencia tras él.

-Con que aquí estabas -escuchó decir a la voz de Ohno. -Vamos al salón principal, esperaremos al Alcalde ahí.

Asintió levemente, mirando a Ohno y notando por primera vez que lo acompañaba otro hombre, que se dirigió a donde su tío dormía. Siguió a Ohno con obediencia por el pasillo y un par de vueltas que lo habían confundido, hasta llegar al ahora iluminado salón principal.

Su tío llegó acompañado por Nino, minutos después, luciendo trasnochado y adolorido. La sonrisa en los labios de Nino no le gustaba para nada, pero se obligó a mantener la compostura. Era el sobrino del Alcalde, después de todo.

-¿Todo en orden? -le preguntó Takizawa a Ohno, que sólo asintió, después de mirar fugazmente a Nino. -¿Chinen?

-Todo está bien, tío -había una malicia extraña en su expresión, pero Takizawa sólo sonrió, satisfecho.

Takizawa se despidió con un apretón de manos de Nino y Ohno, y se volteó para irse. En ese instante, Chinen se escabulló y, de puntillas, besó a Ohno fugazmente en la mejilla, mirando de reojo y con decidido desafío a Nino, que pareció arder.

-Voy a volver -le dijo a su tío al salir, en voz suficientemente alta como para que lo oyeran en el salón.

-Veremos -masculló Nino. Ohno sólo lo miró con preocupación.


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Kazuya intentó esforzarse para asumir que lo que había sucedido la noche anterior era parte de su trabajo, sin importar cuánto lo hubiese disfrutado. Se concentró en enterrar el incidente nuevamente en las profundidades de su conciencia, podía hacerlo con los castigos en su anterior trabajo y ciertamente podía hacerlo ahora. Para él, hacer las cosas bien era más importante que todo lo que pudiera sucederle.

Ya asumiéndolo, abrió la puerta de la habitación para despertar a su patrón.

- Patrón, es hora de…

Pero Akanishi ya estaba sentado al borde de su cama.

- Buenos días, patrón -saludó Kazuya, evitando inmediatamente mirarlo.

Kazuya no le daba razones, pero a Jin le preocupaba que la relación Patrón-Sirviente no estuviese clara. Temía perder su autoridad después de lo ocurrido. Se mantendría firme, para que no hubiese duda sobre la jerarquía.

- Dile a la cocinera que prepare el desayuno -ordenó mientras terminaba de colocarse las botas-, después ve donde Taguchi para que me prepare un caballo.

- Sí, patrón -asintió, como siempre, Kazuya, antes de salir con prisa de la habitación.

Akanishi no se sentía ni muy contento ni muy convencido de lo correcto de toda la situación, pero Kazuya lo ponía en aprietos. Necesitaba dejarle claro que seguía siendo su sirviente y él su patrón, sin importar los errores que hubiese cometido la noche anterior y que aún pesaban confusamente en su memoria. Sentía que siempre se confundía cuando estaba cerca de él.

Después del desayuno, Akanishi salió a atender asuntos de negocio a un fundo no muy lejano. Kazuya se sintió desplazado, nuevamente. Era el patrón, no tenía obligación de avisarle de sus salidas, ni decirle nada, pero siempre lo hacía. ¿Era su culpa el cambio de actitud de su patrón? ¿Había hecho algo mal? Llegó a pensar que, tal vez, había hecho algo de más, pero sólo había obedecido las instrucciones que su patrón le había dado. Comenzó a sentirse culpable de haberlo disfrutado. Seguramente, su egoísta petición en medio del frenesí previo al éxtasis había sido demasiado y se recriminó el haber sido tan descuidado y estúpido. Ciertamente se había propasado.

Akanishi llegó después de la hora de almuerzo y antes de ir a su habitación a dormir siesta, ordenó a Kazuya que le pidiera fruta a la cocinera para esperar a Ryo que vendría a enseñarle algunas cosas que habían quedado pendientes la vez anterior, para que pudiese llevar las cuentas; todo en un tono cortante. Dicho eso se retiró, orgulloso de sí mismo por su clara autoridad, mientras Kazuya cumplía sus órdenes con eficiencia, a pesar del desgano. Había fallado en su trabajo y había perdido la confianza de su patrón. De cierta manera, se sentía peor que un castigo físico.

Kazuya pasó toda la tarde con Ryo, aprendiendo y ensayando con cuentas viejas de su patrón. Ryo le mostraba todos los errores que cometía Akanishi, burlescamente. Kazuya sólo asentía y continuaba practicando, concentrándose al máximo y reprimiendo, aún otra vez, sus sentimientos.

- ¿Qué pasa con Jin, que no ha venido ni a saludarme? Es casi la hora de la cena -se quejó Ryo -Iré a buscarlo.

- Pero está durmiendo, señor.

- No me importa, tengo hambre. Y si se enoja, que se enoje conmigo –dijo, parándose de la mesa en la que se encontraban para dirigirse a la habitación de Jin, Kazuya lo siguió, intentando detenerlo.

- Debe estar cansado -alegó con insistencia-, si quiere le digo a la cocinera que sirva la cena.

Ryo lo ignoró y abrió la puerta de la habitación de Jin, que se encontraba de espalda, acostado en su cama mirando el techo. No era que quisiera evitar a Ryo, quería evitar a Kazuya. Como siempre que las cosas se volvían confusas con él, era mas fácil huir de ellas que enfrentarlas.

- Ya veo lo ocupado que estás –dijo Ryo, sarcasticamente.

Kazuya suspiró, derrotado. De alguna manera, sabía que Jin no lo culparía por el comportamiento de Ryo, pero sentía que había fallado igual.

- Estoy cansado –respondió Jin, levantandose pesadamente.

- Sí, yo también -Ryo no hacía concesiones y miraba a Jin con impaciencia, ignorando sistemáticamente a Kazuya. -He sido profesor toda la tarde y ya tengo hambre. Es hora de la cena.

- Así que por eso estás tan molesto –dijo Jin con una sonrisa.

- Además… no tuviste la decencia de levantarte de tu cama toda la tarde para decirme hola.

- Hola -de pie frente a Ryo, Akanishi hizo un gesto de saludo con la mano.

- Idiota.

Jin regresó con ellos al comedor y le ordenó a Kazuya que le dijera a la cocinera que llevara la cena. Kazuya no volvió al comedor, supuso que Akanishi no lo quería ahí, pues claramente lo evitaba nuevamente, así que cenó en la cocina y no se apareció por el comedor salvo ocasionales visitas para servir más vino, siempre antes de que Akanishi lo llamara.

-Hey... -Jin escuchó decir a Ryo, como de muy lejos, ya bien avanzada la cena. Kazuya acababa de salir del comedor y no había podido evitar quedarse mirándolo. Realmente se felicitaba por su decisión de mantener la distancia, Kazuya era un fuerte distractor -¿Estás bien?

-¿Cómo que si estoy bien? -la voz de Akanishi sonaba defensiva. -Estoy perfectamente bien, un poco cansado y hastiado de ti, pero bien -se echó un gran trozo de pan a la boca y lo masticó con gusto, intentando dar por finalizada la conversación.

-Desde que tienes a ese feo sirviente estás raro.

-Cwallatwe ii cwom -el pan le impidió hablar bien, para la eterna diversión de Ryo. Akanishi, contrariado, tomó un sorbo de vino antes de aclarar -¡Que te calles y comas! Deberías ser agradecido, podría haberte enviado de vuelta sin cenar.

-Y para mañana toda la región sabría de tu falta de educación -dijo Ryo simplemente, tomando otra cucharada de su sopa.

-No eres más que una vieja chismosa -bufó Jin con fingido desprecio.

-Mi silencio se compra fácil -sonrió Ryo, tomando un sorbo de vino. -Me agrada tu selección de vino.

-Lo que digas... -Jin comenzó a jugar ausentemente con los fideos de su sopa. Oyó a Ryo aclararse la garganta y levantó la vista hacia él, con pereza. -¿Qué?

-Nada... es sólo que... si quieres... hablar de alguna cosa...

-No tengo nada de lo que quiera hablar -el tono de Jin era planamente cortante. Ryo, lejos de intimidarse, sólo hizo una mueca de incredulidad.

-Lo que tú digas -su tono molestaba a Akanishi, pero no le dijo nada.

Jin terminó su sopa en medio del silencio tenso que siguió. Ryo parecía simplemente ignorarlo y estaba casi agradecido por eso. Para cuando Ryo dejó su cuchara en el plato, saciado, Jin ya había tenido suficiente.

-¿Se cuenta algo interesante en el pueblo? -preguntó a modo de tregua.

-¿Por qué habría de darte razón en que me llames chismoso?

-Vamos, Nikishido... -Jin esperaba que comprendiera que sólo quería iniciar una conversación.

Ryo se apoyó perezosamente sobre el respaldo de su silla y miró fijamente su copa vacía y luego la botella de vino. Luego a Jin. Bostezó.

Comprendiendo, Jin se levantó con una expresión enfurruñada y le sirvió otra copa de vino. Ryo sonrió, complacido.

-El padre de Ueda está enfermo -dijo antes de tomar un sorbo de su copa con satisfacción.

La expresión de Jin era impagable.

-Sal de mi casa -dijo, amenazante, pero Ryo lo miró como desafiándolo a que intentara echarlo por la fuerza. -Hemos sabido eso por meses, pedazo de idiota. Jamás volveré a hablar contigo.

-Más enfermo -la expresión de Ryo se volvió de verdad seria. -Con movimiento de sacerdotes y visitas urgentes del médico del pueblo vecino -dejó de mirar a Jin para concentrarse en el vaivén del líquido escarlata mientras lo hacía girar contra la luz. -El "señorito" no ha salido de su casa ni para ir a misa. Es grave.

-¿Tú crees que...?

Ryo se encogió de hombros.

-Es probable. Sería una lástima, pero para nada sorprendente -tomó otro sorbo de vino. -El tipo era un infierno para tratar con él, pero siempre respetaba su palabra y era honesto, y aunque ya no se encargaba de sus negocios en persona, va a ser una pérdida.

-Le enviaré una nota a Ueda -dijo Jin, por lo bajo. A pesar de su eterna rivalidad, la situación debía ser dura para él. Después de la muerte de su madre y con su hermana estudiando lejos, en Europa, su padre era todo lo que tenía y sentía algo de preocupación por él.

-Aw, qué tierno de tu parte -se mofó Ryo. -¿El gremio de amos con sirvientes horrendos se apoya en tiempos difíciles?

-Eres un imbécil. Se llama consideración, lo enseñan los padres que sí se preocupan por sus hijos. Aunque tal vez eras demasiado idiota como para aprenderlo.

-Realmente estás raro, Akanishi...

-¿Algo más?

Ryo suspiró, cediendo.

-Nada muy importante... más robos de animales en la parte sur del pueblo. Al parecer son una banda. Pienso que deberíamos organizar patrullas para atraparlos, pero por ahora nadie parece muy convencido con la idea.

-¿Sucede algo en este pueblo que no sean malas noticias? -a Jin le preocupaban los robos, más de lo que dejaba ver. Decidió que haría reforzar las cercas de su propiedad, pero por ahora no quería pensar en eso.

-Hum.... La Divina tiene un nuevo p... integrante. En La Tormenta. Llegó sólo hace algunos días, pero ya he escuchado comentarios... de parte de cierto capataz de Yamapi...

Jin y Ryo rieron con ganas, por fin, se sentía bien despejarse un poco.

-¿Yamapi logró que Toma no fuera a ese lugar?

-No, no lo logró. Terminó acompañándolo -dijo, con una mirada significativa. -Pero si quieres saber sobre eso, vas a tener que preguntarle tú -ni toda la reserva de vino de Jin podría hacerlo hablar de su jefe a sus espaldas. -Si te cuento, te vas a perder todas las expresiones de su rostro, será una lástima -dijo, sin embargo, pues tenía una reputación que mantener.

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