lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo XIV

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


Encontrar a Toma empacando sus cosas al llegar a su habitación no fue una manera agradable de comenzar el día para Yamapi.

-¿Qué estás haciendo? -preguntó, casi retóricamente. En su rostro la expresión de pérdida era sobrecogedora.

Toma apenas interrumpió su tarea para mirarlo. No planeaba permitir que el puchero lastimoso que le dedicaba Yamashita hiciera mella en su determinación.

-Creo que ya ha pasado un tiempo razonable desde... el incidente -Toma no tuvo necesidad de aclarar a lo que se refería. -Las cosas parecen estar bastante tranquilas ahora que Ryo finalmente está organizando su patrulla soñada para defenderse entre vecinos... así que...

-Te vas... -finalizó Yamapi por él.

-Yamashita... ya hemos hablado de esto... -suspiró Toma, deteniéndose por fin.

Lucía cansado, pensó Yamapi, evadía sus ojos y sus hombros estaban arqueados. Tal vez sí extrañaba a su familia, a las personas, la vida que había dejado atrás, en Europa. Era muy egoísta de su parte, pero deseaba que Toma se quedara un tiempo más, mucho tiempo más. Con él.

-No puedes irte... -comenzó a decir Yamapi, sin saber muy bien cuál sería su explicación cuando Toma claramente le pidiera una. Sintió su mirada taladrar su cabeza en el momento en que las palabras terminaron de salir de sus labios y buscó con desesperación un punto en el que clavar la vista para no tener que enfrentar la expresión de Toma, su rostro apenas controlado, a punto de perder la paciencia.

Y entonces, sobre la cama de la habitación de visitas que se había convertido en la habitación de Toma, repentina y milagrosamente, Yamapi encontró su respuesta.

-Tienes que hacer esa pintura que le prometiste a mamá -sonrió, triunfante, arrastrando sus ojos desde los pinceles y materiales para pintar que yacían sobre el cubrecamas hasta el sorprendido rostro de Toma, que no pudo sino romper en una risa ahogada, aceptando su derrota.

-Está bien... -dijo Toma, meneando la cabeza. -Pero comenzaremos ahora.

-¿Ahora? Pero no hemos desayunado...

Era inútil, no tenía defensa alguna contra los pucheros de Yamapi.

-Después de desayunar -concedió Toma, invitando a Yamapi a salir de la habitación antes que él con un gesto de su brazo.

El desayuno fue promisorio, Yamashita estaba de un humor brillante, complacido por su rapidez e inteligencia. Toma no se iría, al menos no hasta terminar la estúpida pintura que por una vez estuvo feliz de que su madre hubiese pedido. Aunque estaba seguro de que la expresión de incredulidad divertida de Toma escondía algo, no le prestó demasiada atención. Había logrado ganar tiempo y no sentía deseos de detenerse a analizar por qué eso lo hacía tan feliz.

Cuando terminaron de comer, Toma comenzó la tarea de buscar un lugar adecuado. La iluminación era importante y debía ser un lugar cómodo para ambos, también era vital contar con cierta tranquilidad. Finalmente y en consenso, se decidieron por la oficina de Yamapi.

La tarea de arreglar los muebles de la mejor manera posible y trasladar los materiales de Toma para transformar la habitación en una especie de estudio les llevó más tiempo del necesario; cada vez que movían algo hacia alguna parte Toma consideraba la configuración del cuarto cuidadosamente y Yamapi se encontraba algo embelesado por la manera en que todo su cuerpo se tensaba en concentración. Cuando Toma salía de su trance, Yamapi no podía sino fingir un cansancio desmedido debido a la actividad física del traslado de muebles y detenían sus labores por varios minutos, en los que Toma hablaba y Yamapi intentaba poner atención, no dejar a su mente divagar. Era agotador.

Para cuando finalmente Toma se declaró conforme con la disposición de la habitación, ya era hora de almorzar. Se vio tentado de dar por comenzada la primera sesión a pesar de los rugidos del estómago de Yamapi, pero como solía suceder, no pudo ser cruel con él.

-Comenzaremos después de almorzar -cedió Toma, con un suspiro divertido ante la pregunta silente de Yamapi.

Verdaderamente, él era su debilidad.

El almuerzo pasó bastante rápido, Yamapi estaba muy hambriento y Toma algo perdido en sus pensamientos. Como siempre, lo complicaban las señales mezcladas que Yamapi enviaba en su dirección. Le estaba costando demasiado trabajo ignorar cosas que su cerebro interpretaba de una manera que estaba seguro era completamente errónea. Le era difícil ignorar la felicidad de su amigo al encontrar una excusa para retardar su partida, lo confundía y hasta le causaba un poco de dolor tener que convencerse una y otra vez de que se trataba de delirios esperanzados. Seguramente, debido a su amistad desde hacía años y con todo lo que había sucedido últimamente en sus vidas, entre funerales y robos, Yamapi se sentía un poco más cercano a él. Pero no de la manera en que él quería.

La realidad era que Yamapi se casaría, pronto y, según lo que había observado, estaba ansioso por ello. No debía olvidarlo jamás.

-No sé qué tengo que hacer -dijo Yamapi con expresión perdida una vez que estuvieron en el estudio de pintura provisorio.

En circunstancias normales el comentario y el tono de voz de Yamapi, cercano al terror, habrían hecho reír de buena gana a Ikuta. Sin embargo, permaneció en un silencio sostenido y concentrado durante un instante que a Yamapi le pareció eterno.

-Hummm... siéntate ahí -indicó finalmente, sin dejar de fruncir el ceño. -Ya veremos qué hacer...

Yamapi obedeció en silencio, un poco inquieto por la expresión preocupada de Toma. Se acomodó lo más posible en el sillón de cuero que le había indicado y trató de encontrar una posición que sintiera que lo favorecía. Tardó unos instantes en notar que Toma no lo miraba, que permanecía aún con la misma expresión dubitativa en su lugar junto al caballete, observando la tela como si esta ocultara alguna respuesta misteriosa a algo que Yamapi no entendía.

-¿Pasa algo? ¿Toma?

Toma lo observó por un momento, con los labios apretados hasta casi hacerlos desaparecer en una sola línea. Levantó el lápiz que tenía en la mano e hizo el amago de trazar algunas líneas antes de volver a mirarlo con intensidad. Repitió el proceso, sin avance aparente desde el punto de vista de Yamapi, hasta que de pronto dejó el lápiz a un lado y bajó la vista, sonriendo un poco avergonzado.

-Tenemos un problema -dijo entonces y enrojeció visiblemente, pero la sonrisa no desapareció de su rostro, ni siquiera cuando levantó la cabeza para mirar a Yamapi a los ojos.

-¿Qué...?

-Estee... -comenzó a decir Toma y se interrumpió para reír baja y aspiradamente. Su tono marcadamente afectado no presagiaba nada bueno. -La verdad... es que estoy acostumbrado a los modelos desnudos.

Fue el turno de Yamapi de enrojecer.

-Oh... -dijo simplemente, sin poder seguir mirando a Toma a riesgo de enrojecer aún más.

-Hummm... sí... -esta vez la risa de Toma sonó un poco nerviosa incluso para los oídos de Yamapi, cuya sorpresa mutaba rápidamente en algo parecido a la histeria.

-¿No hay otra opción? -preguntó, intentando hacer que su voz sonara estable y enredándose en sus propias palabras en su lugar.

La situación empeoraba con el paso de los segundos y la tensión hacía que el silencio pareciera un grito ensordecedor. No era sólo pudor lo que congelaba a Yamapi, de hecho, eso sólo era un pensamiento secundario y fugaz en su mente. El verdadero problema era otro.

Últimamente su cuerpo reaccionaba de maneras extrañas ante Toma, era algo que lo confundía y complicaba lo suficiente sin que nadie lo supiera. Sin ropa, no habría manera de ocultarlo.

-Como le dije a tu madre -escuchó decir a Toma como desde muy lejos-, soy bastante nuevo en esto... y... -Toma también se veía incómodo, pero eso no resolvía el problema.

-No voy a... lo siento, Toma. No -insistió con vehemencia Yamapi, esperando que no se notara el filo de desesperación en su voz. -Vas a tener que encontrar otra manera.

Toma volvió a mirar la tela como algo ofensivo e hizo el intento de tomar nuevamente el lápiz, antes de girarse hacia Yamapi de manera súbita. Parecía frustrado.

-Son... las proporciones... ¡Demonios! -maldijo y avanzó hacia Yamapi, que lo observó con una mezcla en partes idénticas de asombro y terror.

-¿Qué vas a...? -alcanzó a balbucear antes de que Toma llegara a su lado. La intensidad de su mirada le causó escalofríos.

-Quédate quieto.

Yamapi intentó preguntarle qué rayos se proponía, pero las palabras no alcanzaron a salir de su garganta. El instante siguiente sintió las manos de Toma sobre su pecho, primero con suavidad meticulosa y luego más cargadas a medida que se dejaba llevar por la frustración. Yamapi levantó la vista hasta el rostro de Toma, buscando alguna clase de explicación, algo que lo anclara a la realidad y afirmara que esto no era aún otro sueño extraño, otra jugarreta de su mente.

La expresión de concentración se había acentuado en el rostro de Toma, que observaba los hombros de Yamapi especulativamente mientras medía distancias y apreciaba formas con los dedos. Yamapi comprendió lo que intentaba hacer, que la intención original había sido evitarle la incomodidad de desvestirse, pero esto era mucho peor. Observó incrédulo sus ojos, su frente cruzada por líneas acentuadas de atención absoluta mientras su exploración avanzaba hacia abajo por su cuerpo, convencido de que Toma no buscaba sino realizar la tarea que se le había encargado.

Yamapi, luchó contra el deseo de cerrar los ojos y apretó los dientes para no dejar escapar un quejido cuando una de las manos de Toma pasó a rozar un punto especialmente sensible de su pecho. Temió haber despertado alguna suspicacia en Toma, pero una mirada rápida a sus ojos le indicó que no había sido así. Como siempre, una vez que comenzaba a hacer algo no parecía haber forma posible de desconcentrar a Toma y desviarlo de su objetivo. Yamapi no supo si sentirse aliviado o molesto debido a ello.

-Esto no está... rayos... -maldijo nuevamente Toma y Yamapi sintió que la mayor parte de su sangre comenzaba a trasladarse hacia la parte baja de su cuerpo ante la actitud algo violenta y absolutamente absorta de Toma.

Quiso preguntar qué pasaba ahora, pero de nuevo su amigo fue demasiado rápido para él. Esta vez, Yamapi no logró evitar que su cabeza se inclinara con algo de violencia hacia atrás cuando con un “tsk” exasperado, Toma metió sus manos debajo de su camisa y estas comenzaron a moverse directamente sobre su piel.

Era oficialmente un infierno.

Cuando logró controlarse un poco, el pánico lo arrebató. Si Toma había visto su reacción era imposible que no sospechara algo, que no supiera que el cuerpo de Yamapi había malinterpretado sus acciones. Abrió los ojos que no recordaba haber cerrado y buscó con ellos a Toma, lo que probó ser un error.

La vista enfrente de él terminó de cimentar su estado. Toma, acuclillado entre sus piernas e inclinado lo más posible hacia él sin llegar a tocarlo, había cerrado los ojos mientras sus manos continuaban recorriendo su cuerpo.

-¿Qué...? –logró preguntar Yamapi, asombrándose un poco de lo rasposo de sus voz.

-Shhhh.... intento... sentir mejor....

-Toma.... –era imposible seguir conteniendo el gemido que se le escapó en forma de su nombre mientras las manos de Toma bajaban por su piel hasta llegar a su cintura y Yamapi se mordió el labio inferior mientras se movían de manera dolorosamente lenta hacia su abdomen, amenazando con bajar, deseando a la vez que Toma pudiera improvisar con las malditas proporciones en el área a la que se acercaban y que no lo hiciera, que sus dudas llevaran su toque firme hasta el punto en que la tensión se acumulaba cada vez más entre sus piernas.

Los dedos de Toma se separaron al llegar peligrosamente abajo y al centro en su abdomen y Yamapi enterró sus cortas uñas en los brazos del sillón de cuero para evitar que sus caderas se movieran por sí solas. No podía creer que Toma no se diera cuenta de lo que estaba haciendo, de la tortura atroz a la que lo sometía. Sentía el hormigueo fantasma del toque sus manos en todos los lugares por los que había pasado y la cabeza le latía pesadamente por la contención absoluta a la que se estaba sometiendo.

-Yamashita –comenzó a decir Toma, risueñamente.-No estás respirando...

La sonrisa se congeló en el rostro de Toma al mirar hacia arriba y encontrarse con la expresión torturada de Yamapi, que al notar su inmovilidad lo miró de vuelta. Una película brillante cubría los ojos de Yamapi y Toma no supo cómo interpretarlo, había estado tan concentrado intentando reprimir sus propios sentimientos que no se había detenido a pensar que podía haber incomodado a Yamapi, que sus acciones podían haberse pasado del límite.

-Toma... -repitió Yamapi, pero no pudo continuar. Ni siquiera él sabía muy bien cómo continuar la frase. ¿Detente? ¿Sigue? ¿Qué rayos haces? ¿No sueñes con parar ahora...?

-Lo siento... -balbució Toma, aún sin comprender bien qué sucedía. -No pretendía... -continuó, e inconcientemente sus manos descendieron hasta posarse en las caderas de Yamapi, buscando un punto de apoyo, pero la presión y el movimiento reverberaron en el cuerpo de ambos y Yamapi aspiró aire violentamente a través de sus dientes.

Toma intentó hablar, pero la intensidad en la mirada de Yamapi lo detuvo. Sentía que su corazón galopaba en su garganta con una exaltación y un miedo atroces. Temía respirar, temía moverse, temía siquiera parpadear por miedo a romper el confuso instante del que eran prisioneros, ambos.

-Shhhhh.... -silenció Yamapi en un susurro y las palabras que nuevamente intentaba articular Toma se perdieron en alguna parte del vacío.

Yamapi había decidido dejar de pensar, la tensión en el aire estrangulaba sus procesos y sólo dejaba el anhelo palpitando en sus venas. Sentía a Toma temblar un poco apoyado en sus caderas y todo su ser gritaba por la necesidad de su toque. Sin despegar los ojos de los de él, arrastró sus manos torpemente hacia abajo, tomando con firmeza las manos de Toma, instándolo sin palabras a seguir...

Un repentino golpeteo en la puerta los sobresaltó, quebrando el ambiente y haciendo a Toma alejarse instintivamente. Sin embargo, Yamapi no soltó sus manos. Toma lo miró a los ojos y por un instante sólo se observaron, confundidos y algo asustados los dos, con la respiración un poco pesada y el espesor del deseo nublándoles la vista.

-Toma... -se escuchó la contrariada voz de Rina al otro lado de la puerta, luego de otro golpeteo. -Sé que el tirano de mi hermano está encerrado contigo ahí. Salgan. Akanishi está aquí y quiere verlos.

Yamapi se encontró realmente considerando ignorar a Jin, a su hermana y a todo el mundo, no salir de la habitación. No quería dejar ir a Toma y tenía terror de lo que pudiese pensar al respecto, la idea de considerar sus propias acciones y sentimientos también lo asustaba y no quería que el calor irreal de la situación se disipara, despejando su mente y dejándolo sin excusas.

Se levantó del sillón sin decir una palabra. No podía hablar y ni siquiera intentó hacerlo, guardó silencio incluso cuando Toma se alejó de él y tuvo que dejar ir sus manos para arreglar el desorden de su camisa. Toma apartó la vista. Parecía sentirse avergonzado o arrepentido y Yamapi se sorprendió de lo mucho que eso dolía. Se concentró en su propia ropa, en arreglar su cabello un poco desordenado debido al roce con el sillón, en no pensar en nada relacionado con Toma.

Cuando estuvo listo para salir, Yamapi volvió a mirarlo; su rostro era una perfecta máscara de compostura. La confusión que aún rugía en su interior tenía sabor a decepción.

-¿Listo? -preguntó Toma.

Yamapi sólo pudo asentir con la cabeza.

Rina los esperaba con aire impaciente, apoyada en la pared y tan contrariada como había sonado su voz.

-Jin vino con Ryo -les informó, pero sólo miró a Toma. -Están esperando en la sala de estar y se comen todas nuestras uvas.

Que Toma no rompiera a reír ante eso era una clara señal de que algo pasaba, pero ninguno de los hermanos Yamashita pareció notarlo.

Caminaron mecánicamente hacia donde los esperaban Ryo y Yamapi y ni siquiera los portazos de Rina, molesta por las órdenes de su hermano que le impedían salir del fundo, ni el palmeteo exagerado de Jin en su espalda pudo contra el estado de shock en que aún se encontraba Yamapi.

Toma, bastante más acostumbrado a fingir, interactuaba más con los invitados e intentaba evadir la inquisidora mirada de Ryo, que alternaba entre él y el extrañamente silente Yamapi, que pareció estar en otro lugar del tiempo-espacio durante la mayor parte de la tarde.

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Toma no solía tener el sueño especialmente liviano, pero eso jamás lo había preocupado. Suponía que era algo normal, que ser una persona tan hiperactiva durante el día lo dejaba bastante agotado por las noches, lo que le permitía dormir de corrido, salvo contadas ocasiones. Esta era una de esas ocasiones.

Le había costado dormirse y parecía que sólo lo había logrado hacía pocos segundos cuando *sintió* a alguien tras la puerta de su habitación. No habían sido ruidos y eso era lo que más le sorprendía, era una presencia, la convicción de que había alguien ahí, escondido.

Tomando un grueso libro como posible arma, pues no tenía nada más contundente a mano, se dirigió con todo el sigilo que le permitió el piso de madera hasta la puerta, esperando sorprender al posible ladrón.

Abrió de un golpe la puerta y levantó el libro para maximizar todo lo posible la fuerza de su ataque... sólo para encontrarse con los ojos algo asustados de Yamapi en la penumbra.

-¡Yamashita! -susurró con sorpresa y sonrió, bastante aliviado. -¿Qué demonios...? ¡Me asustaste! -continuó, mientras retrocedía para dejar el libro en su mesa de noche. -Creo que por fin me convenciste de que el campo es un lugar peligroso y lleno de bandidos... claro que lo que pasó también puede tener algo que ver... -notó entonces que Yamapi no estaba respondiéndole, de ninguna manera. -¿Yamashita? ¿Estás bien?

La idea del posible sonambulismo de Yamapi cruzó por su mente fugazmente ante su persistente silencio, en especial cuando se volteó y cerró la puerta de la habitación con el cerrojo de hierro que Toma jamás se molestaba en trabar. Confundido, quiso volver a preguntar qué sucedía, pero la intensa mirada que Yamapi posó sobre él lo detuvo.

Los recuerdos inundaron su mente como un panal de abejas molestas: su estupidez en el estudio de pintura, el momento confuso en que Yamapi había tomado sus manos y cuyo significado todavía no lograba descifrar, todos los sentimientos agolpados en su interior y que se había esforzado en reprimir durante la tarde, las implicancias posibles que de seguro sólo eran acciones malinterpretadas por su corazón tozudamente esperanzado a pesar de toda lógica y razón... Tal vez Yamapi sí estaba molesto con él. Tal vez quería hablar con él sobre eso.

Yamapi se acercó un paso más, estaba tan cerca que Toma podía sentir el calor que radiaba de él, sospechar el leve sonrojo que parecían tener sus mejillas. Intentó moverse para encender la lámpara que descansaba en su escritorio, necesitaba ver bien la expresión de Yamapi y no sólo adivinar sus intenciones en la penumbra, pero la mano de Yamapi en su muñeca lo detuvo con firmeza.

-Yo... -comenzó a disculparse Toma, pero los dedos de la mano libre de Yamapi se posaron sobre sus labios, deteniéndolo.

Sin una palabra, sin dejar de mirarlo a los ojos, la mano de Yamapi en la muñeca de Toma lo guió hasta que sus dedos hicieron contacto con la tela de sus pantalones en la cadera de Yamapi, mientras su otra mano abandonaba sus labios y se arrastraba por su brazo hacia abajo, abajo, hasta llegar a guiar la mano libre de Toma también a su cintura.

-¿Tomo... qué estás haciendo? -la voz de Toma se quebró un poco bajo el peso de su incredulidad y confusión.

Yamapi no respondió. Hacía muchísimos años que Toma no lo llamaba por la contracción de su primer nombre y aún cuando eran niños sólo lo había hecho en contadas ocasiones, cuado estaba muy asustado o demasiado triste; sabía lo que significaba ese nombre, pero aún así, no pudo hablar. Él también estaba asustado, no sabía muy bien lo que estaba haciendo y temía ser rechazado, pero lo que lo atraía a Toma era todavía más poderoso que todas sus razones.

Incapaz de conciliar el sueño, había decidido ir con Toma y resolver su confusión de alguna manera, pero se había acobardado antes de golpear la puerta, congelado por la ansiedad hasta el punto de no poder moverse ni para avanzar ni para huir. Y ahora, con Toma enfrente y sus manos en sus caderas, temía que las palabras rompieran el fino velo de valentía que le confería la necesidad.

No estaba muy seguro de qué le sucedía, sólo sabía que quería que Toma continuara lo que sin querer había comenzado aquella tarde.

Avanzó un paso, cerrando los ojos y dejándose envolver por la cercanía de Toma, el aroma a jabón y colonia que duraban en él de alguna manera hasta aquellas horas de la madrugada, intentando tragar saliva y deshacer el nudo de miedo en la boca de su estómago. Las manos de Toma temblaron en sus caderas y el temor al rechazo se disolvió un poco en su mente gracias al suspiro estrangulado que Toma dejó escapar cuando su cuerpo quedó pegado al suyo.

Enterró el rostro en la curva del cuello de Toma, respirando su esencia para tranquilizarse y maravillándose con la manera en que todo su cuerpo respondía al leve roce de sus labios. Habría sonreído, pero en ese instante los brazos de Toma se cerraron alrededor de su cintura, atrayéndolo imposiblemente más contra él hasta que sus piernas se vieron separadas por uno de sus muslos. Cualquier pensamiento e intención posible murieron en el abrasador calor que lo consumió. El instinto puro tomó el control de sus acciones y empujó las caderas hacia arriba, buscando fricción.

Nuevamente pudo sentir el temblor que recorrió a Toma reverberando en su propio cuerpo y su agarre en su cintura se hizo más tenso. Algo estaba mal, pésimo incluso. Toma se aferraba aún al control casi desesperadamente y Yamapi no quería eso. Necesitaba que Toma dejara de pensar, porque pensar era malo, era lo peor que podía hacer en ese momento. Pensar podía llevar a detenerse, a detenerlo y entonces Yamapi tendría que pensar también, considerar lo que estaba haciendo y por qué, enfrentar el terror...

Sus manos se aferraron a los hombros de Toma con fervor y besó su cuello con firmeza esta vez, deleitándose en el gemido que hizo vibrar la piel que besaba. Cada reacción era una victoria y continuó su camino, arrastrando sus labios hasta la curva de su mandíbula, buscando con timidez y ardor los labios de Toma.

Sintió el quejido aspirado de Toma cuando se humedeció los labios antes de inclinarse con algo de duda para besarlo en la boca.

Debería sentirse más extraño de lo que se sentía, pensó fugazmente Yamapi, pero la exaltación del momento no permitía demasiado análisis. La sangre latía en forma de necesidad cada vez mayor en cada célula de su cuerpo, amenazando con llegar a un límite peligroso cuando al fin Toma dejó también de pensar y se entregó al beso con un gruñido inarticulado de derrota.

La lengua de Toma buscó la suya con urgencia y fue el turno de Yamapi de gemir. Sintió todo el cuerpo de Toma reaccionar a la vez, como un desborde de pasión contenida. Sus caderas buscaron las suyas en embates torpes y arrítmicos, sin encontrar nunca suficiente contacto, dejándolos a ambos cada vez más hambrientos de sensación.

Yamapi jamás supo si fue él quien comenzó a retroceder hacia la cama o si fue una reacción ante un movimiento de Toma, pero tampoco tenía demasiada importancia. La sola idea de sentir el peso de Toma sobre él hacía desaparecer cualquier necesidad de razonamiento. Sintió el borde del colchón en la parte posterior de sus rodillas y de alguna manera logró sentarse sin quebrar demasiado el contacto con los labios de Toma, que se instaló a horcajadas sobre él. El contacto, firme por fin, hizo temblar el mundo tras sus ojos.

Sus manos se aferraron a Toma y enterró nuevamente el rostro en su cuello, tratando torpemente de reanudar algo parecido a un ritmo con sus caderas contra las de Toma, buscando el placer a ciegas y un poco inseguro sobre cómo complacerlo.

El ritmo de las caderas de Toma se volvió sólido y medido, hasta detenerse de pronto. Yamapi sintió una de sus manos posarse con ternura en su mejilla, instándolo inclinarse hacia atrás, a mirarlo. Se obligó con dificultad a abrir los ojos.

Toma parecía pedirle permiso sin palabras y algo del terror que sentía Yamapi se veía reflejado en toda su actitud.

-Tomo... ¿de verdad....? –la voz de Toma era un susurro jadeante. -¿Estás seguro...?

Yamapi giró levemente el rostro, hasta rozar la palma de la mano de Toma con sus labios, buscando tranquilizarlo. No estaba seguro de nada, pero no quería que se detuviera. Movió la cabeza en forma afirmativa contra la mano de Toma, que suspiró entre dientes apretados antes de inclinarse hacia delante, besándolo con fuerza apenas contenida.

Toma lo guió hasta que ambos quedaron recostados más o menos a lo largo de la cama. Sus movimientos eran firmes y bastante precisos dadas las circunstancias, tocaba su cuerpo con la presión exacta para dejarlo deseando más mientras maniobraba moviendo sus brazos y piernas enredados de maneras extrañas y confusas. Yamapi sólo se dejaba llevar, un poco mareado por el placer en dosis tan cortas y frustrantes, pensando a pesar de sí mismo en por qué Toma sí parecía saber qué estaba haciendo.

No quería pensar en los largos años que había pasado Toma en Europa, en sus viajes con aquella compañía de teatro llena de gente con ideas extrañas, donde había estado demasiado tiempo con aquel tipo insufrible que lo llamaba esposa. Imaginar que Toma había estado con otras personas de la manera en que ahora estaba con él le causaba un malestar que persistía en medio de las oleadas de placer en que comenzaban a sumirlo las caderas de Toma, moviéndose nuevamente y con brío contra las suyas, presionando exactamente donde debían y sus manos que habían comenzado a recorrer su cuerpo con fervor por encima de su ropa de dormir.

Estaba siendo infantil y lo sabía, pero quería que Toma olvidara para siempre cualquier experiencia anterior, quería borrar a cualquiera que hubiese venido antes que él, tocar y besar a Toma tan arrebatadoramente que al final sólo quedara él. Quería ser único. El mejor.

Sin embargo, era un hecho que sus conocimientos esas áreas eran más limitados.

La boca de Toma liberó sus labios en ese instante para encaminarse lentamente hacia su oreja y Yamapi inclinó la cabeza hacia atrás casi mecánicamente y con violencia, facilitándole el acceso instintivamente. El cúmulo de sensaciones aumentó, haciéndolo gemir casi contra su voluntad. Su cuerpo reaccionaba por cuenta propia, ahogándolo de a poco en una espesura cálida y apremiante que obnubilaba sus pensamientos. Calor y deseo in crescendo.

Debía concentrarse, recuperar algo de control o al menos poder volver a pensar con algo parecido a la coherencia sin importar lo difícil que fuese, sin importar el toque enloquecedoramente lento de Toma que se dirigía inevitablemente hacia abajo, abajo...

Mordiéndose el labio con fuerza para recuperar un poco de foco, movió sus manos que se encontraban aún aferradas a la espalda de Toma, buscando retribuir al menos en parte todo lo que lo estaba haciendo sentir, pero se sentía torpe y no sabía muy bien cómo lograrlo.

-Toma... –comenzó a decir Yamapi y ambos se detuvieron. Escuchar su propia voz después de lo que habían parecido horas de silencio era de lo más extraño. –Toma... no sé qué hacer... –sintió claramente el cuerpo de Toma estremecerse y buscó con desesperación sus ojos para intentar descubrir qué significaba, pero no logró leer nada en ellos. Eran pozos gemelos de oscuridad y tensión. -Dime qué tengo que hacer –rogó, en un susurro.

Con un gruñido desarticulado, Toma capturó nuevamente sus labios y Yamapi olvidó todo por algunos minutos más. La realidad se convirtió en un manchón de movimiento y sensación, que sólo interrumpió la voz de Toma, contrastadamente suave en su oído.

-No hagas nada que no quieras hacer.

Yamapi se preguntó si su propia voz había sonado tan apretada y rasposa... y luego no se preguntó nada más. Las manos de Toma volvían a recorrer su pecho, sus hombros, a bajar peligrosamente hasta su cintura y acariciar sus muslos. Deseaba sentirlas sobre su piel, sin tantas capas de por medio, deseaba sentir a Toma contra él, sin barreras. Comenzó a desvestirlo, tirando de su ropa de dormir sin rastro alguno de sutileza, pero no importaba. Toma comprendió el mensaje y lo ayudó en su tarea.

Ambos se movían de manera torpe y un poco ansiosa, Yamapi se encontró varias veces a punto de reír. Podría haber sido extraño, pero Toma también sonreía.

La calidez del momento tenía algo de irreal, la situación parecía irreal en sí. Eran él y Toma después de todo, era la piel de Toma contra la suya y sus labios buscando con urgencia renovada los suyos. Y, sin embargo, se sentía bien.

El primer embate de las caderas de Toma contra las suyas fue suave pero brutal, la sensación aumentada millones de veces según su percepción ahora que no había barreras de tela entre ellos. Liberó sus labios para dejar escapar un profundo gemido que pareció alentar más a Toma, hacer que sus manos comenzaran a acariciar su cuerpo desnudo que reaccionaba cada vez con más intensidad.

Toma había dicho que no debía hacer nada que no quisiera... pero Yamapi quería hacerlo todo. Deslizó una de sus manos con algo de dificultad hacia abajo. Podía no saber mucho, pero, decidió, sabía lo necesario. La penumbra escondió su sonrisa autosuficiente ante el quejido desgarrado que Toma no pudo ahogar cuando cerró la palma en torno a él, envolviéndolo en calor y movimiento.

-Yamashita... –balbució Toma, y fue lo único discernible entre un sinfín de maldiciones y palabras sin sentido. Las caderas de Toma se movieron con violencia contra su mano y Yamapi sólo pudo desear más. La sensación de poder hacía hervir su sangre, la exaltación era casi dolorosa. Podía brindarle placer a Toma y el solo pensamiento era suficiente para hacer explotar su mente.

Toma alternaba jadeos con besos descuidados en su oreja, distrayéndolo lo suficiente como para no notar su mano mientras bajaba para reciprocar sus acciones. Cuando Toma llegó a su objetivo, Yamapi comprendió el efecto que había tenido su toque. Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza, utilizando cada onza de fuerza de voluntad en su cuerpo para no acabar en ese momento. Habría sido demasiado embarazoso... o tal vez no, porque Toma no estaba mucho más lejos, si la tensión absoluta de su cuerpo era algún indicador.

Cada músculo de su cuerpo parecía estar contraído y cuando Yamapi abrió por fin los ojos, los de Toma se clavaron en los suyos con desesperación de náufrago. Su mano libre se enredó en su cabello, abrazando su nuca y atrayéndolo hacia sí para besarlo con fuerza y su codo tembló al contener todo su peso mientras sus caderas seguían moviéndose cada vez con mayor frenesí y esa no podía ser una posición cómoda de ninguna manera... y nada de eso importaba.

El mundo era el rostro de Toma contraído al borde del placer absoluto y el mundo era sonido y era la voz de Toma intentando pronunciar su primer nombre sin lograrlo, rindiéndose, hasta que todo lo que existía era una letanía sincopada de “Yamashita... Yamashita”, una y otra vez... y el mundo era belleza y era el fuego incontenible y era la urgencia atroz que deseaba aguantar, pero era imposible... imposible, con las manos y la lengua de Toma en sincronía cada vez más acelerada, empujándolo de manera feroz, terrible, disolviéndolo todo hasta que sólo quedó el brillo enceguecedor del éxtasis tras sus ojos, quemando para siempre en su retina, en su cerebro y en su alma la imagen del rostro de Toma, abrasado también por la pasión segundos después que él.

Más tarde, no sabía qué tanto más tarde y tampoco importaba mucho, mientras Yamapi yacía aún exhausto, rodeado por los brazos de Toma, a sabiendas de que eventualmente debía moverse y sin el menor deseo de hacerlo, Toma besó con reverencia su sien antes de hablar, en un susurro.

-¿Estás asustado? –preguntó, enterrando el rostro en el cabello de Yamapi y aspirando profundo, como queriendo impregnarse de su aroma para siempre.

Yamapi negó con la cabeza y se apretó contra el cuerpo tibio de Toma, enredándose más entre sus brazos y sus piernas. Mientras estuviese así no sentiría miedo de nada.

-¿Vas a estar asustado mañana? –preguntó entonces Toma y en su voz se asomó un poco de culpa, mezclada con miles de sentimientos agazapados que podrían haber herido un poco a Yamapi si hubiese podido procesarlos. Pero no podía.

Tampoco podía responder a la pregunta de Toma. No quería pensar en el día, en la mañana y su aterradora claridad, en los pensamientos que volverían a su mente y su vida que irrumpiría con fuerza, haciendo trizas la burbuja de aquel momento, significara lo que significara.

Permaneció en silencio y besó a Toma lánguidamente, esperando que, por ahora, fuese respuesta suficiente.

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