lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo XVI

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


Yamapi estaba en las nubes. Era una sensación rara para él, nunca se había sentido así antes. No era que no hubiese tenido romances en su vida, encuentros furtivos con un par de hijas de las empleadas o chicas del pueblo que parecían tener alguna debilidad por él, pero sólo se había tratado de relaciones cortas e irrelevantes. Ni siquiera la decisión de su matrimonio lo había dejado en ese estado. Era algo que podría haberlo inquietado, pero la felicidad absoluta que lo invadía le hacía imposible sentir cualquier otra cosa.

Aquella noche en la habitación de Toma había marcado el comienzo de algo extraño y, aunque no quería pensar demasiado en ello, desde entonces le había sido bastante difícil disimular su alegría, evitar sonreír cada vez que estaba junto a Toma, lo que representaba gran parte de su día.

Se encontraba a menudo divagando, recordando detalles de aquel momento, perdido en la memoria de la piel de Toma contra la suya, del placer y la emoción y la perfección, soñando despierto con la mañana del día siguiente, cuando había despertado entre los brazos de Toma y había sentido ganas de reír histéricamente de puro júbilo, a pesar de la sombría mirada que le había estado dedicando Toma, claramente despierto desde hacía mucho antes. Lo había estado observando dormir y algo en el interior de Yamapi había parecido arder en gozo por ello.

-Tenemos que hablar de esto –había dicho Toma después de muchísimo tiempo de sólo observarse, con los ojos aún pesados a pesar de que Yamapi no había logrado dejar de sonreír.

Yamapi había tomado la mano de Toma y acariciado sus nudillos ausentemente antes de buscar sus labios con algo de timidez. Pero Toma lo había evitado, posando con firmeza su mano libre en su quijada para detenerlo. Su expresión habría podido partir el corazón de Yamapi, la duda y el miedo habían inundado sus facciones y él sólo había querido borrar todo eso de alguna manera. Sin embargo, le había sido imposible confortar verbalmente a Toma del modo en que sabía lo estaba necesitando en aquel momento. El revoltijo confuso y brumoso en que estaban convertidos sus sentimientos se lo había impedido.

-No ahora... –había dicho, en un hilo de voz, asombrado y un poco avergonzado por la manera en que su cuerpo había comenzado a notar cada vez con más claridad el cuerpo desnudo de Toma enredado con el suyo. -Hablaremos, pero por favor no ahora...

Toma lo había dejado besarlo entonces y a pesar de las ansias de Yamapi, besarse era todo lo que habían hecho. Aún así, habían llegado tarde a desayunar.

Cuando volvió al presente, Toma lo observaba al borde del embeleso, con el rostro apoyado en una de sus manos mientras sorbía jugo de su vaso de una manera que lo hizo sonrojar. Miró de reojo a Rina que, sentada también a la mesa, hojeaba distraídamente un catálogo de vestidos e ignoraba su propio vaso de jugo tanto como a ellos dos, y contuvo un suspiro de alivio. Toma sólo sonrió.

-Me encantaría saber a qué lugar lejano huyes cuando te pones así –comentó Toma en un tono que podía parecer ligero, pero que Yamapi comprendió como cargado de espesura y sensualidad.

Se preguntó si Toma lo hacía a propósito, si tenía alguna idea de lo que estaba causando en él, luego levantó un poco la vista para que sus ojos se encontraran y tuvo la certeza de que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Forzó una risa ahogada y se encogió de hombros en caso de que Rina estuviese prestando atención a su intercambio. Esperaba que no, estaba seguro de que el rubor en todo su cuerpo era más que evidente.

Era totalmente injusto que Toma le coqueteara de esa manera, totalmente injusto. Más aún porque no había pasado nada más entre ellos y a cada segundo aumentaban sus deseos de mandar todo al demonio, besar a Toma, arrojarlo a la mesa y... la sola perspectiva de hacer lo que quería con Toma lo hacía arder.

-Estás muy distraído hoy –dijo Toma, y sonrió, causando estragos en el interior de Yamapi, lo que debió notarse en su rostro porque la sonrisa de Toma casi se convirtió en carcajada.

-Tal vez está nervioso por la llegada de su prometida... –dijo Rina, casualmente, mientras daba vuelta la página de su catálogo, y ante la mirada asesina que le dedicó su súbitamente pasmado hermano levantó la vista y agregó -Llega mañana, ¿no?

Era como si hubiesen quitado el piso bajo los pies de Yamapi. Había olvidado completamente la llegada de Keiko y aunque todos los preparativos ya estaban en marcha desde hacía días sin siquiera necesitar su intervención, él mismo no estaba preparado para el evento.

No sabía qué sentir y no quería siquiera mirar a Toma junto a él, pues su confusión no haría sino aumentar. Detestaba sentir a la vez aquel terror paralizante ante la perspectiva de perder a Toma y el pánico que lo congelaba ante la sola idea de ir en contra de los deseos y expectativas de su familia. Se sentía entre la espada y la pared, completamente atrapado, sin ninguna salida posible.

La suave risa de Toma le sonó amarga más allá de la maraña de sentimientos encontrados que lo embargaba.

-Parece que sí era eso –lo escuchó decir, y de alguna manera detectó que algo no estaba bien.

Era insoportable. Quería cerrar los ojos hasta dejar de existir y quería sentir a Toma contra él, haciéndole olvidar todo.

-¿Toma...? –comenzó a decir, poniéndose de pie repentinamente. -¿Puedes...? –no parecía lograr pensar frases completas, mucho menos articularlas.

-¿Eh?

-Ve con él Toma –tradujo Rina-, seguramente quiere conversar “cosas de hombres” contigo... o aburrirte por horas con sus ataques de histeria sobre qué corbata usar mañana... –fingió un bostezo y volvió a hojear el catálogo con pereza, sin siquiera mirar cuando Toma se levantó de la mesa para seguir a Yamapi.

“Ese par de idiotas creen que soy ciega o estúpida”, pensó y dejó escapar un resoplido. Sus actitudes eran tan obvias, su incomodidad y su felicidad espontánea eran como un gran cartel sobre ellos. Se preguntaba si ellos mismo se habrían dado cuenta de sus sentimientos por el otro o si aún revoloteaban torpemente sin notarlos. No quería pensar demasiado en ello, había algo perturbador en imaginar a su hermano teniendo un romance con su mejor amigo, pero si lo hacía feliz...

Tampoco quería pensar en el factor Keiko.

Intentó concentrarse en los vestidos del catálogo, elegir uno o dos como solía hacer cada temporada, pero le fue imposible. Su mente estaba muy lejos de ahí y no se sentía del todo bien gastando tanto dinero en algo que ahora le parecía tan superficial cuando la banda de Tanaka seguramente pasaba hambre en su escondite en los cerros.

Tanaka... tan sólo pensar en aquel hombre la alteraba de maneras que no alcanzaba a comprender por completo. A pesar de su actitud grosera ejercía sobre ella una atracción irresistible y ahora, sentada sola bajo el gran parrón de la casa de su familia, sólo sentía deseos de correr hacia él.

Cruzó los brazos sobre el catálogo y dejó caer la cabeza sobre ellos con estrépito. Al parecer, la idiotez corría irremediablemente en la sangre de su familia.

Mientras, Yamapi había conducido a un renuente Toma a su habitación y había trabado el cerrojo tras de él. No era la primera vez que Toma estaba ahí, pero sí era su primera visita luego del cambio de contexto que había sufrido su relación y el terco silencio de Yamapi crispaba sus nervios.

-Tenemos una conversación pendiente, Yamashita –comenzó a decir, pero conversar era lo más alejado de la mente de Yamapi en ese instante.

Toma se vio en un segundo envuelto por los brazos de Yamapi, con sus labios buscando con urgencia los suyos y sus manos febriles recorriendo su espalda.

Era imposible no sucumbir. Era, después de todo, lo que había estado deseando la mayor parte de su vida conciente y a pesar del dolor y la incertidumbre nada era más poderoso que la realidad de Yamashita, de sus caderas moviéndose con frenesí contra las suyas y el placer terrible del aquí y ahora.

Hablarían después, decidió, mientras se movían torpemente hasta llegar a la cama y buscaban con desesperación el alivio sin siquiera terminar de quitarse la ropa, empujando las preocupaciones al fondo de su mente que ya no quería pensar en nada más.

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Kitagawa Keiko llegó a la estación del pueblo en el tren del medio día, acompañada por su criada personal. Su largo cabello estaba atado en una firme trenza y un enorme sombrero blanco la protegía del sol. Su expresión, un poco confundida, era visible aún debajo del ala del sombrero y le confería un aire de inocencia adorable, acentuado por su recatado vestido, espumoso y con flores pequeñas. Era hermosa y elegante, brillando con un aire de distinguida modestia en medio del andén; la prometida ideal.

Yamapi sólo podía pensar en Toma.

Rina, que lo había acompañado a la estación, corrió hacia Keiko para saludarla efusivamente tomando sus manos. Su familia había estado relacionada con la de Keiko durante años y Rina se llevaba bien con la joven heredera de los Kitagawa. Yamapi permaneció simplemente en su sitio, observando el intercambio.

Toma había decidido no ir con él. Había alegado tener cosas que hacer, que no había querido detallar, y Yamapi se había sentido demasiado mal como para preguntar más. Aún ahora su corazón se sentía pesado y, aunque lo deseaba, no lograba sentir mucha alegría por la llegada de su prometida, a la que Rina arrastraba en su dirección en aquel instante.

-Tomohisa... -saludó Keiko, ofreciéndole su mano en forma de saludo, esperando que la besara. Sin embargo, Yamapi sólo la estrechó en un apretón de manos cordial. Keiko sonrió, divertida.

-Bienvenida -fue todo lo que logró decir Yamapi y junto a él, Rina suspiró.

-Mi hermano es un idiota, pero por supuesto que tú ya lo sabes.

-Rina... -dijo Keiko, intentando reprenderla pero sin contener una risa ligera. -No seas así con tu hermano.

-Sí, Rina, no seas así con tu hermano -bromeó Yamapi, relajándose un poco.

Keiko avanzó hasta quedar junto a Yamapi, rodeando uno de sus brazos con los suyos y sin notar para nada la súbita rigidez de él, que aguantó sólo un par de segundos antes de mirarla, debajo del ala del sombrero e intentar sonreír.

-Voy a buscar tu equipaje -dijo Yamapi, lento, intentando no enredarse con sus palabras, que sus acciones no se tomaran como un intento de fuga.

Keiko accedió, liberándolo y dando un grácil paso hacia atrás. Rina se le unió en el instante y ambas observaron a Yamapi ir por las maletas acompañado por la criada de Keiko.

-Un total idiota... -resopló Rina y Keiko rió, sin restricciones esta vez.

-A mí me parece lindo -declaró, sonrojándose un poco.

La sonrisa tembló un poco en los labios de Rina, que suspiró risueñamente para cubrirlo.

Finalmente, Yamapi y la criada de Keiko volvieron con las maletas y las llevaron entre todos hasta la carreta. Keiko decidió viajar en la parte de atrás, junto a Rina, su criada y el equipaje, dejando a Yamapi solo con las riendas. De vez en cuando escuchaba a su hermana protestar por el polvo del camino, disculpándose profusamente con Keiko por el mal estado de las carreteras en general y por la insignificancia del pueblo en particular. Keiko sólo reía afablemente e intentaba tranquilizarla explicándole que su pueblo, aunque un poco más grande, no era realmente tanto más moderno. Parecían llevarse extremadamente bien y Yamapi no supo cómo sentirse al respecto.

Tampoco sabía cómo reaccionar ante la profunda sensación de soledad que le producía no tener a Toma sentado junto a él a las riendas de la carreta. Escuchar la risa llena de alegría de su prometida detrás de él no ayudaba para nada. Bajó el ala de su sombrero y se concentró en el camino, intentando borrar todo hasta llegar a casa.

La madre de Yamapi salió a saludarlos casi corriendo hasta el camino, adoraba a Keiko y Yamapi adoraba verla feliz. Al menos eso calmaba un poco su extraño humor.

Los sirvientes de la casa se apresuraron a llevar las pertenencias de las recién llegadas hacia el cuarto de invitados que se había dispuesto para ellas y la criada de Keiko bajó de la carreta con ayuda de Yamapi y corrió a ayudar. Rina bajó sola, de un salto y con la expresión petulante usual en su rostro cuando desafiaba la autoridad de su hermano. Yamapi sólo la miró, indeciso entre ignorarla y reprenderla. Sintió a Keiko aproximarse al borde posterior de la carreta y se volteó para ayudarla... a tiempo para ver a Toma ofreciéndole su mano, con una expresión de seria galantería que habría hecho a Yamapi sentir celos si no fuese por los miles de otros sentimientos desagradables que se agolparon en él.

-Tú debes ser.... ¿Toma? -preguntó Keiko con un poco de timidez. -Rina me habló de ti en una carta.

La expresión de Yamapi se tornó aún más vacía ante la encantadora sonrisa que Toma le dedicó a Keiko. No tenía la más mínima idea de que Rina y Keiko intercambiaban correspondencia, tampoco le agradaba en lo absoluto que la atención de Toma se dirigiera de esa manera hacia otra persona, menos a una mujer. Cualquier mujer, importaba poco que se tratara de *su* prometida. El sentimiento de posesión aumentó cuando Toma, con el gesto más elegante que Yamapi había visto en su vida, se inclinó para rozar suavemente el dorso de la mano de Keiko con los labios.

-Toma Ikuta -se presentó, ignorando aún a Yamapi.

-Ella es Keiko Kitagawa -interrumpió Rina, colocándose junto a ella. -Y se supone que mi hermano era quien debía presentarlos, pero hay cosas que escapan a sus capacidades.

-Oh, cállate... -suspiró Yamapi, intentando parecer contrariado pero secretamente aliviado con la manera en que las acciones de su hermana habían alivianado un poco el ambiente.

-Tomohisa y su hermana se quieren bastante, ¿no cree, señor Ikuta? -comentó Keiko.

-Por favor, sólo Toma... -dijo Ikuta, sonriendo y Yamapi notó con devastación que la sonrisa jamás tocó sus ojos.

-Toma -corrigió Keiko, su sonrisa sí era bastante honesta.

El corto silencio que siguió estuvo cargado de una tensión que Keiko jamás supo de dónde provenía. Todos intentaban mantener una fachada de regocijo, pero no resultaba mucho.

-Niña Keiko, su habitación está lista -la voz de la criada interrumpió agradecidamente el momento.

Junto a ella, la madre de Yamapi brillaba de orgullo, haciendo gestos con las manos en invitación para que pasaran a la casa. Rina tomó a Keiko de la mano, guiándola emocionadamente hacia la habitación de invitados que habían acomodado para ella, en el ala de la casa opuesta a la que albergaba la habitación de Toma. Las mujeres entraron en tropel, hablando de toda clase de cosas que Yamapi ni siquiera intentó escuchar.

-Toma... -comenzó a decir, pero su amigo no miró en su dirección.

Avanzó algunos pasos, intentando acercarse, pero él sólo se volteó más, dándole la espalda.

-Necesito un momento, Yamashita... por favor.

El sol del medio día caía inclementemente sobre ellos y, sin embargo, Yamapi sintió frío. Quería estrechar nuevamente a Toma en sus brazos y besarlo hasta que todo volviera a estar bien sólo por estar a su lado. Necesitaba sentirlo, al menos verlo, quizás tocarlo...

No se dio cuenta de que se había acercado tanto hasta que Toma lo detuvo, mirando por fin en su dirección. La expresión de su rostro era una mezcla brutal de dolor y contención apenas lograda, Toma respiraba hondo, intentando controlarse y Yamapi se paralizó, sin saber qué hacer. Ahora que comprendía las acciones de Toma, el esfuerzo que había hecho por comportarse de manera adecuada y agradable ante la situación atroz que enfrentaba, su propio ataque de celos, aunque breve, le parecía infantil y absurdo.

-¿Estás bien? -preguntó, sintiéndose idiota inmediatamente, pero Toma sonrió, realmente sonrió, a pesar de sus ojos tristes y sus facciones apesadumbradas, meneó la cabeza y sonrió. Sentirse idiota ya no fue algo molesto.

-No -contestó Toma. -No estoy bien -y suspiró entre dientes antes de respirar profundo y cerrar los ojos con fuerza, buscando mentalizarse como lo hacía antes de subir a un escenario. -Vamos... te esperan... -dijo y adelantó a Yamapi, simplemente golpeando su antebrazo, dando por terminada la conversación.

Yamapi tardó algunos instantes antes de lograr reaccionar para seguirlo hacia el interior de la casa y continuar actuando su papel en aquella extraña obra que no le acomodaba, pero de la cual no veía escapatoria posible.

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Los días en casa de sus padres pasaban de manera muy agradable. Era delicioso poder probar nuevamente la comida de su madre. La comida de su cocinera era deliciosa también, pero la de su madre tenía algo especial. Su madre tenía algo especial, una manera de contenerlo y abrazarlo que hacía que no pensara en nada. Le agradaba.

Había extrañado también a su padre, su presencia marcada aunque silenciosa, el humo del tabaco aromatizado de su pipa que lo seguía a todas partes aunque no estuviese encendida. Y había extrañado mucho a su hermano, a pesar de no haberse dado cuenta hasta volver a verlo.

- ¿Aún no encuentras alguna mujer para que sea tu prometida? – preguntó un día Reio durante el almuerzo, con la boca llena de comida. Aún así, Jin entendió, hablaba ese idioma.

- No, no he buscado tampoco.

- Hijo, estás en edad de casarte, deberías seguir el ejemplo de tu amigo Yamashita -comentó su madre, mientras le servía un poco más de sopa. Era su favorita y Jin se distrajo un rato observando el vapor y la figuras que formaba. Era bastante bueno ignorando las cosas que no quería enfrentar.

- Si, además yo quiero casarme pronto –insistió Reio, interrumpiendo su acabado estudio del vapor de la sopa. No había extrañado esta parte entrometida de su hermano, decidió.

- Cásate entonces, no me opongo –contestó Jin, llevando una cucharada de comida a su boca.

- No trates así a tu hermano, sabes que él no se casará antes que tú –intervino su padre y Jin comenzó a sentirse un poco incómodo.

- Pero hijo, ¿acaso ya no deseas casarte? –preguntó entonces su madre, preocupada. Jin casi escupió la sopa. Encubrió su gesto reflejo sacando la lengua con algo de escándalo, fingiendo haberse quemado. Para cuando terminó de quejarse de la quemadura inexistente, su madre seguía mirándolo con inquietud.

- No es eso -comenzó a decir, bajando la mirada. -Quiero casarme y tener hijos...

- ¿Entonces? ¿Acaso no hay ninguna mujer que te guste?

- No.

Akanishi sentía que mentía, pero era la verdad. No había en ese momento ninguna *mujer* que le gustara. A pesar de eso, o tal vez por su causa, se sonrojó levemente.

- Puedo buscarte alguna, encontraré a una buena muchacha para ti.

- No, mamá… no te preocupes. En serio, yo me encargaré de eso –eso sí era una mentira, pero al menos así su madre no comenzaría a buscar y mandarle cartas sobre eso… tal vez.

Con una última mirada renuente, su madre le alcanzó las verduras picadas que a Jin le gustaba espolvorear en su sopa, declarando el tema como cerrado. Jin intentó que su suspiro de alivio pasara desapercibido, pero Reio no era fácil de engañar. Tampoco había extrañado eso de él. Jin lo miró, desafiante y él sólo rió, como el desagradable hermano menor que le gustaba ser a veces. Jin sintió ganas de lanzarle una bola de migas de pan como en el pasado, pero se contuvo.

Sonrió complacido consigo mismo, claramente había madurado y ni siquiera el bufido burlesco de su hermano pudo quebrantar su buen humor durante el almuerzo, que finalizó sin otros inconvenientes ni conversaciones peligrosas.

Siguió disfrutando con relajo de los días, intentando controlar sus pensamientos cuando se acercaban peligrosamente hacia Kazuya. En algún punto, había comenzado a sentir ganas de comentar algunas cosas con él, de mostrarle lugares de la ciudad que simplemente sabía que le agradarían, a imaginar la alegría o el asombro que se posarían en su rostro si lo llevaba a ver algunos edificios o a probar la comida de algunos restaurantes, tan diferentes a la realidad contenida del pueblo que siempre había sido su único hogar. Quería sostener su mano y caminar por los parques, quería que pensara en él como en alguien genial. Quería estar a su lado.

Tal vez comenzaba a extrañarlo, tal vez pensaba muchas veces en el día en él.

Cuando su madre lo despertó una mañana y la llamó "Kazuya", debió aceptar que sí lo extrañaba. No sabía cómo sentirse al respecto.


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Apoyado contra el respaldo de la cama, con el pecho descubierto y la respiración ya normalizada, Keiichiro Koyama jugaba con un cigarrillo sin encender entre sus dedos, observándolo con fascinación o fingiendo que lo hacía, pues la oscuridad era casi absoluta en aquella habitación de La Tormenta. Parapetado por las sombras, Shige sonrió, divertido. Sabía que quería hablar de algo y no se atrevía, y le hacía gracia.

- No había querido preguntarte esto antes… pensé que podría incomodarte, pero realmente me da curiosidad… está bien si no quieres decirme –dijo por fin Koyama, aunque parecía aún dudando si preguntar o no.

Se quedó en silencio mientras Shige encendía el cigarrillo que sostenía en sus dedos. Koyama siempre se quedaba más tiempo para conversar con él y Shige se sentía a gusto con eso: no tenía que atender clientes inmediatamente después y la compañía de Koyama era agradable, demasiado agradable. A Matsumoto parecía no importarle porque Koyama pagaba por ese tiempo extra.

Shige esperó que continuara y preguntara, pero Koyama no parecía dispuesto a seguir hablando, concentrado en dar largas aspiradas al cigarrillo y observar el humo ascendente a la luz que este emitía. La extraña fuente de iluminación deformaba su rostro de maneras extrañas y Shige lo observó por bastante rato antes de hablar.

- Está bien, pregúntame -lo animó, acomodándose en la cama de manera de enfrentar a Koyama más cómodamente, de lado y con la cabeza apoyada sobre los nudillos de una mano.

- Bueno… me gustaría saber, ¿por qué…? ¿Por qué trabajas aquí…? Está bien si no quieres contarme...

- Es porque quiero estudiar leyes en la universidad -explicó Shige, con una risa algo avergonzada y sintiendo ganas de esconder el rostro entre las sábanas. Nunca había hablado con nadie de sus planes.

- Oh… -dijo Koyama, simplemente, pero sus facciones se tornaron melancólicas.

- Necesito dinero para vivir en la capital y además pagar la universidad, me ofrecieron esto sin decirme mucho y acepté.

- En la capital… es lejos – Koyama parecía realmente triste.

- Sí, pero sólo ahí puedo estudiar.

- Muy lejos… -murmuró Koyama, y bajó la mirada. - ¿Cu… cuándo..?

- En pocos meses tendré suficiente para empezar, después buscaré un trabajo allí.

- ¡¿Pocos meses?! – Koyama levantó el rostro, tenía los ojos brillantes y humedecidos.

A Shige le sorprendió verlo así, asintió y se acercó más a él cuando vio que su labio tiritaba.

- ¿Keiichiro?

Koyama sollozó y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, realmente estaba llorando. A Shige le pareció enternecedor, pero no pudo evitar reírse. Había una parte cínica de su personalidad que tendía a detestar el sentimentalismo extremo, pero por alguna razón, Koyama también despertaba en él una ternura y calor sin precedentes. No lo comprendía demasiado, intentaba no pensar en eso, pero en momentos como este no podía dejar de preocuparse un poco por él, por muy ridículo que le pareciera a su parte racional.

Aún riendo ronca y suavemente, Shige se movió hasta que su rostro estuvo sobre el de Koyama, arrancó de sus dedos el cigarrillo a medio fumar y lo apagó sin mirar en el cenicero de la mesa junto a la cama para luego enmarcar su rostro con la misma mano. Sonriendo cálidamente, besó con lentitud las nuevas lágrimas que salpicaban el rostro de quien se suponía sólo era su cliente. Sus besos supieron a sal cuando finalmente capturó sus labios.


Shige jamás besaba a sus demás clientes, no en la boca al menos, pero eso era algo que no quería que Koyama supiera. Lo hacía sentir vulnerable, frágil, aún más que el cuerpo de Koyama moviéndose con cuidado debajo de él, lentamente, como protegiéndolo.

Sus piernas largas y delgadas se enredaron en su cintura atrayéndolo con fuerza y Shige se abandonó al suave ritmo, al ondular casi perezoso de sus caderas contra las suyas.

En realidad, con cualquier otra persona Shige podía racionalizar lo que hacía como un trabajo, un medio para lograr sus objetivos, pero al escuchar la letanía constante y sin sentido de palabras de Koyama en su oído, no estaba para nada seguro.


Se dejó llevar, con algo de sorpresa que interrumpió sus movimientos cuando Koyama lo tomó con firmeza y lo guió, entre palabras a medias y profesiones de sentimientos truncadas, hasta que Shige entró en él con algo de dificultad, preocupado por la mueca de dolor que contrajo las facciones de Koyama por unos segundos. Era la primera vez que lo hacían de esa manera y Shige intentó ser lo más delicado posible, pero fue inútil, Koyama se apegaba a él casi con desesperación y Shige se preguntó fugazmente cómo demonios se las había ingeniado Koyama para ser tan gentil con él en las otras ocasiones. Luego, su cuerpo se contrajo a su alrededor y no pudo pensar en nada más, el movimiento y la necesidad tomando control absoluto de su mente, de todo su ser.

Los dedos de Koyama se enterraron dolorosamente en la parte superior de uno de sus brazos cuando alcanzó el clímax y Shige se encontró inexplicablemente deseando que el ardor de su agarre quedara marcado en su piel, si no para siempre al menos por algunos días. No tuvo mucho tiempo para cavilar o sentirse estúpido al respecto, la resistencia del cuerpo de Koyama se había vuelto insoportable y segundos después lo siguió, mordiéndole el labio inferior con fuerza que no logró controlar al intentar ahogar el profundo gemido final en su boca.

Desenredaron sus extremidades en silencio. El aire estaba cargado, se sentía como el comienzo de una larga despedida y Shige sintió algo pesado anudarse en la boca de su estómago. Ahora era él quien necesitaba desesperadamente fumar, pero desistió, para eso tendría que levantarse a buscar los cigarrillos y no quería alejarse aún de Koyama.

Koyama, al parecer, leía su mente. En la oscuridad, buscó a tientas su cajetilla importada y encendió uno de los cilindros de tabaco, aspirando profundamente antes de ofrecérselo a Shige.

Era extraño que ambos permanecieran tanto tiempo sin hablar, pero de alguna manera, ninguno encontraba qué decir. Terminaron de fumar el cigarrillo a medias sin pronunciar palabra.

-Voy a extrañarte... –se encontró diciendo Shige, para sorpresa suya y de Koyama, que rompió nuevamente a llorar.

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