lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo XXI

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...



-Pronto nos encontrarán, hay que hacer algo –susurró Kitayama. Era una reunión más con malas noticias, últimamente todas las noticias que recibían eran malas noticias. Tanaka suspiró. Estaba agotado, y los chicos también. –Y eso no es todo… habló con el alcalde, así que ahora no sólo nos busca él y sus hombres, también la policía.

Corrección, esta vez las noticias eran pésimas. Tanaka se restregó los ojos con cansancio, pensando. En las circunstancias actuales, no podía permitirse que Kazuya escapara, como lo había seguido intentando. No le llevaría nada de tiempo encontrarse con la policía o alguno de los hombres de Akanishi, y seguramente los delataría.

-No se preocupen –dijo Tanaka después de pensarlo unos instantes. –Tengo un plan, déjenmelo a mí.

Los chicos salieron del lugar y Tanaka caminó hacia Kazuya, sentándose frente a él.

-Estaba pensando en soltarte, ¿sabes? No vale la pena tenerte aquí si a tu patrón no le importa.

Kazuya sintió como si algo frío y punzante se enterrara en su pecho.

- ¿A qué te refieres? -se obligó a preguntar, pero la verdad era que lo tenía todo bastante claro. Era lógico, después de todo.

- Hemos estado vigilando a Akanishi y los alrededores, no ha hecho nada, no te ha buscado, no ha mandado gente a hacerlo tampoco…

Kazuya intentó relajarse, pero era demasiado doloroso. Respiró hondo y escondió sus emociones bajo la máscara que había aprendido a llevar toda su vida. Tanaka continuó hablando.

-Pero hoy fue a la policía a dejar constancia de que le habían robado, así que no puedo dejarte ir. Después de todos estos días, recién se dignó a hacer algo… y ni siquiera por su cuenta. Me equivoqué al secuestrarte, lo siento.

El dolor en el pecho de Kazuya no lo dejaba respirar con normalidad, bajó la mirada y la fijo en el suelo. Debía decir algo, pero no podía hablar, probablemente su voz temblaría y odiaba parecer débil.

Por supuesto que era sólo un sirviente, pero, ¿tan poco importaba? Después de todo, nunca había sido importante para Akanishi, ni siquiera un poco. Sus esperanzas de que lo fuera, de que Jin podría sentir algo por él, debían haber nacido de su imaginación.

Quizás hasta había sido reemplazado. La idea fue espantosa.

- Suéltame… -como había pensado, le tembló la voz.

- No puedo, hay una denuncia.

- No diré nada.

- Lo siento, no puedo confiar tan fácilmente, debo tomar mis precauciones.

- No voy a volver al fundo -dijo Kazuya, levantando la mirada y clavándola en los ojos de Tanaka.

No podía, no quería… no podría aguantar ver a Akanishi todos los días, no, sintiendo lo que sentía e importándole tan poco. Quizás ni siquiera lo quería allí, quizás hacía con alguien más lo que solía hacer con él.

- ¿Dónde irás? –preguntó el bandido.

- ¿Importa?

- Puedes quedarte aquí y vivir con nosotros… no puedo dejarte ir así aún, pero puedes vivir más libremente aquí -por su tono y actitud, Kazuya podría haber llegado a creer que al bandido realmente le importaba lo que pasara con él.

Los chicos de la banda lo habían tratado bien hasta entonces, a pesar de que había sido simplemente un prisionero. Y Tanaka no había sido cruel con él tampoco, a pesar de ser su captor, no podía culparlo de nada, no realmente. Sólo de hacerlo ver la realidad, dolorosa como era.

Tanaka avanzó hacia él y lo desató. Se sentía tan extraño ser dueño de sus propias decisiones, de cierta manera, más que el hecho de estar por fin libre de sus ataduras. Era la primera vez en su vida en que podía hacer casi lo que quisiera, pero lo que realmente quería era algo imposible de hacer.

-Voy a... aceptar tu oferta -dijo, masajeando sus muñecas para tener algo en lo que centrarse. Se sentía mareado y perdido, no sabía muy bien qué hacer, tampoco estaba completamente seguro de estar tomando la decisión correcta, pero ¿adónde más podía ir?

-Bienvenido, Kazuya -le sonrió Tanaka, extendiéndole la mano. Kazuya tardó un poco en estrecharla.

La otra mano de Tanaka golpeó su espalda y permaneció sobre su hombro más tiempo del que le parecía necesario. Kazuya se alejó intentando que su incomodidad no se notara demasiado. El bandido carraspeó.

-Bueno -dijo, sonriendo nuevamente. -Estás en tu casa.

Kazuya intentó asentir, pero la sangre no estaba llegando bien a su cabeza, todo se sentía lento y estirado, deseó poder estar solo.

No estaba en casa, nunca más volvería a estarlo.

-------------------------------------------------------



Yamapi definitivamente no esperaba la visita que recibió aquel día.

Era aún otra tarde de casi otoño, más fría y más larga que la anterior. Rina y Keiko conversaban sobre temas que las hacían reír un poco avergonzadas cada cierto tiempo, mientras él fingía leer en otro sillón de la sala de estar. De vez en cuando, Yamapi miraba a su prometida por sobre el borde del libro o se esforzaba por escuchar de qué hablaba con su hermana, aún un poco paranoico por lo que había sucedido hacía algunas noches. Al parecer, no tenía de qué preocuparse.

Keiko parecía haber olvidado todo, absolutamente todo. No había hecho ningún comentario, ni el más mínimo reproche, ni una mirada furtiva, nada. Había guardado un silencio sepulcral mientras Rina preguntaba una y otra vez por qué Toma había partido con tanta prisa y casi sin despedirse durante el primer almuerzo sin su presencia y después, ya solos en el comedor, no había dicho ni una palabra al respecto. Yamapi no sabía si sentirse aliviado, culpable o nervioso.

Intentaba no pensar mucho en ello. Pensar en el silencio de Keiko lo llevaba rápida e inevitablemente a pensar en Toma, y el dolor volvía a invadirlo amenazando con hacerlo sucumbir. Ya ni siquiera podía contar con Akanishi para acompañarlo a beber y adormecer su mente por un rato, ocupado como estaba con la búsqueda de Kazuya.

Por eso, cuando la criada le anunció que había alguien en la puerta que deseaba hablar con él, se puso de pie de golpe y corrió al recibidor, agradecido por la interrupción.

Para su sorpresa, quien esperaba en la pequeña salita no era otro que Matumoto Jun, La Divina, en persona.

-¿Qué haces aquí? -fue todo el saludo que pudo ofrecer.

MatsuJun abrió su siempre presente abanico de encaje, innecesariamente pensó Yamapi, pues el aire ya estaba bastante fresco, y le dedicó una ceja levantada antes de contestar.

-¿No me harás pasar a tu oficina? -preguntó mientras se abanicaba lánguidamente. Yamapi detestó la media sonrisa burlesca que se había encaramado en sus labios.

Yamapi apretó los dientes, deseando que el molesto hombrecito delante de él desapareciera por mera fuerza de su voluntad. Sin embargo, su madre lo había educado con modales y respiró hondo antes de invitar a La Divina a seguirlo con un movimiento desganado de su mano.

La renuencia crecía en su interior con cada paso. No había entrado en aquella habitación desde el día en que Toma y él la habían convertido en estudio de pintura, al principio porque su embeleso había sido tal que no había sentido ganas de atender los asuntos financieros del fundo y había delegado las labores por completo a Ryo y Keiichiro, su capataz; después, cuando Toma se había ido, la idea de volver a entrar allí le había anudado la garganta. No quería recordar ese día, la herida aún era demasiado reciente, así que había hecho de la sala de estar su nueva oficina. Pero Rina y Keiko estaban ahora allí y la idea de escuchar lo que fuera que MatsuJun fuera a decirle enfrente de ellas le causaba escalofríos.

Llegaron a su destino y Yamapi vaciló un poco antes de abrir la puerta, dejando pasar primero a su visitante. Al seguirlo, le sorprendió encontrar la oficina ordenada y un caballete de pintura en el centro, sosteniendo un cuadro que una tela blanca cubría por completo.

Para su total irritación, MatsuJun quitó la tela con un movimiento rápido y certero, dejándola caer al suelo con descuido, pero para ese entonces Yamapi ya no prestaba atención. Sus ojos estaban clavados, con una mezcla entre horror y fascinación, en la pintura recién descubierta.

-¿Toma? -preguntó MatsuJun, inquiriendo con malicia sobre el autor, pero Yamapi no logró registrar su tono.

El Yamapi retratado sobre tela lo miraba con luz en los ojos y una expresión que lograba ser una sonrisa sin que sus labios se curvaran evidentemente. No tenía idea de que Toma hubiese terminado la pintura, jamás había notado siquiera los momentos en que trabajaba en el retrato. Honestamente, lo había olvidado por completo desde el momento en que había creído que Toma se quedaría para siempre.

-¿Cómo sabes...? -comenzó a preguntar Yamapi, para luego corregir. -¿Por qué piensas que él la pintó?

-Por favor -MatsuJun puso los ojos en blanco, suspirando frustrado. -¿Quién más podría conocerte tanto? Este es el trabajo de alguien que conoce en detalle cada centímetro de tu cuerpo -dijo con malicia, dando golpecitos en el cuadro con su abanico. Yamapi sintió deseos de golpearlo y deseó no haber enrojecido con sus estúpidas palabras. -Además, tus ojos sólo tienen expresión cuando lo miras a él...

-¿Qué demonios viniste a hacer aquí? -interrumpió Yamapi, oficialmente al límite de su paciencia. MatsuJun ni siquiera parpadeó.

-Lo diré lento, para que lo comprendas: Toma es mi amigo, ¿entiendes? Una de las extremadamente pocas personas que *merecen* que las llame así. Y mi amigo ha estado enamorado de ti desde que *yo* todavía me molestaba en ir a la escuela -de alguna manera, Jun había avanzado hasta estar muy cerca de Yamapi y ahora enfatizaba sus frases con pequeños golpes de su abanico cerrado en su pecho. Yamapi, estupefacto, sólo podía escucharlo hablar. -Todos los años que pasó en Europa no hicieron sino profundizar lo que siente por ti... sepa el *cielo* por qué razón.

-¿Te... te dijo todo eso? -logró decir Yamapi, mirando hipnotizado el abanico inmóvil frente a él.

-No fue necesario, *yo* no soy el imbécil aquí.

-¡Oye...! -comenzó a quejarse Yamapi, pero MatsuJun lo interrumpió.

-Y tú... tú sientes exactamente lo mismo -no era una pregunta. Durante la larga pausa que siguió, Yamapi fue incapaz de mirar a Matsumoto a los ojos. -Si estás dispuesto a dejar todo eso pasar, si vas a dejarlo ir por tus estúpidas preconcepciones... yo no lo voy a hacer.

-¿Qué quieres decir?

-Lo que dije. -La Divina se dirigió hacia la puerta de la oficina lentamente, como si el mundo le perteneciera. Yamapi logró voltearse a duras penas antes de que continuara hablando. -Si no partes tras de Toma en este preciso instante, yo lo voy a traer de vuelta. Y me lo voy a quedar.

-No podrías...

La risa sardónica de MatsuJun retumbó en sus oídos.

-¿Quieres apostar? -desafió, apoyado en el marco de la puerta, antes de girarse y salir. Las lentejuelas negras de su camisa brillaron con el sol.

No había mucho que pensar, en realidad. El corazón de Yamapi había tomado la decisión en el momento en que había visto la pintura.

Mientras preparaba frenéticamente su ropa para el viaje, se preguntaba cómo rayos lo haría para encontrar a Toma en la capital .

------------------------------

Ya habían pasado algunos días desde que había sido liberado y Kazuya había decidido comenzar a ver el lado positivo de su situación. Para comenzar, se sentía bien dejar de estar amarrado a la silla, a pesar de que era vigilado de todos modos, tenía más libertades.

Para seguir, aunque tenía claro que su presencia en aquel lugar traía problemas para todos, y algunos se lo hacían saber claramente, la mayoría de los chicos lo había integrado como parte del grupo. Nunca antes había pertenecido a algo tan parecido a una familia.

Había escuchado algunas veces sobre los problemas de comida que tenían y se sentía un poco mal por eso, aunque rápidamente recordaba que debía estar ahí de todos modos. Aunque era casi libre, seguía sin saber dónde ir. Probablemente intentaría quedarse allí un tiempo, también estaba comenzando a querer ayudarlos.

Se aburría sin hacer nada, cuando tenía tiempo libre terminaba inevitablemente por pensar demasiado, pensar en Akanishi y recordar cosas con respecto a él. Decidió que era mejor ordenar, no soportaba mucho el desorden de todos modos. Comenzó por organizar los utensilios que utilizaban para comer y pronto se descubrió ordenando y doblando ropa, deshaciendo las camas improvisadas para airearlas, moviendo telas y muebles rotos y discordantes en pro del orden y la organización.

Tanaka, que era el único que se encontraba allí aparte de él, lo observaba divertido.

El que nada tuviese un lugar específico y estuviese esparcido en cualquier parte había sido ideal; pensar dónde podría ir cada cosa y cómo organizarlas era lo único en su mente en ese momento. Cuando Tanaka, a espaldas de él, se acercó, estaba tan concentrado que ni siquiera se percató. No fue sino hasta que tomó su cintura y apegó su cuerpo al suyo que finalmente se dio cuenta de su presencia. Tanaka intentó besarlo a la altura del cuello, pero Kazuya lo empujó violentamente.

-¡¿Qué te pasa?!- dijo Kazuya, molesto, colocando distancia entre ellos.

-Hey… calma –se defendió Tanaka, levantando las manos. –No iba a hacerte nada malo.

-Sé lo que ibas a hacer.

-Está bien, si no quieres está bien.

-No quiero – dijo Kazuya inmediatamente, incómodo.

-Bien… no me mires así – dijo Tanaka al ver a Kazuya a la defensiva. –Si no quieres no te voy a obligar. Puedes elegir, diferente sería el caso con tu patrón, ¿verdad?

Kazuya no respondió y se dio media vuelta. Eso había dolido.

- ¿Di en el clavo? –Tanaka se acercó a él cuando vio que seguía sin responder.

- Sí –dijo Kazuya, molesto y bastante dolido. –Por supuesto que sí, era mi trabajo hacer lo que me pedía, era su sirviente después de todo.

- Que fueras su sirviente no significaba que pudiera hacer lo que quisiera contigo, eras su sirviente no su esclavo. Tampoco tenía derecho a castigarte físicamente u obligarte a hacer cosas que te arriesgaran, ni a no darte descansos o dejarte sin comer. Eres una persona al igual que él.

Era injusto, la manera en que las palabras de Tanaka lo hacían recordar el tiempo que había pasado con Jin, la manera en que se preocupaba casi obsesivamente porque comiera, su reacción ante las marcas y cicatrices de su cuerpo provocadas por su patrón anterior, todas las razones que lo habían llevado a creer que era especial para él, que lo habían llevado a engañarse.

- No me trataba tan mal -fue lo único que logró decir, finalmente.

- De seguro dices eso porque estás acostumbrado a esa vida, a la mayoría de los que viven aquí les pasó.

Sentía esa necesidad de defender a su patrón, demostrarle que estaba equivocado y que no era como los demás. Pero quizás Tanaka tenía razón y estaba cegado, tal vez algunas cosas que había hecho Akanishi equilibraban en gravedad a las que no había hecho. Tal vez todo lo que había pensado hasta ese momento era un error, como cuando había querido creer que Akanishi se preocuparía por él, que sentía algo por él, que había sentimientos detrás de las cosas que le hacía… y ante las cuales, como Tanaka decía, no tenía opción de negarse.

Sintió la mano de Tanaka sobre su hombro, pero esta vez su toque no tenía la intención de hacía unos instantes, por lo que intentó no rehuirlo.

-Hey... nada de eso importa. Eres uno de los nuestros ahora -le dijo, con una sonrisa que hizo desaparecer sus ojos por completo, antes de retroceder unos pasos para dejar de invadir su espacio.

Kazuya no lo sentía del todo así, pero asintió de todas maneras. La verdad era que Koki no lo estaba obligando a nada, ni siquiera a permanecer en aquel lugar. Debería mostrar algo más de agradecimiento.

-Gracias -dijo, sin mirarlo, mientras continuaba ordenando, esta vez los resquebrajados vasos y tazas, todos diferentes. -Por todo lo que has hecho.

Necesitaba comenzar a comprender que el que lo hubiesen llevado a ese lugar, aún en contra de su voluntad, había servido para abrir sus ojos, había sido lo mejor para él. Tenía sentido en su cabeza y, aunque su corazón se rebelaba dolorosamente de sólo pensarlo, era algo que debía comenzar a aceptar.

Tanaka lo miró con una sonrisa extraña en los labios y una intensidad en los ojos que volvió a ponerlo nervioso. Cruzó los brazos sobre su pecho y miró hacia el suelo, nuevamente incómodo.

-¡Kamenashi! -la voz de Kitayama resonó entre los túneles momentos antes de que el chico llegara corriendo hasta el lugar en donde se encontraban, agradecidamente interrumpiendo el momento.

Toda la banda de Tanaka había comenzado a llamar a Kazuya por su apellido últimamente, como acostumbraban llamarse entre ellos. Era algo que había empezado a gustarle.

-Tanaka... -saludó el chico al ver a su líder allí también. La sonrisa animada de su rostro prometía por fin buenas noticias. -Nikaido tiene el turno de vigilancia hoy y dice que la policía no está ocupándose de este lado del bosque, al menos no por ahora. Mis hermanos y yo pensamos que sería una buena idea cazar algunos conejos en los alrededores -informó, alternando la vista entre Kazuya y Tanaka. -Queríamos que vinieras con nosotros, Kamenashi -invitó, ahondando su sonrisa. -Será divertido.

-Es demasiado peligroso... -comenzó a decir Tanaka, pero Kitayama lo interrumpió.

-Necesitamos comer algo más que pan en raciones, Tanaka. Lo sabes, lo sé. Esta es una buena oportunidad. Tendremos cuidado... y Kamenashi nos será de ayuda. Senga dijo que habló contigo el otro día -dijo, mirando a Kazuya. -Dijo que le explicaste cómo cazabas conejos cuando eras niño, eso fue lo que nos dio la idea.

Tanaka pareció considerarlo unos instantes y Kazuya sintió algo parecido a la irritación moverse en su interior. Aunque técnicamente ya no era un prisionero, no había salido de la cueva de los bandidos ni una sola vez desde su llegada y la idea de caminar bajo el cielo abierto aunque fuera por unas horas le parecía maravillosa. Estaba dispuesto a discutir con Tanaka si era necesario, ¿no era él precisamente quien le había dicho que no lo obligaría a hacer cosas en contra de su voluntad?

Sin embargo, no fue necesario.

-Tienes razón -accedió Tanaka. -Es una excelente idea. Iré con ustedes y les ayudaré a vigilar los alrededores mientras cazan -las segundas intenciones de Tanaka eran absolutamente transparentes en su voz, pero para Kazuya palidecían ante el gozo de poder sentirse realmente libre. -Aunque la policía no esté aquí ahora pueden llegar en cualquier momento.

Kitayama asintió, liderando enseguida la marcha por los enredados túneles y Kazuya controló apenas sus deseos de correr. Los chicos de la banda de Tanaka le agradaban cada día un poco más.

-----------------------

Tal y como lo esperaba, ese día Nakamaru pidió permiso para ir al pueblo, era algo que había temido durante días y ahora había sucedido. Se entristeció, pero la tristeza no era el único sentimiento que embargaba al señorito Ueda, también sentía celos e impotencia.

Muy a su pesar, había leído a escondidas una carta que había llegado para su sirviente, descubriendo con horror que era de parte de una jovencita que indicaba, con pésima caligrafía, la fecha en que llegaría al pueblo para que se encontraran. No estaba preparado para los sentimientos que se habían agolpado en él, para la manera en que su estómago había parecido retorcerse y arder con cada palabra garrapateada en el papel. Y ahora que Nakamaru, efectivamente en el día indicado por la carta pedía permiso para salir, el deseo de seguirlo a escondidas se hizo presente con fuerza.

La sonrisa con la que se despidió Nakamaru aumentó su mezcla de sentimientos. Se sentía mal por todo lo que estaba pasando en su interior. ¿Aún seguía estando tan corrupto? ¿Después de todos sus esfuerzos por purificarse?

No había caso, los celos sobrepasaban lo que podía soportar y sus pies se movieron solos para seguir a Nakamaru, poco después de que éste abandonara el fundo. Montó su caballo negro a través de la brisa cada vez más fresca del casi otoño, a una distancia que lo ocultaba de su sirviente pero lo mantenía a la vista.

Se sentía lo más bajo de lo bajo, sus entrañas atadas en un nudo gélido de repulsión y angustia. No sabía muy bien por qué estaba haciéndolo, por qué espiaba a Nakamaru; tal vez porque la duda lo carcomería más que una certeza dolorosa y lo sabía. Sin embargo, en cierto nivel, perseguir a su sirviente a escondidas, movido por los celos, no hacía sino agravar todo su sentimiento de ser impuro y detestable, y también lo tenía claro.

Los celos también eran pecado, ¿sentir celos por causa de otro hombre sería un pecado doble? Todo estaba tan mal con su situación actual y lo peor del caso es que no encontraba en él la voluntad para detenerse.

Cuando Nakamaru llegó a la estación, el evidente sentimiento de nerviosismo y ansiedad que demostraba lo hizo apartar la vista. Sentía deseos de huir corriendo de ahí, pero sus pies estaban anclados al suelo, esperando masoquistamente ser testigo del reencuentro de su sirviente y aquella chica a la que esperaba con tanta emoción.

Cuando el tren llegó, comenzó a sospechar de todas las chicas jóvenes que bajaban de él, buscándoles posibles defectos. El veneno de los celos seguía propagándose en su alma y sentía el pulso latir en sus sienes, amenazando con hacer explotar su cabeza. Deseaba que todo fuera mentira, deseaba que la estúpida chiquilla que le estaba arrebatando a su sirviente se apareciera por fin para poder acabar con aquella situación absurda, deseaba ser una mejor persona y que nada de eso le importase; deseaba todo eso y más, al mismo tiempo.

Finalmente, una mujer muy joven se acercó tímidamente a Nakamaru, que la miró con asombro y reverencia, incapaz de moverse por largos minutos. La nausea aumentó y amenazó con hacerlo caer, a pesar de que no lo creía posible, especialmente cuando Nakamaru, con ojos que sabía estaban llenos de lágrimas, abrazó con fuerza a la chica.

No pudo soportar más la imagen ante sus ojos, ni tampoco sus propios sentimientos. No podía caer más bajo. Corrió hacia su negro caballo que lo esperaba a la salida de la estación y cabalgó desesperadamente de vuelta a casa. Debía purificarse más, todo lo que había hecho no estaba sirviendo de nada. Ahora sería más fuerte y con mayor convicción.


Un rato después, en el pueblo, Nakamaru terminó su encuentro lo más rápido posible. A pesar de lo emocionado que estaba por ver por fin a Eriko de nuevo, ella estaba agotada por el viaje y él no estaba del todo tranquilo. Dejó a la muchacha instalada en una posada y le explicó que debía volver con su patrón, prometiendo visitarla al día siguiente. No le contó que estaba preocupado. El señorito Ueda estaba actuando más extraño que de costumbre, en especial ese día, y tenía un pésimo presentimiento a raíz de su actitud, aunque no sabía decir qué era exactamente lo que temía.

0 comentarios:

Publicar un comentario