lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo X

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


Para Yamapi, las cosas se habían vuelto extrañas; demasiado extrañas.

Se había encontrado varias veces mirando fijamente a Toma mientras este leía o estaba concentrado en alguna tarea, sintiendo algo en él acelerarse hasta que Toma lo descubría y Yamapi debía mirar apresuradamente en otra dirección, sintiéndose un poco sonrojado y absolutamente estúpido.

Como en ese momento, por ejemplo. Sabía que Toma hablaba apasionadamente del tiempo que había pasado viajando por toda Europa junto a esa compañía de teatro itinerante de la que siempre hablaba y de la que no podía recordar ni el nombre, pero en la que sabía perfectamente que actuaba el detestable Oguri Shun. Sabía que Toma estaba utilizando todo su histrionismo para relatar una anécdota graciosa con su actriz favorita, una mujer mayor a la que claramente admiraba de manera fraternal, para su tranquilidad. Yamapi sabía todo eso y tenía claro que debía prestar atención, pero no podía apartar la mirada de los labios de Toma, de la manera quebrada y extraña en la que se movían y torcían en sonrisas espontáneas, en ocasiones algo avergonzadas.

¿Qué demonios estaba mal con él? Era *Toma*, su amigo de toda la vida y un hombre además. Y él era un hombre también, el responsable de su casa y su familia, el hijo mayor, a punto de casarse. Simplemente no debía sentirse así.

Todo era culpa de Jin y sus comentarios idiotas. Su confusión había comenzado cuando se había peleado a golpes con él, con ese comentario que se había quedado rondando en su mente debido al alcohol.

Toma lo había estado esperando en la noche, preocupado, y sólo entonces Yamapi había recordado que había salido huyendo de casa, sin decir dónde iba ni cuándo volvería. Había intentado fingir que estaba demasiado ebrio como para responder preguntas, pero no estaba del todo seguro de haber convencido a Toma, especialmente cuando había rehuido su toque como si quemara. Se había ido a la cama sin poder dejar de pensar en las palabras del que se hacía llamar su amigo y había sido un infierno lograr conciliar el sueño.

Esa mañana, Toma había preparado nuevamente su desayuno contra resacas y lo había esperado en la cocina. Pero la sonrisa que Yamapi había buscado no estaba en ninguna parte del rostro que se estaba acostumbrando peligrosamente a ver todos los días.

-¿Qué pasó anoche? –había preguntado Toma, sin preámbulos.

Y Yamapi había sido incapaz de responderle. Había comido todo su desayuno sin despegar los ojos del plato, en completo silencio y a sabiendas de que la mirada sostenida de Toma sobre su cabeza no tenía nada de paciente. Conocía también esta faceta de Toma desde sus días en el internado; conocía a Toma tan íntimamente que su pecho se sentía apretado, partido entre la dicha y el terror.

-Yamashita... –había comenzado a decir Toma, su voz había sonado grave y rasposa y Yamapi se había rehusado a levantar la vista a pesar de la petición intrínseca en ella de que lo hiciera. –¿No me vas a decir por qué... demonios... anoche llegaste... así...?

-Peleamos con Jin... –lo había interrumpido Yamapi, mirándolo por fin a los ojos, incapaz de seguir soportando el enojo de Toma. No soportaba que pensara mal de él, no soportaba sentir que lo había decepcionado.

La mirada febril de Yamapi había desconcertado a Toma hasta hacer de sus siguientes palabras un susurro estrangulado.

-¿Por qué?

-Cosas... Jin es un idiota -había respondido Yamapi, bajando la vista de nuevo para ocultar el sonrojo que sospechaba se había apoderado de todo su rostro. Actuaba como una maldita quinceañera y no parecía haber nada que pudiera hacer al respecto.

Había empuñado sus manos enterrando sus uñas en sus palmas hasta que habían dolido, intentando buscar un punto de salida para toda su confusión, algo que lo centrara, pero había sido inútil.

-Akanishi siempre ha sido un idiota –había dicho entonces Toma, tratando de alivianar el ambiente. -Pero nadie lo ha golpeado por eso... excepto Ueda, aquella vez...

Yamapi había reído entonces, débilmente, a pesar de sí mismo y a pesar de todo lo que se mezclaba y se movía dentro de él, creando el caos. Había sido una risa de corto aliento.

-Lamento... si hice que te preocuparas... lo siento –había dicho finalmente Yamapi y Toma había comprendido que no diría una palabra más sobre sus razones.

Toma había suspirado entonces, mascullando algo ininteligible que le habría sonado a Yamapi parecido a “No puedo seguir con esto” si hubiese estado prestando atención. Pero no lo estaba haciendo, súbitamente distraído por la insinuación del contorno de los brazos de Toma bajo su camisa blanca.

-Voy a volver a Europa –había dicho entonces Toma, como escupiendo las palabras, sacando efectivamente a Yamapi de su trance.

-¿Por qué? –Yamapi nunca estaría seguro de haber pronunciado las palabras en voz alta. Algo en su garganta dolía al ritmo de su pulso, repentinamente lento.

-Vivo allá –había dicho Toma y, por alguna razón, había sonado como una bofetada hecha de palabras.

-Pero... –había balbucido Yamapi, buscando argumentos, excusas-, estás de visita...

-Hay... cosas que debo hacer aquí primero pero... –Toma había sonado serio, serio y determinado. -Volveré a Europa. Pronto.

-¿Cuándo?

-Probablemente en un par de semanas. No más de un mes -había declarado Toma, y Yamapi habría jurado sentir físicamente que algo se clavaba, como un alfiler muy largo, en alguna parte de su pecho.

No se le había ocurrido argumentar nada sobre su matrimonio, sobre su comprensible deseo de que sus mejores amigos estuviesen ahí con él. No se le había ocurrido, porque ni siquiera se había sentido de esa manera, no entonces, no ahora; nunca. Sólo había sentido que Toma estaba arrancando una parte de él que ni siquiera quería creer que existía y lo dejaba solo para lidiar con las consecuencias. Sólo había podido sentir que Toma había decidido abandonarlo.

-Hey... Yamashita... –la mano de Toma moviéndose frente a sus ojos lo sacó de su ensueño. Se había perdido el final de la historia que no estaba oyendo por recordar lo que había sucedido durante la mañana. Pero volver al presente no hizo desaparecer el dolor, es más, sólo lo aumentó. -¿Estás bien?

-Lo siento, me distraje.

-Nah... -dijo Toma, quitándole importancia. -Ni siquiera era una buena historia. Pero has estado muy distraído hoy.

Yamapi sólo guardó silencio. No quería decirle que estaba triste porque Toma se iría, menos lo confundido que se sentía. Toma siempre había sido alguien en quien podía confiar desde que era niño, a quien podía decirle cualquier cosa sin jamás ser juzgado, pero ahora se sentía demasiado extraño en su presencia y las palabras simplemente se rehusaban a salir.

-¿Estás seguro de que no quieres venir conmigo? Sólo voy a dejarle algunas cosas a MatsuJun, no tendríamos que quedarnos más de lo necesario.

Yamapi casi había olvidado que Toma iba a ir esa noche de nuevo a La Tormenta, a cumplir su palabra y entregarle los discos prometidos a Jun. Toma siempre cumplía su palabra y él estaba harto de comportarse de la manera en que lo estaba haciendo. Intentó sonreír, haciendo su mejor esfuerzo, a pesar de que su rostro se sentía tirante y falso.

-No te preocupes, ve a despedirte -la voz le trastabilló un poco con la última palabra, pero si Toma lo notó, no dio indicios de ello. -Puedes llevarte la carreta para llevar... lo que sea que vas a llevar. Yo saldré con Akanishi.

Toma le dedicó una mirada divertida cuando mencionó a su amigo en común. La sonrisa de respuesta de Yamapi fue verdadera esta vez.

-¿Aunque sea un idiota? -preguntó Toma, levantando una ceja y mirándolo de lado, al borde de la risa.

Yamapi rió entonces, golpeándolo con afecto en la cabeza, ignorando el ligero hormigueo de su piel ante el contacto.

-Sólo tengo idiotas por amigos -dijo Yamapi, empuñando la mano para empujar el hombro de Toma de una manera que rezó porque pareciera inocente, pero que también movió cosas en su interior. Aparentemente, el mayor idiota de todos era él mismo.

-¿Estarás bien? Puedo ir otro día... -dijo Toma, tomándolo del brazo y Yamapi logró por poco concentrarse en sus palabras, por sobre el calor que parecía derretirlo todo.

-Sí -dijo Yamapi y levantó la vista. El rostro de Toma estaba cerca, demasiado cerca, y sintió patentemente su corazón acelerarse. ¿Acaso el idiota de Jin tenía razón? -Ahora deja de preocuparte y vete. Se te hará tarde y...

-Y los bandidos me atacarán. Lo sé -Toma intentó fingir seriedad por dos segundos antes de romper a reír. -Iré a arreglar los discos y partiré.

Cuando Toma soltó su brazo y se alejó, la pérdida de contacto dejó a Yamapi helado a pesar de que la noche aún era cálida. La confusión nuevamente reinó en su interior. Necesitaba distraerse en algo y, aunque sabía que el alcohol no era la mejor solución, simplemente no sabía qué más hacer.

Salió antes que Toma se fuera a la tormenta, para que no se preocupara más por él y creyera que la salida con Jin estaba planeada o algo por el estilo. Se despidió fugazmente de Toma, que se estaba arreglando frente a un espejo. Montó su caballo y cabalgó hacia el fundo de Jin.

- ¿Qué sucedió ahora? – preguntó Akanishi cuando vio a su amigo esperándolo fuera de su casa, arriba de su caballo.

- Nada – dijo Yamapi, molesto. - ¿Por qué tendría que pasar algo? Sólo quería que pasáramos un buen momento y nos divirtiéramos. ¿O estás muy ocupado… con tu sirviente… en “cosas”?

Akanishi frunció el ceño, molesto también, y le pidió a Taguchi que preparara su caballo. Quiso preguntar nuevamente qué había ocurrido, pero temía que Yamapi mencionara algo de Kazuya o lo interrogara sobre el pequeño detalle que se le había escapado mientras bebían juntos. Después de lo que había ocurrido al volver a casa la noche anterior, no se sentía capaz de negar nada y era mejor evitar el tema.

- Deben estar celebrando la trilla ahora, así que vamos a una fonda.

Jin asintió, estaba seguro de que a Yamapi le pasaba algo, así que antes de que se sentaran a beber, lo llevó a jugar. Perdieron un poco más del dinero que había presupuestado, porque Jin simplemente no era bueno aceptando sus derrotas y jugaba con porfía hasta ganar, pero fue divertido.

Las huasas con sus trajes y sus trenzas le recordaban a Kazuya, que no había dormido en toda la tarde según le pareció; no es que hubiese estado pendiente o espiándolo. A veces le parecía que Kazuya era demasiado descuidado con su propia salud, le gustaba creer que su preocupación por él sólo era la de un patrón que desea tener trabajadores útiles a su servicio. Le molestaba la vocecita casi inaudible en lo más recóndito de su mente que le insinuaba que tal vez no era del todo así.

Yamapi lo sacó de sus pensamientos sirviéndole un vaso de chicha, se veía de mejor humor, por lo que Jin bebió de buena gana un vaso, y otro, otro, otro, otro... le servía para callar a la vocecita molesta. Y Yamapi no se quedaba atrás. Bebían mientras conversaban cosas sin importancia y se contaban anécdotas graciosas. Y siguieron bebiendo, ambos sentían que así podían dejar de pensar en lo que no querían pensar. Estaba haciéndose muy tarde.

- Es hora de irnos – dijo Yamapi intentando pararse. Sentía unas ganas repentinas de irse a casa.

- No, es temprano.

- Jin, es tarde, llevamos HORAS aquí -dijo Yamapi, aún sin éxito en levantarse.

- No, no… -enfatizó Jin, negando con su dedo. –Y no te puedes parar, debemos esperar a que te puedas parar.

Yamapi se levantó bruscamente y se tambaleó, pero alcanzó a afirmarse en alguien que iba pasando, para no caer.

- Estoy perfectamente, además el caballo sabe el camino hasta mi casa.

- Es un caballo, los caballos no saben nada –dijo Jin, apenas modulando, Yamapi prefirió ignorarlo.

- ¡Vamos!

- ¡No! No me mandas, no eres mi madre.

Yamapi tomó a Jin del brazo y lo jaló, intentando levantarlo de la silla, pero ambos cayeron al suelo.

- Idiota, mira lo que me hiciste, no quiero irme. Además le di el día libre a Kazuya, debe estar durmiendo… espero que esté durmiendo, le di el día libre, no durmió en todo el día...

- No sé de qué estás hablando, ni siquiera tiene sentido. ¿Qué tiene que ver tu sirviente en esto? Hablas siempre de tu sirviente –dijo Yamapi, molesto, levantándose.

- ¡No hablo de él! Tú hablas de él –dijo Jin, aún en el suelo.

- ¡¿Cuándo he hablado YO de tu sirviente?!

- ¡Pero hablas de Toma!

- ¡Es mi... a-amigo…! ¡Por eso hablo de él!

- Toma Toma Toma Toma...

- Cállate… ¡Quédate aquí! Estás tan ebrio que no podrías llegar a tu casa -el plan perfecto de Yamapi para no pensar en Toma había fracasado oficialmente, con estrépito.

- ¡Tú estás ebrio!- le gritó a Yamapi, que salía del lugar, tambaleándose - ¡Yo aún puedo beber más! ¡Y me iré a mi casa corriendo, porque estoy en perfectas condiciones!

Yamapi le hizo un gesto de despedida con la mano, sin girarse, antes de salir definitivamente de ahí.

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Toma llegó a La Tormenta algunas horas después de la puesta de sol. Se había tomado su tiempo por el camino, intentando despejarse y aclarar algunas cosas en su cabeza, pero no había servido de mucho. Yamapi seguía confundiéndolo con sus actitudes y simplemente ya no daba más.

Su decisión de volver a Europa antes de lo planeado dolía un poco, pero sinceramente se sentía ya sin fuerzas para seguir peleando contra lo que sentía y contra todas las señales mezcladas que su mente le hacía creer que le enviaba Yamapi. Su amigo era un hombre de familia y Toma tenía más que claro que no tenía ninguna oportunidad con él, pero sus actitudes de posesión infantil lo hacían tener esperanzas a pesar de sí mismo. Estaba agotado.

Aseguró la carreta y caminó hacia la casona. Era relativamente temprano y los clientes del establecimiento aún no comenzaban a llegar, pero la vitrola ya resonaba en los salones de La Tormenta, Toma pudo escucharla desde el lado exterior de la puerta cerrada. Golpeó con vigor para hacerse escuchar.

Alguien entreabrió la puerta después de algunos instantes.

-Todavía no abrimos -comenzó a decir la cabeza a medio asomar por la pequeña abertura, luego pareció reconocer a Toma y sonrió levemente. -Oh, eres tú. Espera.

La puerta estaba cerrada de nuevo, pero la cantidad de ruido tras ella aumentó lo suficiente como para que Toma no se preocupara. Finalmente, un hombre sonriente, vistiendo unos pantalones un poco brillantes y una chaqueta abierta sin camisa debajo, le dio la bienvenida, dejándolo pasar.

-Tenía que avisar de tu llegada -explicó, saludando a Toma con una palmada en el hombro. -El jefe ha estado... algo sensible y abrir la puerta fuera de horario se ha vuelto un tema delicado.

Toma asintió, sonriendo también. Claramente su interlocutor sabía quién era, pero él no tenía idea siquiera de su nombre y eso lo incomodaba un poco.

-No creo que nos hayan presentado -dijo finalmente Toma y extendió la mano antes de agregar. -Soy Toma Ikuta.

-Lo sé -dijo el hombre, estrechando la mano que le ofrecían. -Soy Sho Sakurai.

-Espero no haber llegado demasiado temprano. Odiaría interrumpir algo.

-No te preocupes, estábamos terminando de ensayar el número de esta noche. Ven conmigo y puedes vernos mientras esperas que Jun se desocupe.

Toma siguió a Sho hasta el salón principal, donde se integró al ensayo después de ubicar a Toma en una de las sillas para que pudiera observar de manera cómoda. Faltaba gente, Toma no recordaba bien quiénes, pero evidentemente eran menos bailarines. A pesar de ello, la coreografía era interesante y los movimientos precisos.

Cuando terminó el ensayo, Matsumoto se acercó a él para saludarlo y Toma le devolvió el saludo, sonriente.

- ¿Qué pasó? Me parece que hay menos…

Toma se detuvo al ver que Sho y Aiba, que estaban detrás de Matsumoto, gesticulaban y hacían señas para que no siguiera hablando. La Divina alzó una ceja, abrió de golpe el abanico de encaje que siempre parecía traer consigo y se echó aire con expresión contrariada.

-¡Traje los discos que prometí! – dijo Toma animado, tratando de dejar en el olvido su intento de pregunta. -Están en la carreta todavía, pero...

Sho y Aiba se ofrecieron apresuradamente para ir a buscar los discos y salieron de la habitación casi corriendo. Durante su ausencia, Jun no hizo sino abanicarse y lucir irritado en silencio. El ambiente se volvió un poco tenso. Después de algunos minutos, sólo Sho volvió cargando en los brazos la caja que había traído Toma, la que dejó en una silla para luego huir. Toma no lo culpaba.

-Son estos... puedes quedártelos si quieres -ofreció Toma, intentando apaciguarlo.

- Gracias – dijo Matsujun, sentándose junto la caja con los discos con un gesto que no alcanzó a ser sonrisa. Estaba notoriamente molesto por alguna razón, pero Toma prefirió no preguntar.

Afortunadamente, Jun había tomado interés en el contenido de su tributo, sentándose a mirar la música que Toma le había obsequiado. Conocía algunos artistas, pero la mayoría eran cosas nuevas y progresistas, del tipo que solía gustarle siempre a Ikuta. La media sonrisa de Jun se ahondó.

-¿Y vas a deshacerte de todo esto? Tengo algunos álbumes que pueden interesarte si los quieres a cambio, como habíamos acordado.

-No es necesario -suspiró Toma, dejándose caer pesadamente contra el respaldo de su silla. -Prefiero viajar liviano.

-¿Viajar? -Jun interrumpió su inspección para mirarlo, sin comprender.

- Volveré a Europa –aclaró Toma, con expresión por una vez seria.

El cambio en el rostro de Matsumoto fue evidente.

- ¿Por qué?

- En algún momento debo volver, ¿no? -dijo Toma, sonriendo débilmente.

La sonrisa que le devolvió Matsumoto bordeaba la maldad, era un gesto que Toma conocía perfectamente. Significaba que debía ponerse en guardia.

-Pasó algo con ese tal Yamapi -no era para nada una pregunta y la suave risa burlesca que siguió a la declaración casi irritó a Toma.

-¿Por qué lo dices?

- ¿No vuelves por su culpa? ¿Pasaron… tú sabes, cosas… y ahora huyes porque él se va a casar?

- No ha pasado nada.

- No me mientas.

- No te miento, no sé qué esperas que pase. Somos amigos, como tú y yo somos amigos -era cierto, pensó Toma con derrota.

Matsumoto levantó una ceja y tomó su abanico, inclinándose en dirección a Toma.

- No me rebajes al nivel de los idiotas de tus amigos –dijo con intensidad, golpeando a Toma suavemente en la cabeza con el abanico–, y todo quedó bastante claro la noche que viniste con él. Su actuar fue muy… evidente.

Toma rió nervioso e hizo un gesto negativo con la mano.

-Estás imaginándote cosas.

-No parecía tratarte como un amigo –insistió Jun–, ni mirarte como a uno. Ni tocarte como a uno.

Toma rió nervioso nuevamente, sin saber qué contestarle. Que Yamapi lo veía como más que un amigo era el pensamiento que estaba rondando sin parar en su mente últimamente y si no era el único que lo creía, tal vez podría ser cierto. Sin embargo, eso no cambiaba nada.

-Yamashita y yo somos estrictamente amigos -dijo por fin Toma, a punto de perder la paciencia.

-Entonces *ese* es el problema, ¿no? -MatsuJun abrió su abanico como para escudarse de la mirada asesina que le propinó Toma.

-Jun...

-Como sea -La Divina puso los ojos en blanco y se levantó de la silla con un movimiento dramático y fluido. -Si vienes a despedirte, al menos quédate y bebe algo de licor decente conmigo. Podemos hablar, esta vez sin chaperones que te interrumpan.

-Sólo una copa -respondió Toma, levantándose para seguir a Jun a sus habitaciones personales.

-Dos. Y después puedes quedarte a ver el espectáculo. Lo que queda de él, en todo caso.

La voz de MatsuJun sonaba tan disgustada que Toma sólo pudo reír. Suponía que Yamashita llegaría tarde a casa y, realmente, la invitación sonaba bien. Jun siempre había tenido un gusto exquisito para las comidas y las bebidas, y Toma se aprontó para pasar una velada agradable, lejos de Yamapi y todo el drama que le suponía.
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Un ruido afuera de la casa despertó a Rina del sueño ligero en que había caído. Quizás era su hermano que volvía de su salida con Jin o tal vez Toma que volvía de su visita a La Tormenta, el lugar que todos intentaban torpemente mantener en secreto ante ella y que, por alguna razón, había molestado al idiota de su hermano lo suficiente como para salir a emborracharse con Akanishi. De nuevo.

Cambió de posición para volver a dormir, esperando inconcientemente oír a alguien entrando a la casa, pero el único sonido que oyó fue el de una puerta siendo violentada y los cerdos exaltándose. Abrió los ojos, asustada, recordando que en el fundo de Jin habían robado hacía sólo unos días. Se levantó rápidamente, vistiéndose con un abrigo ligero y calzándose las botas con prisa, para luego dirigirse al lugar donde su hermano guardaba la escopeta y salir corriendo de la casa.

Rina disparó al aire, asustando al ladrón y haciendo que huyera hacia su caballo con dos sacos. El disparo también despertó a su madre, que se levantó rápidamente y salió de la casa para ver a su hija gritándole a un hombre con la mitad del rostro tapado mientras lo perseguía a caballo.

El hombre le llevaba ventaja y ella no era experta en montar a caballo, pero se negaba a dejar las cosas así, por lo que no le perdió la pista. La adrenalina inundaba sus venas por más de una razón, pero intentó enfocar sus pensamientos sólo en la persecución, que por ahora era lo más importante. Estaba totalmente segura de que el ladrón era el hombre que había visto en el pueblo cuando había ido a buscar sus vestidos. No había logrado olvidarse de aquella intensa mirada.

En el fundo que Rina dejaba atrás, su madre gritó pidiendo ayuda y el primero en acudir fue el capataz, Keiichiro Koyama, que subió hábilmente a un caballo y cabalgó en la dirección que le había indicado la señora de la casa, aunque el bandido y Rina se habían perdido ya de vista entre las arboledas y la oscuridad de la noche.

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