lunes, 26 de septiembre de 2011

Equivalencias

Resumen: El juego del gato y el ratón. Cada persona tiene una manera diferente de entender la posesión, el amor, la vida.

Para Jin, comunicar es actuar.

Nunca ha sido bueno con las palabras y lo sabe; las ha sentido a lo largo de los años volverse en su contra, enredarse, rebelarse, hacerlo tropezar con sus propias ideas. Prefiere otras maneras de darse a entender, maneras que no dejen cabida -según él-, para errores de interpretación.

Por eso, no es extraño que la primera vez no sea sino una declaración de propiedad convertida en acciones. Nada serio. Sólo un establecimiento del orden de las cosas.

Kame es suyo. No de Yamapi.

Suyo.

Y contra la mesa de maquillaje –urgente, descuidadamente-, se asegura de que Kame lo comprenda. Que lo tenga claro. Lo graba en su piel en el lugar en que su cuello se une con su hombro, con una marca que a la maquilladora le costará infiernos cubrir y que hará a Kame dar gracias de que el personaje de Shuji use camisas y chaqueta casi todo el tiempo. Sus movimientos frenéticos no se detienen hasta que Kame alcanza el éxtasis en sus manos, aferrándose dolorosamente a sus hombros, mordiendo su nombre para no gritarlo.

Kame es suyo.

Y Yamapi puede irse al infierno.

Días y miradas de soslayo después, todo parece haber vuelto a la normalidad. Para Kame, junto con la marca parece haber desaparecido el recuerdo y sólo permanece en él la normalidad cada vez más irritante.

Conversa y hasta discute con él, pero Jin siente que hay un nivel que le ha cerrado, que ya no se *comunica* con él, al menos no de la misma manera. Y aunque para Jin es extrañamente molesto, debería habérselo imaginado, porque para Kame…

Para Kame, la existencia es control.

Control sobre su cuerpo, sobre el cansancio, sobre sus necesidades. La clase de control necesaria para seguir sonriendo después de meses durmiendo dos horas diarias. Control. Sobre lo que piensa, sobre lo que elige no hacer y sobre lo que decide no recordar.

Cuando la mayoría de las marcas desaparece y mirarse al espejo por las mañanas deja de ser imposible, el episodio sólo pasa a ser un conjunto evanescente de partículas de tiempo desarticuladas, dispersas. Los labios de Jin, explorando cualquier rincón de su pecho al que los dejara acceder su camisa abierta -pero nunca sobre sus labios-, se vuelven sólo fantasmas, al igual que el toque brusco y precipitado de sus manos, que de alguna manera fue lo que Kame necesitaba en el momento y que ahora se evapora más y más con el paso de los días.

Lo prefiere así. Lo necesita de esa manera. Jin es algo que no puede controlar, una fuerza de la naturaleza. Libre, destructivo, imparable, como un tifón. Y Kame prefiere refugiarse en su interior, donde todo es seco y tranquilo. Puede vivir sin esa belleza caótica y terrible, ha decidido hacerlo. No concibe su existencia de otro modo.

Así que prosigue su vida y de pronto ya no es algo memorable, adquiere características oníricas, impersonales y se aleja, hasta que ya no está ahí. Desaparece y Kame retoma sus rutinas completas, sonriéndole a Jin como si nada hubiera pasado, porque nada pasó.

Pero para Jin, olvidar es herir. Y las heridas que le ocasiona Kame siempre le han sangrado el doble.

Atribuye al dolor de ser ignorado la necesidad de buscar a Kame, de intentar lograr alguna clase de reconocimiento, aunque sea en la forma de resentimiento, de reclamación, de rabia. Casi anhela el castigo que antes resentía. Pero lo único que hay es nada. Una nada tan vasta y sólida que lo hace cuestionar sus procesos, dudar de su cordura.

La insostenible situación se prolonga hasta finales del invierno, pasadas las fiestas y su histérico ajetreo, el Countdown y la neurosis de Kame, casi suficiente para que Jin olvide todo. Pasado el cumpleaños de Kame, en el que declara una tregua, incluso cuando Kame observa su obstinada compulsión –ha decidido que si lo mira fijo el tiempo suficiente, Kame no podrá esconderse-, con una ceja levantada y una expresión vacía que parece preguntarse si Jin, otra vez, trajo algún tipo de alucinógeno a su fiesta, a pesar de que le pidió expresamente que no lo hiciera.

Pero es una bomba de tiempo, de animosidad apenas reprimida, marcada para detonar con un tic tac hecho de miradas intensas e incredulidad creciente. Kame no *puede* haberlo olvidado, pasado por alto su demostración de soberanía sobre él, porque de hacerlo, de no recordarlo...

La segunda vez no sale como hubiese querido. La segunda vez es un desastre.

Están en casa de Ueda celebrando el anuncio de su debut y las latas de cerveza se apilan en una precaria coexistencia con ellos en el suelo. Ya pasaron las canciones y las risas a costa de Nakamaru y la hora marca su paso lento mientras esperan el primer tren de la mañana.

Si Jin se esfuerza, puede culpar al alcohol y la falta de sueño. Pero es sólo la tercera lata de cerveza la que deja a medio terminar cuando Kame se levanta y él lo sigue. Porque Kame es suyo y si Koki no es lo bastante listo como para comprenderlo y dejar de mirar a Kame con adoración y abrazarlo y tocarlo, pues *Kame* debería tener todo lo suficientemente claro como para detenerlo.

Alcanza a parar la puerta del baño antes de que se cierre y entra, encerrándose con Kame en la pequeña habitación. Kame lo mira desconcertado y afectado por el licor sólo hasta el punto de no reaccionar inmediatamente cuando Jin se acerca a él con la misma expresión de posesión sombría que sólo vio una vez en él, en el vestidor luego de aquella actuación con Yamapi. Los labios de Jin buscan el cuello de Kame una vez más, esperando que en esta ocasión la marca dure más tiempo, tal vez para siempre.

Cinco segundos después es el turno de Jin para sorprenderse cuando Kame reacciona bruscamente, usando la confusión para liberarse de Jin y maniobrar lo suficiente… y de pronto los labios de Kame están sobre los suyos, inexorables, húmedos, hábiles.

Para Kame ceder es perder, pero no se puede luchar mucho tiempo contra la fuerza de un tifón. Así que sólo cierra los ojos y se entrega al vacío. Su mente da vueltas en círculos concéntricos y se demora en darse cuenta de que sus manos están trazando el mismo diseño sobre las manos de Jin que sostienen su cintura. Y de que Jin responde el beso, que tiembla cuando mordisquea tímidamente sus labios, los traza con la lengua, empuja; buscando, exigiendo.

Jin finalmente accede, separa sus labios y Kame se traga el sonido sofocado que nace desde su garganta. Jin sabe a cerveza y tabaco, al caramelo de miel que abrió hace eternidades atrás alegando un dolor de garganta; a noche, a sombra, a sueño y al color agridulce de todas las cosas equivocadas.

Cuando su lengua se encuentra con la de Kame es la caída de un rayo. Ineludible y trascendente. La súbita descarga los deja a ambos sin aliento y temblorosos y basta un segundo para que caigan en la cuenta de sus acciones y de la posición de sus cuerpos semienredados, más cerca el uno del otro de lo que ninguno quiere estar en ese momento.

Los brazos de Jin empujan el cuerpo de Kame casi como reflejo y no nota sus acciones hasta que es demasiado tarde. La sombra de dolor sólo dura un instante en los ojos de Kame pero sería suficiente para llenar años de sus pesadillas. Cuando desaparece, en su lugar queda el vacío, que es casi peor.

Kame se voltea hacia el inodoro y comienza a desabrochar el cierre de su pantalón.

-¿Vas a quedarte aquí? –pregunta, indiferente.

Los años probarán que es un actor excelente, pero Jin todavía no lo sabe.

Jin reacciona con brusquedad y la descoordinación le confiere una sensualidad sin atisbo de refinamiento que a Kame le haría gracia en otras circunstancias. Por ahora se concentra en hacer sus movimientos lentos, como advertencia que no dudará en cumplir.

Y Jin huye. Puede sentir el pulso latiéndole lenta y pesadamente en los oídos. A su alrededor las acciones se desarrollan como en cámara rápida, sus movimientos son torpes, pero nadie puede notarlo. Ueda dormita con la cabeza apoyada en las piernas de Nakamaru, que descansa ambos brazos abiertos y la cabeza en el borde del respaldo del sillón, mientras Koki intenta dormir algunas horas, ovillado en el suelo.

De pronto se descubre sentado, con las piernas cruzadas y la cabeza enterrada en sus antebrazos sobre la mesa de centro. Su corazón retumba en su pecho y respirar es una lucha. Siente la voz de Kame despedirse, porque al parecer ya es hora, y siente miedo de la manera en que sus labios cosquillean con el recuerdo de lo ocurrido al oírla. Levanta una mano como despedida sin preocuparse de si Kame puede o no verla y se obliga a dormitar, auque sea un rato, para poder hacerse creer que todo fue un sueño.

Para Jin, querer es poseer, no al revés. No siente nada por Kame, sólo necesitaba hacerlo comprender la verdadera naturaleza de las cosas. Kame es suyo, él es libre.

Pero por las noches sueña con él y no es su cuerpo el que su mente ocupa para torturarlo. Jin sueña con sus labios, con su boca, con el aroma ligeramente salado de su piel, por una vez sin perfume. Sueña con círculos concéntricos dibujados en sus manos y la sensación huesuda y cálida de un cuerpo demasiado delgado quemándole las yemas de los dedos, ahogándolo en deseo, en la necesidad de hundirse en la tibieza que se cuela a través de la mezclilla y el algodón.

Despierta todos los días con el deseo de huir y de rendirse al mismo tiempo. Y durante un tiempo, gana el último de ellos, disfrazado y cuidadosamente camuflado. Para su mente, es más fácil procesar un capricho físico que una sensación profunda y aterrorizante.

Persecuciones, emboscadas y encuentros casuales cuidadosamente planeados se suceden sin éxito. Kame no cede y mientras más presiona Jin, él más se aleja. Y, sin embargo, es casi satisfactorio obtener reacciones, respuestas, el reconocimiento de que no es algo trivial, que lo que pasó no fue accidental.

Los meses pasan como un torbellino, llevándose sus vidas en el ajetreo previsible de sus actuales responsabilidades. Los planes fallidos e intenciones sin fruto se acumulan como una pesada mochila en los hombros de Jin, pero no se rinde. Jin no pierde, jamás.

Dos singles, un tour y cientos de oportunidades truncadas después, el otoño lo sorprende tocando a la puerta del departamento de Kame. Todo o nada, ahora o nunca.

-¿Qué haces aquí? –Es el único saludo que recibe de Kame, con el ceño fruncido y los labios apretados.

Pero Jin no responde. Avanza y cierra la puerta detrás de él, avanza hasta que Kame ya no retrocede más. No es la pared la que ha detenido su huida, se da cuenta Jin. Kame lo mira con ojos de acero y expresión de dolor derrotado cuando Jin coloca sus manos sobre sus hombros. No se opone, no pelea cuando acerca su rostro peligrosamente al suyo.

-¿Si te dejo hacer esto me dejarás en paz? –Las palabras suenan tan resignadas que no puede sino detenerse.

Ve la aceptación fría en los ojos de Kame y de pronto siente algo apretarse en algún lugar de sus entrañas. Su rostro oscurece y se contrae cuando ve las manos de Kame subir hasta su propia camisa y comenzar a desabrochársela, botón a botón, sin mirarlo. El pecho de Kame queda al descubierto antes de que pueda reaccionar, pero cuando sus manos se dirigen a la hebilla de su cinturón para desabrocharla, Jin lo detiene.

-¿Qué? –Hay una pizca de desafío en la voz de Kame, mezclado con humillación, ira y muchas cosas que carcomen el interior de Jin como ácido. -¿No es esto lo que has estado buscando?

Jin siente su propio calor morir de golpe. No así. Algo en su interior grita que esto ya no es un juego, que cruzó una línea y, una vez más, hizo todo mal. No era esto lo que quería y el dolor de Kame lo afecta más que el hecho de haberse equivocado. El deseo de tomarlo en sus brazos y abrazarlo fuerte, hasta que todo vuelva a estar bien, es tan potente que no puede negarlo e intenta llevarlo a cabo, pero Kame lo detiene.

Ya no puede mentirse más, no es un simple caso de territorialidad. Kame le importa. Y siente sus ojos nublarse y su cuerpo doler, es físico y no es producto del empujón que le da Kame, que se aleja y se encierra en el baño luego de liberarse de él.

Escucha correr el agua y se queda inmóvil en medio de la sala de estar. El agua corre y su corazón late por lo que parecen horas, años, siglos. Cuando recuerda cómo moverse obliga a sus piernas a dirigirse a la salida.

Necesita huir, debe huir. Japón ya no es lo suficientemente grande como para contener su vergüenza, la de Kame y todos los sentimientos extraños que se agolpan dentro de él.

Para Kame rendirse es morir un poco y Jin acaba de presenciar su rendición total.

Enciende un cigarrillo y camina sin rumbo. Camina y camina hasta que la nicotina intoxica un poco su sangre. Sus pasos lo guían al departamento de Yamapi luego de un rato. Es tarde, pero duda que su amigo esté durmiendo. Marca su número en el celular.

La voz que le responde es algo somnolienta, pero Pi sólo estaba jugando videojuegos cuando contestó. Abre la puerta instantes después, equilibrando dos latas de cerveza en un brazo, aunque sabe que necesitarán más en el momento en que ve el rostro de Jin, con miles de expresiones dibujadas en él, ninguna de ellas agradable.

Varias horas, latas de cerveza y cigarrillos después, Jin yace despierto en un futón tendido junto a la cama de su amigo, que ronca profundamente. No es el sonido intermitente lo que lo mantiene despierto a pesar de los químicos corriendo por su sangre. La sensación de pánico y el reflejo de huida ocupan su mente, amplificados por el alcohol, la nicotina y su propia paranoia.

No quiere sentirse así, detesta sentirse fuera de control y estar cerca de Kame ahora es perder el control, entrar en una tierra macabra y confusa, llena de sombras y sentimientos que no entiende, donde cada paso es un error.

El sueño lo ataca a traición y cae en una inconciencia casi narcótica, libre de sueños. Pero no descansa. Despierta de madrugada, con sus cortas uñas clavadas en las palmas de las manos y la mandíbula tan apretada que duele.

Necesita hacer algo al respecto. Y a primera hora de la mañana se encuentra en la oficina de Johnny Kitagawa con ese propósito.

Es un trámite, la verdad. Jin siempre ha sabido cómo conseguir exactamente lo que quiere, aunque no sepa qué es lo que quiere exactamente. Después de un acalorado debate de un par de horas, las llamadas adecuadas ya están hechas y hay un pasaje a alguna parte de Estados Unidos reservado a su nombre. Ni siquiera él sabe muy bien qué rayos va a ir a hacer a un país tan lejano y distinto, pero tiene a su favor un interés patente y bien documentado por el idioma, al menos. Algo con qué cubrirse la espalda.

Todo es rápido, casi sería demasiado rápido si no estuviera huyendo de sí mismo tanto como de Kame. El contacto con el resto del grupo es mínimo, tan mínimo como sus horas de sueño. La emoción se mezcla con todo lo demás y las bolsas oscuras bajo sus ojos empeoran hasta el punto de hacer imposible ocultarlas. Las relaciones con todas las personas que no son Yamapi también empeoran.

Sabe que para el grupo esto constituye alta traición, lo tiene claro, pero ya no puede importarle menos. Ni siquiera está ahí cuando les dan la noticia, programando la conferencia de prensa cuidadosamente montada que desatará el infierno mediático sobre él antes de que pueda partir.

Por eso, cuando la noche anterior a la conferencia su insomnio se ve interrumpido por una llamada a su celular, se sorprende casi hasta el tartamudeo cuando el identificador de llamadas le anuncia que es Kame. Y es un cuchillo trozándole el alma cuando la voz desde el otro lado de la línea le desea un buen viaje con timidez, sobreponiéndose como siempre a cualquier situación, casi perdonándolo. Ocupa toda la fuerza de voluntad que le queda para no conducir hasta su departamento y cometer aún otro error.

La mañana no puede llegar demasiado pronto y recorrer los pasillos del aeropuerto con su equipaje de mano después de despedirse de su familia le parece una caminata hacia el patíbulo. Duda por primera vez de su decisión, pero ya no tiene caso.

Y aunque espera que Kame aparezca y lo detenga, sabe en el fondo que no sucederá. Como debió saber que empujarlo sólo lo alejaría. Kame ama su sensación de dominio, ama su contención, ama ser dueño de las situaciones y Jin ama… él *ama*…

El avión despega y ya es demasiado tarde para cualquier pensamiento. Jin ahoga el albor de la sospecha en el torbellino de emoción y el nerviosismo de ser casi libre por más de cinco días seguidos. Para cuando llega a su destino, el sol y el jet-lag le ayudan a no pensar en lo que no quiere pensar.

Porque para Jin, negar es defenderse y en este momento necesita defenderse para seguir vivo.

Estados Unidos es otro mundo y, tal vez, podría olvidar que existe un país llamado Japón al otro lado del mar, si su subconsciente no fuera un maldito traidor, por supuesto; y si cada vez que se sintiera solo en las gasolineras de autoservicio no recordara el estúpido auto de Kame que se llenaba con nada de combustible; y si no se encontrara viendo televisión japonesa en sus ratos libres, en busca de apariciones o noticias sobre KT-TUN.

Las fiestas interminables en casa de sus nuevos amigos deberían ser suficiente, las nuevas combinaciones de antiguos alucinógenos, las variadas e innovadoras formas de mezclar el alcohol, las chicas de pechos grandes y faldas pequeñas... todo eso debería llenar su vida y hacerla algo maravilloso. Pero hay un vacío que no puede llenar y hay un nombre que anhela volver a decir.

Y cuatro meses después puede hacerlo finalmente.

Es febrero y es Nueva York y hace frío. Entra al hotel como buscando refugio, pero sabe que la sala de reuniones a la que se dirige para encontrarse con sus compañeros de grupo estará psicológicamente más fría que cualquier invierno en cualquier parte del mundo.

Tiene razón, por supuesto. Enfrentarse a las consecuencias de sus actos nunca ha sido una de sus actividades favoritas, menos cuando éstas toman la forma de Koki en actitud hostil. Kame está sentado a su lado, más cerca de él que de Ueda, que cubre su otro flanco, y sus cuerpos parecen inclinarse el uno hacia el otro.

Nota el cambio cuando en lugar de sentirse hervir de ira, su corazón se triza un poco bajo el peso del dolor. Y la molesta sospecha reaparece, incendiando de calor sus mejillas.

-Kamenashi.... Ueda, Tanaka, Taguchi –dice como saludo, inclinándose en una reverencia profunda y rezando porque la pausa entre el apellido de Kame y el de los demás pase desapercibida.

-¡Hey! ¡Falto yo! -Alega Nakamaru, pero el intento de alivianar la atmósfera falla rotundamente.

La sangre late pesada en sus venas y se siente incapaz de enfrentar esto, incapaz de permanecer aquí sin derrumbarse. Pero clava sus pies al suelo y se obliga a sentarse en la silla que han preparado para él. No huirá esta vez.

Los ojos llenos de recriminación de Koki se posan en él de vez en cuando, pero Jin sólo puede mirar a Kame. Se ve bien. Se ve saludable. Mejor de lo que la televisión le mostraba en las ocasiones en que debía haber estado estudiando pero no podía despegar los ojos de la pantalla. El dolor lo invade nuevamente al constatar que su ausencia no ha hecho sino sanarlo.

Cuando llegan al tema de su fecha de regreso, las cosas comienzan a cambiar de tono, más aún cuando declara que todavía es un asunto incierto.

-Me quedan cosas por resolver... aquí –dice, simplemente.

Kame lo mira con una expresión vacía que lo hace desear volver a Japón inmediatamente, pero hay verdad en sus palabras. No puede regresar, no ahora al menos.

-¿Tienes alguna maldita idea de lo que estás haciendo, Akanishi? –dice Koki, perdiendo finalmente los estribos. -¿Acaso no sabes el caos que dejaste? ¡Nos preocupamos por ti! Es una maldita lástima que no sea recíproco.

Jin escucha las severas palabras de Koki, pero su vista está clavada en Kame, en sus ojos cálidos que parecen comprender sus razones y a la vez criticarlo con dureza. No puede soportar seguir mirando cuando posa una mano en el hombro de Koki, calmándolo con éxito. Cierra los ojos y agacha la cabeza, un espectáculo tan extraño que todos guardan silencio.

-Siento haber causado tantos problemas –dice y levanta la vista para mirar a los ojos a Kame antes de continuar. -Lo siento, lo siento mucho.

No se está disculpando por el viaje, pero sólo Kame lo sabe. Sólo Kame sabe lo que significa esa mirada, o tal vez no, pero espera que así sea. Espera que pueda perdonarlo algún día, de preferencia pronto, al menos poco tiempo antes o después de que Jin se perdone a sí mismo. No sabe si Kame comprendió el mensaje, no es capaz de mirarlo.

La reunión pasa y Jin se alegra cuando un asistente promete enviarle un resumen de ella por correo electrónico, porque no escuchó ni una palabra.

Su vuelo de regreso a Los Ángeles tiene fecha para el día siguiente en la mañana y ya es bastante tarde, de alguna manera la reunión se las ingenió para extenderse por más tiempo del que le parece necesario. Lentamente todos van saliendo, uno a uno, despidiéndose de él, que permanece sentado en una silla.

Los últimos que quedan, aparte de él, son Koki y Kame. Kame parece conversar algo con Koki y, finalmente, la mirada de éste último se suaviza y asiente un par de veces, mirando a Kame con algo que a Jin sólo puede parecerle adoración. Algo de la antigua ira está ahí, pero lo que lo invade es la angustia. Puede ser demasiado tarde.

Koki se levanta de su silla, seguido por Kame, siempre cerca de él. Camina acompasadamente hasta donde él permanece sentado y, una vez enfrente suyo, golpea su hombro con sólo un poco más de fuerza que la de una despedida amistosa.

-Espero verte pronto, Akanishi -dice y comienza a alejarse, Kame lo sigue, sin decir nada.

Y Jin no puede aguantar más.

-Kazuya... -llama y la mirada sorprendida que le dedican tanto Koki como Kame es un doloroso recordatorio del tiempo que lleva Jin sin llamarlo de esa manera. –¿Puedes...? ¿Tienes algo que hacer ahora? Necesito... me gustaría hablar contigo.

No sabe de dónde salió, seguramente de la parte de su cerebro dañada por años de alcohol y nicotina. Pero está ahí, palabras inconexas que cuelgan entre ellos con un peso aplastante.

Kame, irritantemente, mira a Koki, que tiene tensa la mandíbula y cuyos ojos gritan alarma. Kame sonríe casi imperceptiblemente y asiente. Jin se pregunta en qué maldito universo despertó esta mañana para que Kame deba pedir casi la autorización de Koki para hablar con él.

-Llámame cuando estés listo, Kame-chan –se despide y, sin despegar la vista de Kame, agrega. –Nos vemos, Akanishi.

Solos. Están solos y no sabe qué decir.

-¿Estás teniendo algo con Koki? –Por supuesto, las palabras que salen de su boca no pasan primero por su cerebro.

La expresión en el rostro de Kame pasa de la curiosidad suave a la dureza en medio parpadeo. Murmura por lo bajo un “idiota” y hace amago de irse, pero Jin lo sujeta de la muñeca.

-¿De qué demonios se trata todo esto, Akanishi?

-Se trata de que tú olvidas todo... todo, y yo no puedo disculparme ahora por algo que no recuerdas y tal vez es mejor, pero no quiero que lo olvides, porque... no sé por qué... Pero... te extraño... y soy un idiota y todo es mi culpa pero... te extraño... –apenas respira entre frase y frase, palabras sin filtro, reflejo de su confundido interior. -¿Puedo abrazarte? ¿Sólo un poco? ¿Por favor?

Es demasiado para Kame, totalmente poco preparado para enfrentar a Jin y sus cambios de humor, sus palabras que sólo tienen sentido en una pequeña, pequeñísima parte de su cerebro que mantiene bajo llave. Se queda congelado en la indecisión, cerrando los ojos cuando siente a Jin tirar de él para rodear sus hombros con sus brazos.

Jin es calor cuando su vida es fría y, contra su mejor juicio, se deja envolver por él.

-Lo siento -repite Jin una y otra vez, contra su cabello, aspirando su aroma.

Terminan dirigiéndose a la habitación de hotel reservada para Jin, porque la paranoia de Kame no es exclusivamente nacionalista y funciona aquí como en cualquier otro lugar del mundo. Para Kame, hasta *hablar* a solas con él en un lugar público es demasiado, sin embargo, no quiere dejar ir a Jin.¬ Su comportamiento es una extraña burbuja de tiempo y teme que si se aleja se romperá y Jin volverá a ser el idiota que lo persigue como a un trofeo, sin preocuparse de lo que pueda sentir por él.

Para Kame existir es calcular, pero con Jin no puede sino abandonarse. Y ahora que Jin está martillando sus defensas de este modo, abriendo la puerta de la habitación para él y alcanzándole una lata de cerveza del frigobar, tratándolo como algo preciado, no tiene particulares ganas de seguir protegiéndose, a pesar de que tiene claro que es una mala idea.

Jin se sienta junto a él en la cama y beben cerveza en silencio. La espera tensa el ambiente, tanto que Jin necesita levantarse a buscar los cigarrillos que guardó en la mochila que es su único equipaje. Sin palabras, le ofrece uno a Kame.

-No, gracias –dice Kame, sonriendo, y de pronto todo es más fácil. –Los dejé hace poco.

-Eso es bueno –dice Jin con aprobación, pero igual enciende el cilindro blanco de tabaco y aspira profundo antes de tomar el cenicero de la mesa de noche y volver a sentarse junto a Kame.

Piensa en algo para decir, pero es difícil, porque ni siquiera sabe qué quiere lograr. Sólo sabe que no quiere que Kame esté con Koki, que quiere que esté con él, que quiere que lo abrace y le pida que vuelva. Por sobre todas las cosas, desea que Kame *quiera* quererlo.

Su tren de pensamiento se ve interrumpido de pronto por Kame, que adelanta una de sus manos en un movimiento repentino y le arranca el cigarrillo de los dedos a medio camino desde su boca. Jin mira hipnotizado como cierra los ojos y lo lleva a sus propios labios para luego dejar escapar una bocanada de humo blanco a través de ellos. Kame gime de gusto al sentir la nicotina en su sangre y el sonido le deja cruelmente claro a Jin lo que desea en ese momento.

Abriendo los ojos de a poco, Kame acerca el cigarrillo a los labios de Jin y lo mira a los ojos. Hay desafío en ellos, desafío y algo de nerviosismo... y el reflejo exacto de su miedo de estar haciendo las cosas mal, una vez más. Jin aspira una bocanada y la deja salir mientras recupera el cigarrillo y lo apaga.

Sus ojos nunca dejan los de Kame, ni siquiera cuando se acerca a él. Al levantar la mano para posarla en su mejilla, se da cuenta de que está temblando.

-Kazuya... –susurra, con la voz a medio quebrar.

Es su nombre y es también una pregunta.

-Jin –responde Kame.

Es su respuesta y Jin se acerca de a poco a su boca, maravillándose cuando Kame cierra los ojos y se humedece los labios con la lengua. También está nervioso, lo que lo hace sentir mejor respecto a los latidos desbocados de su propio corazón.

Se siente como su primer beso, a pesar de que sus labios han estado unidos antes. Esta vez Jin no se siente aterrado, no mucho al menos, y se dedica a explorar con paciencia la boca de Kame. Es una sensación tibia y acogedora, su pulgar acaricia uno de los pómulos de su rostro con una ternura que se ve rápidamente reemplazada por sentimientos menos nobles cuando un ahogado quejido de aprobación se escapa de la parte baja de la garganta de Kame.

Siente un poco de pánico, porque de verdad no quiere volver a cometer los mismos errores. Es idiota, pero aprende.

Se separa de Kame, lo suficiente para poder observar su expresión, comprobar que no es demasiado tarde. Pero Kame mantiene los ojos cerrados y descansa la frente contra la suya. Puede sentir su respiración entrecortada sobre sus labios por unos instantes antes de que Kame vuelva a reclamarlos, esta vez con ansia apenas contenida de su parte.

Kame se apega a su cuerpo y entierra las manos en su cabello, impidiéndole efectivamente retroceder, huir, incluso considerar detenerse.

Es intoxicante. Sus manos se rebelan y recorren el cuerpo tibio que tiene enfrente. Hay varias curvas nuevas, suavidad donde antes sólo había piel y huesos. Aprieta y acaricia hasta donde le es posible, pero las pesadas chaquetas y la posición menos que ideal le juegan bastante en contra. Se deshace de su abrigo y Kame lo imita, aprovechando el momento de libertad de sus brazos.

Es el momento de detenerse, sería bueno detenerse... pero Kame tiene otras ideas. En poco tiempo se deshace con maestría de su polera. Kame no cree en las cosas a media, jamás lo ha hecho.

Para cuando Kame lo insta a arrastrarse más arriba, hasta quedar recostados en la cama uno frente al otro, Jin ya no puede recordar ninguna de sus razones para decir no. Esto es lo que buscaba, esto es lo que deseaba. Y lo único que ocupa sus pensamientos mientras Kame muerde su hombro desnudo es la plegaria al cielo de que no entre en razón. “No te detengas, por favor, no te detengas”.

Nada está más lejos de las intenciones de Kame, por suerte. Una parte extraña de su cerebro se maravilla de lo hábil que es Kame para desvestirse y desvestirlo, pero esa parte no funciona durante mucho tiempo, fundida por el calor cuando las manos de Kame bajan por su espalda, marcando el camino con sus dedos, con fuerza. A estas alturas ambos están cubiertos sólo por la ropa interior y la aprobación no sonora de Jin se nota embarazosamente.

Las manos de Kame alcanzan el final de su espalda y se deslizan por uno de sus muslos, por debajo, llegando a su rodilla para flexionarla, subiéndola hasta dejarla sobre su propia cadera y atrayéndolo hacia él al mismo tiempo, aunque la verdad es que sólo lo insta un poco y Jin se mueve, obedeciendo.

Hay dos capas de tela entre ellos, pero bien podría ser nada, porque la intensidad del momento es tal, que ni siquiera puede gemir. El sonido queda atrapado en alguna parte del limbo de placer intenso y emoción, pero se obliga a abrir los ojos y mirar a Kame.

La vista sólo empeora las cosas. Kame se muerde el labio y tiene los ojos cerrados, intentando controlarse. Pero Jin no quiere eso. La urgencia aumenta y busca con desesperación la fricción que su ser le pide a gritos.

Y Kame le corresponde, movimiento por movimiento, de la misma manera en que sus pasos de baile y sus voces se acoplaron sobre el escenario alguna vez, gemido a gemido, en cada quejido o grito ahogado. Componen con sus cuerpos un ritmo, casi una melodía y se siente tan bien, tan increíblemente bien, que Jin siente que puede terminar sólo así.

Una vez más, Kame frustra sus planes y sus diestras manos lo acarician por sobre la tela y hacia arriba, en medio y por debajo y Jin sólo puede intentar seguir respirando cuando por fin sus dedos lo envuelven donde más lo necesita y es pura fuerza de voluntad la que le permite apretar los dientes y continuar, no dejarse ir y entregarse al placer total.

Intenta devolver el favor, pero una mano incongruentemente fuerte empuja su hombro hacia atrás y cae sobre su espalda. Es realmente digno de mención que Kame no rompa el ritmo de sus atenciones ni siquiera cuando se coloca entre sus piernas, obligándolo a abrirlas para hacerle espacio.

Singularmente Kame, nadie más que él podría permanecer concentrado incluso cuando levanta la mano que tiene desocupada y la arrastra por el pecho de Jin, hacia arriba, distrayéndolo un poco con algo de preocupación cuando se acerca peligrosamente a su clavícula. Pero es Kame, lo conoce bien. Abandona el toque ascendente continuo, saltándose el punto en que sus caricias podrían interrumpir el proceso. Su mano vuelve a hacer contacto con su piel a la altura de su mejilla, atrapa el lóbulo de su oreja entre el dedo medio y el anular, aprieta, y cuando Jin inclina la cabeza hacia atrás y abre los labios para dejar salir un quejido estrangulado, Kame abre el pulgar, separándolo, dibujando un arco que roza su nariz para terminar en su labio superior y presionar en él hasta que Jin abre más la boca, cediendo de nuevo, comprendiendo y siguiendo el juego, dejando al dedo de Kame entrar, jugar con su lengua, sus dientes, de esa manera dominante y extraña que recién descubre y nunca admitirá que le gusta.

Resulta, si el ahogado quejido de Kame es una indicación confiable, y sonreiría con petulancia si a continuación Kame no se detuviera por completo y abriera los ojos para mirarlo con fuego antes de arrastrar su mano hasta cambiar el pulgar por dos dedos largos apoyados en su labio inferior. De alguna manera, Jin entiende la pregunta. No despega los ojos de los de Kame mientras traza sus bordes con la lengua, urgiéndolos a avanzar hasta que están dentro de su boca, humedeciéndolos y moviéndolos. Y Kame ya no puede más.

Repentinamente Jin se encuentra desprotegido, frío y confundido. Sin Kame. Mira y lo ve buscar algo en los pantalones desechados en el suelo, encontrar su billetera y abrirla, sacar un pequeño sobre plateado... aparta la vista segundos después, porque su nerviosismo danza precariamente al borde del pánico.

Kame vuelve y se coloca nuevamente entre sus piernas. Siente sus movimientos, pero no los ve, porque tiene los ojos cerrados como si de eso dependiera su vida. La intrusión de sus dedos es un poco incómoda, pero no puede hacer nada al respecto.

-Tranquilo –susurra Kame en su oreja antes de atacarla con la boca. Su voz es al menos una octava más baja que de costumbre y sabe a las últimas hebras de un autocontrol en fuga. –Jin... –y ahora hay un tizne de ruego en ella que lo obliga a mirarlo. –Detenme si...

Jin sólo asiente, pero la preocupación en el rostro de Kame sirve bastante para relajarlo. Busca sus labios y poco a poco comienza a seguir el ritmo y la incomodidad paulatinamente desaparece.

Después de un rato, Kame se detiene. Pregunta con los ojos, súbitamente dudoso, a pesar del calor en sus mejillas y el sudor que empapa su cabello desordenado. Jin sonríe, el miedo sigue ahí, pero de todas maneras entierra sus dedos en su nuca, atrayéndolo hacia sí para besarlo profundamente.

-Hazlo de una vez –dice en un suspiro y se sorprende de lo poco que le tiembla la voz.

Si para Jin querer es poseer, amar es ceder. Y la certeza casi es un acorde bien ejecutado en su interior cuando, después de unos instantes preparatorios, Kame entra en él con todo el cuidado que le permiten las ansias acumuladas por años, temblando. El dolor lo ancla a la realidad con furia, pero da igual, es un recordatorio, el cable a tierra que le confirma que esto es real.

-Jin... abre los ojos... –pide Kame, inmóvil sobre él, tomando su rostro con una mano.

Jin obedece a regañadientes.

-Estoy bien –dice Jin, casi como un alegato. –No seas idiota y muévete –las palabras sonarían duras si no fuera por el ligero temblor y la sonrisa reacia que las respaldan.

Kame obedece, a las palabras de Jin y a su propio cuerpo, al fin. Y es sólo una burbuja de tiempo en una tierra lejana y extraña, pero ya lo aceptó y puede vivir con eso. Puede vivir sólo con esta noche y anclarse a ella el resto de la vida. Hasta puede ser feliz así, sobre todo si su memoria retiene la imagen de Jin en ese momento, bañado en sudor y enterrando las uñas en sus brazos, con la cabeza inclinada hacia atrás, ahogado entre quejidos ahogados y suspiros profundos, rodeando su estrecha cintura con sus piernas, impidiéndole escapar, atándolo a la sensación magnífica que lo empuja y lo empuja hacia el añorado alivio... Es casi vergonzosamente pronto cuando muerde el hombro de Jin para ahogar en él su último gemido.

Jin espera con paciencia y algo de ternura hasta que finalmente Kame se gira y queda recostado junto a él sobre su espalada, luchando por cada inspiración de aire. Se recuesta sobre su costado y sin siquiera pensarlo, adelanta la mano y quita el cabello de los ojos de Kame, peinándolo hasta dejarlo tras su oreja. La sensibilidad de Kame es tanta, que tiembla con el simple gesto.

-Faltas tú –dice Kame, aún jadeante.

-No importa... descansa...

-¿Quién eres y qué hiciste con el idiota de Jin? –Kame abre por fin un ojo y lo mira.

Jin se siente dividido entre la ofensa y la felicidad. Intenta ocultarlo.

-Ven acá –dice entonce Kame y tira del brazo que lo sostiene.

Jin pierde el equilibrio y cae sobre él, pero Kame no pierde el tiempo. Enreda una de sus manos en su cabello y hace bajar la otra, hasta encontrar a Jin, aún sin satisfacer. Sus dedos trabajan diestramente y Jin no puede encontrar ni voluntad ni motivos para resistirse.

No le lleva mucho tiempo, entre las manos de Kame y su boca atacando puntos débiles en su cuello a diestra y siniestra, no hay manera de contenerse. Empuja sus caderas una vez, dos... y el mundo se vuelve blanco tras sus párpados cerrados.

-Kazu... -suspira en su boca antes de colapsar sobre su pecho, agotado y saciado.

Kame acaricia su cabello con una mano mientras con la otra alcanza la caja de pañuelos desechables, agradecidamente cercana sobre la mesa de noche. Rápidamente limpia y desecha todo en el basurero también cercano. Es una bendición, porque no quieren separarse, ni un poco, no en este momento.

-¿Puedo dormir? –Pregunta Jin, acostumbrado a la ira de sus anteriores compañías al quedarse dormido después de ese tipo de actividades.

-Idiota, ¿qué crees que voy a hacer yo?

-¿Quedarte despierto toda la noche porque dormir más de cuatro horas es un sacrilegio?

Kame ríe somnolientamente.

-Tal vez –concede. –Pero por alguna razón, estoy cansado.

-Quién sabe por qué.

Cuando Kame ríe suave y cansadamente, Jin lo escucha como un temblor en su pecho a la distancia. Los párpados le pesan y es incapaz de mantenerse despierto.

-Jin... Koki es sólo... Koki, Jin... -alcanza a decir Kame y espera que tenga suficiente sentido para Jin, porque se siente demasiado agotado como para elaborar más al respecto.

El silencio los envuelve y se duermen, con la luz encendida y sin siquiera desearse buenas noches.

Jin despierta adolorido, acalambrado y con frío. Está desnudo. Está solo. Su teléfono celular suena en alguna parte de sus pantalones en el suelo y se obliga a levantarse a contestarlo, estremeciéndose un poco ante la voz de su asistente temporal que le indica que ya está atrasado para su vuelo y que tiene que estar en el aeropuerto en ese instante.

Kame no está a la vista para despedirse y en el trayecto loco desde el hotel al aeropuerto no logra que conteste su celular. Llega a Los Ángeles con el corazón un poco apretado y más de mil teorías pesimistas en la mente.

Sin esperanzas reales, intenta una vez más llamar al número al llegar a donde vive, sorprendiéndose cuando Kame sí contesta.

-No alcancé a despedirme –se disculpa Jin, y es todo lo que puede decir.

El resto de lo que necesita que Kame sepa no puede decirlo por teléfono, con kilómetros separándolos que no harán sino aumentar en la mañana, cuando Kame vuelva al otro lado del mundo.

-Bueno... –comienza a decir Kame y Jin odia la incertidumbre en su voz, a sabiendas de que probablemente la merece. -¿Adiós?

-Llamaré.... por teléfono, digo. Te llamaré pronto –promete al borde de la desesperación.

El silencio al otro lado de la línea se extiende por casi un minuto.

-Adiós, Jin.

Hay cosas que debe arreglar, cabos que atar aquí, Jin lo sabe. Espera poder lidiar con todo rápidamente y se dedica a hacerlo durante los días siguientes. La decisión, sin embargo, ya está tomada.

Cerca de cinco meses después de su llegada, Akanishi Jin toma el teléfono y hace un par de llamadas internacionales.

Concertar su regreso es un poco más difícil de lo que fue lograr su huida, demora más de lo que desea, porque lo que desea es estar en Japón doce horas después de haber tomado la decisión de regresar. Es imposible, por supuesto, y se da cuenta de lo importante que realmente es esto para él cuando nota que sólo es el deseo de hacer las cosas bien lo que le impide saltar en el primer avión y partir de vuelta a Japón, a su hogar... a Kame.

Johnny lo tortura con las clases de canto que jamás antes debió tomar, un mes, treinta días completos que soporta con estoicismo a ratos interrumpido por exabruptos apenas controlados.

Lo único que lo mantiene cuerdo es el cumplimiento de su promesa. Llama a Kame, al menos una vez a la semana. Escucha divertido los rumores sobre él que le cuenta y logra no decir nada que no tenga que decir. Dos amigos conversando, nada comprometedor, nada que le indique si Kame nuevamente decidió extirpar de su memoria lo ocurrido.

Son un poco más de doce horas de vuelo y desea haber tomado alguna pastilla para dormir en el instante que el avión despega. Pero sobrevive, de alguna manera, incluso logra dormir un par de horas.

Está seguro de que alguien lo fotografió la llegar, pero por ahora puede hacer caso omiso del asunto. Como siempre que ha decidido algo, su mente y su cuerpo están enfocados, concentrados, imperturbables. Recoge su maleta y coordina que se la envíen a su departamento.

Se siente un poco extraño hablando japonés después de tanto tiempo, a excepción de la visita de KAT-TUN. Es como aprender de nuevo y le gusta la sensación. Borrón y cuenta nueva, un comienzo fresco.

Más de seis meses y toda una vida después, nuevamente se encuentra frente a la puerta del departamento de Kame.

-Akanishi... –el apelativo es un golpe en la región baja de su cuerpo. -¿Qué....? ¿Cuándo...?

-Jin –corrige y Kame lo mira con aún más desconcierto. –Es Jin.

-Jin... –dice con suavidad y Jin ve las barreras temblar tras sus ojos.

-Kazuya... te amo -dice impulsivamente, porque es lo que vino a decir.

Kame retrocede y Jin avanza. Cierra la puerta tras él.

-¿Estás ebrio?

-No... sólo un poco cansado –reflexiona un segundo -Y con muchísima hambre.

-¿Es una broma?

-No –alcanza a decir antes de avanzar y besarlo. –Te amo. De verdad. Y siento haber sido un idiota...

-Jin...

-De verdad lo siento, Kazu...

El suspiro risueño de Kame derrite su alma y la hace florecer.

-Supongo que no puedes ir contra tu naturaleza...

Por toda respuesta Jin lo besa de nuevo y esta vez Kame lo abraza, aferrándose a él como si temiera que fuera a desaparecer.

Y aunque hay mucho que deben hablar, procesar y perdonar, por ahora la realidad es esa: Kame en sus brazos, junto a él.

-He vuelto –susurra Jin, enterrando el rostro en su cabello.

-Bienvenido –responde Kame.

Porque para Kame y para Jin, a veces la vida es el presente.

2 comentarios:

  1. OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH ;___________________________; HERMOSO, simplemente hermoso... Me encantó, realmente lo ame Q___Q estás haciendo que vuelva mi amor por el Akame, aunque es difícil... Enserio me gusta, me gusta la personalidad que has tomado para Kame y Jin ;___; ksjdhfjkshfjsdfkjshdk <3

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    1. Muchas gracias por leer y comentar :D
      Me hace feliz que tengas un renacer akame aunque sea pequeñito :)
      Saludos!!

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