Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...
Era bastante tarde ya cuando Keiko logró quedarse dormida. Yamapi había estado a su lado, sentado en el piso junto a su cama en medio de la oscuridad, intentando explicar lo inexplicable sin despertar a la criada que dormía cerca. Estaba seguro de que a ratos había sentido que lloraba, pero la misma Keiko no parecía haberse dado cuenta de ello. Al final, el sueño había sido más poderoso y su prometida se había abandonado a la inconciencia, liberándolo por el momento.
Se puso de pie con dificultad, sintiendo las extremidades pesadas y adormecidas, sin demasiados deseos de llegar a su próximo destino. Sin embargo, debía hablar con Toma.
Rina lo sobresaltó de camino, saliendo de su habitación en dirección a la cocina. Tenía el cabello extremadamente desarreglado y el camisón de dormir torcido de maneras extrañas. Su rostro estaba algo pálido y parecía cansada, algo angustiada. Seguramente había despertado de una pesadilla, pensó.
Sus pensamientos parecieron corroborarse cuando su hermana corrió hacia él, abrazándolo fuerte y sin querer dejarlo ir. Su cabello olía extraño, a árboles y noche; Yamapi esperó poder acordarse al día siguiente de decirle que comenzara a cerrar la ventana cuando se fuese a dormir, seguramente la brisa se había colado en su sueño y por eso olía de esa manera. El campo era un lugar peligroso.
-Hermanito... -sollozó Rina contra su pecho, sin aflojar su agarre. -Estoy tan feliz de verte...
Debía de haber sido una pesadilla terrible. Yamapi acarició su cabello y la abrazó también con fuerza. La escena le recordaba a la noche en que su padre se había marchado de la casa, para perseguir sus sueños sin importarle nada más. Recordó que había encontrado a la pequeña Rina llorando, escondida bajo la mesa grande del comedor. La había abrazado igual de fuerte en aquella ocasión, jurándose a sí mismo que jamás dejaría que nadie hiciera llorar a su hermana de nuevo, que no dejaría que nadie la dañara.
La decisión se consolidó en su alma: Debía hacer lo correcto, casarse con Keiko, sin importar nada más; debía hacer feliz a su familia, hacer lo que se esperaba de él.
Rina se apartó luego de unos minutos, recobrando la compostura no sin antes besarlo suavemente en la mejilla. Yamapi la observó entrar en la cocina antes de seguir su camino.
Sabía lo que debía hacer. Y sabía que debía hablar con Toma.
El trayecto era mínimo, pero se le hizo aún más corto entre todos los sentimientos encontrados. Le costó tocar cuando llegó a la puerta de la habitación y hasta quiso pensar que Toma estaba dormido y que era mejor esperar al día siguiente. Pero la puerta se abrió y Toma se hizo a un lado para dejarlo entrar.
La lámpara ardía en su potencia mínima en un rincón del escritorio y un libro descansaba en la mesa de noche; la cama se encontraba impecablemente arreglada y la silla del escritorio estaba ligeramente mal colocada, prueba de que Toma había estado sentado en ella. También estaba completamente vestido, no se había cambiado a su ropa para dormir. Lo había estado esperando.
Toma se dejó caer en la cama, invitando a Yamapi a sentarse en la silla frente a él con un gesto medido de su mano. Debían hablar. Toma había estado intentando hacerlo desde que todo había comenzado y Yamapi lo sabía. Pero no sabía qué decir y menos cómo comenzar. Sabía lo que debía hacer, pero eso no estaba haciendo que fuera más fácil hacerlo.
-¿Keiko...? -preguntó Toma, rompiendo el silencio. Su rostro no demostraba ninguna emoción, sólo cansancio.
Yamapi cayó en la cuenta de que últimamente detrás de todas las expresiones de Toma siempre había un velo implacable de cansancio.
-Dormida... -contestó, y dejó caer la cabeza entre sus manos, arqueando los hombros. -Escucha, yo...
-¿La quieres? -lo interrumpió Toma y Yamapi se alegró de no estar mirando su rostro en aquel instante. Sólo escuchar su voz dolía a muerte.
Sentía ganas de golpearse la cabeza contra la pared, una y otra vez. Keiko era agradable y hermosa, determinada en ocasiones y sumamente inteligente, Yamapi lo tenía claro. Tenía claro también que su carácter la convertía en una persona con la que sería fácil convivir, pues respetaba las opiniones de los demás y sabía escuchar, aunque no siempre daba su brazo a torcer. Yamapi la respetaba, le tenía muchísimo cariño y le agradaba su forma de ser. Debería ser más fácil enamorarse de ella, pensó, debería ser algo natural, casi inevitable. Pero su corazón estaba lleno, no había espacio para nadie más.
-No –respondió, levantando la vista. –Pero eso no cambia nada...
-Por supuesto... -dijo Toma y sonó como un suspiro.
-¿Qué más se supone que haga? -alegó Yamapi, un poco exasperado, bastante triste. -No puedo... debo casarme con ella, Toma. Mi familia confía en mí, no puedo decepcionarlos, no puedo abandonarlos... Un verdadero hombre jamás abandona a su familia...
Toma pronunció la última frase junto con él. Era casi un mantra para Yamapi, siempre, desde el día que su padre se había marchado. Lo había escuchado aferrarse a aquellas palabras desde que tenía nueve años, repitiéndolas siempre, pero nunca antes le habían dolido.
Se levantó de la cama y Yamapi lo imitó, confundido. Cuando Toma le extendió la mano, sólo atinó a estrecharla.
-Felicitaciones por tu inminente matrimonio -dijo Toma, en un tono neutral que se quebró hacia el final.
Hasta para Yamapi fue una evidente frase de despedida.
-No quiero que te vayas -sus labios formaron de manera inconciente un puchero que hizo reír a Toma explosiva e involuntariamente, pero al mismo tiempo los ojos se le llenaron de lágrimas.
Acercó a Yamapi y una de sus manos se posó con cariño en su mejilla. Descansó la frente en la suya a la vez que su mano avanzaba, arrastrándose por su rostro hacia atrás, hasta hundir los dedos con desesperación en su cabello, enredarlos en él. Besó sus labios con suavidad, sólo un roce reverente que lo hizo cerrar los ojos y hacer que las lágrimas finalmente cayeran. Besó la punta de su nariz y sus párpados. Besó una de sus sienes antes de liberar su cabello y simplemente abrazarlo, por los hombros y con tanta fuerza que dolía un poco.
-Quédate... -pidió Yamapi, con el rostro enterrado en la curva del cuello de Toma y abrazándolo de vuelta. También sentía ganas de llorar.
-Te amo -fue todo lo que dijo Toma. Había cruzado todo un océano para decirlo.
Yamapi lo abrazó con más fuerza, el dolor en su corazón le impedía hablar.
Toma se alejó entonces, desenredando primero sus brazos para luego dar dos pasos atrás. Ninguno pudo mirar a los ojos del otro mientras se dirigían pesadamente hacia la puerta y Yamapi sintió su resolución temblar cuando la escuchó cerrarse detrás de él, dejándolo solo en el pasillo; pero ya era demasiado tarde para siquiera considerarlo.
A la mañana siguiente, Toma partió en un tren con rumbo a la capital.
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Akanishi despertó tarde y con resaca. Ir a beber había sido una pésima idea y había desperdiciado horas preciosas durmiendo cuando podría estar buscando a Kazuya, así que a pesar del dolor de cabeza, salió al campo para liderar la cuadrilla de búsqueda. No había desayunado y sentía muchísima hambre, pero simplemente no tenía más tiempo que perder.
La desesperación estaba dando lentamente paso a una sensación de desesperanza, pero no podía darse por vencido.
El grupo de búsqueda se dirigió en silencio hacia el área de bosque ligero al sur del pueblo. Ya habían buscado ahí en algunas ocasiones, pero Jin sentía que los innumerables recovecos y matorrales podían haber escondido rutas secretas que aún no habían descubierto. Ya nadie se atrevía a discutir con él, sólo obedecían.
En algún momento de la tarde y sin aviso, Yamapi apareció entremedio de los árboles, en su caballo. Lucía extraño, inaccesible. Se bajó sin decir ninguna palabra y se acercó a él. Jin sólo le dedicó una mirada general antes de volver a sus actividades.
- Deja esto, vamos a beber -dijo, sin saludar, y se cruzó de brazos junto a él.
- No –respondió Jin sin mirarlo, caminando y observando cuidadosamente el lugar, buscando pistas.
Yamapi no parecía aceptar un no como respuesta. Se acercó a él y lo tomó por el hombro.
- ¡No seas idiota! Vamos a beber -su voz sonaba molesta y toda su actitud era rígida e incómoda.
- ¡¿Que mierda te pasa, Pi?! Tú no seas idiota, no quiero beber, estoy ocupado.
- ¿Ocupado? -restalló, Yamapi y hasta Jin pudo notar el veneno en su voz. No era normal en él y estaba claro que le sucedía algo, pero Jin no sentía particulares deseos de averiguar qué era, no es ese momento, no hasta que Kazuya estuviese seguro, a su lado. Yamapi no se dio por vencido. -Ni siquiera es algo tan importante.
- ¡ES importante! Ahora vete -Akanishi intentó apartarlo con el brazo, sin mirar en su dirección, pero Yamapi lo esquivó y se quedó de pie, con los brazos cruzados y actitud irritada tras él.
- ¿Importante? Quizás hasta esté muerto, deja de perder tu tiempo.
Jin se acercó rápidamente hacia él y lo empujó, logrando que descruzara los brazos, antes de golpearlo con el puño. Yamapi perdió un poco el equilibrio, pero logró reincorporarse y devolverle el golpe a Jin.
Los trabajadores miraban en silencio como ambos peleaban, negándose a rendirse. Jin estaba extremadamente molesto por las palabras de Yamapi, especialmente porque era lo que más temía y le desesperaba. Atacaba a su amigo con todas las fuerzas que le permitían su mal dormir y peor comer durante demasiados días, y Yamapi atacaba de vuelta, carcomido por una necesidad que Jin no lograba ni tenía deseos de comprender. Daba igual. También él necesitaba canalizar sus emociones de manera que no le hicieran tanto daño.
Ya cansados, sucios y jadeantes, como de común acuerdo, aunque sin hablar, decidieron detenerse. Yamapi aún no había recobrado el aliento cuando Jin avanzó nuevamente hacia él y lo tomó de la camisa con violencia.
- Nunca… -comenzó a decir Jin, con una vehemencia que hacía que sus ojos se empañaran al borde de la locura. -Nunca vuelvas a decir algo así...
Cuando lo soltó, a Yamapi le pareció oír un “por favor”, pero fue apenas un susurro y no estaba seguro. Se sentó en el suelo e invitó silentemente a Jin a hacer lo mismo.
-Creo que deberías ir a la policía a hacer una denuncia – dijo Yamapi, rompiendo el silencio. No miró a Jin cuando continuó hablando. -Podemos hablar con Takizawa, para que la policía te ayude en la búsqueda también o no harán nada.
Jin pensaba que era una idea absurda e inútil, pero si era honesto consigo mismo, estaba dispuesto a poner en práctica cualquier idea, sin importar cuán absurda e inútil fuera. Se levantó del suelo y le ofreció la mano a Yamapi, que la aceptó para ponerse también de pie.
Dio órdenes de continuar la búsqueda antes de partir hacia la municipalidad, arreglándose a la rápida y sin cuidado la ropa que la pelea le había dejado en completo desorden.
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La alcaldía estaba lejos de estar desierta, aunque la cantidad de gente había disminuido considerablemente al transcurrir semanas sin robos en los alrededores; con el inicio del otoño en ciernes había bastante por hacer. Sin embargo, Takizawa tenía otras cosas en mente.
- Tackey, no es momento… -susurró Tsubasa, apoyando una mano en la ventana mientras los labios de Takizawa se esmeraban por quebrar su determinación besando descuidadamente su cuello.
- ¿Por qué no? Esto perfectamente puede ser una reunión –susurró de vuelta Takizawa, con su cuerpo pegado al de Tsubasa, que no necesitaba ver su rostro para adivinar la sonrisa que lo adornaba.
Una de las manos de Takizawa se deslizó suavemente hasta abrazar el interior de uno de sus muslos y luego hacia arriba, con firmeza, haciendo que Tsubasa se inclinara espasmódicamente hacia delante. La temporada fría aún no comenzaba del todo y el traje de lanilla negra que llevaba era lo suficientemente delgado como para dejarle sentir todas las caricias del Alcalde intensamente. La otra mano de Takizawa deshizo con maestría el nudo de su corbata y supo que su resistencia tenía los minutos contados.
-Detente -alegó, antes de que fuera demasiado tarde. -Alguien puede entrar.
- No, le puse pestillo a la puerta –respondió Takizawa, y esta vez *sintió* su sonrisa en la piel de la base del cuello.
Tsubasa decidió confiar en que era verdad y no alguna idea “emocionante” sobre estar en peligro de ser descubiertos. Era Takizawa, después de todo, no habría sido tan extraño.
Intento girarse para besarlo, pero Takizawa presionó aún más su cuerpo para impedirlo.
- Quédate así… - pidió, con un hilo de voz.
Al parecer, sí deseaba un poco de “emoción”.
- Tackey… estamos en una ventana -intentó razonar Tsubasa-, no creo que sea una buena idea.
-Es una excelente idea… además no es que dé a la calle principal, de hecho ni siquiera da a una calle –comenzó a besar la piel detrás de su oreja–, nadie pasa por ese patio.
Su cuerpo tomó la decisión de rendirse segundos antes de que su mente lo siguiera, sentía las caderas de Takizawa moverse lentamente contra él, mientras sus manos comenzaban a hacer eco de su ritmo en su pecho y entre sus piernas. Podía ser una buena idea tener una “reunión” después de todo.
Las caderas de Tsubasa respondieron por sí solas, moviéndose milimétricamente hacia atrás para encontrarse con el movimiento de las de Takizawa, que ahogó un gemido mordiendo el cuello de su blanca camisa. Fue el turno de Tsubasa de sonreír. Giró su rostro y con dificultad debido a su posición, llevó su mano al rostro de Takizawa, que ahora mordía su cuello, para llevarlo frente al suyo.
-Quién soy para contradecirlo, Alcalde –susurró con una sonrisa coqueta, antes de besarlo.
Con un gemido abandonado, Takizawa se entregó completamente al beso, sin jamás dejar de mover sus manos ni el resto de su cuerpo. Como cada vez, Tsubasa cerró los ojos y se dejó llevar, perdiéndose lentamente en la deliciosa magia de la cadencia, del ritmo. Eran música, siempre, Takizawa y él, la compenetración total más allá de cualquier acto físico, el movimiento que era puro fuego quemando su alma.
Imai Tsubasa amaba la música y la danza, no las estiradas coreografías de salón que sus padres lo habían obligado a memorizar, no; amaba el desplazamiento, las formas, la luz y la sombra de los cuerpos que se movían libremente, alimentados de sonidos.
Alguna vez, durante su adolescencia, había fantaseado con unirse al circo que visitaba algunas veces el pueblo, o tal vez huir de casa y unirse a alguna compañía de danza itinerante, pero era un sueño ridículo. Sin importar cuán grande fuera su pasión, él era lo que era. Tal vez en alguna otra vida, en algún otro universo...
Takizawa terminó de desabrochar sus pantalones con la habilidad que le confería la práctica y sus dedos comenzaron a repetir el rito que ambos conocían tan bien. Sus movimientos ansiosos siempre se sentían algo ajados, urgentes, y sin embargo había belleza en ellos, de algún modo complementaban los giros simples, las respuestas suaves, precisas, del propio Tsubasa.
Sintió los cambios en el equilibrio precario que compartían, los vivió en la piel a través de sus ojos cerrados y la reverencia contenida de Takizawa al entrar en él hizo que su sonrisa se convirtiera en sonido, a pesar del ligero dolor.
-Oh Dios, estoy haciendo algo pésimamente si te estás riendo... -y a pesar de que sus palabras eran sólo quejidos rasposos, había efectivamente algo de preocupación en ellas. Mínima, pero ahí.
Tsubasa meneó la cabeza y abrió los ojos para tratar de mirar a Takizawa, inmóvil a su espalda, que enterró el rostro en su piel en ese momento, luchando por conservar el control.
-No -dijo simplemente Tsubasa, pero volvió dejar escapar una risa breve, que se transformó en gemido ante un movimiento corto e involuntario de las caderas de Takizawa.
-Te burlas de mí -la mortificación de la voz del Alcalde pareció casi genuina antes de morder la tela de su camisa entre sus omóplatos.
-No me burlo de nadie, señor Alcalde -la situación perdía gracia rápidamente debido a los movimientos medidos de parte de ambos, se volvía seria, apremiante.
Tsubasa buscó un punto de apoyo estable antes de presionar con su cuerpo hacia atrás. El placer comenzaba a sustituir al dolor, pero no podía parar de sonreír maliciosamente. Tal vez Takizawa tenía algo de razón en su gusto por las situaciones extremas, sentía la cabeza un poco ligera. Repitió el movimiento y Takizawa fue incapaz de permanecer quieto por más tiempo. Tsubasa sintió su suspiro ahogado en la mitad de su espalda, sus manos se habían posado sobre sus hombros, apretándolo más y más en contra de su cuerpo.
-Te extrañaba tanto... -Takizawa trazaba una y otra vez su cuello con su lengua.
Tsubasa respiró profundo.
-Sólo fueron tres días... -no pudo evitar decir.
La respuesta de Takizawa vino precedida de un embate especialmente eficaz de sus caderas.
-Tres días, cinco horas y algunos minutos, eres un pésimo secretario...
-Quizás desee reconsiderar esa declaración, señor -el movimiento circular de Tsubasa hizo que Takizawa debiera morder su hombro para contener un quejido demasiado alto. Su voz sonó rasposa cuando continuó. -No puedes vivir sin mí.
Takizawa no rió. Contuvo un gruñido inarticulado y su ritmo se aceleró, la urgencia goteando por cada poro de su piel, una de sus manos colocada posesivamente sobre su corazón.
Más velocidad, más movimientos erráticos, jadeos que intentaba camuflar y sensaciones que no sabía cómo reprimir.
Sintió la mano sobre su pecho deslizarse hacia abajo con premura y el placer anunciado lo invadió por completo. Se dio cuenta casi con sorpresa de que también él estaba cerca de terminar. Y entonces, la mano libre de Takizawa en su mejilla, volteando su cabeza hasta poder acceder a sus labios, para besarlo sin cuidado ni técnica, respirar desordenadamente en su boca, sin deseo de control alguno.
-Imai.... yo....
Su cuerpo completó la declaración eterna sin necesidad ya de palabras, su boca volvió a reclamar la suya y la mano de Takizawa que no estaba empeñada en llevarlo hasta el límite entre sus piernas, se posó en su rostro, acariciando con fervor su mejilla, su cabello, el contorno de su labio inferior, entrando en su boca en alternancia con su lengua, entre gemidos cortos y sin pretensión alguna de orden, a sabiendas que ver su descontrol era lo que lo arrastraría inevitablemente al clímax.
Tsubasa temió llamar la atención de alguien por la manera en que su puño se estrelló contra el cristal de la ventana al acabar, violenta y profundamente. Takizawa no tardó demasiado en seguirlo. Un espasmo casi imperceptible recorrió su cuerpo antes de casi dejarse desplomar sobre Tsubasa, que sentía que las piernas le temblaban un poco y se sentía a punto de romper a reír. La felicidad lo invadía de una manera extraña, burbujeante.
Sintió los labios de Takizawa llenando de besos ligeros la piel detrás de su oreja y la risa escapó nuevamente de él.
-Bien, sí. Lo hice pésimamente mal y te sigues riendo... -protestó Takizawa, pero ni siquiera intentó moverse.
Tsubasa se movió lentamente, girándose y maniobrando con su ropa hasta que ambos estuvieron más o menos a salvo en el suelo. Sin responder nada, simplemente besó a Takizawa en los labios.
No deseaba otro universo, una vida diferente. Habría significado no estar ahí, en aquel momento. Mil vidas ideales no eran tal cosa si Takizawa no estaba a su lado. Takizawa era música y aún si no había huido de casa para cumplir sus sueños, era él quien hacía su alma bailar.
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Cuando el tiempo de espera pasó de lo aceptable, según Akanishi, éste decidió ir a la sala en que se encontraba Takizawa, sin esperar a que se le diera permiso. A Yamapi no le parecía muy buena idea, pero su amigo no estaba escuchando. “No puedo perder tiempo” era la única respuesta que daba a cualquier intento por razonar de parte de Yamapi.
-Al menos ten la decencia de golpear antes de entrar –lo detuvo Yamapi antes de que abriera la puerta de un golpe.
Jin no respondió, pero retrocedió y golpeó un par de veces, no hubo respuesta. Miró a Yamapi y esté negó con su cabeza, golpeó nuevamente…
Súbitamente la puerta se abrió y tras ella apareció la seria figura de Imai Tsubasa, el secretario municipal. Vestía un impecable traje de lanilla delgada y una corbata de seda que lucía refinada y costosa, y si su cabello estaba de alguna manera desordenado, ninguno de los dos lo notó. Los hizo pasar a la sala de reuniones con un gesto de elegancia impecable y el ceño algo fruncido.
Takizawa estaba de espaldas a la puerta, mirando al parecer con mucha inspiración a través de una ventana que no parecía dar a ningún sitio interesante más que un patio interior. Se volteó después de unos instantes, su expresión también rayaba en la severidad.
-Jin, Yamapi, espero que tengan algo realmente urgente que contarme, me obligaron a terminar temprano una reunión de suma importancia -sermoneó el Alcalde y Yamapi lució un poco avergonzado.
Por el rabillo del ojo, Jin creyó ver que el Secretario sonreía de una manera extraña, pero tenía otras cosas en las que concentrarse.
-Me robaron, alguien robó a mi sirviente y debes hacer algo.
La perplejidad fue absoluta en el rostro de Takizawa.
-¿Eh?
-Unos bandidos secuestraron al... sirviente de Jin -explicó Yamapi, por alguna razón, la palabra no tuvo toda la mala intención que solía tener. Jin sólo asintió. -Podrían ser los mismos que robaron en mi fundo. Creo que podrían ser incluso los mismos bandidos que ya habían robado alimentos en el fundo de Jin.
Takizawa se dejó caer en un sillón detrás de un enorme escritorio de roble, apoyó los codos sobre la madera y pareció pensar durante unos minutos. La paciencia de Jin disminuía progresivamente y lo hacía saber golpeando histéricamente el suelo con un pie.
-Durante algún tiempo hemos recibido varios informes sobre robos en fundos y bodegas. Al parecer se trata de una banda de adolescentes, se hacen llamar Kiss my Horses... pero hasta ahora sólo han robado comida, a veces ropa. Nunca antes habían secuestrado a nadie, ¿pidieron algún rescate?
-No... no han pedido nada. Necesito ayuda para encontrarlos, para encontrar a Kazuya.
-Su sirviente -aclaró Yamapi, ante la mirada inquisidora de Takizawa.
-Oh... ya veo -comenzó a decir el Alcalde, poniéndose de pie. Como siempre, no parecía poder estar quieto durante demasiado tiempo. -Pero Jin... si no han pedido rescate y, por lo visto, no se han comunicado contigo para nada... ¿cómo sabes que tu sirviente no huyó?
El rostro de Jin se endureció, en un par de pasos bruscos llegó junto al Alcalde y jamás supo cómo logró controlarse para no tomarlo de la camisa y sacudirlo hasta que entrara en razón. Algunos metros más allá, el Secretario observaba en evidente tensión, al parecer listo para intervenir y reducir a Jin ante el más mínimo signo de violencia. Yamapi llegó hasta él y le colocó la mano en el hombro, intentando calmarlo, pero Jin se la sacudió con violencia.
-Kazuya no huyó. Otro de mis empleados *vio* cómo se lo llevaban. Contra su voluntad. *Contra* su voluntad, ¿está claro?
Takizawa sonrió, una sonrisa enfermante que parecía comprenderlo todo demasiado bien. Tal vez por eso era alcalde de aquel pueblucho perdido.
-Sí, Jin. Todo está muy claro -caminó con elegancia hacia donde esperaba Tsubasa, visiblemente más relajado. -Señor Secretario, hable con el cuartel de carabineros, dígales que por orden municipal deben comenzar la búsqueda de este grupo de delincuentes y su escondite.
-Muy bien, Señor Alcalde -la sonrisa extraña había vuelto al rostro de Tsubasa, que les dedicó una corta inclinación de cabeza antes de salir de la habitación.
-Entonces, caballeros, ¿necesitan algo más?
-No... g-gracias, Tackey -dijo Jin. Lucía pequeño y vulnerable cuando se dejó caer en uno de los sillones de cuero. Yamapi lo imitó.
-No es nada -respondió Takizawa, caminando hacia un gran estante que parecía cerrado con llave. -¿Puedo ofrecerles algo de beber? Es temprano, pero...
Yamapi y Jin se miraron antes de declinar la invitación al mismo tiempo.
lunes, 21 de octubre de 2013
1920 - capítulo XX
22:43
Autora: Michiru y Sue, Multicapítulo - 1920, Pareja: Akame, Pareja: Maruda, Pareja: Tomapi, Rating: NC-17
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