Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...
-Pronto nos encontrarán, hay que hacer algo –susurró
Kitayama. Era una reunión más con malas noticias, últimamente todas las
noticias que recibían eran malas noticias. Tanaka suspiró. Estaba agotado, y
los chicos también. –Y eso no es todo… habló con el alcalde, así que ahora no
sólo nos busca él y sus hombres, también la policía.
Corrección, esta vez las noticias eran pésimas. Tanaka se
restregó los ojos con cansancio, pensando. En las circunstancias actuales, no
podía permitirse que Kazuya escapara, como lo había seguido intentando. No le
llevaría nada de tiempo encontrarse con la policía o alguno de los hombres de
Akanishi, y seguramente los delataría.
-No se preocupen –dijo Tanaka después de pensarlo unos
instantes. –Tengo un plan, déjenmelo a mí.
Los chicos salieron del lugar y Tanaka caminó hacia Kazuya,
sentándose frente a él.
-Estaba pensando en soltarte, ¿sabes? No vale la pena
tenerte aquí si a tu patrón no le importa.
Kazuya sintió como si algo frío y punzante se enterrara en
su pecho.
- ¿A qué te refieres? -se obligó a preguntar, pero la verdad
era que lo tenía todo bastante claro. Era lógico, después de todo.
- Hemos estado vigilando a Akanishi y los alrededores, no ha
hecho nada, no te ha buscado, no ha mandado gente a hacerlo tampoco…
Kazuya intentó relajarse, pero era demasiado doloroso.
Respiró hondo y escondió sus emociones bajo la máscara que había aprendido a
llevar toda su vida. Tanaka continuó hablando.
-Pero hoy fue a la policía a dejar constancia de que le
habían robado, así que no puedo dejarte ir. Después de todos estos días, recién
se dignó a hacer algo… y ni siquiera por su cuenta. Me equivoqué al
secuestrarte, lo siento.
El dolor en el pecho de Kazuya no lo dejaba respirar con
normalidad, bajó la mirada y la fijo en el suelo. Debía decir algo, pero no
podía hablar, probablemente su voz temblaría y odiaba parecer débil.
Por supuesto que era sólo un sirviente, pero, ¿tan poco
importaba? Después de todo, nunca había sido importante para Akanishi, ni
siquiera un poco. Sus esperanzas de que lo fuera, de que Jin podría sentir algo
por él, debían haber nacido de su imaginación.
Quizás hasta había sido reemplazado. La idea fue espantosa.
- Suéltame… -como había pensado, le tembló la voz.
- No puedo, hay una denuncia.
- No diré nada.
- Lo siento, no puedo confiar tan fácilmente, debo tomar mis
precauciones.
- No voy a volver al fundo -dijo Kazuya, levantando la
mirada y clavándola en los ojos de Tanaka.
No podía, no quería… no podría aguantar ver a Akanishi todos
los días, no, sintiendo lo que sentía e importándole tan poco. Quizás ni
siquiera lo quería allí, quizás hacía con alguien más lo que solía hacer con
él.
- ¿Dónde irás? –preguntó el bandido.
- ¿Importa?
- Puedes quedarte aquí y vivir con nosotros… no puedo
dejarte ir así aún, pero puedes vivir más libremente aquí -por su tono y
actitud, Kazuya podría haber llegado a creer que al bandido realmente le
importaba lo que pasara con él.
Los chicos de la banda lo habían tratado bien hasta
entonces, a pesar de que había sido simplemente un prisionero. Y Tanaka no
había sido cruel con él tampoco, a pesar de ser su captor, no podía culparlo de
nada, no realmente. Sólo de hacerlo ver la realidad, dolorosa como era.
Tanaka avanzó hacia él y lo desató. Se sentía tan extraño
ser dueño de sus propias decisiones, de cierta manera, más que el hecho de
estar por fin libre de sus ataduras. Era la primera vez en su vida en que podía
hacer casi lo que quisiera, pero lo que realmente quería era algo imposible de
hacer.
-Voy a... aceptar tu oferta -dijo, masajeando sus muñecas
para tener algo en lo que centrarse. Se sentía mareado y perdido, no sabía muy
bien qué hacer, tampoco estaba completamente seguro de estar tomando la decisión
correcta, pero ¿adónde más podía ir?
-Bienvenido, Kazuya -le sonrió Tanaka, extendiéndole la
mano. Kazuya tardó un poco en estrecharla.
La otra mano de Tanaka golpeó su espalda y permaneció sobre
su hombro más tiempo del que le parecía necesario. Kazuya se alejó intentando
que su incomodidad no se notara demasiado. El bandido carraspeó.
-Bueno -dijo, sonriendo nuevamente. -Estás en tu casa.
Kazuya intentó asentir, pero la sangre no estaba llegando
bien a su cabeza, todo se sentía lento y estirado, deseó poder estar solo.
No estaba en casa, nunca más volvería a estarlo.
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Yamapi definitivamente no esperaba la visita que recibió
aquel día.
Era aún otra tarde de casi otoño, más fría y más larga que
la anterior. Rina y Keiko conversaban sobre temas que las hacían reír un poco
avergonzadas cada cierto tiempo, mientras él fingía leer en otro sillón de la
sala de estar. De vez en cuando, Yamapi miraba a su prometida por sobre el
borde del libro o se esforzaba por escuchar de qué hablaba con su hermana, aún
un poco paranoico por lo que había sucedido hacía algunas noches. Al parecer,
no tenía de qué preocuparse.
Keiko parecía haber olvidado todo, absolutamente todo. No
había hecho ningún comentario, ni el más mínimo reproche, ni una mirada
furtiva, nada. Había guardado un silencio sepulcral mientras Rina preguntaba
una y otra vez por qué Toma había partido con tanta prisa y casi sin despedirse
durante el primer almuerzo sin su presencia y después, ya solos en el comedor,
no había dicho ni una palabra al respecto. Yamapi no sabía si sentirse
aliviado, culpable o nervioso.
Intentaba no pensar mucho en ello. Pensar en el silencio de
Keiko lo llevaba rápida e inevitablemente a pensar en Toma, y el dolor volvía a
invadirlo amenazando con hacerlo sucumbir. Ya ni siquiera podía contar con
Akanishi para acompañarlo a beber y adormecer su mente por un rato, ocupado
como estaba con la búsqueda de Kazuya.
Por eso, cuando la criada le anunció que había alguien en la
puerta que deseaba hablar con él, se puso de pie de golpe y corrió al
recibidor, agradecido por la interrupción.
Para su sorpresa, quien esperaba en la pequeña salita no era
otro que Matumoto Jun, La Divina, en persona.
-¿Qué haces aquí? -fue todo el saludo que pudo ofrecer.
MatsuJun abrió su siempre presente abanico de encaje,
innecesariamente pensó Yamapi, pues el aire ya estaba bastante fresco, y le
dedicó una ceja levantada antes de contestar.
-¿No me harás pasar a tu oficina? -preguntó mientras se
abanicaba lánguidamente. Yamapi detestó la media sonrisa burlesca que se había
encaramado en sus labios.
Yamapi apretó los dientes, deseando que el molesto
hombrecito delante de él desapareciera por mera fuerza de su voluntad. Sin
embargo, su madre lo había educado con modales y respiró hondo antes de invitar
a La Divina a seguirlo con un movimiento desganado de su mano.
La renuencia crecía en su interior con cada paso. No había
entrado en aquella habitación desde el día en que Toma y él la habían
convertido en estudio de pintura, al principio porque su embeleso había sido
tal que no había sentido ganas de atender los asuntos financieros del fundo y
había delegado las labores por completo a Ryo y Keiichiro, su capataz; después,
cuando Toma se había ido, la idea de volver a entrar allí le había anudado la
garganta. No quería recordar ese día, la herida aún era demasiado reciente, así
que había hecho de la sala de estar su nueva oficina. Pero Rina y Keiko estaban
ahora allí y la idea de escuchar lo que fuera que MatsuJun fuera a decirle
enfrente de ellas le causaba escalofríos.
Llegaron a su destino y Yamapi vaciló un poco antes de abrir
la puerta, dejando pasar primero a su visitante. Al seguirlo, le sorprendió
encontrar la oficina ordenada y un caballete de pintura en el centro,
sosteniendo un cuadro que una tela blanca cubría por completo.
Para su total irritación, MatsuJun quitó la tela con un
movimiento rápido y certero, dejándola caer al suelo con descuido, pero para
ese entonces Yamapi ya no prestaba atención. Sus ojos estaban clavados, con una
mezcla entre horror y fascinación, en la pintura recién descubierta.
-¿Toma? -preguntó MatsuJun, inquiriendo con malicia sobre el
autor, pero Yamapi no logró registrar su tono.
El Yamapi retratado sobre tela lo miraba con luz en los ojos
y una expresión que lograba ser una sonrisa sin que sus labios se curvaran
evidentemente. No tenía idea de que Toma hubiese terminado la pintura, jamás
había notado siquiera los momentos en que trabajaba en el retrato.
Honestamente, lo había olvidado por completo desde el momento en que había
creído que Toma se quedaría para siempre.
-¿Cómo sabes...? -comenzó a preguntar Yamapi, para luego
corregir. -¿Por qué piensas que él la pintó?
-Por favor -MatsuJun puso los ojos en blanco, suspirando
frustrado. -¿Quién más podría conocerte tanto? Este es el trabajo de alguien
que conoce en detalle cada centímetro de tu cuerpo -dijo con malicia, dando
golpecitos en el cuadro con su abanico. Yamapi sintió deseos de golpearlo y
deseó no haber enrojecido con sus estúpidas palabras. -Además, tus ojos sólo
tienen expresión cuando lo miras a él...
-¿Qué demonios viniste a hacer aquí? -interrumpió Yamapi,
oficialmente al límite de su paciencia. MatsuJun ni siquiera parpadeó.
-Lo diré lento, para que lo comprendas: Toma es mi amigo,
¿entiendes? Una de las extremadamente pocas personas que *merecen* que las
llame así. Y mi amigo ha estado enamorado de ti desde que *yo* todavía me
molestaba en ir a la escuela -de alguna manera, Jun había avanzado hasta estar
muy cerca de Yamapi y ahora enfatizaba sus frases con pequeños golpes de su
abanico cerrado en su pecho. Yamapi, estupefacto, sólo podía escucharlo hablar.
-Todos los años que pasó en Europa no hicieron sino profundizar lo que siente
por ti... sepa el *cielo* por qué razón.
-¿Te... te dijo todo eso? -logró decir Yamapi, mirando
hipnotizado el abanico inmóvil frente a él.
-No fue necesario, *yo* no soy el imbécil aquí.
-¡Oye...! -comenzó a quejarse Yamapi, pero MatsuJun lo interrumpió.
-Y tú... tú sientes exactamente lo mismo -no era una
pregunta. Durante la larga pausa que siguió, Yamapi fue incapaz de mirar a
Matsumoto a los ojos. -Si estás dispuesto a dejar todo eso pasar, si vas a
dejarlo ir por tus estúpidas preconcepciones... yo no lo voy a hacer.
-¿Qué quieres decir?
-Lo que dije. -La Divina se dirigió hacia la puerta de la
oficina lentamente, como si el mundo le perteneciera. Yamapi logró voltearse a
duras penas antes de que continuara hablando. -Si no partes tras de Toma en
este preciso instante, yo lo voy a traer de vuelta. Y me lo voy a quedar.
-No podrías...
La risa sardónica de MatsuJun retumbó en sus oídos.
-¿Quieres apostar? -desafió, apoyado en el marco de la
puerta, antes de girarse y salir. Las lentejuelas negras de su camisa brillaron
con el sol.
No había mucho que pensar, en realidad. El corazón de Yamapi
había tomado la decisión en el momento en que había visto la pintura.
Mientras preparaba frenéticamente su ropa para el viaje, se
preguntaba cómo rayos lo haría para encontrar a Toma en la capital .
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Ya habían pasado algunos días desde que había sido liberado
y Kazuya había decidido comenzar a ver el lado positivo de su situación. Para
comenzar, se sentía bien dejar de estar amarrado a la silla, a pesar de que era
vigilado de todos modos, tenía más libertades.
Para seguir, aunque tenía claro que su presencia en aquel
lugar traía problemas para todos, y algunos se lo hacían saber claramente, la
mayoría de los chicos lo había integrado como parte del grupo. Nunca antes
había pertenecido a algo tan parecido a una familia.
Había escuchado algunas veces sobre los problemas de comida
que tenían y se sentía un poco mal por eso, aunque rápidamente recordaba que
debía estar ahí de todos modos. Aunque era casi libre, seguía sin saber dónde
ir. Probablemente intentaría quedarse allí un tiempo, también estaba comenzando
a querer ayudarlos.
Se aburría sin hacer nada, cuando tenía tiempo libre
terminaba inevitablemente por pensar demasiado, pensar en Akanishi y recordar
cosas con respecto a él. Decidió que era mejor ordenar, no soportaba mucho el
desorden de todos modos. Comenzó por organizar los utensilios que utilizaban
para comer y pronto se descubrió ordenando y doblando ropa, deshaciendo las
camas improvisadas para airearlas, moviendo telas y muebles rotos y
discordantes en pro del orden y la organización.
Tanaka, que era el único que se encontraba allí aparte de
él, lo observaba divertido.
El que nada tuviese un lugar específico y estuviese
esparcido en cualquier parte había sido ideal; pensar dónde podría ir cada cosa
y cómo organizarlas era lo único en su mente en ese momento. Cuando Tanaka, a
espaldas de él, se acercó, estaba tan concentrado que ni siquiera se percató.
No fue sino hasta que tomó su cintura y apegó su cuerpo al suyo que finalmente
se dio cuenta de su presencia. Tanaka intentó besarlo a la altura del cuello,
pero Kazuya lo empujó violentamente.
-¡¿Qué te pasa?!- dijo Kazuya, molesto, colocando distancia
entre ellos.
-Hey… calma –se defendió Tanaka, levantando las manos. –No
iba a hacerte nada malo.
-Sé lo que ibas a hacer.
-Está bien, si no quieres está bien.
-No quiero – dijo Kazuya inmediatamente, incómodo.
-Bien… no me mires así – dijo Tanaka al ver a Kazuya a la
defensiva. –Si no quieres no te voy a obligar. Puedes elegir, diferente sería
el caso con tu patrón, ¿verdad?
Kazuya no respondió y se dio media vuelta. Eso había dolido.
- ¿Di en el clavo? –Tanaka se acercó a él cuando vio que
seguía sin responder.
- Sí –dijo Kazuya, molesto y bastante dolido. –Por supuesto
que sí, era mi trabajo hacer lo que me pedía, era su sirviente después de todo.
- Que fueras su sirviente no significaba que pudiera hacer
lo que quisiera contigo, eras su sirviente no su esclavo. Tampoco tenía derecho
a castigarte físicamente u obligarte a hacer cosas que te arriesgaran, ni a no
darte descansos o dejarte sin comer. Eres una persona al igual que él.
Era injusto, la manera en que las palabras de Tanaka lo
hacían recordar el tiempo que había pasado con Jin, la manera en que se
preocupaba casi obsesivamente porque comiera, su reacción ante las marcas y
cicatrices de su cuerpo provocadas por su patrón anterior, todas las razones
que lo habían llevado a creer que era especial para él, que lo habían llevado a
engañarse.
- No me trataba tan mal -fue lo único que logró decir,
finalmente.
- De seguro dices eso porque estás acostumbrado a esa vida,
a la mayoría de los que viven aquí les pasó.
Sentía esa necesidad de defender a su patrón, demostrarle
que estaba equivocado y que no era como los demás. Pero quizás Tanaka tenía
razón y estaba cegado, tal vez algunas cosas que había hecho Akanishi
equilibraban en gravedad a las que no había hecho. Tal vez todo lo que había
pensado hasta ese momento era un error, como cuando había querido creer que
Akanishi se preocuparía por él, que sentía algo por él, que había sentimientos
detrás de las cosas que le hacía… y ante las cuales, como Tanaka decía, no
tenía opción de negarse.
Sintió la mano de Tanaka sobre su hombro, pero esta vez su
toque no tenía la intención de hacía unos instantes, por lo que intentó no
rehuirlo.
-Hey... nada de eso importa. Eres uno de los nuestros ahora
-le dijo, con una sonrisa que hizo desaparecer sus ojos por completo, antes de
retroceder unos pasos para dejar de invadir su espacio.
Kazuya no lo sentía del todo así, pero asintió de todas
maneras. La verdad era que Koki no lo estaba obligando a nada, ni siquiera a
permanecer en aquel lugar. Debería mostrar algo más de agradecimiento.
-Gracias -dijo, sin mirarlo, mientras continuaba ordenando,
esta vez los resquebrajados vasos y tazas, todos diferentes. -Por todo lo que
has hecho.
Necesitaba comenzar a comprender que el que lo hubiesen
llevado a ese lugar, aún en contra de su voluntad, había servido para abrir sus
ojos, había sido lo mejor para él. Tenía sentido en su cabeza y, aunque su
corazón se rebelaba dolorosamente de sólo pensarlo, era algo que debía comenzar
a aceptar.
Tanaka lo miró con una sonrisa extraña en los labios y una
intensidad en los ojos que volvió a ponerlo nervioso. Cruzó los brazos sobre su
pecho y miró hacia el suelo, nuevamente incómodo.
-¡Kamenashi! -la voz de Kitayama resonó entre los túneles
momentos antes de que el chico llegara corriendo hasta el lugar en donde se
encontraban, agradecidamente interrumpiendo el momento.
Toda la banda de Tanaka había comenzado a llamar a Kazuya
por su apellido últimamente, como acostumbraban llamarse entre ellos. Era algo
que había empezado a gustarle.
-Tanaka... -saludó el chico al ver a su líder allí también.
La sonrisa animada de su rostro prometía por fin buenas noticias. -Nikaido
tiene el turno de vigilancia hoy y dice que la policía no está ocupándose de
este lado del bosque, al menos no por ahora. Mis hermanos y yo pensamos que
sería una buena idea cazar algunos conejos en los alrededores -informó,
alternando la vista entre Kazuya y Tanaka. -Queríamos que vinieras con nosotros,
Kamenashi -invitó, ahondando su sonrisa. -Será divertido.
-Es demasiado peligroso... -comenzó a decir Tanaka, pero
Kitayama lo interrumpió.
-Necesitamos comer algo más que pan en raciones, Tanaka. Lo
sabes, lo sé. Esta es una buena oportunidad. Tendremos cuidado... y Kamenashi
nos será de ayuda. Senga dijo que habló contigo el otro día -dijo, mirando a
Kazuya. -Dijo que le explicaste cómo cazabas conejos cuando eras niño, eso fue
lo que nos dio la idea.
Tanaka pareció considerarlo unos instantes y Kazuya sintió
algo parecido a la irritación moverse en su interior. Aunque técnicamente ya no
era un prisionero, no había salido de la cueva de los bandidos ni una sola vez
desde su llegada y la idea de caminar bajo el cielo abierto aunque fuera por
unas horas le parecía maravillosa. Estaba dispuesto a discutir con Tanaka si
era necesario, ¿no era él precisamente quien le había dicho que no lo obligaría
a hacer cosas en contra de su voluntad?
Sin embargo, no fue necesario.
-Tienes razón -accedió Tanaka. -Es una excelente idea. Iré
con ustedes y les ayudaré a vigilar los alrededores mientras cazan -las
segundas intenciones de Tanaka eran absolutamente transparentes en su voz, pero
para Kazuya palidecían ante el gozo de poder sentirse realmente libre. -Aunque
la policía no esté aquí ahora pueden llegar en cualquier momento.
Kitayama asintió, liderando enseguida la marcha por los
enredados túneles y Kazuya controló apenas sus deseos de correr. Los chicos de
la banda de Tanaka le agradaban cada día un poco más.
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Tal y como lo esperaba, ese día Nakamaru pidió permiso para
ir al pueblo, era algo que había temido durante días y ahora había sucedido. Se
entristeció, pero la tristeza no era el único sentimiento que embargaba al
señorito Ueda, también sentía celos e impotencia.
Muy a su pesar, había leído a escondidas una carta que había
llegado para su sirviente, descubriendo con horror que era de parte de una
jovencita que indicaba, con pésima caligrafía, la fecha en que llegaría al
pueblo para que se encontraran. No estaba preparado para los sentimientos que
se habían agolpado en él, para la manera en que su estómago había parecido
retorcerse y arder con cada palabra garrapateada en el papel. Y ahora que
Nakamaru, efectivamente en el día indicado por la carta pedía permiso para
salir, el deseo de seguirlo a escondidas se hizo presente con fuerza.
La sonrisa con la que se despidió Nakamaru aumentó su mezcla
de sentimientos. Se sentía mal por todo lo que estaba pasando en su interior.
¿Aún seguía estando tan corrupto? ¿Después de todos sus esfuerzos por
purificarse?
No había caso, los celos sobrepasaban lo que podía soportar
y sus pies se movieron solos para seguir a Nakamaru, poco después de que éste
abandonara el fundo. Montó su caballo negro a través de la brisa cada vez más
fresca del casi otoño, a una distancia que lo ocultaba de su sirviente pero lo
mantenía a la vista.
Se sentía lo más bajo de lo bajo, sus entrañas atadas en un
nudo gélido de repulsión y angustia. No sabía muy bien por qué estaba
haciéndolo, por qué espiaba a Nakamaru; tal vez porque la duda lo carcomería
más que una certeza dolorosa y lo sabía. Sin embargo, en cierto nivel,
perseguir a su sirviente a escondidas, movido por los celos, no hacía sino
agravar todo su sentimiento de ser impuro y detestable, y también lo tenía
claro.
Los celos también eran pecado, ¿sentir celos por causa de
otro hombre sería un pecado doble? Todo estaba tan mal con su situación actual
y lo peor del caso es que no encontraba en él la voluntad para detenerse.
Cuando Nakamaru llegó a la estación, el evidente sentimiento
de nerviosismo y ansiedad que demostraba lo hizo apartar la vista. Sentía
deseos de huir corriendo de ahí, pero sus pies estaban anclados al suelo,
esperando masoquistamente ser testigo del reencuentro de su sirviente y aquella
chica a la que esperaba con tanta emoción.
Cuando el tren llegó, comenzó a sospechar de todas las
chicas jóvenes que bajaban de él, buscándoles posibles defectos. El veneno de
los celos seguía propagándose en su alma y sentía el pulso latir en sus sienes,
amenazando con hacer explotar su cabeza. Deseaba que todo fuera mentira,
deseaba que la estúpida chiquilla que le estaba arrebatando a su sirviente se
apareciera por fin para poder acabar con aquella situación absurda, deseaba ser
una mejor persona y que nada de eso le importase; deseaba todo eso y más, al
mismo tiempo.
Finalmente, una mujer muy joven se acercó tímidamente a
Nakamaru, que la miró con asombro y reverencia, incapaz de moverse por largos
minutos. La nausea aumentó y amenazó con hacerlo caer, a pesar de que no lo
creía posible, especialmente cuando Nakamaru, con ojos que sabía estaban llenos
de lágrimas, abrazó con fuerza a la chica.
No pudo soportar más la imagen ante sus ojos, ni tampoco sus
propios sentimientos. No podía caer más bajo. Corrió hacia su negro caballo que
lo esperaba a la salida de la estación y cabalgó desesperadamente de vuelta a
casa. Debía purificarse más, todo lo que había hecho no estaba sirviendo de
nada. Ahora sería más fuerte y con mayor convicción.
Un rato después, en el pueblo, Nakamaru terminó su encuentro
lo más rápido posible. A pesar de lo emocionado que estaba por ver por fin a
Eriko de nuevo, ella estaba agotada por el viaje y él no estaba del todo
tranquilo. Dejó a la muchacha instalada en una posada y le explicó que debía
volver con su patrón, prometiendo visitarla al día siguiente. No le contó que
estaba preocupado. El señorito Ueda estaba actuando más extraño que de
costumbre, en especial ese día, y tenía un pésimo presentimiento a raíz de su
actitud, aunque no sabía decir qué era exactamente lo que temía.
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