Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...
Yamapi estaba preocupado por cómo enfrentar el tema de Toma
con su familia y su prometida, pero eso no lograba empañar la felicidad de
tenerlo a su lado nuevamente. Era lo que le daba la fuerza de seguir adelante y
poder entrar a la casa, no sin antes respirar sonoramente, intentando relajarse.
Rina corrió hacia él apenas abrió la puerta, miró
sorprendida a Toma sólo unos segundos y luego se volvió hacia él, evidentemente
agitada.
- ¡Deben ir a ayudar a Jin! No hay tiempo… encontró el lugar
donde tienen a su sirviente y fue solo. Ryo fue a buscarlo... pero no han
vuelto. Ninguno. Ha pasado mucho tiempo...
Yamapi parecía un poco mareado.
-Espera… -comenzó a decir, tomando a su hermana por los
hombros. -¿Qué? ¿Cómo lo supiste? ¿Vino aquí a decirte?
-¡No importa eso ahora!- dijo Rina, intentando cubrir sus
nervios con enojo y algo de histeria. No le era demasiado difícil, se sentía
bastante colapsada. –Tengo miedo que algo malo le pueda haber pasado.
- Sí… tienes razón, iré por mi rifle –dijo Yamapi
atropelladamente, casi corriendo para salir del lugar.
No se demoró mucho en volver con el rifle en sus manos y
Rina le dio las indicaciones de cómo llegar a la cueva de los bandidos mientras
Yamapi caminaba hacia el establo. Para su alivio, Yamapi no preguntó cómo sabía
tantos detalles de la ubicación de la guarida de Tanaka, simplemente asintió
mientras se preparaban para salir de la casa junto con Toma.
Rina se sintió algo más aliviada cuando partieron, pero
también temía por Tanaka y los chicos, a pesar de ser lo correcto, una parte de
ella se arrepentía de lo que había hecho.
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Ni Toma ni Yamapi dijeron mucho durante el camino, sólo
intercambiaron palabras a medias y miradas comprensivas cuando decidieron ir
primero al fundo de Jin a buscar refuerzos. El trayecto nunca había sido
demasiado largo, pero la incertidumbre lo hacía eterno.
Al poco cabalgar divisaron a Ryo, que al parecer se dirigía
al fundo de Yamapi. Comenzaron a disminuir la velocidad a medida que se
acercaban a él.
- ¡Rina me contó todo! -gritó Yamapi, sin saludar, cuando
estuvieron lo suficientemente cerca. -¿Dónde vas? ¡Debemos encontrar a Jin!
Yamapi agarraba su rifle con fuerza, como si fuera un objeto
místico que le concedería poderes mágicos. Ryo sólo lo miraba, sin expresión.
- Ehhh… llegas un poco tarde -dijo, por fin. Su voz sonaba
agotada y Yamapi notó entonces las pequeñas marcas de sangre que tenía en la
camisa. Su estómago se apretó.
Ante la mirada de confusión y preocupación absoluta de
Yamapi, Ryo le explicó toda la situación, omitiendo detalles escabrosos del
rito curativo y los comentarios perturbadores que había hecho Yoko después de
salir de la ruca. Habían llevado a Jin su casa cuando la fiebre había bajado y
allí era donde se encontraba ahora, con su feo sirviente.
-Ahora iba a tu casa, a decirle a Rina que todo está bien.
No sabía que habían vuelto.
A Yamapi le estaba pareciendo que el nombre de su hermana
estaba apareciendo con demasiada frecuencia en toda la historia, pero se guardó
sus comentarios. Hablaría con ella al regresar.
- Oh… bueno -dijo, simplemente. -Entonces… iremos a ver a
Jin.
- Y yo iré a tu casa a informar a Rina y después a la mía.
Estoy rendido.
- ¿No nos acompañarás?- preguntó Toma.
- No, gracias –dijo, negando también con sus manos. -Ya tuve
suficiente de esos dos, no podría soportar estar nuevamente en la misma
habitación que ellos y ver cómo… se miran… -Ryo parecía estar suprimiendo
espasmos de repulsión. -No… además debo irme, Uchi está en mi casa esperándome.
Yamapi podría haber hecho bastantes comentarios sobre la
manera en que Uchi y Ryo se miraban, o sobre cómo Ryo no parecía poder concebir
algún asiento más apto para Uchi que sus propias piernas cuando estaban juntos,
pero estaba demasiado preocupado por Jin, así que solamente se despidió de él y
prosiguió su camino junto a Toma.
Al llegar al fundo de Jin, Toma tuvo que mencionarle a
Yamapi que tal vez sería mejor si dejara el rifle y no entrara con él a la
casa. Yamapi se devolvió a dejarlo, sin decir nada y volvió sin poder apartar
la mirada de Toma. La felicidad de tenerlo junto a él aún hacía latir con
fuerza su corazón, lo había olvidado por los momentos que había estado
preocupado de Jin.
Los recibió la cocinera con una sonrisa, el ambiente era
totalmente diferente a la última vez que había estado allí. Les indicó con
júbilo que Jin estaba en su habitación y que pasaran, mientras lavaba con vigor
algunas tazas y muchas ollas distintas parecían estar ardiendo en la cocina a
leña. La casa completa se sentía tibia y llena de deliciosos aromas, el
estómago de Yamapi se manifestó sonoramente, para su mortificación. Toma sólo
rompió a reír y le dio un golpe de simpatía en el hombro antes de instarlo a
proseguir su marcha.
La puerta de la habitación de Jin estaba cerrada y Yamapi tomó
la manilla para abrirla, pero Toma lo detuvo y se adelantó un par de pasos para
golpear varias veces en la resistente madera. Luego, se aprestó a esperar,
mirándolo con una sonrisa que bordeaba en la picardía.
Sintieron un ruido seco, seguido de una voz que no era la de
Jin y que los invitaba a entrar. Yamapi abrió la puerta y torció una sonrisa,
debía haber supuesto que era Kazuya la persona que estaba en la habitación con
su amigo.
Ambos lucían un poco acalorados y agitados, pero a Yamapi no
le importó, ni siquiera sintió deseos de bromear al respecto; el vendaje en el
hombro de Jin fue suficiente para reactivar su preocupación por completo, a
pesar de que era evidente que su amigo se encontraba sano y salvo. Fue directo
a abrazarlo y darle fuertes palmadas en la espalda, Jin se quejó de que le
estaba aplastando la herida, pero Yamapi lo ignoró. Expresó su preocupación en
esos golpes.
- Estoy feliz de que estés bien a pesar de haber recibido un
disparo –dijo Toma, para luego agregar con un tono insondable. -Y de que tengas
a tu sirviente de vuelta.
- No es mi sirviente –respondió Jin, sin pensar. El silencio
inundó la habitación, Jin supuso que esperaban una explicación. Hasta Kazuya lo
miraba sorprendido. -Es… -realmente no sabía qué decir que no sonara vergonzoso
–Es Kazuya.
Yamapi, al ver a Jin y Kazuya notoriamente avergonzados,
decidió ser un buen amigo y sólo asentir, guardándose los comentarios. Si lo
pensaba bien, él tampoco quería responder preguntas sobre Toma.
Buscando cambiar el tema, comenzaron a conversar sobre cómo
Akanishi había rescatado heroicamente a Kazuya de su captor. Lo que había
pasado entre ellos antes, y todo lo que realmente había pasado, quedaría
estrictamente entre Kazuya y Jin.
Jin modificó “un poco” la historia, pero a Kazuya no pareció
importarle mucho e hizo su mayor esfuerzo para no reír cuando Jin aseguró haber
golpeado a Tanaka un par de veces antes de que él le disparara en el hombro.
Nadie mencionó las claras inconsistencias de la historia.
- Bueno… -comenzó a decir Jin–, ha sido una velada
maravillosa… pero supongo que ya es hora.
- ¿De qué? -preguntó Yamapi.
- ¿No se iban ya?
- No… llegamos hace 20 minutos.
- Bueno… como pueden ver estoy bien, sin fiebre, no me duele
el hombro –Kazuya tosió para ocultar una risa con eso ultimo.
- Eres… -los ojos de Yamapi destellaban incredulidad,
escandalizados. -¡Estaba preocupado por ti! ¿Sabes que recién llegamos de la
capital y ya estamos aquí? ¡Tengo derecho a quedarme todo el día!
Toma posó su mano en el hombro de Yamapi para hacerlo
callar, le estaba costando trabajo mantener la compostura y no echarse a reír a
carcajadas.
- Yamashita… -dijo, con tono contenido que intentó ser
solemne. -Jin debe estar cansado, lo trajeron aquí hace poco.
- Sí, eso –concordó Jin, entrecerrando los ojos. Intentó
parecer cansado y Toma aguantó aún otra carcajada.
- Está bien –cedió Yamapi, rápidamente. –Pero te vendré a
ver mañana o... hmmm... o pasado, pero vendré de nuevo.
Hubo algunos apretones de mano y abrazos palmoteados más,
buenos deseos y promesas de visita, y luego Toma y Yamapi salieron de la
habitación.
Jin sólo esperó hasta que Yamapi y Toma cerraron la puerta
de la habitación para mirar significativamente a Kazuya.
- ¿Ahora sí?
Kazuya rió entre dientes y se acercó lentamente a la cama
sin despegar su mirada de la de él. Se subió a la cama y gateó hasta llegar a
Akanishi, que estiró sus labios, pero Kazuya pasó una pierna a cada lado de las
caderas de Jin antes de bajar su cuerpo para besarlo.
Sin perder tiempo, Jin comenzó a desabrochar los botones de
la camisa de Kazuya, mientras éste lo besaba a la altura del cuello.
- Patrón, le traje algo que le hará bien –dijo la cocinera,
abriendo la puerta sin detenerse a golpear antes.
Jin se congeló en el instante en que la oyó, Kazuya intentó
bajarse de Jin rápidamente y también de la cama, pero uno de sus pies se enredó
en la sábana, lo que provocó que cayera bruscamente al suelo, arrastrando las
sábanas con él. Se incorporó lo más rápido que pudo y se pasó la mano por el
cabello para ordenarlo, olvidándose de que la mitad de su camisa se encontraba
desabrochada. Jin seguía inmóvil en la cama.
-Tómese esta agüita de hierbas, le ayudará a recuperarse
–dijo la cocinera, como si nada hubiese ocurrido. Jin no respondió.
La cocinera dejó la taza en la mesa junto a la cama, para
luego agregar, en dirección a Kazuya. -No lo dejes hacer mucho esfuerzo.
Y salió de la habitación, cerrando la puerta.
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Era la primera vez que Rina se sentía tan mal después de
haber hecho lo correcto.
Ryo acababa de irse rumbo a su hogar, después de haberle
confirmado que Jin estaba vivo y a salvo. Sus palabras le habían causado
alivio, pero también una forma extraña de pesar. Aunque Jin no había sufrido un
daño severo, era su culpa que hubiese sufrido daño de cualquier forma.
Pero lo que más la perturbaba era que Ryo no había podido
decirle nada acerca de Tanaka.
Intentó pensar en otra cosa, pero su mente volvía una y otra
vez en lo que podría haberle sucedido al bandido.
Se encontró, sin pensarlo, montando su caballo rumbo a la
cueva. Ya no se reprocharía más, sabía lo que sentía y no creía poder hacer
algo al respecto para cambiarlo. Tampoco quería.
Al llegar a la cueva notó que todo estaba desordenado… más
de lo que siempre estaba.
- Pensé que estabas enojada conmigo –dijo Koki sin levantar
la vista de las cosas que echaba apresuradamente a un saco.
- Lo estaba… -contestó Rina, un poco confundida por todo el
movimiento. A su alrededor, los chicos también recogían cosas o las apilaban en
montones, probablemente para guardarlas en sacos también después.
- ¿Y ahora no? – preguntó Koki, después de unos instantes de
silencio. Su voz se oía un poco sin aliento, pero parecía estar bien, al menos
físicamente.
El bandido se enjugó el sudor de la frente con una manga de
su camisa, parecía haber estado empacando cosas desde hacía bastante.
- No puedo... -dijo Rina, honestamente.
Algunos de los chicos de la banda habían dejado sus labores
y la miraban, atentos. Tanaka la miraba también, pero había comenzado a echar
cosas al saco nuevamente.
-Entiendo si estás molesto por lo que pasó con ese tal
Kazuya y lo de Jin, pero…
Eso sí llamó su atención. Con estrépito, Tanaka lazó un
jarro de metal con fuerza dentro del saco, que después soltó violentamente. Se
irguió con una lentitud amenazadora.
- Por supuesto que estoy molesto… -bufó, acercándose a ella.
- PERO... ¡era lo que tenía que hacer! -se defendió Rina,
comenzando a sentir de nuevo aquella estúpida sensación de celos en el
estómago. -Además, que sufras por alguien al que no le importas o porque ese
alguien prefiere al hombre que odias no tiene sentido, menos cuando tienes algo
tan bueno y mucho mejor frente a ti -dijo Rina con los brazos apoyados en su
cintura; sin embargo, no logró evitar sonrojarse un poco con la última frase.
Al menos no se había tropezado con sus propias palabras, como le habría
sucedido seguramente a su hermano en alguna circunstancia parecida.
Como única respuesta, Tanaka se giró y comenzó a guardar
alimentos en aún otro saco.
- Haz lo que quieras –dijo Rina, absoluta y completamente
indignada. Se dio media vuelta y se apresuró en salir del lugar. Estaba
demasiado enojada y no quería que el estúpido idiota de Tanaka ni ninguno de
sus mugrosos amiguitos la viera llorar.
Tanaka no se volteó y siguió con su tarea, ignorando el
silencio que se había forjado a su alrededor.
- Oye, Tanaka – dijo Kitayama, cuando la silueta de Rina
hubo desaparecido por completo. –Ella tiene razón. También creo que es algo MUY
bueno lo que tenías frente a ti.
- Yo pensé que ya tenían algo –dijo Fujigaya. –Con todo eso
de “Nadie la toca”.
Tanaka suprimió una sonrisa algo irritada.
Nunca lo aceptaría frente a ellos, pero la princesita tenía
agallas. Tampoco podía negar que su esporádica ayuda con alimentos había
servido para no morir de hambre en algunas ocasiones. Rina ciertamente era una
mujer hermosa y valiente, pero no cuajaba con su estilo de vida, menos ahora,
que nuevamente deberían huir.
- Ya cállense -ordenó, con sequedad. -Y terminemos esto para
salir de aquí.
Un largo rato después, estaban listos para partir. El
escondite había sido descubierto y ya no era seguro permanecer allí. Habían
colocado todo lo esencial en sacos y lo demás lo abandonarían en la cueva que
les había servido de escondite durante tanto tiempo.
En una última inspección, para asegurarse de que nada
esencial se les había olvidado, Tanaka se encontró contemplando el lugar en que
había aprisionado a Rina contra la rocosa pared. Si era honesto consigo mismo,
debía confesar que no todo lo que había hecho había sido exclusivamente para
asustarla o molestarla. En especial aquella noche. Si ella no lo hubiese
apartado, no estaba del todo seguro de que hubiese podido detenerse.
Regresó a paso vivo al “salón” principal, donde su banda lo
esperaba para comenzar el largo viaje.
- Partan sin mí –ordenó, con un tono que no admitía
preguntas. –Sigan la ruta que conversamos. Kitayama tiene el mando hasta que
los alcance. Me reuniré con ustedes pronto.
Kitayama asintió, Fujigaya hizo una mueca incomprensible y
todo el grupo partió con rumbo al sur.
Por su parte, Koki montó su caballo y se dirigió velozmente
en dirección opuesta a la de los chicos de la banda. Cabalgó sin tregua hasta
alcanzar a Rina, que ya había traspasado las cercas del fundo y había bajado de
su caballo.
Aumentando la velocidad, Koki hizo a su caballo saltar la
cerca de madera. Haciendo acopio de gran destreza y control, maniobró en su
montura hasta acercarse lo suficiente a Rina para tomarla de la cintura sin
detenerse y la subió al caballo.
-¡¿Qué haces?! – dijo Rina casi sin aliento.
Tanaka había emprendido un galope furioso alejándose del
fundo y la apretó contra su cuerpo para evitar que cayera al suelo.
-Creo que tienes razón -susurró Tanaka, directamente en su
oído. -Tomaré lo bueno que tengo enfrente –declaró, y apretó más la cintura de
Rina mientras se alejaban de la casa a toda velocidad.
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La nota que había dejado Rina decía simplemente: “Vuelvo al
anochecer”. Ninguno de los sirvientes había sabido decirle a dónde había ido su
hermana y no había hablado con su madre, que se había encontrado bordando a esa
hora.
Keiko tampoco sabía nada. Yamapi se había sentido pésimo de
preguntarle, pero no había tenido otra opción. Ella y Rina eran amigas, era
posible que supiera algo.
No había sido así, sin embargo, y ahora Yamapi se enfrentaba
a una conversación ineludible. Este era un momento tan bueno como cualquier
otro. Keiko se encontraba frente a él y no ocultaba la expresión de tristeza en
su rostro. Parecía intuir qué era lo que se avecinaba desde que él había vuelto
de casa de Jin, con Toma.
Yamapi estaba aterrado, aterrado de herir a Keiko, aterrado
de decirle la verdad. Toma los había dejado solos y Yamapi había sentido un
escalofrío recorrer su espalda ante la mirada que le había dedicado Keiko.
El reloj marcaba los pesados segundos en el silencio cargado
de la habitación.
- Lo… lo siento –comenzó a decir Yamapi, y respiró
profundamente. Miró a Keiko, que seguía inmóvil, con la misma expresión de
fragilidad, esperando a que continuara.
Sabía que estaba rompiendo su corazón, pero simplemente no
podía seguir mintiendo. No era justo para nadie.
- Yo… no puedo… no puedo casarme contigo –sus palabras se
atropellaron y bajó la vista a sus pies, incapaz de sostener su mirada por un
segundo más. –Lo siento.
No se sentía con el valor suficiente para levantar los ojos
y mirar de frente a Keiko, pero entonces los sollozos de la chica le hicieron
olvidar su vergüenza.
- No, Keiko, no llores… por favor, perdón…
Yamapi se acercó a ella y la tomó de los hombros, abrió la
boca para decir algo que pudiera calmarla, pero las palabras no llegaban a él.
- Creí que… cuando el señor Ikuta se fue, creí que había
sido porque habías decidido quedarte conmigo –dijo Keiko entrecortadamente,
entre sollozos.
La culpa estaba provocando un dolor físico en el pecho de
Yamapi, dificultándole respirar.
- Lo siento – repitió. Se estaba sintiendo como un idiota
repitiendo lo mismo, así que agregó – Estoy seguro de que serías una excelente
esposa, es sólo que…
Se detuvo antes de decir “Es sólo que amo a Toma”. Los
sollozos de Keiko aumentaron, estaba siendo un idiota de nuevo.
- Tenía el presentimiento… presentía que esto podía pasar,
pero lo ignoraba, quería… quería tener una esperanza y aferrarme a ella…
Yamapi se quedó en silencio, no sabía qué hacer para hacerla
sentir mejor, era un inútil. Había causado todo esto y era incapaz de hacer o
decir algo para confortar a Keiko.
-¿Qué habrías hecho? -preguntó Keiko entonces. Su voz sonaba
un poco más controlada, pero las lágrimas seguían mojando sus mejillas. -Si no
los hubiera visto... si... -se sonrojó, seguramente recordado la escena que la
había dejado atónita aquella noche. -¿Me hubieras dicho? ¿O hubieras seguido
con la farsa hasta el final?
-Yo... no... nunca quise engañarte...
-Respóndeme, Tomohisa -el hierro tras sus palabras hizo
sentir a Yamapi a la vez un poco de temor y un extraño alivio.
Keiko era una mujer fuerte. Podría doblarse con este
traspié, pero dudaba que algo pudiera quebrarla. Un ápice de la culpa se
disolvió, pero sus lágrimas seguían doliendo.
-Perdóname -fue todo lo que pudo decir. No tenía idea de
cómo hubiesen ocurrido las cosas si nunca los hubiesen descubierto, si Toma
jamás se hubiera ido. No podía responder de manera honesta.
Sintió un dolor repentino en una de sus mejillas y alzó una
de sus manos para cubrir el ardor de lo que claramente había sido una bofetada.
Miró a Keiko, que a su vez miraba su propia mano, algo incrédula.
-Nunca había golpeado a nadie -murmuró la chica, moviendo
lentamente los ojos desde sus dedos a los ojos de Yamapi. -Pero creo que los
dos lo necesitábamos.
-Yo... lo siento tanto, Keiko...
-No puedo perdonarte -lágrimas nuevas acudieron a los ojos
de Keiko junto con sus palabras. -No ahora, al menos. No sé si pueda lograrlo
algún día.
-Lo siento -se sentía como un completo imbécil, repitiendo
lo mismo una y otra vez. Pero no había nada más que decir y, en realidad, era
justo que se sintiera así, se había comportado como un completo imbécil.
-Necesito... necesito estar sola ahora -Keiko meneó la
cabeza, como intentando despejarse. Su cabello suelto brilló a la luz del
atardecer. -Necesito empacar mis cosas... no quiero estar... necesito irme a
casa.
Yamapi sólo asintió y Keiko se volteó, esperando que saliera
del salón.
Aún no acababa, lo sabía. Su madre preguntaría, los padres
de Keiko también querrían saber qué había ocurrido. Si ella optaba por decirles
la verdad estaba en todo su derecho, también debería cargar con su decisión si
ella deseaba callar. Quedaban tantas cosas por decidir y tanto camino cuesta
arriba que recorrer...
Sin saber cómo, llegó a su oficina. Siempre había sido su
refugio y, en ese momento, necesitaba realmente refugiarse.
Abrió la puerta y se encontró con Toma, inclinado contra una
de las paredes. Sus ojos algo tristes rebosaban comprensión y Yamapi sintió
ganas de abrazarlo. Se contuvo, sin embargo. Nadie abrazaría a Keiko esa noche
y no le parecía justo obtener un consuelo que ella no podría lograr.
Suspiró.
-Compré una botella de whisky bastante costosa mientras
estuve solo en la capital -comenzó a decir Toma, apuntando hacia la mesa del
escritorio con la cabeza. Sobre ella reposaba una hermosa botella de delicada
fabricación, llena de un líquido dorado que lucía bastante incitador en aquel
momento. Junto a la botella había dos vasos. -Pretendía bebérmela al llegar a
Europa... nunca he creído en que sea un buen método para olvidar, pero una
comprobación práctica no sonaba mal en aquel entonces...
-No creo que sea una buena idea ahora...
-No, beber solo jamás es una buena idea -contestó Toma y le
dio un golpe en el hombro. -Beberemos juntos, Yamashita.
Si escarbaba entre sus recuerdos, Toma jamás había bebido
con él, no al menos con claras intenciones de embriagarse, como parecía tener
ahora.
Sin estar del todo convencido aún, siguió a Toma hasta el
escritorio y lo observó llenar ambos vasos hasta la mitad. Tomó uno cuando Toma
también lo hizo y levantó su vaso imitándolo también.
-Por el destino -brindó Toma, acercando su vaso al de
Yamapi.
-Por Keiko -dijo Yamapi, sin pensar, pero, de alguna manera,
se sintió como lo correcto. -Porque encuentre la felicidad.
Chocaron sus vasos y Yamapi sintió como el largo sorbo del
licor quemaba su camino al bajar por su garganta.
Toma estaba ahí para él, no sólo como su amante o lo que
quisiera que fuese ahora. Toma era, antes que nada y por sobre todo, su amigo y
brindó en silencio, una y otra vez, mientras la noche se arrastraba hacia la
madrugada, agradeciendo al destino poder tenerlo a su lado. A pesar de todo.
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Jin y Kazuya se miraron en silencio por algunos segundos
después de que la cocinera salió de la habitación, sin saber qué decir.
De pronto, Kazuya se levantó y caminó hacia la puerta.
-¿A dónde vas? – preguntó Jin, casi haciendo un puchero.
Sin responder, Kazuya colocó el pestillo en la puerta. No
iba a pasar de nuevo por lo recién ocurrido. Se giró hacia Jin con una sonrisa
torcida y caminó nuevamente hacia él; se subió a la cama para ubicarse en la
misma posición en que había estado, sobre él.
-Así no tendrás que hacer tanto esfuerzo – dijo Kazuya,
burlescamente.
Jin se apoyó en sus palmas para sentarse y llegar más
fácilmente a Kazuya, lo que le provocó un punzante dolor en el hombro. Como
siempre, no logró reprimir un quejido.
- Jin… -lo recriminó Kazuya.
Jin tomó a Kazuya de la cintura con una mano y con la otra
subió acariciando su espalda hasta llegar a su cabello y enredarse en él.
- Ha crecido mucho – comentó, ignorando la anterior mirada
recriminatoria de Kazuya.
Siguió recorriendo su cabello con sus dedos, una nueva
punzada de dolor fue evidente en la expresión de su rostro y Kazuya, mirándolo
severamente detuvo su mano, tomándolo por la muñeca.
- Si no te quedas quieto, tendré que amarrarte –advirtió
Kazuya. -De nuevo.
Jin tragó saliva, pero no intentó soltar su mano del agarre
de Kazuya.
- No harías eso de nuevo -la tensión del tono de Jin no
tenía nada de aversión, sino todo lo contrario, a pesar de que intentaba
ocultarlo.
- Oh sí, lo haría, por tu bien.
- No lo harías por mi bien, lo harías porque quieres.
- ¿Y tú no?
- ¡No! ¿Por qué querría? -a pesar suyo, el tono de Jin sonó
bastante poco convincente. El escalofrío que lo recorrió tampoco fue de mucha
ayuda.
Kazuya rió y empujó a Jin con su cuerpo para que volviera a
acostarse, besándolo.
-No sé – susurró, sin separar mucho sus labios de los de
Jin. -Al final no te oías tan molesto al respecto.
Jin levantó el brazo con el hombro sano, para evitar quejas,
hasta enredar su mano en el cabello de Kazuya y apretó sus labios con fuerza
contra los suyos para hacerlo callar. Kazuya seguía riendo, aunque ahora
entrecortadamente debido a la presión de los labios de Jin. Atrapó su labio
inferior juguetonamente y las manos de Jin volvieron a su cuerpo, acariciándolo
por encima de la ropa en un principio, para después desabrochar los botones restantes
de su camisa.
Los labios de Jin hicieron contacto con la piel del hombro
de Kazuya, siguiendo con su clavícula y bajando hasta su pecho.
- Realmente te extrañé – susurró, contra su piel.
- Yo también –contestó Kazuya, y besó el cabello que estaba
a la altura de su rostro.
Jin subió hasta que sus rostros estuvieron a la misma altura
y lo besó. Se habían extrañado, pero nunca antes habían estado así, sin la
jerarquía que había estado siempre presente. Era refrescante y aumentaba las
ansias en ambos. Kazuya desabrochó hábilmente los botones de la camisa de Jin.
- Siempre tan eficiente – comentó Jin.
Kazuya sólo rió como respuesta y tomó su brazo, para
llevarlo a la altura de su rostro y besar su muñeca, la palma de su mano, uno
de sus dedos y lentamente bajar, besando su brazo, el codo y de ahí pasar,
sorpresivamente para Jin, a su ombligo, haciéndolo soltar un “ah” aspirado.
Sintió las manos de Kazuya en su pantalón y levantó la cabeza lo suficiente
para comprobar que lo estaba desabrochando, sin dejar de besarlo más abajo del
ombligo. Empuñó las manos con fuerza, tensando su cuerpo, pero finalmente,
terminaron en el cabello de Kazuya a medida que bajaba el pantalón y su cuerpo
con el.
- Sabes… sabes que no estás obligado a… a hacer algo que no
desees – dijo Jin, con dificultad, porque Kazuya no había detenido sus besos
hasta que había terminado de hablar.
Kazuya levantó el rostro, lo miró con una sonrisa que para
Jin fue mucho más que coqueta y se mojó los labios lentamente con la lengua
antes de volver a bajar su cabeza y su cuerpo, ubicándose entremedio de sus
piernas para envolverlo íntimamente con su boca.
- ¡Kazu…! -gimió Jin, tirando del cabello de Kazuya como
acto reflejo.
Pero Kazuya continuó, sin importarle lo que las manos de Jin
hacían con su cabello, deleitándose con su descontrol.
Gradualmente, Kazuya se detuvo. Subió su cuerpo, besándolo
alrededor del ombligo, del pecho, en el cuello.
- Lo siento por haberme detenido –susurró, juguetonamente–,
pero no quería que terminara ahí.
Maniobró para desabrochar y bajar sus propios pantalones sin
separarse de Jin que besaba su hombro. Torció una sonrisa que Jin no vio y se
deslizó hacia arriba, restregando sus caderas contra las de Jin, provocando que
mordiera su hombro.
Kazuya se ubicó mejor entre las piernas de Jin y tomó la
almohada más cercana colocándola bajo él.
- Espera… ¿lo haremos de esta manera? Debería tocarme a mí.
- Pero estás herido… recuerda que no debo dejarte hacer
mucho esfuerzo.
- Pero… no es mucho esfuerzo -las protestas de Jin cada vez
tenían menos fuerza y su convicción se debilitaba segundo a segundo, atacada
por la increíble minuciosidad de las manos de Kazuya.
- Sí, lo será -la voz de mando le salía extremadamente
natural al que había sido su sumiso sirviente, logró pensar Jin, pero entonces
uno de los dedos de Kazuya encontró un punto estratégico en su pecho y el
pensamiento escapó junto con un gemido de su boca.
- Está bien… sólo porque tienes razón –cedió Jin, pero no
logró ocultar una sonrisa que arruinó la expresión de molestia en su rostro.
La verdad era que no le importaba, deseaba estar con Kazuya
y no dejaría que su orgullo lo arruinara.
- Ven aquí – susurró, posando su mano en la nuca de Kazuya,
guiándolo hasta sus labios para besarlo lenta y profundamente.
Al separar sus labios, Kazuya llevó su mano a los labios de
Akanishi, deslizando con suavidad sus dedos sobre ellos para luego introducir
dos de ellos en su boca. Al principio, acarició su lengua con lentitud y algo
de resquemor, pero pronto Jin comenzó a lamer sus dedos activamente y alzó los
ojos hasta encontrarse con los de Kazuya, que respondió a su mirada con la
misma lujuria apenas contenida.
Kazuya alejó la mano de la boca de Jin y la reemplazó con
sus labios y lengua, besándolo atropellada y violentamente, mientras sus dedos
bajaban para entrar lentamente en él y prepararlo.
- Relájate – susurró Kazuya, ante la evidente tensión
inicial de todo el cuerpo de Jin.
- Es fácil decirlo.
- Sabes que he pasado por esto más veces que tú – respondió
burlescamente, Kazuya.
Jin rió, pero su risa se convirtió en un entrecortado gemido
cuando Kazuya llevó su mano libre entre las piernas de Jin para estimularlo.
La incomodidad y sus pensamientos comenzaban a desaparecer,
siendo reemplazados por sensaciones cada vez más placenteras.
Kazuya retiró sus dedos para entrar en él, controlándose
para hacerlo de la manera más lenta y delicada posible. Aún así, Jin hizo una
mueca de dolor. Kazuya apretó la mandíbula, buscando la fuerza de voluntad
suficiente para calmar, por unos instantes, las ansias terribles que sentía de
mover sus caderas, de buscar fricción. Sin embargo, no bromeaba cuando había
dicho que comprendía la posición en que estaba Jin, porque había estado muchas
veces en ella. Sabía del dolor y sabía que necesitaba tiempo para adaptarse un
poco. Eso era más importante en aquel momento que cualquier necesidad suya.
-¿Piensas moverte?- dijo Jin después de que pasara, según le
pareció, bastante tiempo en el que Kazuya estuvo inmóvil esperando a que se
acostumbrara.
-Por supuesto que sí… estaba esperando a que dejaras de
estar tan tenso -las palabras de Kazuya fueron susurradas a través de dientes
apretados.
- No estaba ten… ¡Ah!
Kazuya comenzó a moverse lentamente dentro de Jin y reanudó
al mismo ritmo el movimiento de su mano entre sus piernas.
Suavemente, todo volvía a ser sensaciones. Los pensamientos
de Jin, el lugar en el que estaban, todo desaparecía. Todo menos Kazuya apegado
a él, besando partes aleatorias de su cuerpo, Kazuya diciendo su nombre
entrecortadamente.
No se había dado cuenta de que él también lo nombraba,
mordiéndose el labio inferior.
Cuando Kazuya aumentó la velocidad de sus caderas, hubo una
milésima de segundo en la que se preocupó por el descontrol de Jin y la herida
de su hombro, pero fue imposible mantener la preocupación cuando se aferró
desesperadamente a su espalda y silenció sus gemidos mordiendo su cuello.
Kazuya supo que Jin estaba llegando al límite. Tomó su
rostro y obligó a alzar la vista hacia él y lo besó. Fue un beso caótico, en
especial porque Jin no controlaba mucho sus movimientos. Finalmente el cuerpo
de Jin se contrajo y mordió el labio inferior de Kazuya en su último gemido.
Kazuya lo siguió segundos después, colapsando sobre el
cuerpo agitado de Jin.
Cuando recuperaron el aliento, Kazuya se acomodó apoyando su
cabeza en el pecho de Jin. Estuvieron unos instantes en silencio, en los que
Jin acariciaba el cabello de Kazuya y éste a su vez rozaba los dedos de su
mano. Con su otra mano comenzó a hacer dibujos aleatorios en el pecho de Jin.
- ¿Pasa algo?- preguntó Jin, al ver que Kazuya lucía
preocupado.
- Estoy... la verdad es que no se qué será de mi vida
ahora…- Kazuya no pudo mirar a Jin mientras hablaba.
Había planeado quedarse con Jin hasta que se recuperara,
pero no había decidido qué haría con su vida después de eso.
- No quiero que seas más mi sirviente.
- Tampoco podría serlo… - respondió Kazuya, casi susurrando.
Jin siguió acariciando su cabello, relajadamente. Tomó los
ahora inmóviles dedos de Kazuya.
- Ayúdame con las cuentas -dijo, simplemente. -No es del
todo mentira que cometo varios errores con eso, tener un encargado de esas
tareas sería de mucha ayuda...
Kazuya jugueteó con los dedos de Jin entre los suyos y
asintió.
-Te pagaría más dinero, podrías... hacer lo que quisieras...
aunque me gustaría que te quedaras aquí.
- Pero… Ryo es el encargado en el fundo de Yamapi, y no vive
en su casa.
Jin rió explosivamente.
- Pero… -comenzó a explicar Jin, acercando sus labios a la
oreja de Kazuya. –Ellos no tienen nada… -Besó la piel detrás de su oreja y
agregó. -Quiero que vivas aquí… si quieres.
- Sí, quiero –respondió Kazuya, con una sonrisa.
- Muy bien, entonces está decidido- dijo Jin, sonriendo
también.
Se miraron unos instantes, tomados de las manos y
acariciando sus dedos. Tenían todo el tiempo del mundo para acariciarse y
contemplarse, estando uno al lado del otro ya no más como patrón y sirviente,
sino como Kazuya y Jin.
el mejor fic que he leído en la vida!!
ResponderEliminarGracias Minaro ;_; me llenas de emoción porque nosotras también amamos mucho este fic
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