Estas son las cosas que Jin extraña:
Música suave y apolillada, del estilo que escucharía un anciano.
El eco de la tarde agonizante en paredes blancas y obsesivamente inmaculadas.
Copas de vino que parecen mirar en menos a su lata de cerveza.
Conversaciones descalzas y respuestas intransigentes que nunca ha logrado decidir si debían terminar en asesinato en lugar del suave deseo en que transmutan.
Tibieza. Ansia. Calor.
El sabor de la sal y el ardor de la contención.
Sonidos mínimos que desea ahondar; gemidos aspirados, como si aún vivieran donde alguien los pudiese escuchar.
Su nombre como plegaria en labios imposiblemente dulces y febriles.
La clase de humedad que hace que el mundo colapse en blanco y el universo susurre canciones en su oído.
Todas estas son las cosas que Jin extraña, que un océano de distancia ha sido incapaz de ahogar.
Extraña a la figura cada vez más firme y menos delgada que le abre la puerta, con la misma expresión de sorpresa que todas la veces anteriores; extraña al estúpido hombre que siempre piensa que ésta será la última vez.
Le arranca el cigarrillo de los dedos y aspira una bocanada de humo con indolencia, porque un beso indirecto parece el castigo adecuado para su obstinada incredulidad.
-Okaeri –una y otra vez, cada vez.
Todas estas son las cosas que lo hacen volver.
-Tadaima.
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