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lunes, 21 de octubre de 2013

1920 - capítulo XVIII

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


Cuando Kazuya despertó, el patrón estaba sentado en la cama, ya vestido. Se incorporó rápidamente y comenzó a buscar su ropa, que se encontraba desparramada entre el piso y la cama. Decenas de tipos de culpa se agolparon instantáneamente en su pensamiento y se dispuso con prisa a cumplir las obligaciones que había dejado de lado, sin notar la expresión con que Akanishi lo había estado observando.

- ¡Lo siento patrón! ¿Es tarde? No pude despertar… yo…

- No importa – dijo Akanishi, haciendo un gesto para que se calmara que Kazuya no vio, pues sus ojos se mantenían con porfía clavados en el suelo. –Iré al pueblo, hay cosas que necesito hacer. Solo. Tienes el día libre.

Kazuya sintió algo helado y punzante en su pecho. El patrón necesitaba estar solo y, como siempre que lo quería lejos, le daba el día el libre. Había sido un tonto al creer que la noche anterior había sido diferente a otras veces. La única diferencia era que esta vez había sido más doloroso para él volver a la normalidad después de haber aceptado lo que sentía por Akanishi.

- Gracias, patrón –no logró que su voz sonara animada. Ocultó su expresión girándose para terminar de vestirse y salir de la habitación.

Akanishi jamás notó la expresión devastada de Kazuya. Se sentía feliz y necesitaba ir al pueblo, era urgente y apremiante. Salió rápidamente a buscar su caballo, estaba ansioso y quería volver pronto.

Al despertar y ver a Kazuya durmiendo a su lado había decidido que debía darle un regalo de cumpleaños, ¿qué importaba que se hubiese atrasado un día? Al menos lo habría hecho. No quería separarse de Kazuya, pero debía ir solo si quería sorprenderlo. Y lo sorprendería, estaba seguro de que Kazuya no sospechaba nada y que sus intenciones no se habían notado en lo más mínimo, que nada lo había delatado. Yamapi jamás podría volver a acusarlo de no saber guardar un secreto.

Una vez en el pueblo, la incertidumbre le llegó de golpe. No tenía idea de qué podría gustarle a Kazuya, ¿y si odiaba el regalo? Tal vez jamás lo sabría, porque Kazuya fingiría que le había gustado. Estaba comenzando a sentirse nervioso y pensó en olvidar todo y volver a casa con las manos vacías. Después de todo, no era su obligación darle regalos a su servidumbre. Pero la idea de darle algo a Kazuya, sorprenderlo y hacerlo sonreír fue más fuerte, aunque lo avergonzara.

Finalmente se decidió por una camisa, porque las pocas que tenía estaban muy deterioradas y no comprendía cómo podía seguir usando una de ellas que parecía que en cualquier momento se caería a pedazos.

Feliz con su compra, se contuvo y no corrió hacia su caballo, sólo caminó rápidamente aunque intentando parecer despreocupado. No podía liberarse por completo de una molesta voz en su cabeza que le decía que no podía sentirse así por un sirviente de su fundo, pero el resto de su ser ardía en júbilo y era suficiente. Sólo quería llegar pronto a casa.

Mientras, Kazuya había decidido ir al río a bañarse, dejar que el agua se llevara su angustia para poder enfrentar a su patrón como debía cuando volviese, como su sirviente.

Decidió ignorar el viento que comenzaba a aumentar en intensidad; el cielo comenzaba a oscurecerse, probablemente llovería. El día no estaba de su lado. O quizás estaba del lado de su ánimo, no de lo que necesitaba para recuperarse. Se sumergió completamente en el agua, esperando que la falta total de sonido apaciguara sus pensamientos.

Tras unos arbustos y maleza, Tanaka observaba embobado como Kazuya se bañaba. Había visto por casualidad pasar al sirviente del imbécil de Akanishi de camino al río y no había dudado en seguirlo, sin un plan muy claro en un principio. En realidad, ahora tampoco tenía muchos detalles decididos y le estaba costando bastante pensar, distraído por los armónicos movimientos del hombre que emergía a la superficie del agua frente a él. Se dio golpes en la cabeza para focalizarse, no estaba ahí para quedarse mirándolo. Sigilosamente se levantó para ir en busca de su caballo, al ver que el hombre se acercaba a la orilla del río, al parecer preparándose para salir.

Kazuya se había puesto los pantalones cuando un sonido lo hizo detenerse, era el cabalgar de un caballo a gran velocidad. No alcanzó a girarse cuando, de pronto, todo se oscureció y sintió que lo levantaban del suelo violentamente, una tela oscura cubría su rostro y respirar era difícil. Intentó luchar, pero sus brazos estaban inmovilizados, probablemente amarrados. Sentía el galope bajo su cuerpo y se preguntó qué diablos estaba pasando.

Sintió un tirón, le habían retirado lo que fuese que tapaba su cabeza y, aún sobre un caballo, alcanzó a ver la expresión asustada de Taguchi, que se encontraba fuera del establo y lo había visto pasar. Había comenzado a llover.

Intentó girar el rostro para ver a su captor, pero su cabeza fue nuevamente tapada. Continuó luchando, intentando caer al suelo, pero no le fue posible.

Junno por su parte, corrió a subirse a un caballo; estaba serio, como casi nunca se le veía. Cabalgó a toda velocidad tras el hombre que se estaba llevando a Kazuya, aunque le llevaba demasiada ventaja y la lluvia que aumentaba le dificultaba ver bien. A pesar de eso, no dejó de seguirlo entre los arbustos y caminos sinuosos por los que escapaba, pero cuando el bandido decidió entrar al bosque los perdió de vista, parecía conocer mejor esa área y simplemente no logró seguirles el rastro. Siguió cabalgando sin rumbo establecido, pero no pudo encontrar el camino por donde había desaparecido el hombre. Derrotado, se dirigió hacia el fundo al galope.

Akanishi llegó molesto por la lluvia que le pareció repentina, a pesar de las nubes oscuras que habían estado ahí cuando se había levantado y del insistente viento que había soplado durante toda su estadía en el pueblo. Pero olvidó su molestia con el clima desapareció rápidamente cuando bajó de su caballo; le daría su regalo a Kazuya y él estaría feliz.

Repentinamente y como de la nada, Taguchi se apareció delante de él. Parecía agitado por algo, pero no podía importarle menos.

-¿Dónde está Kazuya? -preguntó para no perder más tiempo, pero Taguchi no respondió.

Su encargado del establo estaba empapado, sus pantalones blancos estaban llenos de barro y la mirada que le dedicaba era completamente seria… le produjo un mal presentimiento.

- Patrón… -comenzó a decir Taguchi, acercándose a él-, un hombre lo raptó, iré por mas gente para que me ayude a buscarlo.

El regalo se soltó de las manos de Jin, ¿había escuchado mal? No podía ser… no era cierto…

- ¿Patrón?

La respiración de Akanishi se aceleró, sintió pánico, desesperación y también ira. Avanzó un paso hacia Taguchi y lo golpeó con su puño en el rostro.

-¡¿Cómo dejaste que esto pasara?! ¡Es tu culpa! -lo tomó de la camisa y de un tirón lo acercó más a él.

- Lo siento, patrón -dijo Taguchi, y Jin no apartó la vista de sus ojos que sólo transmitían una preocupación desesperada parecida a la suya. No podía empatizar en aquel momento, la ira era lo único que lo mantenía de una pieza.

- ¡¿Crees que con eso lo vas a arreglar?! -continuó gritando y sacudiendo a Taguchi. -¡¿Un “Lo siento” evitará que le pase algo a Kazuya?!

- Lo encontraremos -aseguró Taguchi, y eso no era lo que Jin necesitaba.

No necesitaba aceptación comprensiva, necesitaba una buena pelea a golpes, dolor físico que enmascarara el otro dolor, necesitaba licor para adormecer todos sus sentidos que parecían sobresaturados de angustia, necesitaba el shock de incredulidad que años de tomar decisiones rápidas le habían robado, necesitaba despertar o al menos creer que se trataba de una horrible pesadilla. Y necesitaba que Kazuya estuviera bien, junto a él.

Se separó un poco de Taguchi con el solo propósito de asestarle un nuevo golpe, pero en ese momento la cocinera, que los había visto desde la ventana y corrido hacia ellos, llegó a separarlos.

- Patrón, cálmese –dijo, posando su mano sobre el brazo de Akanishi. -¿Qué pasó?

- Alguien… raptó a Kazuya –respondió, y al decirlo le tembló la voz. Aún no quería asumirlo totalmente como cierto, pero sabía internamente que lo era.

La cocinera ahogó un grito de horror, pero se reincorporó respirando hondo.

- Patrón, golpear a Junnosuke no solucionará nada.

Y aunque siempre lo había sabido, escucharlo en palabras de la voz suave que lo había consentido desde su más tierna infancia era distinto. Sus hombros se hundieron y su cabello escondió sus ojos.

- Iré con más gente, buscaremos por todos lados –dijo Taguchi–, no hay que perder más tiempo.

Akanishi lo soltó de un empujón y se fue en busca de su caballo.

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El galope del caballo se detuvo gradualmente y Kazuya sintió que lo empujaban. Cayó de golpe al suelo, sin poder evitarlo. Intentó nuevamente zafarse, pero seguía siendo inútil.

Sintió como su cuerpo era arrastrado, no entendía nada. ¿Por qué alguien lo secuestraría? No era alguien importante, ni tampoco importante para nadie. Cuando dejaron de arrastrarlo fue atado a algo y finalmente retiraron lo que tapaba su cabeza.

No había mucha luz en el lugar, así que no le costó tanto acostumbrar su vista, probablemente se trataba de una cueva. Estaba atado a una silla y frente a él había un hombre de pie, observándolo con una sonrisa de satisfacción.

- Bienvenido –dijo el hombre.

- ¡Suéltame! ¡Ni siquiera sé quién eres!

- Soy Koki Tanaka -dijo, extendiéndole la mano y rompiendo a reír entre dientes un momento después ante la expresión airada de Kazuya.

- ¡No me importa! -bufó Kazuya. -Déjame ir...

- No puedo.

- ¿Por qué? ¿Por qué me trajiste aquí? No tengo dinero.

- Sé que no tienes dinero, pero eres la posesión de alguien a quien odio y si robarle gallinas no lo molestaba lo suficiente, debía robarle algo más grande.

Kazuya se quedó quieto, por fin; ya había procesado que las ataduras no cederían con sólo forzarlas. Necesitaba un plan, pero de momento, con Tanaka ahí, era imposible hacer algo.

Tanaka se sentía afortunado, desde que había visto a Kazuya le había llamado la atención, había sido una suerte que se tratara del sirviente personal de Akanishi, le había dado la idea de que era él lo que podía “robarle”. Y ahora, frente a él, amarrado, tuvo que detenerse a observarlo mejor, con el cabello aún húmedo, sólo con sus gastados pantalones. Se trataba sin duda de una vista hermosa. Recorrió con la mirada la piel de su pecho hasta su cuello, finalmente mirándolo a los ojos, que le devolvieron la mirada con el entrecejo fruncido.

- Sé que me odias en este instante, pero créeme, no es nada contra ti, esto sólo te pasó porque resultaste ser el sirviente de Akanishi.

- ¿Qué te hizo?

La sonrisa de Tanaka desapareció.

- Por culpa de su familia no sé donde están mis padres, ni siquiera sé si están vivos. Esa familia los explotaba, necesitábamos otro estilo de vida y huimos, pero nos siguieron y en algún momento de la fuga me separé de ellos… los busqué por el bosque, pero no encontré nada y al ser tan pequeño, alguien me encontró y me llevó a un orfanato… - Koki hizo una pausa. -Y eso pasó por culpa de ellos, por su manera de tratar a sus trabajadores… de seguro su hijo es igual, debe ser igual contigo.

Kazuya no estaba seguro, Akanishi era un santo al lado de su antiguo patrón, pero no podía negar que bajo su mando debía hacer cosas que no deseaba, cosas extrañas, cosas molestas, cosas dolorosas.

- No es tan malo –dijo Kazuya, a pesar de todo. No tenía por qué hablar de todos esos asuntos con un extraño que lo había llevado a ese lugar contra su voluntad.

- Lo dices porque no sabes cómo deberían ser las cosas.

Puede que Tanaka tuviese razón, sólo conocía esa vida y hasta donde llegaba su experiencia Akanishi había sido el mejor patrón que le había tocado. Con su antiguo patrón perdía la cuenta de las veces que lo castigaban en un día y, aunque a veces no había tenido la culpa, había terminado asumiendo que así eran las cosas.

Tanaka observaba el debate interno de Kazuya con placer que no se molestaba en ocultar. Intuía que mantener al sirviente de Akanishi prisionero sería un golpe tremendo para su detestado enemigo, no sabía decir por qué. Además, no le molestaba en lo más mínimo que aquel hombre se quedara un tiempo junto a él.

Antes de que la conversación pudiera continuar, apareció en el lugar un grupo de muchachos, algunos de los cuales rondaban la edad de Kazuya. Lo rodearon, mirándolo con curiosidad.

- Él es… ehh.. – Tanaka lo miró - ¿Cuál es tu nombre?

- Kazuya -respondió, entre dientes y casi como acto reflejo.

- Él es nuestro prisionero, Kazuya. Vigílenlo mientras no estoy aquí, trátenlo bien, porque no nos ha hecho nada malo -advirtió Tanaka y la tropa de chiquillos asintió.

Tanaka no podía ser tan malo si una banda de aquel tamaño seguía sus órdenes, se tranquilizó Kazuya, pero eso no cambiaba nada. Con la presencia de aquellos chicos ahí su plan de intentar liberarse cuando Tanaka saliera se había esfumado.

El que parecía el menor de la banda se acercó a él con una manzana en la mano y una sonrisa tímida, colocando la fruta a su alcance y sosteniéndola para que pudiera morderla. Kazuya comió, no podía rehusarse a recibir alimentos si quería conservar su fuerza para intentar escapar. Deseaba desesperadamente encontrar una forma de salir de ahí y volver con Akanishi.

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En el fundo de Akanishi, gran parte de los empleados habían estado buscado a Kazuya durante todo el día, sólo algunos se quedaban cerca de la casona para defenderla en caso de algún nuevo ataque del bandido y aún así se trataba estrictamente de los necesarios. Todos los demás estaban buscando. Akanishi no había dejado que nadie descansara, de hecho ni siquiera estaba en su mente dejar que lo hicieran. La preocupación era demasiado para él, a cada instante temía los peores escenarios que podrían pasar.

Culpaba a Taguchi por no detener al hombre que se había llevado a Kazuya, culpaba a Kazuya por ser descuidado, pero principalmente se culpaba a sí mismo. No había estado ahí para impedirlo, si hubiese estado ahí Kazuya no habría sido secuestrado. Si hubiese simplemente llevado a Kazuya con él para hacerlo escoger un regalo, ahora estaría con él.

El grupo de búsqueda volvió de noche al fundo, cuando Akanishi por fin aceptó lo difícil que era buscar cuando apenas podían ver. Tenía la vana esperanza de que al volver Kazuya estuviese ahí y todo hubiese sido un error, pero en la puerta de la casa los esperaba sólo la cocinera, que salió al oírlos llegar. Los examinó sin decir nada al ver que claramente no habían encontrado a Kazuya.

- ¿Alguna noticia? –preguntó Akanishi.

La cocinera negó con la cabeza. Jin sintió que su estómago se contraía y se enfriaba aún más.

- Quizás deba seguir buscando, llevar algo para alumbrar el camino… hay muchas otras partes a las que no fuimos…

- Patrón… -comenzó a decir la cocinera, con cuidado, y Akanishi odió con todo su ser la forma en que todos lo trataban con delicadeza, como lidiando con un chiquillo malcriado que había perdido algún juguete. ¿Es que nadie se daba cuenta de la importancia de la situación? ¿Ni siquiera la cocinera? Podría haber jurado que le agradaba Kazuya, ella más que nadie debería comprender o al menos ponerse de su parte. -Deben descansar -continuó diciendo ella, sin embargo-, comer algo y descansar.

- No puedo -espetó, pasando por su lado con poca delicadeza.

Ella *debería* comprender.

- Pero es necesario, patrón -una mano regordeta lo sostuvo por el brazo y la condescendencia que chorreaba de su voz le repugnó hasta la nausea. -Necesita fuerzas...

- Si no descansamos no tendremos nuestros sentidos atentos a cualquier pista –intervino Taguchi. Jin se preguntó si siempre había sido así de molesto.

-¡Cállate! -explotó, finalmente. -Yo soy el que decide si seguimos buscando o no.

La cocinera miró a Taguchi, haciendo un gesto para que no hablara más.

-Patrón… sé que somos sus sirvientes y trabajadores, y que hay que hacerle caso, pero todos se ven cansados y deben estar hambrientos. No trabajarán bien así. Por favor entre, coma y descanse aunque sea algunas horas…

La mano seguía en su brazo, deteniéndolo, conteniéndolo, sosteniéndolo. Cerró los ojos un momento y el piso pareció hundirse bajo sus pies. La cocinera tenía razón, estaba exhausto, todos lo estaban. No le servían de nada en ese estado, él no le servía a Kazuya en ese estado.

-Sólo algunas horas… -cedió, pero su cuerpo siguió tenso.

El grupo de búsqueda se vio aliviado, todos tenían hambre y necesitaban descansar, pero temían decirle algo a Akanishi. Se apresuraron a moverse antes de que el patrón cambiara de opinión y se dirigieron en su mayoría a la cocina, seguidos por la cocinera, que aún sujetaba a Akanishi del brazo.

Comió casi por compromiso, había un nudo en su estomago que había estado presente todo el día y seguía allí, impidiéndole respirar y quitándole el hambre. A pesar de eso, la comida le hizo bien a su cuerpo y comenzó a sentir sueño. Después de decirse una y otra vez que sólo dormiría unas horas, se acostó.

No pensar en Kazuya era imposible, a pesar de lo cansado que se sentía le estaba costando trabajo dormirse, la preocupación lo estaba desesperando y también la incertidumbre. ¿Por qué alguien secuestraría a Kazuya? Si era para pedir un rescate, deseaba recibir algún mensaje pronto, aunque no tenía sentido: no solían secuestrar sirvientes para pedir rescates. No se le ocurría otra razón. Debía encontrarlo y también a quien fuera que lo hubiese secuestrado.

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Los alrededores de la casa se veían solitarios. A diferencia de cualquier día, cuando se veían algunos trabajadores, en aquel instante estaba vacío. Quizás, pensó Yamapi, Jin aún estaba con sus padres y todos habían decidido tomarse el día libre. Aun así, quizás alguien se encontrara en la casa, probablemente Kazuya o la cocinera de Jin, algún empleado a quien preguntarle por la probable fecha de regreso de su amigo.

Antes de que pudiera golpear la puerta, apareció Ryo. Aún no llegaba la fecha del mes en que debían hablar asuntos de negocios y, como sabía que la prometida de Yamapi llegaría, se había dado unos días libres, por lo que había pasado tiempo desde la última vez que se habían visto. Ryo se acercó a él con ansiedad, parecía que quería hablar antes de llegar a una distancia razonable y le estaba costando trabajo contenerse. Yamapi comenzó a saludarlo, pero Ryo lo interrumpió.

-¿Lo sabes? -fue lo primero que salió de su boca.

-Eh… no creo... -respondió Yamapi, pensando en cosas que podrían haber sucedido recientemente y de las que supiera algo, sólo para llegar en segundos a la conclusión de que lo único que le había preocupado últimamente era Toma. Toma y la horriblemente tensa situación con Keiko... pero había venido a visitar a Jin precisamente para no pensar en eso.
-¡¿Por qué?! -preguntó Ryo, casi con desesperación. Habría sido divertido si no fuese tan espeluznante.

-¿Qué debo saber?

-¡Alguien raptó al sirviente de Jin!

-¿Ah?

-Sí… a ese feo con el que se sentía tan importante.

-Sé quién es -dijo Yamapi, un poco exasperado. Por lo que él sabía, Jin se sentía bastante más que importante con Kazuya, pero no era algo que quería hablar con Ryo. Menos en aquel momento. -Pero, ¿por qué?

-Nadie sabe.

-¿Cómo pasó?

-Un hombre lo ató y se lo llevó a caballo. Taguchi lo vio pasar, el hombre se aseguró de que lo viera.

- ¿Y Jin…?

- Esto ocurrió al día siguiente de su regreso de la casa de sus padres, desde entonces ha estado buscando junto con los demás… TODO el día, todos estos días. Está obsesionado.

-¿Donde está ahora? -preguntó Yamapi.

-Buscándolo -respondió Ryo, burlescamente, como si fuera lo más obvio del mundo. Yamapi sintió deseos de golpearlo.

-Lo sé -dijo en su lugar. -¿Dónde?

-No tengo idea. ¿Quieres ayudarlo?

-Quiero hablar con él.

-Volverá al atardecer, si es que logran convencerlo. Ayer ordenó continuar la búsqueda hasta bien entrada la noche.

-Creo que… lo esperaré.

-Aún faltan algunas horas, será aburrido. Además, puede que ni siquiera llegue. Ya te dije: está obsesionado.

- No importa -contestó Yamapi, secamente, mientras continuaba su camino hacia la entrada de la casa.

En el interior la situación era parecida, poquísimos sirvientes a la vista y la misma sensación de tristeza generalizada. Como siempre que Jin se ausentaba, la cocinera salió a recibirlo en su rol de encargada de la casa, sólo que ahora eso tenía una connotación casi macabra.

Se sentaron en la sala de estar y Ryo lo acompañó contándole algunos chismes que había oído y comentándolos con él, hasta que se le hizo tarde y debió irse. Yamapi estaba agradecido; al menos durante un rato en la tarde había logrado reírse sin tensiones, aunque fuese por algunas horas, olvidando sus propios problemas y los de Jin.

El grupo de búsqueda en pleno llegó aproximadamente una hora después, cuando el sol ya se había escondido. Yamapi se sorprendió al ver sus rostros cansados y sus actitudes derrotadas. Pensaba que los empleados de Jin buscaban al sirviente desaparecido sólo por obedecer a su patrón, pero al parecer no era así. La sensación de pesar no hizo sino acentuarse con su llegada.

Jin, por otro lado, no estaba por ninguna parte.

-Hey -hizo detener a uno de ellos, el tipo alto que cuidaba los caballos de Jin y que solía siempre estar sonriendo. Verlo con el ceño fruncido era un gran shock. -¿Dónde está Akanishi?

-El patrón se separó de nosotros después de ordenarnos volver -informó Junno. -No dijo a dónde iba, sólo que seguiría buscando. No dejó que nadie lo acompañara.

Yamapi salió disparado del fundo. Su amigo no era la persona más brillante del país y sabía por experiencia que cuando se sentía aproblemado su idiotez se cuadruplicaba. Fue en su busca a ciegas, sin tener mucha idea de por dónde comenzar.

Luego de casi una hora de vagar por los caminos cercanos al fundo, un pensamiento vino como iluminación a su mente y cambió su rumbo hacia la fonda de mala muerte a la que habían ido aquella vez, en la que había abandonado a Jin borracho. No sabía por qué, pero tenía el presentimiento de que podría estar ahí.

Lo encontró sentado, la actitud cansada y la mirada perdida, con un vaso de chicha vacío frente a él. Yamapi creyó recordar que era relativamente la misma mesa en que se habían sentado la vez anterior y un escalofrío recorrió su espalda. Se dio cuenta de que no sabía qué tan importante era aquel sirviente en la vida de Jin.

Jin se notó sorprendido de ver a Yamapi en aquel lugar, a pesar de que sus reflejos eran lentos y se movía de manera torpe. Entornó los ojos como preguntando con saña qué diablos hacía ahí antes de apartar la vista para rellenar su vaso. A la botella le quedaba bastante menos de la mitad.

Yamapi se sentó frente a él y permanecieron en silencio varios minutos. Después de su sobresaltado y silente saludo inicial, Jin había vuelto permanentemente a la contemplación del vaso de chicha enfrente de él y Yamapi no sabía muy bien qué decir. Éste no era como sus silencios habituales, cómodos y fraternales, para nada. El aire parecía hacerse más pesado a cada segundo y Yamapi comenzó a desear estar también algo ebrio.

- Ryo me contó que pasó… -dijo por fin, atropelladamente. -Te ves horrible, deberías descansar mañana.

- No –dijo Jin, acercándole el vaso de chicha y Yamapi bebió de un sorbo más de la mitad de su contenido antes de empujarlo de vuelta hacia Jin.

Akanishi terminó de vaciar el vaso en obstinado silencio mientras Yamapi lo observaba.

-Jin... no puedes seguir así. Es sólo un sirv...

-Ten *mucho* cuidado con lo que vas a decir, Pi... -interrumpió Akanishi y la manera en que sus ojos brillaron con furia le dijo a Yamapi más de lo que jamás habría podido poner en palabras.

Después de un par de segundos de tensión, Jin tomó con violencia la botella de chicha y volvió a llenar su vaso. Yamapi intentó un cambio de enfoque.

- Nada le va a pasar… -comenzó a explicar con lentitud. -¿Por qué alguien le haría daño? ¿Por qué alguien lo secuestraría? ¿Te han pedido dinero?

-No… ¡no sé! No sé nada, no sé por qué, no sé por cuánto tiempo, no sé donde está… no sé qué hacer... y cada momento que pasa es peor... todo es mi culpa, soy un idiota y todo es mi culpa... -hacia el final, las palabras de Jin se habían transformado en un balbuceo un poco ininteligible a medida que su espalda se encorvaba un poco, haciendo que su cabello suelto y desordenado cubriera su rostro.

Yamapi intentó tomar su antebrazo, trató de contenerlo, pero Jin apartó su mano con violencia, evitando aún sus ojos. Yamapi suspiró.

Había concluido anteriormente que Jin ocupaba a Kazuya para más que servicios comunes y domésticos, pero jamás había creído de verdad que fuese algo más allá. Sin embargo, al ver a Jin en ese estado estaba comenzando a dudar. Guardó silencio unos instantes, intentando procesar, intentando no ponerse en el lugar de Jin y aún así comprender, entender sin tener que considerar lo que sentiría él en una situación similar, a sabiendas de que era Keiko a quien debía considerar un símil, pero sin poder hacerlo. Volviendo una y otra vez a Toma.

-¿Tan importante es él para ti? -preguntó Yamapi con un hilo de voz, interrogando a Jin sólo a medias y temiendo cuál sería su respuesta si la pregunta fuese dirigida a él.

Jin continuó evitando mirarlo cuando siguió bebiendo, luego dejó el vaso en la mesa ruidosamente a la vez que bajaba aún más la cabeza; su cabello parecía haber cobrado vida, un escudo sentiente protegiéndolo del mundo que no paraba de doler. Tosió. Intentó reír, pero la carraspera híbrida resultante sonó demasiado cercana a un sollozo para su gusto. Los hombres no debían llorar.

-Me encontró una vez aquí, ¿sabes? -dijo Jin y tomó el vaso, ahora vacío; comenzó a girarlo con una de sus manos. Yamapi tomó el desvío de la conversación como una clara forma de dar a entender que no iba a responder su pregunta. -Pensé que... si esperaba lo suficiente, tal vez... pero sólo apareciste tú, pedazo de imbécil...

Yamapi resopló por la nariz, casi riendo sin alegría, moviendo la cabeza como si negara algo. Tomó la botella de chicha de la mesa y la hizo chocar contra el vaso vacío de Jin en un brindis a la nada antes de empinársela y beber todo el resto de su contenido.

Al final, ambos eran sólo un par de niños, perdidos y temerosos, esperando en vano que alguien los fuese a buscar.

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