Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...
- Ten, come –Tanaka acercó comida a la boca de Kazuya que, aún amarrado, la tomó con habilidad. –Lo siento por la poca comida, ha sido difícil conseguirla últimamente -continuó diciendo y su voz sonó honesta.
- Es curioso que le pidas disculpas a un prisionero por no tener comida -respondió Kazuya después de masticar el trozo de pan que Tanaka le había ofrecido y antes de tomar el siguiente trozo.
- No es tu culpa que estés aquí y me caes bien -explicó Tanaka y de nuevo sonó honesto, sin embargo, en sus ojos había un brillo extraño que le decía a Kazuya que había alguna verdad aún más profunda tras sus palabras. -Me siento un poco culpable de hacerte pasar por esto -continuó, y también había verdad en aquellas palabras, pero Kazuya no quiso ceder.
- Si quieres sentirte mejor, puedes liberarme -contraatacó, pero Tanaka sólo rió e insistió con la comida.
- ¡Come! -lo animó, al ver que Kazuya sólo mascaba trozos pequeños ahora. -La comida da fuerzas.
Kazuya sonrió amargamente, recordando las palabras de su patrón al hacerlo comer. Él también le decía que comiendo tendría fuerzas. Sintió que el estómago se le apretaba y sólo por fuerza de voluntad pudo tragar el último pequeño bocado de pan que había tomado.
Quería volver, extrañaba mucho a su patrón, incluso aún despertaba por las mañanas creyendo que era la hora en que tenía que ir a su habitación y despertarlo, como siempre. Se sentía idiota cada vez que ocurría.
A veces se preguntaba si Akanishi lo extrañaba también. ¿Habría intentado buscarlo? No sabía qué pensar después de lo que había ocurrido la mañana del secuestro, cuando Akanishi había querido alejarse nuevamente de él; pero después de lo que había ocurrido aquella noche tenía esperanzas, pequeñas esperanzas que se negaban a morir. Quizás Akanishi… tal vez... tal vez alguna vez pudiese llegar a sentir algo por él....
Su parte racional se empeñaba en matar esas esperanzas. Eran ilusiones estúpidas y no le servían para nada. En ese momento sólo debía pensar en escapar.
Tanaka aceptó finalmente que Kazuya no comería más y dejó el pan sobre una maltrecha bandeja de latón junto a él. Tomó un vaso de greda y se lo acercó a los labios a Kazuya para que bebiera. Esta vez se trataba de agua pura y Kazuya suspiró, contento: Tanaka probablemente había comprendido que no bebería alcohol mientras estuviese ahí. Tal vez sus palabras eran demasiado honestas para ser un ladrón, pero jamás confiaría en él.
Los ojos de Tanaka estaban pegados en Kazuya bebiendo agua cuando los integrantes de su banda de ladrones entraron a la cueva. Tanaka ni siquiera intentó apartar la vista, sabía dónde estaba cada uno sin necesidad de mirarlos... y sabía que necesitaban hablar con él en privado.
Dejó a Senga vigilando a Kazuya mientras avanzaba hasta otro recodo del complejo sistema de túneles con los demás integrantes de la banda.
-Ese idiota aún no se rinde – dijo uno de los chicos, Kitayama. Sus ojos ya no mostraban su usual alegría y el hambre había adelgazado su rostro de forma casi cruel; el estúpido obsesivo de Akanishi y sus malditas cuadrillas de búsqueda habían hecho casi imposible robar comida desde hacía días y por primera vez desde que había traído a Kazuya con él, Tanaka se cuestionó la prudencia de sus acciones. Kitayama continuó hablando. -En cualquier momento podrían encontrarnos.
-Han pasado varios días, ese idiota ya debería haberse dado por vencido –agregó otro de ellos, Miyata, que en ese momento sostenía la antorcha que los alumbraba. La vacilante luz le confirió un aspecto extraño cuando su expresión de molestia dio paso a una mueca divertida. –Debe amarlo o algo por el estilo.
-O está furioso de que le hayamos robado –dijo Tanaka, sonriendo con malicia. De pronto, todos los pesares valían la pena ante la idea de haber golpeado a Akanishi donde dolía.
La alegría no duró demasiado, por supuesto. Antes de poder disfrutar como hubiese querido del momento sintió unos ladridos familiares en las cercanías del escondite. Menos de un minuto después, una presencia peluda a su lado confirmó sus sospechas. El cachorro había crecido un poco y sus heridas habían sanado, cuando había llegado la hora de dejarlo ir o regalarlo, ninguno de los chicos de la banda se había querido deshacer de él. Desde entonces habían estado intentando entrenarlo para que vigilara la entrada de la cueva, lo que ahora estaba probando haber sido una idea inteligente. Alguien estaba merodeando los alrededores.
En un segundo su paranoia se disparó. Tal vez las odiosas cuadrillas de búsqueda del insufrible Akanishi habían encontrado algún rastro mal cubierto que los había guiado hasta allí, tal vez Kitayama tenía razón.
-Buen chico -felicitó al perro, acariciando su cabeza. -Lleven a nuestro invitado a los escondites profundos -ordenó entre dientes al resto de la banda, comenzando a moverse entre las sombras hacia la entrada de la cueva.
Fujigaya hizo amago de seguirlo, pero Tanaka lo detuvo sin siquiera mirar en su dirección. No iba a arriesgar a nadie si no era necesario. Además, si estaba solo y era lo suficientemente cuidadoso, el factor sorpresa estaría de su parte.
En secreto, le preocupaba. Esperaba que se tratara de un grupo pequeño, pero aún así revisó las reservas de municiones para la escopeta que llevaba con él mientras apuraba el paso. El silencio casi absoluto era tranquilizador, un grupo de búsqueda grande hacía ruido, blandía antorchas y perturbaba animales. La falta de movimiento era, en este caso, un buen indicio. Sigilosamente se parapetó contra la pared de roca al llegar al último recodo antes de la entrada y se asomó a ver contra quiénes se enfrentaba.
Al ver la silueta que se recortaba contra la luz de las estrellas en la entrada de la caverna, casi se echó a reír. No necesitó más iluminación para reconocer a la figura torpe y que intentaba parecer determinada mientras se adentraba a oscuras en la guarida de un ladrón. Niña tonta...
Rina sentía que podría desmayarse en cualquier momento, lo cual le habría parecido una opción terriblemente romántica si no hubiese estado casi por completo segura de que nadie vendría en su ayuda y que probablemente el imbécil de Tanaka la dejaría abandonada para ser comida por animales salvajes. No tenía idea de qué demonios hacía ahí y las piernas le temblaban entre el terror y la exaltación. La oscuridad tampoco ayudaba.
Todo había sucedido tan rápido... su hermano que jamás había vuelto de su visita absurda a la casa de Akanishi, Toma encerrado en la oficina de su hermano y Keiko y su criada que se habían dormido temprano, todo había conspirado para dejarla escapar. Hasta la jaqueca espantosa de su madre le había parecido una señal divina y había ensillado a su caballo favorito sin pensarlo, lanzándose a la noche en busca de.... algo. No sabía bien qué.
Dos pasos temblorosos en la más absoluta oscuridad, y antes de poder decidir que estaba arrepentida de estar ahí y dar la media vuelta, sintió con horror que alguien la tomaba por la espalda, cubriéndole la boca con una mano mientras con el otro brazo rodeaban su cintura y la arrastraban hacia algún lugar desconocido entre los túneles.
De alguna manera, el tiempo se había vuelto una maraña incomprensible y no supo cuánto había pasado cuando sintió que la soltaban e intentó huir, sólo para chocar de frente con un cuerpo bastante sólido que le bloqueaba el paso. La risa ronca que siguió era una que ya reconocía y, a pesar de sí misma, se estremeció.
Tanaka se acercó y colocó una mano a cada lado de la cabeza de Rina, que intentaba desesperadamente hacer que sus ojos lograran ver algo, al menos ubicarse en el espacio para intentar escapar. Estaba cerca de ella, demasiado cerca,lo suficiente para sentir su respiración en el rostro perlado de sudor y su risa burlona casi reverberando en su propio pecho.
-Lograste asustarme esta vez, niñita –dijo Tanaka, apenas en un susurro, mientras una de sus manos abandonaba la roca y comenzaba a acariciar su mejilla con apenas un roce de la yema de sus dedos.
-Rina... –logró articular ella, queriendo sonar desafiante y sin lograrlo cuando la voz le tembló, al igual que todo el resto de su ser. –Tengo nombre, me llamo Rina.
Por respuesta sólo obtuvo una risa grave y aspirada. Sintió que el bandido avanzaba aún más, hasta que el espacio entre ellos fue mínimo y una de sus piernas llegó casi a separar las suyas. El terror aumentó, paralizante e implacable, y no fue capaz de reaccionar cuando Tanaka enterró efectivamente los dedos en su cabello, inclinando su cabeza hacia un lado y bajando el rostro hasta su cuello antes de inhalar profundamente.
-Rina, Rina... –canturreó Tanaka casi contra su piel, en el mismo tono contenido que había tenido su risa. –¿Nadie te ha dicho que las niñas buenas no pasean solas? ¿Menos de noche?
Era extraño, pensó Rina, la manera en que reaccionaba su cuerpo y que ninguna de las novelas que leía había jamás mencionado. Los labios de Tanaka ni siquiera la habían tocado, pero la corriente eléctrica se sentía sólida en su cuello, se expandía a gran velocidad por todo el resto de su cuerpo, llenándola a la vez de una clase de deseo desconocido para ella y de un miedo inescrutable.
-Detente... –logró decir, en un hilo de voz.
-Suenas tan convencida... -la risa de Tanaka vibró contra la curva de su cuello a su hombro mientras su mano abandonaba su cabello y bajaba por su rostro, acariciándolo suavemente con los nudillos.
Los brazos de Rina colgaban, inútiles, a sus costados, pero se obligó a empuñar las manos, buscando contrapesar la falta de movilidad de sus piernas. Estaba intoxicada, por el pánico y todas las demás sensaciones, pero en lo profundo de su mente había una voz que le gritaba que debía huir de ahí.
-Vine por los chicos, no por ti -logró articular, con brusquedad, enterrando sus uñas en las palmas de sus manos para darse firmeza. Adelantó la rodilla de una de sus piernas que se dignó a seguir sus instrucciones y Tanaka retrocedió, desenredándose de ella un poco.
Sin embargo, sus siguientes palabras fueron pronunciadas a milímetros de sus labios.
-Sigue diciéndote eso...
De alguna manera, Rina logró mover los brazos e interponerlos entre ellos para impedir el último avance de Tanaka. Con fuerza que no sabía que tenía, logró empujar al bandido hacia atrás y golpearlo en algún lugar que esperó que doliera. Luego, sólo corrió.
La oscuridad no había disminuido y seguía sin tener idea hacia dónde se dirigía, pero todo su sistema la instaba a correr. Después de algunos tropiezos y golpes varios, dobló una esquina y vio una luz al final del corredor en el que estaba. El suelo era más disparejo en aquella área, pero la mínima luz que radiaba desde su destino era suficiente para guiar sus pasos.
Hacía varios instantes que no sentía a Tanaka tras ella, pero no había olvidado que el ladrón era sigiloso y hábil, ni que ya la había sorprendido varias veces. Apuró el paso a pesar del dolor de todas sus extremidades. Era una estupidez, pero tenía la secreta esperanza de que no intentaría hacerle nada frente a su banda.
Por primera vez en lo que le parecieron horas recordó la bolsa con pan que había tomado de la cocina en su casa antes de salir, como excusa, y que aún continuaba con ella, en el morral que colgaba cruzado de su hombro. Lo aferró con ansias, como si hacerlo le diera alguna clase de protección.
Logró llegar hasta el giro de cavernas del que provenía la luz con algo de dificultad, pero no estaba para nada preparada para lo que vio.
No se trataba, como esperaba, del "salón principal" en que se escondía la banda de Tanaka y al que la había llevado el bandido la primera vez que había estado ahí. En el lugar en que estaba ahora la roca se hundía algunos metros, formado una cavidad pequeña y dispareja, en el centro de la cual había un hombre atado a una silla. Rina se llevó la mano a la boca, intentando no gritar.
Después de su experiencia inicial, jamás había vuelto a pensar que se encontraba en ninguna clase de peligro. Incluso debía aceptar que las últimas acciones de Tanaka la habían asustado sólo en parte por lo que pudiese sucederle. Hasta ese entonces había olvidado completamente que lidiaba con criminales.
El hombre que los bandidos vigilaban no parecía en condiciones demasiado malas, sólo estaba sucio y su cabello estaba muy largo. No lucía herido ni maltratado, pero el hecho de que estuviese amarrado la perturbada más allá de lo imaginable. Era sólo un muchacho, probablemente un poco menor que su hermano, muy delgado y con expresión resignada. Rina sintió tristeza, especialmente cuando levantó los ojos hacia ella y su mirada se iluminó por un segundo.
-¿Yamapi....? –susurró y el corazón de Rina se detuvo. ¿Por qué ese hombre sabía el apodo de su hermano? Al minuto siguiente el prisionero dejó caer la cabeza en actitud de derrota. Rina creyó escucharlo reír mortificadamente.
-¿Quién...? –comenzó a preguntar Rina. Las palabras se rehusaron a seguir saliendo por su boca.
-Eres muy parecida a alguien que conozco... -balbució el hombre, sin levantar el rostro, pero Rina no tuvo tiempo de sentirse ofendida por haber sido confundida, al parecer, con su hermano.
Se había quedado demasiado tiempo paralizada observando al hombre frente a ella y no había notado nada de lo que ocurría a su alrededor. No había notado el movimiento sutil que había llevado a uno de los chicos de Tanaka casi hasta su lado. El cuchillo en su garganta fue su único aviso.
-Vas a quedarte quieta, animal salvaje –siseó su atacante, y a pesar de no poder verlo, Rina supo inmediatamente de quién se trataba. El destino debía odiarla.
Sintió al chiquillo colocarse detrás de ella y restringirla de una manera que ya se le estaba haciendo ridículamente familiar, estaba claro que Tanaka les había enseñado todo lo que sabían. Sintió ganas de golpearse a sí misma cuando se descubrió pensando que, si bien la técnica era la misma, la sensación no lo era en absoluto.
Ante un gesto de su captor, otro de los chicos le lanzó una cuerda y Rina se aprontó para ser atada una vez más, esta vez quizás para ser tomada como prisionera. A través de todo el miedo, la risita en su oído le fue de lo más odiosa.
-Estoy seguro de que algunos de mis hermanos estarán encantados de jugar contigo, a pesar de todo...
La risita odiosa fue generalizada y Rina sintió que toda la sangre se le iba a los pies. Esto era el final, un final que merecía por haber sido tan increíblemente estúpida.
-Fuigaya... -la voz de Tanaka le llegó de entre las sombras. Su tono calmado escondía algo parecido a la furia, pero no gritaba; por el contrario, su voz era baja y profunda.
Las risas se detuvieron súbitamente y todos los integrantes de la banda se pusieron tensos, Rina sintió a Fujigaya congelarse tras ella, sin terminar de anudar la cuerda en torno a sus muñecas. De reojo pudo ver a Tanaka, que no la miró en ningún momento y, por el contrario, fijó su mirada en Fujigaya.
-Sólo estaba atando a este animal que se te había escapado -la voz del chico era altiva, pero sus manos habían dejado de retenerla.
Tanaka ni siquiera parpadeó.
-Todos... -comenzó a decir sin apartar ni por un segundo la mirada del chico tras de Rina. -¡Váyanse todos de aquí, mierda! -bufó en voz extremadamente baja y apuntó hacia el prisionero con la mano, sin mirar en su dirección, antes de añadir- ¡Y llévenselo!
Fujigaya dejó caer la cuerda e hizo el intento de salir del lugar, pero Tanaka lo fijó en donde estaba con una sola mirada.
-Tú te quedas -dijo, simplemente y después miró a Rina con aquellos ojos que nunca dejaban de hacerle sentir cosas extrañas. -Y tú... -comenzó a decir mientras se acercaba a ella con la lentitud de un depredador. -Tú te vas de aquí ahora, ¿entendiste? ¡Vete!
En un arranque de valentía que no sentía, Rina sacó de su bolso el pan que había traído para los chicos de Tanaka, los agradables al menos, y empujó el paquete con fuerza en el pecho de Tanaka antes de intentar correr hacia la salida. Sus temblorosas piernas sólo la habían llevado hasta la entrada de aquella especie de habitación cuando oyó a Fujigaya hablar.
-¿Vas a dejarla escapar de nuevo? Te estás volviendo blando, Tanaka... -alcanzó a decir, y Rina se volteó a tiempo para ver al lider de la banda golpearlo con fuerza suficiente para dejarlo en al suelo.
-Y tú te has vuelto un completo imbécil.
-¿Ahora prefieres a mujerzuelas estúpidas antes que a tus propios compañeros? -desafió Fijugaya desde el suelo.
Koki lo levantó, tomándolo por la sucia y desgastada camisa, y lo zamarreó con fuerza.
-Prefiero que mis órdenes se sigan, ¿oíste? Di una orden *específica* con respecto a ella -dijo, con furia y lo liberó de un empujón. -Y no quiero más prisioneros, ya estamos suficientemente mal...
Rina se había quedado paralizada una vez más. Su cuerpo no reaccionaba y no lograba escapar, además, no tenía idea de dónde estaba la salida de la cueva. Estaba perdida.
-¡Senga! -gritó Tanaka, con frustración evidente en la voz. -¡Sé que estás ahí espiando! ¡Ven acá!
El agradable chiquillo que la había abrazado por traerle manzanas apareció ante ella con una sonrisa divertida.
-Lo siento... -se disculpó.
-Hablaremos después... -amenazó Tanaka. -Ahora lleva a la princesita a la salida.
Rina quiso protestar, pero tampoco logró hacer que su boca funcionara. Senga la tomó del antebrazo y tiró de ella firmemente, pero con cierta gentileza que agradeció con el alma. Dio un par de pasos torpes en la dirección que el chico le indicaba antes de oír nuevamente a Tanaka. No se volteó a mirarlo pero su voz la hizo estremecer.
-No vuelvas a venir... a menos que estés preparada para enfrentar las consecuencias.
Nunca supo cómo llegó a la boca de la oscura caverna sin caer al suelo. Tenía las extremidades adormiladas y sentía muchísimo frío, no lograba pensar en nada.
El chiquillo la ayudó a subir con dificultad a su caballo y Rina intentó despejarse lo suficiente como para recordar el camino a casa.
-Gracias por traer comida -se despidió Senga antes de perderse en la oscuridad del escondite.
Cuando Rina por fin se puso en marcha aún no lograba dejar de temblar.
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Al volver, Yamapi encontró la casa sumida en la oscuridad y el silencio. Era como un reflejo de su estado de ánimo, apagado, latente, en permanentes tinieblas, en constante miedo.
Su reunión con Jin lo había dejado de un humor extraño, lo había obligado a pensar en cosas que no quería pensar, a considerar situaciones que habían apretado su alma y lo habían llenado de aflicción. No ayudó para nada que Toma pareciera ser el único ser despierto en toda la casa principal, al parecer esperando su regreso en la sala de estar. Observó a Toma levantarse pesadamente del sillón en que leía un libro, dejar el grueso volumen sobre la mesa de centro y caminar hacia él. Su garganta se apretó.
Había huido de su casa y buscado refugio en la de Jin esperando poder escapar del abrumador caos en que se había convertido su mente con la presencia de Keiko y Toma tan cerca, pero había resultado peor. Ahora, con la angustia de Akanishi aún latiendo en sus propias venas, con la desolación patente, el único refugio posible parecía ser la persona que se acercaba, con expresión cansada y a paso lento.
-Esto se está volviendo una constumbre extremadamente ridícula -susurró Toma, en medio de una mueca de desaprobación ante el olor a alcohol que rodeaba a Yamapi. Suspiró extrañamente agotado cuando al fin dejó reposar las palmas de las manos sobre sus hombros. -No puedes seguir así...
Yamapi tuvo la impresión de que Toma no se refería completamente a sus salidas a beber con Jin, algo en la base de su cerebro hizo el intento de comprender, pero no lo logró. Los labios de Toma estaban demasiado cerca, su cuerpo ejercía sobre él aquel magnetismo que siempre había sentido y ante el cual no podía sino rendirse.
Cerró los brazos en torno a la cintura de Toma, atrayéndolo para besarlo, lento y hondo.
Lo había extrañado, tanto... no se había dado cuenta de cuánto hasta que su mano se enredó con fervor en su cabello. Sólo unas horas, menos de un día lejos de él y comenzaba a sentirse incompleto. Casi podía comprender a Jin, el dolor de la separación... pero no quería pensar en eso.
Su necesidad inconciente de contacto había obligado a retroceder a Toma que, como siempre, intentaba mantener el control. El sonido apagado de su espalda golpeando la pared fue música celestial para los oídos de Yamapi y sonrió antes de atacar sus labios sin delicadeza.
Sus caderas se apegaron por voluntad propia a las de Toma y sus manos comenzaron a recorrer su pecho con una lentitud inusitada para su estado de ánimo, pero valía la pena. Había comenzado a hacer pequeños descubrimientos sobre él, como que reaccionaba más ante las caricias lentas y los besos profundos, información que ahora utilizaba a su favor. Sonrió de nuevo cuando Toma se vio obligado a ahogar un quejido en su hombro.
Así era fácil dejar de pensar, ahogando todos sus sentidos en el placer que provocaba y en el que sentía, dejándose intoxicar por los maravillosos sentimientos que se despertaban en él y que lo llevaban a un lugar más allá de sus obligaciones y deberes. Así no importaba nada más.
Sus dedos se deslizaron agónicamente lento hacia abajo por el estómago de Toma, por su cadera y hasta posarse en uno de sus muslos, acariciándolo con movimientos circulares que se acercaban cada vez más al deseo creciente entre sus piernas.
-Yama...shita... -gimió Toma, modiéndose el labio. Parecía dividido entre su evidente necesidad de seguir y la parte racional en él que le decía otra cosa. -No podemos... Tomo, basta... -sus palabras eran tanto o más débiles que sus brazos, que intentaban alejar a Yamapi infructuosamente.
Estaba siendo poco racional y en algún lugar de su mente, Yamapi lo sabía, pero no podía evitarlo. Anhelaba el calor de Toma contra su piel, sus quejidos ahogados en su oído, la forma que tenía de moverse contra él. Se separó lo suficiente como para tomar por las muñecas las manos que aún simulaban intentar apartarlo y las atrapó contra la pared, sobre la cabeza de Toma que ya no oponía resistencia alguna.
Sus piernas buscaron separar las de él y lo lograron sin mucho esfuerzo. Ahogó el gemido ante la intensa ola de placer de la primera fricción de sus caderas en un beso descuidado y húmedo.
No se trataba sólo del gozo físico y la manera en que su cerebro dejaba de funcionar y pensar en lo errado de sus acciones, era también la forma en que reaccionaba Toma la que hacía que su pecho se hinchara de felicidad.
Y deseaba más.
Deseaba que Toma dejara de ser tan desesperantemente cuidadoso en todo, deseaba hacerlo perder el control y que se dejara llevar, que no lo detuviera como lo había hecho hasta ahora. Quería sentir su calor envolverlo por completo, perderse en él, dentro de él. El sólo imaginar cómo sería hacerlo lo sumía en una clase desconocida de fuego, lo hacía buscar más la cercanía y el movimiento, moder sus labios, su cuello, porque tal vez esta noche Toma por fin diría que sí y todo sería perfecto y...
Y de pronto, todo se congeló.
Yamapi sintió un grito ahogado de algo parecido al terror que provenía de algún punto de la habitación a su espalda, seguido del claro sonido del vidrio al quebrarse. El rostro de Toma se volvió instantáneamente pálido frente a él y Yamapi se debatió por unos segundos antes de voltearse.
Era Keiko.
A sus pies, los restos de un vaso de cristal brillaban a la luz de la lámpara a gasolina, entre un mar de leche. Llevaba un chal ligero sobre el camisón floreado y largo, y su cabello atado en una trenza de noche caía por sobre uno de sus hombros. Sus brazos seguían en la misma posición en que habían estado cuando el vaso había resbalado de sus manos, que ahora temblaban un poco. Yamapi no fue capaz de enfrentar sus ojos.
-Lo... lo siento... -balbució Keiko, consternada, mientras intentaba retroceder. -No pretendía... yo... lo siento... -continuó disculpándose hasta que una de sus manos dio con la perilla de la puerta, que se apresuró a abrir.
El sonido de las bisagras mal aceitadas pareció sacar a Yamapi de su trance y en un segundo estuvo junto a su prometida, impidiéndole salir.
-Keiko, no... -Yamapi no sabía que decir y Keiko no levantaba la vista, por lo que no podía distinguir si lloraba. No se atrevía a tocarla tampoco, lucía tan frágil y desconcertada que temió irracionalmente quebrarla de hacerlo. -Perdóname... -dijo al fin, pero también bajó la vista.
-No te disculpes... -la voz de Keiko era un hilo débil y Yamapi no supo si había enojo o algo más en ella. -Sólo...necesito... necesito salir de aquí...
Yamapi adelantó la mano y la posó en su hombro, guiándola hacia el ala de la casa en que se encontraba su habitación. No volteó a mirar a Toma. El miedo y el arrepentimiento invadían todo su ser y verlo sólo lo empeoraría. Había cosas que debía hacer.
Solo, en la sala de estar súbitamente aplastante y silente, Toma había llegado exactamente a la misma conclusión.
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