sábado, 28 de septiembre de 2013

1920 - capítulo II

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...


Las cosas ciertamente no habían salido como Toma se lo había propuesto. En lo absoluto. Según su plan, debería estar completamente instalado en el centro de la localidad, con sus cosas listas y ordenadas, y un plan armado para encontrar a Yamapi en el pueblo que los había visto crecer. Y aunque, desde cierto punto de vista, su encuentro con él en la estación podría haberse considerado un buen presagio, la verdad es que había puesto todo de cabeza para Toma.

Y ahí estaba, de invitado en casa Yamapi en lugar de una hospedería y las cosas eran aún más complicadas de lo que jamás habría podido imaginar. La realidad siempre hacía todo más complicado. Sin embargo, sabía que no había viajado más de un mes y bastantes miles de kilómetros sólo para quedarse callado, encontraría la manera de hablar con Yamapi y decirle... todo lo que había venido a decir.

Sólo debía reagruparse. Aunque tal vez ese momento, en la mesa, mientras tomaba el té con Yamapi y su familia, no era el más indicado para sumergirse en ese tipo de pensamientos.

-¿Cansado todavía, Toma? -la voz de Rina, la hermana de Yamapi, lo arrastró fuera de sus cavilaciones.

-No mucho, la verdad -sonrió, Toma, con expresión de disculpa. -Es sólo que... creo que extrañaba todo esto, mucho más de lo que pensaba.

-También te extrañamos, Toma -afirmó la madre de Yamapi. -Es bueno que Tomohisa te haya traído a casa.

-Aunque fuese a la fuerza -acotó innecesariamente Rina, ganándose una mueca irritada de su hermano mayor. Rina le devolvió una mirada airada. -No me hagas recordarte mis vestidos, que olvidaste en la estación ese día -sentenció en dirección a Yamapi, que la ignoró.

Toma sólo rió por lo bajo y se rascó la punta de la nariz antes de levantar la vista. La eterna sonrisa seguía posada en sus labios, notó Yamapi y sonrió también, casi como reflejo.

-Espero que su hijo le haya dicho que pretendo pagar por mi estadía aquí... -comenzó a decir Toma, pero fue interrumpido.

-¡Tonterías! -declaró la madre de Yamapi, respaldada por un "tsk" fastidiado de Yamapi. -No es necesario y me ofendería. Eres casi parte de la familia, Toma, ni siquiera sueñes con que permitiré que "pagues" por quedarte aquí.

Instintivamente, Toma desvió la vista hacia Yamapi, que lo observaba con una expresión petulante pero divertida que parecía decir "te lo dije". Toma sacudió la cabeza, listo para discutir.

-Si tanto deseas darnos algo a cambio... -dijo entonces la madre de Yamapi. -Puedes pintar un retrato de Tomohisa.

Sin poder mantener la sorpresa fuera de su rostro, Toma clavó nuevamente los ojos en Yamapi, que no lucía ni siquiera arrepentido y aún conservaba la petulancia en su expresión.

-Yo no... no sé qué le habrá dicho su hijo, señora, pero la pintura es sólo un pasatiempo... y no llevo mucho tiempo de práctica.

La madre de Yamapi sonrió, complacida. Algunos de sus gestos le recordaban a Toma perturbadoramente a Yamapi.

-Hace bastante tiempo que quiero un retrato de mi hijo mayor -explicó. -Pero nunca he encontrado alguien de confianza a quien comisionarlo, alguien que sepa que hará un buen trabajo. Tú conoces a Tomohisa mejor que cualquier extraño, Toma, estoy segura de que saldrá bien -su expresión se había suavizado, ahora sólo había amor allí. -Y es el único pago que aceptaré -finalizó y tomó un largo sorbo de su té.

Toma asintió en silencio, algo sonrojado y lanzándole una mirada venenosa a Yamapi. No se volvió a mencionar el tema durante el resto de la tarde.

La conversación siguió otros rumbos y Toma se encontró, a pesar suyo, rindiéndose ante la casi irrealidad de las cosas, el milagro casi imposible de que en este rincón de mundo todo permaneciera inmutable: el comedor de diario recordado de su infancia, con la mesa redonda y los excelentes pasteles de milhojas de la cocinera de la casa, la misma que había atendido con una sonrisa paciente sus curiosas preferencias alimenticias amparadas por Yamapi cuando eran niños.

Cayó en la cuenta, de pronto, de que había vuelto a dejarse llevar por el ensueño y se reprendió por ello, en silencio. Cuando volvió a prestar atención al lugar, notó que la madre de Yamapi lo miraba, ansiosa por hablarle. Toma le sonrió.

- No sé si mi hijo te habrá contado… -por alguna razón, los ojos de la mujer, llenos de cálida alegría, se sintieron como un mal presagio. -Supongo que sí, ¿verdad?

Toma miró a Yamapi, desconcertado. A pesar de que había dormido bastante desde su llegada, para recuperarse del cansancio del largo viaje, habían conversado un poco con Yamapi. Cosas sin importancia en su mayoría, su nuevo pasatiempo de la pintura, que Yamapi había prontamente informado a su madre al parecer, preguntas frívolas sobre gente del pueblo, noticias sobre Jin y algo que no había comprendido sobre un sirviente... pero no recordaba nada que le hubiese contado que fuese tan relevante como para recordarlo en especial.

Yamapi miró a su madre en busca de una explicación.

- ¡Tomohisa se va a casar! –anunció la madre con una gran sonrisa. –Es decir, aún no han fijado una fecha, pero tiene una prometida.

Toma sintió que se congelaba y desvió los ojos hacia su taza té reflejamente, demasiado impactado como para pensar en lo que hacía. Esperaba que su expresión de sorpresa pudiera interpretarse como otro tipo de sorpresa, en el milisegundo que siguió rezó porque así fuera.

Casarse. Prometida. Ambas palabras eran igual de dolorosas. Sintió la mirada de todos sobre él, por lo que elevó la vista para mirar a Yamapi, obligándose a sonreír.

- Fe… felicidades –intentó sonar lo mas animado posible y le dio una palmada amistosa en la espalda, que fue lenta y desganada.

- Gracias –respondió Yamapi en un tono desorientado, preguntándose qué rayos pasaba, con Toma y con él mismo.

Se sentía un poco incómodo por la situación, molesto con su madre y confundido por su molestia. Era como si no quisiera que Toma supiera de su compromiso y el pensamiento lo desconcertaba.

- Es una prometida tan encantadora –siguió la madre de Yamapi, ignorando de buena fe todos los sentimientos encontrados a su alrededor. Claramente estaba contenta. –Es muy bonita y tiene un cabello tan hermoso. Me hace muy feliz que vaya a ser tu esposa.

Una prometida, por supuesto. Tenía mucho sentido.

La confianza que había logrado juntar Toma, si bien no era mucha, era la necesaria para poder hablar con Yamapi sobre lo que sentía. Pero ya no estaba, se había esfumado y lo había dejado abatido. Ya no sabía qué debía hacer ahí, se sintió de pronto fuera de lugar, perdido...

- ¿Toma?- la voz de la madre de Yamapi lo sacó de sus pensamientos - ¿Te encuentras bien? ¿Pasa algo malo?

- No, nada - respondió con un suspiro desanimado. -Sólo pensaba… en cuánto tiempo ha pasado…-Yamapi se giró a mirarlo. -En lo que hemos crecido… si ya hasta tienes una prometida –finalizó Toma, devolviéndole la mirada a Yamapi, con una sonrisa que era una perfecta máscara de nostalgia.

El sentimiento, aunque fingido en un principio, pareció hacer mella en Rina y la madre de Yamapi. Sus miradas un poco melancólicas se clavaron al mismo tiempo en el mantel, aislándolas. Hubo silencio y algunos suspiros que Rina siempre negaría haber dejado escapar. Yamapi sólo quería salir de ahí.

-Con permiso -se disculpó con todo el decoro que pudo reunir a pesar del torbellino de sus sentimientos y se levantó de la mesa, haciéndole un gesto a Toma con la mano para que lo imitara.

-No hay problema -sonrió con benevolencia la madre de Yamapi. -Supongo que tienen mucho que conversar.

Toma siguió a Yamapi camino a la sala que usaba como oficina y se dejó caer en uno de los sillones de cuero que la amoblaban en cuanto llegaron allí. Sentía que debía decir algo para alivianar el ambiente que su actitud había vuelto patentemente denso, pero no se le ocurría nada.

Yamapi permaneció de pie, apoyado sobre sus manos en el respaldo de otro de los sillones.

-Te lo iba a decir -dijo finalmente, sin mirar a Toma a los ojos.

Se sentía culpable además de molesto y todavía no podía descubrir por qué. Tal vez sólo era que, en el fondo, deseaba ser él quien le diera la noticia a su amigo. Pero de alguna manera no estaba seguro de que esa fuera la razón.

-Lo sé -asintió simplemente Toma, algo más en control de sus emociones.

-De verdad... es sólo que siempre... lo olvidaba -admitió Yamapi.

La risa espontánea de Toma logró por fin quebrar la sensación de pesadez del aire.

-Yamashita, vas a tener que mejorar tu memoria al respecto o serás el peor esposo de la historia.

Yamapi sonrió con timidez. Todavía estaba confundido y extrañado, pero el sonido de la risa de Toma nunca dejaba de tranquilizarlo. Avanzó hasta el sillón en que estaba sentado y pateó el mueble sin mucha fuerza.

-Idiota... -rió quedamente, pues Toma sonreía de nuevo. -Rina también dice eso -meneó la cabeza con condescendencia antes de dejarse caer también en el sillón que estaba frente a Toma.

-Irá bien -a pesar del dolor en su interior, la sonrisa de Toma era sincera. Si esto hacía feliz a Yamapi, no había nada que él deseara hacer al respecto.

El viejo reloj a cuerda llenó la habitación con su "tic toc" mientras ambos observan sus pies con ahínco. Fue nuevamente Yamapi quien rompió el silencio.

-¿Está todo bien? -preguntó, con un hilo de voz e incapaz de levantar la vista, sin saber por qué.

-Siento haber reaccionado así -suspiró Toma. -Es sólo que me dolió... la distancia.

Yamapi levantó la cabeza y miró a Toma, sin comprender.

-Me di cuenta de pronto que no somos exactamente las mismas personas que éramos cuando me fui -se sentía mintiendo, a pesar de que sus palabras eran parte de la compleja verdad. -Cambiaste... cambié... y no estuvimos ahí cuando sucedió.

-Nunca quise perder el contacto.... -Yamapi había vuelto a bajar la vista y Toma lo imitó. -Prometiste que me escribirías cuando se asentaran, para que supiera tu dirección...

-Estuve tantas veces a punto de enviar esa carta... -confesó Toma. Una débil sonrisa seguía adornando sus labios, pero su alma se sentía tan apretada que dolía.

-¿Y? -la pregunta de Yamapi no era más que un murmullo.

"Quería olvidarte...", la mente de Toma gritó con tanta fuerza que tuvo miedo de haber hablado en voz alta. Meneó la cabeza en su lugar, riendo aspiradamente entre dientes. Susurros y máscaras.

-Pasaron... tantas cosas -la mirada de Toma sobre Yamapi hizo que éste levantara también la vista. -Lo siento.

Por toda respuesta, Yamapi pateó nuevamente el sillón en que Toma estaba sentado.

-Bien... ahora estás aquí.

-Estoy aquí -afirmó Toma, riendo abiertamente esta vez. -Y ahora que aclaramos todo... ¿qué fue eso de Jin y un sirviente?

-Oh... el idiota de Jin... -Yamapi puso los ojos en blanco antes de comenzar animadamente a contar, con detalles e imitaciones, la historia hasta dónde la conocía.

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El lunes por la mañana, Kazuya se dirigió, como se estaba convirtiendo en su costumbre, a la habitación del patrón Akanishi para despertarlo. Ni siquiera intentó llamar a la puerta. Los pocos días que había estado en la casa le habían bastado para comprender que los métodos sutiles no servían para despertar a su patrón.

Entró a la habitación con menos confianza de la que habría deseado, el día anterior había sido extraño y todavía no se recuperaba del todo. Después del incidente cargado de tensión del almuerzo no había recibido ninguna orden más de parte del patrón y lo irritaba. No le agradaba sentirse inútil y menos una molestia. Tampoco quería sentirse apartado... y eso lo inquietaba más que cualquier otra cosa.

El patrón Akanishi dormía de espalda, profundamente, tal como lo esperaba, pero había algo diferente en la expresión de su rostro, en su actitud. Tenía el ceño fruncido, como si estuviera extremadamente concentrado en sueños y algunas gotas de sudor perlaban su frente. Todo su cuerpo parecía en tensión, pero Kazuya tuvo casi la certeza de que no se trataba de una pesadilla. Sus labios abiertos como en medio de un quejido mudo eran hipnotizantes y Kazuya se avergonzó cuando descubrió que los había estado mirando por más tiempo del normal. Apresurándose a salir de su ensueño, se inclinó para tomar a Akanishi por el hombro y mecerlo hasta que despertara.

Ciertamente, los sueños del Patrón Akanishi eran intensos. Tal vez por eso, al ser arrancado con tan poca ceremonia de ellos, su reacción fue tan violenta. Tomó con fuerza el brazo de quien osaba despertarlo, con la intención de detenerlo, pero el ángulo de Kazuya no era el mejor y la sorpresa lo hizo perder un poco el equilibrio. Habría caído hacia atrás, pero Akanishi instintivamente tiró de él.

El resultado no fue el que el patrón había deseado. Kazuya cayó con la mitad izquierda del cuerpo sobre él, frustrando cualquier deseo de seguir durmiendo de su parte, aunque en el confuso estado entre la vigilia y la inconciencia, le costó distinguir qué era real y qué no. Había estado soñando con él y a través la neblina del despertar le costó comprender que ésta no era otra faceta de ese sueño. Los sueños no tenían peso, ni calor, ni ese aroma dulce que parecía envolver siempre a Kazuya, sin importar el momento del día ni la cantidad de trabajo. Pero por el momento, ninguno de esos detalles parecía relevante. Cambió ligeramente su posición en la cama y afirmó el hombro de Kazuya con la mano que le quedaba libre, atrapándolo.

Kazuya intentó pelear para ponerse de pie. Ignorante de cualquier intención, conciente o no, de su patrón, sólo temía el castigo que seguramente recibiría por su torpeza. Luchó algunos instantes, pero en su actual posición no podía contrarestar la fuerza del patrón sin hacer algo que lo dañara.

Finalmente, se rindió. Su cuerpo inmóvil se sentía pesado y el silencio de la habitación era agobiante. Levantó de a poco la vista, intrigado por la inactividad del patrón, temeroso de lo que podría encontrar en su rostro.

La mirada en los ojos de Akanishi no era para nada lo que Kazuya esperaba, no encontró reproche ni ira en ella, sólo una mezcla dudosa e insondeable, intensa. Se quedó quieto, incapaz de apartar los ojos de los de su patrón. La espesura del aire que había sentido el día anterior durante el almuerzo volvió con más fuerzas y temió respirar. Sinceramente no sabía qué parte de la situación era la que le causaba más miedo.

Akanishi también podía sentirlo. Aunque su mente aún no estaba despierta del todo, su cuerpo sí lo estaba y la cercanía de Kazuya estaba causando reacciones en él que lo habrían confundido si hubiese estado completamente conciente. La yema de sus dedos cosquilleó con el deseo de tocar nuevamente sus labios, por lo que los enterró con más fuerza en el hombro de Kazuya, que sintió sus uñas aún a través de la tela de su ropa. El suave y ahogado gemido que se le escapó a Kazuya no fue sólo de dolor.

Había sido un sonido casi imperceptible, pero fue suficiente para hacer que Akanishi reaccionara. Con la sangre latiendo profundo en todos los lugares inconvenientes de su ser, empujó con fuerza a Kazuya, qué maniobró de manera algo torpe debido a la sorpresa, pero logró no caer al suelo, colocarse de pie.

Akanishi no lo miró.

-Me dijo que lo despertara a esta hora, patrón -dijo Kazuya intentando sonar normal, pero había un ligero jadeo en su respiración que lo arruinaba.

Akanishi sólo asintió con un gruñido y una indicación vaga con una mano, ordenándole salir de la habitación. Kazuya se apresuró a obedecer.

Ya estando totalmente despierto la confusión vino de golpe. ¿Qué pretendía hacer? ¿Y qué rayos había estado soñando? Recordaba vagamente imágenes, su sirviente aparecía en ellas… y era intenso. Sacudió la cabeza, dispuesto a olvidar todo eso del sueño, además del incidente de la cama, que había sido sólo un accidente. No debía darle más importancia a lo que podía haber sentido en ese momento, habían sido... cosas, en las que no debía pensar. Debía ignorarlas.

Cuando por fin salió de su habitación, Kazuya, que lo esperaba afuera, se sobresaltó y bajó la mirada, levemente sonrojado. Era difícil olvidar todo si su sirviente reaccionaba así. Iba a ser un infierno tratar de actuar normal durante todo el día, a menos que...

- Hoy saldré - le informó a Kazuya, que levantó la vista hacia él. –No hay necesidad de que me acompañes - dijo, respondiendo a la pregunta implícita en la mirada de su sirviente. -Tienes la mañana y parte de la tarde libre, haz lo que quieras. Descansa si lo deseas.

Kazuya se sintió desorientado y con una mezcla de tristeza y molestia. No le agradaba que su patrón prefiriera no tenerlo cerca, le hacía sentir una punzada en el pecho. No le parecía del todo justo como castigo por algo que no había sido completamente su culpa, pero guardó silencio, como había aprendido a hacerlo. No se discutía con el patrón, lo había aprendido de la manera difícil en su anterior trabajo.

- Gracias, patrón -le dijo simplemente y no levantó la vista mientras se alejaba por el pasillo.

La mañana estaba fresca aún cuando Akanishi salió en dirección al establo, el resto de suave rocío le ayudó a terminar de calmar sus ansias para intentar pensar. Necesitaba alejarse por algunas horas y alguien con quien hablar, que lo distrajera. Sólo conocía a una persona con esas características.

Junno lo recibió con una sonrisa que le pareció aún más irritante que de costumbre y que no desapareció mientras ensillaba a su caballo favorito, alistándolo para su salida. Nunca antes había sentido unas ganas tan urgentes de dejar su fundo atrás y perderse por semanas sin saber del mundo. Suspiró al montar, haciendo su mejor esfuerzo por no descargar su frustración sobre el caballo y lográndolo sólo marginalmente.

Ir a ver a su amigo Yamapi lo despejaría, para olvidar el asunto y, al volver, actuar con normalidad. Si tuviera más confianza con el señorito Ueda, pensó Akanishi, le podría haber preguntado sobre los problemas con los sirvientes y cómo enfrentarlos.

Para variar, llegaría de sorpresa, esperaba que Yamapi estuviese ahí, no se sentía listo para volver y “enfrentar” a Kazuya. Necesitaba poner distancia física entre él y el incidente, rápido. No tenía tiempo de enviar a alguien a avisar de su visita, además, ambos solían visitarse sin anuncio.

Al llegar a la entrada del fundo, uno de los trabajadores de su amigo abrió la reja para que Jin pudiese pasar y corrió a avisarle a su patrón de su llegada. Jin desmontó y dejó su caballo a cargo de otro de los empleados de Yamapi, que había llegado prestamente para ese propósito.

Mientras observaba al animal alejarse sintió que su amigo se acercaba, pero al voltearse no sólo Yamapi estaba ahí. Había alguien más, alguien que se le hacía enormemente familiar, era…

-¡¿Toma?! -gritó.

El aludido sonrió ampliamente como respuesta, caminando más rápido hacia él y adelantando a Yamapi. Jin avanzó también, sintiendo como su rostro se deformaba con una sonrisa igualmente grande, esta inesperada sorpresa era exactamente lo que necesitaba para mejorar su día. Al encontrarse, ambos se abrazaron efusivamente, Jin se pasó un poco dándole palmadas en la espalda, pero a Toma no pareció inportarle demasiado.

-¿Cuándo volviste? ¿Por qué nadie me avisó de esto? –Akanishi estaba infantilmente molesto.

-Porque estabas demasiado ocupado… con todo eso de tu sirviente –intervino Yamapi, en tono burlón.

Justo cuando había olvidado por un instante el tema. “Gracias Yamapi” pensó, molesto.

-Teníamos pensado ir a visitarte pronto –dijo Toma, sin que su sonrisa desapareciera. –Sólo estaba situándome un poco.

-A ti te perdono más, él tiene la culpa –siguió Jin, apuntando a Yamapi. –Debió correr a avisarme.

-Cállate, lo importante es que ya sabes –se defendió Yamapi.

Toma los observó discutir unos minutos, cruzado de brazos y riendo por lo bajo. Con todo el revuelo que había causado en su interior la noticia del compromiso de Yamapi casi había olvidado lo mucho que había extrañado a Akanishi, en especial en momentos como aquel.

Eventualmente, se sentaron en unas sillas ubicadas a la sombra de los árboles, pues el calor ya estaba comenzando. Una de las criadas les trajo refrescos y dulces para comer, ya que Jin no había desayunado y, de todas maneras, parecía que Yamapi y él no podían existir mucho tiempo sin comer algo.

El tema principal de conversación fue Toma y su vida en Europa. Jin logró evadir y desviar casi por completo la conversación cuando se acercaba peligrosamente al asunto de su sirviente, aunque ya estando lejos y habiendo pasado algo de tiempo, se sentía menos afectado por todo. Jin era fácil de distraer.

Después de comer y un poco animados por toda el azúcar en su sistema, comenzaron a recordar los tiempos cuando habían estado juntos en el colegio. Yamapi y Jin se encargaron de contarle a Toma en qué estaba el señorito Ueda actualmente, lo que se sabía de su vida en el seminario y su regreso al pueblo.

Ueda había estado interno en el mismo colegio que ellos, aunque en un curso superior. Siempre había sido un poco solitario, demasiado apegado a la religión para el gusto de muchos y siempre rodeado de un aura de superioridad que a Yamapi le parecía ennervante. Sin embargo, Jin había desarrollado una extraña rivalidad amistosa con él en aquellos años, lo que lo había llevado a ser parte esporádica de su grupo. Toma nunca se había caracterizado por discriminar a nadie y todos parecían llevarse bien con él, Ueda no había sido la excepción. Parecía intrigado por algunos de los comentarios al azar de Ueda, sobre hadas y cosas. Yamapi tampoco toleraba muy bien esas historias.

El tiempo pasó rápido, entre reminiscencias y risas. Tantas personas y anécdotas que Toma no recordaba hacía tanto tiempo parecían mover físicamente trozos de su cerebro. Los episodios olvidados volvían a él casi de manera dolorosa, pero no podía hartarse de ellos. Lugares, palabras, personas...

-¿Y Matsujun? – preguntó, de pronto.

- ¡Oh! Lo de la Divina Matsujun es la mejor parte – dijo Jin frotando sus manos, en un tono que recordaba más a una señora chismosa que a un patrón de fundo, pero Yamapi había cambiado súbitamente su expresión y se veía molesto.

Toma y La Divina Matsujun, como solían llamarlo en el colegio por petición propia, tenían una muy buena relación y Matsujun parecía sentir especial apego hacia él. Recordarlo súbitamente hizo sentir a Yamapi intranquilo, pero intentó bajo todos los métodos ocultarlo.

-Tiene un burdel –anunció Jin antes de que Yamapi se le adelantara. –Es el dueño y señor. También hacen presentaciones ahí, cantan y bailan. Y… bueno… es un burdel.

-Debe ser uno muy glamoroso -dijo Toma entre risas que no eran lo suficientemente burlescas en opinión de Yamapi. Más bien parecía que Toma reía con algo de afecto. –Muy propio de alguien como él.

-Olvidaba que lo conocías tanto –mintió Yamapi, sin poder ocultar su molestia.

-Pero si se llevaban muy bien –alegó Jin, sin entender nada ni poder leer el ambiente.

-Iré a verlo un día de estos -declaró Toma, aún con la sonrisa de diversión afectuosa en el rostro.

Yamapi se giró hacia él violentamente. A veces su amigo podía ser demasiado bien intencionado para su propio bien. No le agradaba en lo absoluto que fuera de visita a aquel lugar.

-No deberías –dijo, secamente. –No se verá bien que entres ahí.

-No me importa como se vea -explicó Toma, con paciencia.

-Puedes entrar de noche –sugirió Jin. Yamapi quiso golpearlo

-Eso es peor, es la hora de mas actividad –peleó Yamapi.

-En serio, no me importa.

-Pero a esa hora van sólo los interesados –defendió Jin.

-No me importa –dijo Toma haciendo un gesto con su mano para que dejaran de discutir.

La madre de Yamapi apareció justo a tiempo para romper la tensión del ambiente, generada principalmente por Yamapi. Saludó a Jin y les informó que estaba todo listo para almorzar.

El tema de Matsujun fue olvidado en el almuerzo y reemplazado por más anécdotas sobre sus años de colegio. El ambiente volvió a ser alegre y relajado por toda la tarde. Jin se había contagiado de todo eso y el incidente con Kazuya parecía lejano y sin sentido. No se dieron cuenta cómo las horas pasaban rápidamente y ya era tiempo para que Jin volviese, no era bueno dejar todo sin cuidado sin haberlo planeado antes. Jin montó su caballo de vuelta, no sin antes obligar a Toma prometer que irían a verlo lo más pronto posible.

Al volver a su fundo aún se sentía feliz por la tarde que había pasado, por lo que llegó de muy buen humor y dispuesto a que su sirviente lo atendiera como debía ser, sin otras complicaciones.

-¡KAZUYA!- gritó cuando entró a casa y no vio a su sirviente

Pasaron unos segundos y Kazuya entró a la casa, Akanishi se vio tentado de preguntarle donde estaba y qué estaba haciendo, pero se contuvo. No era algo que debería importarle si le había dado la tarde libre.

- Quiero beber – le informó Akanishi, sentándose en una de las sillas del comedor. –Ve a la cocina y tráeme chicha.

- Sí, patrón.

Kazuya volvía a actuar como siempre. Era bueno que no estuviese afectado, ¿verdad? Una parte de él no estaba convencida, pero empujó esa parte hasta el ricón más perdido de su mente. No quería arruinar su día pensando en ello.

Kazuya volvió con lo que su patrón le había pedido y se quedó a su lado, esperando.

- Sólo haz que… esté cómodo.

- Sí, patrón.

Patrón Akanishi comenzó a beber animadamente, la vida era buena y sólo eso importaba. La tercera vez, la chicha goteó desde su boca hasta un poco más abajo de ella. Kazuya rápidamente tomó la servilleta que había dejado en la mesa y lo secó.

La vida era buena y tenía un sirviente que limpiaba su boca, delicadamente, y se sentía agradable. Tenía sentido, por algo la gente tenía sirvientes.

Esbozó una media sonrisa.

- Eres eficiente.

Kazuya sonrió.

- Gracias, patrón.

Siguió bebiendo, sintiendo con el alcohol lo claro de las cosas que a primera vista le habían agradado de Kazuya: Su piel, su cuello, su labios, su aroma…

No estaba siendo algo difícil, pensó Kazuya, nada comparado con las laboriosas y forzosas tareas que le imponía su antiguo patrón y si este tipo de cosas eran las que iba a tener que hacer, agradecía el haber sido sacado de ahí, aún teniendo que pasar por situaciones extrañas como la de la mañana, que lo hacían sentir confundido.

Pensando en eso, no notó que la chicha volvía a caer por la comisura de los labios de su patrón, más abajo de su cuello, goteando levemente sobre su pantalón. Acercó rápidamente la servilleta a su boca y su cuello para secarlos. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Akanishi

- ¡Lo siento, patrón! -se disculpó angustiadamente Kazuya.

Pero patrón Akanishi no lo escuchaba, su cuerpo se había tensado cuando Kazuya había comenzado a limpiar la tela manchada de su pantalón, demasiado cerca de su entrepierna.

- ¡Realmente lo siento!

Akanishi levantó la vista y se encontró a escasos centímetros del cuello en tensión de Kazuya, que por alguna razón era hipnotizante y sintió el deseo de acercarse más, besarlo… o morderlo tal vez. Lo recorrió con la vista hasta llegar a su rostro, deleitándose con sus labios entreabiertos por la preocupación. Estando así parecían invitarlo a que los tocara, a que los besara. Era suficiente. No tenía porque resistirse a algo que quería, menos si lo estaba deseando tanto. Nunca había tenido que resistirse a lo que quería.

Se levantó bruscamente y Kazuya se cubrió el rostro con los brazos, como acto reflejo.

-¡Realmente lo siento! ¡Me distraje, no volverá a pasar!

Sin decir nada, Akanishi lo empujó con su cuerpo haciéndolo caer sobre la mesa, haciendo caer estrepitosamente todo lo que había en ella. Kazuya abrió los ojos un instante para mirar a su patrón asustado y sintiéndose culpable.

-Perdón… merezco que me castigue – dijo casi en un susurro y acto seguido cerró los ojos, apretándolos.

Y esperó… sentir un golpe, tal vez varios golpes. Pero lo único que sintió fueron los dedos del patrón tocando sus labios. Abrió los ojos sorprendido, sin entender. Las manos de Akanishi bajaron rápidamente a su cinturón, intentando brusca y torpemente desabrocharlo, para luego desvestirlo. Entonces todo fue un poco más claro.

No lo esperaba, pero era su trabajo, no importaba lo extraño o desagradable que pudiera llegar a ser, pero lo que sintió estaba lejos de ser desagradable: Los labios de su patrón besándolo sin contenerse. En un primer instante no supo qué hacer, un beso apasionado era lo último que esperaba y aún estaba sorprendido. Su cuerpo reaccionó tarde, quería responder efusivamente el beso de su patrón, pero no pudo hacerlo, ya que Akanishi había comenzado a besar su cuello. Sus labios quedaron entreabiertos por el deseo frustrado de besarlo. De su boca comenzaron a salir jadeos y leves quejidos que le sorprendía reconocer como suyos y que aumentaron cuando Akanishi comenzó a morderlo.

No, no era desagradable y lo confundía. La boca de Akanishi recorrió el camino desde su cuello hasta su mentón, hasta su oreja. Eso tampoco era desagradable. Sentía el calor de la piel del patrón contra la suya… seguía sin ser desagradable. Estaba tan lejos de serlo que no lo comprendía. No estaba ni dentro de su concepción de “trabajo”, ni mucho menos de “castigo”.

Cuando Patrón Akanishi volvió a besarlo se detuvo su cadena de pensamientos confusos y sólo reaccionó respondiendo el beso, lo que hizo que Akanishi fuera aún menos delicado al besarlo y que sus manos comenzaran a recorrer su piel, cada vez aumentando el frenesí de sus caricias y el roce con su cuerpo. Hasta que ya no pudo más.

Maniobró para desabrochar su pantalón y separó sus labios de los de Kazuya, jadeando pesadamente, notando sólo en ese momento que las manos de su sirviente se habían encontrado aferradas a su espalda, pero que en ese momento lo soltaban. Se levantó lo suficiente para separar las piernas de Kazuya, ubicarse entremedio de ellas, tomar sus caderas y empujar las propias contra ellas con poca delicadeza… y ya no fue agradable.

Kazuya dejó escapar un quejido de dolor, Patrón Akanishi posó sus ojos en él y Kazuya se mordió el labio, con una mirada que quería decir que no volvería a pasar, pero no consiguió hablar. Akanishi continuó y Kazuya pareció hacer un esfuerzo por no oponer resistencia. Aunque lo hiciera, ya no podía detenerse. Akanishi continuó sin reprimirse porque era lo que necesitaba y no debía importarle nada más.

Cualquier atisbo de culpa que pudiese quedar en su mente se disolvió en el ardor del último momento y sólo se dio cuenta de que sus dedos se enterraban con furia en los hombros de Kazuya segundos que parecieron siglos después. Lo soltó en cuanto pudo reunir suficiente fuerza como para mover su cuerpo, pesado por causa del alivio.

La respiración de Kazuya también era pesada, pero Akanishi no estaba seguro si significaba goce o pánico. No fue capaz de mirarlo a los ojos mientras se tambaleaba un poco en dirección a su habitación.

Se dejó caer en su cama con estrépito, intentando convencerse de que sus acciones se debían al alcohol. Pero su mente estaba demasiado despejada como para creerse a sí mismo. Su corazón aún latía a ritmo desbocado y el placer aún no abandonaba sus extremidades por completo. La ligera sensación de malestar también seguía ahí, pero se obligó a ignorarla. Era el patrón y tenía derecho a hacer lo que se le placiera.

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