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martes, 22 de octubre de 2013

1920 - capítulo XXV

Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...

La única esperanza a la que Yamapi se aferraba era la que le había dejado la conversación que había tenido con su cocinera mientras almorzaba, a la rápida y sólo por complacer a su madre, el día en que había partido a buscar a Toma. Al parecer le había contado a la mujer, como respuesta ante sus insistentes preguntas por lo repentino de su viaje, que pasearía algunos días por la capital antes de dirigirse al puerto para embarcarse.

Eso era lo único que Yamapi tenía y con esa información se encontraba en la gran capital, mucho más grande que el pueblo en el que siempre había vivido. Esperaba que fuera cierto y no sólo algo que Toma había inventado para evitar más preguntas y dejar contenta a la cocinera. Rezaba por ello.

Era con la convicción de que aquellas palabras habían sido verdad que se había propuesto esperar. Había pasado más de una semana, era cierto, pero la esperanza era algo que no podía darse el lujo de perder.

Sabía que Toma debía ir a la estación de trenes, era la única manera de llegar al puerto, por eso fue allí donde centró su búsqueda cuando llegó. Lo buscó entre todas las personas, era odioso como todos en algún momento parecían ser él y cuando miraba nuevamente se daba cuenta de que no.

Los pensamientos negativos llegaron a él cuando el último tren dejó la estación y no había rastro de Toma. Quizás no había paseado por la capital, quizás ya no estaba en el país y sólo había dicho eso por el apuro e insistencia de su cocinera. Pero no podía rendirse, sabía que si no encontraba a Toma, lo perdería para siempre.

Al día siguiente llegó a primera hora y no se fue hasta que el último tren partió. Estaba preocupado, había demasiadas cosas que podían salir mal, demasiadas maneras en que Toma podría pasar sin que lo viera, demasiadas probabilidades de que ya se hubiese ido.

Al tercer día las esperanzas eran menos y la desesperación ganaba en su mente. Llegó a la estación en la mañana con andar derrotado. Recorrió el lugar al igual que los días anteriores. Almorzó allí, un sándwich, sentado en los andenes, al igual que los días anteriores, tragando a pesar de que cada día sentía menos hambre.

Y entonces lo vio.

Era Toma, sin duda alguna era él. No era como las veces anteriores en que creía haberlo visto y había resultado ser cualquier otra persona. Y al verlo así, tan cerca, se preguntó cómo diablos había podido confundirse antes. Era él, era claramente él. Esa forma despreocupada de caminar, mirando el mundo como si fuese a cada instante algo nuevo y brillante, aún en una estación de trenes un día de inicios del otoño. Incluso si su rostro no llevaba la sonrisa eterna en la que Yamapi había llegado a pensar como en su hogar, era él.

Se levantó torpe y apresuradamente de la silla en la que estaba, casi botando lo que quedaba de su comida y corrió hacia él. Abrió la boca para gritar su nombre, pero no pudo hacer salir ningún sonido de ella. Temía que Toma huyera de él o algo por el estilo.

Frenó a centímetros de él y agarró su hombro. Toma giró su rostro con una expresión de sorpresa que se congeló al ver que era Yamapi el que tenía frente a él.

-Ya… Yamashita... -el desconcierto en su rostro era esperable, pero Yamapi sintió que dolía igual. Por supuesto que Toma no había esperado que viniera por él, no le había dado razón alguna para hacerlo.

- Toma... -sus manos hormigueaban de deseos de enterrarse en su cabello, de posarse en su cintura, de tocarlo de cualquier manera. Pero se contuvo.

- ¿Qué haces aquí? -murmuró Toma.

Las palabras jamás habían sido su fuerte, lo sabía, pero también sabía que toda aquella situación la había causado en gran parte su silencio y su falta de acciones. Sus acciones ahora hablaban claramente, pero en el rostro de Toma, en sus ojos, podía leer que necesitaba más. Toma siempre había sido un hombre de palabras, de muchas palabras.

-Yo... no puedo seguir... Toma, no te vayas.

Era difícil intentar verbalizar todo lo que sentía, poner en palabras el vacío que era su vida, lo insoportable de la idea del futuro sin él a su lado. Rindiéndose, dio un paso al frente y lo abrazó, rodeando su cintura con los brazos y aferrándose a él. Una de las manos de Toma rodeó sus hombros mientras la otra acariciaba su cabello y supo que, de alguna manera, todo estaría bien.

-Tomo... -comenzó a decir Ikuta, con una emoción que remeció hasta sus huesos. -¿Qué hay de...?

-No importa -lo interrumpió Yamapi y se desenredó un poco de él. Tenía que mirarlo a los ojos, tenía que hacer esto bien. -No te vayas. Haré... haré que esto funcione, te lo prometo. Mi familia entenderá, de alguna manera, no sé cómo... pero, por favor, no te vayas. No tiene sentido... nada... si no estás.

-No... no sé qué decir... -la voz de Toma tembló y Yamapi sintió que finalmente estaban en el mismo nivel, sólo un par de idiotas aterrorizados con demasiado que perder y dispuestos a hacerlo, por fin.

-Di que sí, di que te vas a quedar -Yamapi sentía que la emoción se colaría en sus ojos, mojándolos en cualquier momento. -No me hagas rogártelo de rodillas.

Había intentado alivianar el aire con una broma, retomar el control de la situación, pero en su lugar había causado algo mucho más interesante. Toma miró por medio segundo sus labios, suficiente, sin embargo, para que lo notara. Su cuerpo se tensó evidentemente, con un temblor parecido al de una cuerda demasiado apretada en una guitarra.

Toma tosió y se apartó un poco, pero no había forma de ocultar lo que Yamapi había provocado.

-¿Toma? -dijo, un poco divertido en su sorpresa. No era solamente Toma el que ejercía un poder inusual sobre él, la idea de que también podía afectarlo hacía su cabeza girar de una forma bastante placentera. -¿En qué estabas...?

La expresión de Toma no cambió, la lujuria escasamente contenida en un rostro de seriedad, los ojos que lo delataban claramente. Yamapi sabía qué tan buen actor era, sabía lo bien que lograba fingir, lo intenso de las emociones que podía ocultar sin que nadie lo notara; tener el poder de quebrar aquel control cuidadosamente estudiado, aunque sólo fuera un poco, lo llenaba de algo parecido al orgullo y de otras emociones, millones de otras emociones.

-Tengo que sacarte de aquí -masculló Toma, terminando de alejarse de él con un movimiento fluido y tomando su mano para arrastrarlo fuera de la estación.

-Pero, Toma –protestó Yamapi, sin intentar liberar su mano, a pesar de las extrañas miradas que todas sus acciones estaban provocando. –Tenemos que hablar.

-Oh, sí. Hablaremos, Yamashita –dijo, y se detuvo para mirarlo a los ojos. El fuego que vio en ellos se sentía parecido al calor que lo invadía por completo, cada vez más. –Pero si no salimos de aquí en este momento, voy a hacer algo que los dos vamos a lamentar. ¿Entiendes?

Yamapi sólo pudo asentir y volver a dejarse guiar por Toma hasta la entrada principal de la estación.

El pulso latía fuerte y desbocado en sus oídos, dificultándole escuchar, enmudeciendo los sonidos de la ciudad, bastante más ruidosa que su tranquilo pueblo. La felicidad que lo invadía era indescriptible. Todavía no lograba convencerse de que esto estaba sucediendo, que realmente lo había logrado, que Toma estaba junto a él nuevamente. Apretó la mano que lo guiaba, con fuerza, maravillado por el apretón que recibió de vuelta a pesar de que Toma no volteó a mirarlo ni disminuyó su paso ni un poco.

De alguna manera logró contestar cuando Toma le preguntó en dónde se hospedaba, de alguna manera logró subir al automóvil de alquiler y llegar al hotel, pedir las llaves y llegar hasta su habitación, pero sabía que después no podría recordar nada de eso, salvo por el silencio eléctrico entre ellos y el hecho de que jamás había soltado la mano de Toma.

La puerta apenas había alcanzado a cerrarse cuando Toma lo acorraló contra ella y sus labios reclamaron los suyos con desesperación, enredando los dedos de una de sus manos en su cabello mientras con la otra intentaba colocar el pestillo.

No podría volver a vivir sin esto, pensó Yamapi mientras dejaba sus manos divagar por la espalda de Toma, acariciar su cuello y, finalmente, apartarlo un poco para comenzar a desabrochar los botones de su camisa; no podría dejarlo ir, jamás. Y si no hubiese tomado la decisión antes, en aquel momento la decisión se habría tomado por sí sola.

Sus caderas se movieron instintivamente contra las de Toma cuando éste mordió su cuello. Estaba siendo menos cuidadoso de lo que jamás había sido con él y todo su cuerpo se estremeció ante la revelación de que este era el momento que había estado esperando, que por fin Toma había abandonado cualquier pretensión de cuidado y control. Un gemido se originó en la parte baja de su garganta y apresuró sus manos, desvistiendo a Toma de manera torpe, intentando apurar el momento de volver a sentir su piel contra la suya.

Lo maravillaba el hecho de que Toma no lo detuviera, de que incluso alentara su avance. Adoraba la sensación de sus manos recorriendo todo su cuerpo, de la fricción que buscaban con desesperación sus caderas.

De alguna manera, lograron desvestirse casi sin incidentes, salvo un botón mártir que se rehusó a cooperar y terminó siendo arrancado de la camisa de Yamapi. Cinco segundos después nadie podía recordarlo.

Piel contra piel ahora, nuevamente sin barreras. La forma en que Toma se aferraba a él, el ritmo implacable que les confería, hizo que Yamapi se preguntara si realmente aquello era todo lo que harían, una vez más. Toma se movió contra él profunda y lentamente, y de pronto ya no importó qué era lo que iban o no iban a hacer, siempre y cuando Toma no se detuviera.

Toma se detuvo entonces, provocando un gemido de descontento de Yamapi, pero al mirarlo todo quedó claro. Su ceño estaba fruncido en la más exquisita expresión de concentración e intentaba respirar hondo por sobre los jadeos.

Sin palabras, Toma lo llevó nuevamente de la mano hasta la pequeña cama en la que había dormido durante todas aquellas noches, esperándolo. La situación no dejaba de tener cierta justicia poética.

Un par de instrucciones silenciosas más tarde, Yamapi se encontró recostado sobre Toma, que tomó una de sus manos para guiarla lentamente hasta su boca. Yamapi observó hipnotizado cómo sus dedos desaparecían rodeados por sus labios. Respirar le era difícil, pensar le era difícil, sólo pudo dejarse llevar, dejar que Toma arrastrara aquella misma mano por entre ellos, hacia abajo, con propósito y seguridad.

A pesar de su estado, Yamapi comprendió. Tragó saliva antes de empujar sus dedos, deleitándose en la mezcla de dolor y placer en el rostro de Toma ante la intrusión. El instinto se hizo cargo de ahí en adelante, junto con el deseo de hacer sentir a Toma sensaciones agradables, placenteras.

Los gemidos cada vez más abandonados de Toma lo alentaban a seguir, a probar, a alargar el momento a pesar de que aquellos mismos sonidos amenazaban con hacerlo perder el control. Se obligaba a continuar además porque quería que fuera lo menos incómodo posible para Toma. Ya había demasiado dolor entre ellos, era hora de cambiar.

-Yama... Yamashita –murmuró Toma, entre gemidos, y su mano se posó en su antebrazo, deteniéndolo.

La confusión de Yamapi sólo duró unos instantes, hasta que sus ojos se encontraron con los de Toma y el ruego en ellos fue evidente.

-¿Estás... estás seguro? –se encontró preguntando Yamapi, súbitamente nervioso.

-Tomo... si no lo haces ahora, voy a gritar.

-¿Y eso es malo? –susurró Yamapi en su oído, con algo de malicia, secretamente aliviado por el tono ligero de Toma.

Aquella capacidad de, al parecer, siempre saber lo que necesitaba era algo que nunca fallaba en hacer arder el corazón de Yamapi.

Una vez más, las manos de Toma lo encontraron, maniobrando y guiándolo hasta que sólo bastaba un movimiento mínimo de sus caderas para entrar en él. Yamapi podía sentir su pulso latiendo en todo el cuerpo, la necesidad dolía cruelmente en cada rincón de su ser.

-¿De verdad? –preguntó, sin embargo, pidiendo permiso mientras reposaba su frente en la de Toma.

Toma cerró los ojos y asintió con la cabeza.

-De verdad.

Yamapi buscó sus labios antes de por fin moverse hacia delante, intentando estar atento a cualquier señal de dolor de Toma y fallando con creces cuando todo su mundo se vio envuelto en una clase enloquecedora de placer cálido, la resistencia atroz creando una fricción maravillosa que borró por unos segundos cualquier otra cosa a su alrededor.

Se obligó a abrir los ojos cuando por fin recuperó algo de sentido, anclándose en la expresión concentrada de Toma para no hacer caso a la voz de su piel que le exigía a gritos dejar la inmovilidad.

-¿Estás bien? -logró preguntar, con una voz jadeante y baja que casi no parecía suya.

Toma besó su frente y acarició su cabello. Algo parecido a una sonrisa un poco dolorida adornó su rostro y Yamapí dejó de contener el aliento.

-Espera –susurró Toma, en voz muy baja que, sin embargo, se las arregló para hacer temblar cada célula en él.

Yamapi sólo asintió con la cabeza, giró el rostro para besar la palma de una de las manos de Toma, respirar contra ella una, dos, tres veces, intentando contenerse hasta que Toma estuviese listo.

Un movimiento casi imperceptible de las caderas de Toma fue todo lo que tomó quebrar su determinación. El microscópico cambio en la presión retumbó en todo su cuerpo y apretó los dientes con fuerza para intentar detenerse.

-Toma... –su nombre en sus labios sonó como un ruego.

-Sí –contestó Toma. –Ahora.

Costó un poco manejar la ansiedad, para ese entonces desbordante, y convertirla en ritmo, pero finalmente pudo lograrlo y la habitación se llenó de tantos gemidos y quejidos que dudaba que alguien en el edificio no pudiera escucharlos.

Y de alguna manera nada de eso importaba.

Arrastró una de sus manos, con un movimiento más brusco de lo que hubiese deseado, hasta colocarla entre ellos y envolvió a Toma, asegurándose de no romper el ritmo, de apretar y mover sus dedos como había descubierto que funcionaba para él durante las largas sesiones de exploración que habían compartido antes de su partida.

Retrasando su propio desahogo, se aseguró de que Toma alcanzara primero el éxtasis, para seguirlo algunos embates de sus caderas después, con un gemido bajo y profundo, enterrando sus cortas uñas en sus caderas y embriagado de la expresión de gozo puro en el rostro de Toma.

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La tarde los sorprendió enredados todavía entre las sábanas, sin deseos de moverse ni dejarse ir aún. Toma jugaba ausentemente con el cabello de Yamapi y sonreía, por fin, después de todo ese tiempo horrible. Yamapi era feliz.

-¿Ya... decidiste qué vas a hacer con... todo? -preguntó con súbito cuidado Toma, intentando evadir sus ojos. Pero Yamapi no lo permitió.

-No puedo casarme con Keiko. No... no es justo para ella. Ni para ti. Y no es lo que quiero hacer.

-¿Y qué hay de tu familia?

-No lo sé. No he pensado en eso aún. Sólo... necesito que estés conmigo, que me ayudes a resolverlo –Yamapi se apretó más contra su cuerpo y Toma lo recibió, abrazándolo con más fuerza. –No quiero volver a estar sin ti. Eres mi familia, Toma. Eres un lugar al que volver, eres parte de mi vida, la mejor parte, yo...

-Shhhh....-Toma lo hizo callar con ternura, el tono de Yamapi había comenzado a sonar un poco desesperado y no quería que pensara que tenía que convencerlo de nada.-Volveré. Iré contigo. Todo va a estar bien.

Yamapi sonrió, los ojos de Toma también sonreían.

-Claro que tengo... un pequeño problema –comenzó a decir Toma, podría haber sonado ominoso, pero la sonrisa refulgía en su rostro. –Mi equipaje ya está en el puerto. Lo envié por adelantado para evitar problemas y no creo que la empresa de ferrocarriles sea mucho más ágil acá que en nuestro pueblo.

Yamapi sonrió a la mención de “nuestro”.

-Hmmm... ¿cuánto crees que se demorarán?

-Una semana... si son rápidos.

Se miraron con intensidad antes de romper a reír.

Una semana con Toma, en la ciudad, donde nadie los conocía ni podía hablar nada de ellos. Una semana sin preocuparse de nada más.

Era ciertamente prometedor.

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Tanaka lo seguía para intentar explicarse; era un mal momento, pensó Kazuya. No importaba de qué forma lo hiciera, estaba demasiado enojado para escuchar lo que tuviese que decir.

Habían pasado horas y no había sido capaz de dejar de pensar en las palabras de aquella chica, en lo que significaban, en la parte que había jugado Tanaka en todo aquello. Al principio, el bandido se había mantenido alejado, pero conforme había pasado el rato había comenzado a intentar hablar con él, cada vez con más insistencia. Pero era inútil.

Cuando ya los intentos de disculpa de Koki lo tenían al borde de la desesperación, decidió que si seguía escuchándolo simplemente iba a golpearlo y no quería hacerlo hasta tener un poco ordenado el caos atroz en que se habían convertido sus pensamientos, hasta saber qué tan fuerte deseaba golpear. Meneó la cabeza, frustrado. Necesitaba tomar aire.

Salió nuevamente de la cueva, con Tanaka siguiéndolo, para su mortificación. ¿Acaso no entendía que sólo estaba empeorando las cosas? ¿Que necesitaba estar solo? Estaba empeorándolo todo y se volteó para hacérselo saber, pero entonces todo perdió sentido.

Distraídos como estaban en su discusión, no habían notado que alguien se aproximaba sigilosamente y ya llegaba hasta donde se encontraban. Reaccionaron a tiempo para encontrarse con un hombre bajando de su caballo.

Kazuya contuvo la respiración, frente a él se encontraba su antiguo patrón. El pequeño salto de felicidad en su corazón fue reemplazado por el deseo de hacer algo al respecto, pero sabía que intentar explicar la situación no era una buena opción, algo que confirmó al mirar su rostro y descubrir la ira en él. Miró sus manos entonces y comprendió que cualquier clase de diálogo estaba fuera de su alcance, Akanishi sostenía un arma.

Akanishi no podía recordar cómo había llegado ahí. Por primera vez en meses, su vida había tenido dirección y sentido, y por un momento ya no habían importado los “por qué”. Daba igual, sabía dónde estaba Kazuya y eso era todo lo que importaba.

Lo primero en que sus ojos se habían posado al llegar había sido en Kazuya, que salía de una cueva, enojado. Había apretado el arma en su mano, sintiendo cómo su determinación se tambaleaba al posar sus ojos en él, realmente lo extrañaba. Pero el momento de contemplación había sido interrumpido por Tanaka que había salido de la cueva siguiendo a Kazuya.

Akanishi sintió hervir su sangre en ese momento; no estaba seguro de qué hacer con Kazuya, pero con respecto a Tanaka…

Kazuya eligió ese momento para voltearse en su dirección, el momento eterno en que sus ojos encontraron le robó cualquier posibilidad de engañarse a sí mismo. Sin embargo, no iba a bajar la guardia, no con aquel bandido tan cerca. Volvió su mirada hacia él, pero ya era demasiado tarde.

Al ver a Akanishi levantar el arma y mirarlo, Tanaka reaccionó de inmediato. Al ser más rápido, disparó primero.

El impacto del disparo hizo que Akanishi soltara su arma. Estaba un poco confundido, todo había pasado demasiado rápido y su cerebro no parecía haber terminado de procesar nada con suficiente detalle. El dolor no fue inmediato, tardó en extenderse y expandirse hasta alcanzar su máxima dimensión y esto tampoco contribuyó mucho a para que comprendiera la situación. Tanaka había disparado... ¿acaso él estaba muerto? ¿Muriendo?

Perdió el equilibrio. Al parecer, no había transcurrido ni siquiera un segundo completo aún, todo parecía ocurrir en cámara lenta mientras caía de espaldas. Una voz que reconoció sin duda como la de Kazuya gritó “¡Patrón!” y pudo verlo correr hacia él cuando su cuerpo ya había llegado al suelo, lento, como en un sueño.

Sonrió, Kazuya corría hacia él, Kazuya estaba preocupado por él y vio por fin su rostro cerca del suyo cuando se arrodilló a su lado, si bien no quería verlo horrorizado, se sentía bien tenerlo cerca. Tal vez se trataba de aún otro sueño, pensó. Pero al menos esta vez no estaba atado.

El dolor agudo se hizo presente entonces, aclarando un poco su confundida cabeza. Los sueños no dolían, no de aquella manera penetrante y constante. El dolor parecía ramificarse como un incendio espantoso e incontrolable por una gran extensión de su cuerpo, adormeciéndolo. Era la primera vez que le disparaban.

Kazuya lo tomó con cuidado, intentando levantarlo del suelo un poco. Su hombro protestó con crueldad, pero no importó. Tal vez estaba muriendo, se sentía liviano y sin fuerzas, sin ganas de pensar ni enfadarse. Sólo quería tener a Kazuya cerca. Levantó el brazo para llevar la mano a su mejilla y acariciarla, apretando los dientes cuando sintió un dolor punzante como castigo de su maniobra, pero prefirió ignorarlo. Si iba a morir no podía perder el tiempo en eso.

- Kazuya… -murmuró, sonriendo estúpidamente. Se sentía ebrio, a pesar de no haber bebido nada.

- ¡No te muevas! Hay que buscar ayuda -le llegó la voz preocupada y ligeramente histérica de Kazuya.

Se escuchaba un poco distinto; no su voz, que era como la recordaba desde... hacía algunos días, millones de años atrás. La forma en que hablaba. Lo había notado aquella noche en el establo, pero no quería pensar en aquella noche en este momento. Quería maravillarse de lo poco incómodo y de lo seguro de sí mismo que se escuchaba el que había sido su tímido y cuidadoso sirviente, quería llevarse a la tumba aquel recuerdo.

Akanishi acarició el labio inferior de Kazuya con su pulgar y sonrió.

- No vayas a ninguna parte, quiero estar contigo antes de… -murmuró, sintiendo que la vida lo abandonaba poco a poco.

-Necesitamos que un médico vea esta herida -dijo Kazuya, firmemente, tratando una vez más de hacer que se incorporara, pero Akanishi no quería cooperar.

-Quédate conmigo antes… antes de que muera.

-Es una herida en el hombro… -enfatizó Kazuya, con una ceja levantada, una expresión que Akanishi jamás había visto en él. -No vas a morir, Jin.

Un calor súbito llegó a las mejillas de Akanishi y tosió un par de veces para disimularlo.

-¿Porque no voy a morir me vuelves a tratar de “Jin”? -dijo para desviar el tema. El dolor era muchísimo, ¿cómo se suponía que debía saber que no moriría?

Kazuya respondió con una sonrisa y ayudó a que se levantara, el dolor aumentó bastante y deseó volver a tirarse al suelo. Comenzó a respirar con dificultad. Tal vez Kazuya se equivocaba, tal vez lo estaba tratando de calmar. Morir ciertamente era una posibilidad, estaba seguro de ello.

Solamente por eso se aferró a Kazuya como si fuera la última vez que podría sentir su calor en esta vida. Sólo por eso dejó que pasara su brazo por sobre sus hombros, se apoyó en él y dejó que lo ayudara a caminar. El orgullo no tenía sentido a las puertas del descanso eterno.

-Kame -escucharon decir, ambos, a una voz tras ellos. Kazuya giró la cabeza y vio a Koki, que se había acercado bastante y apuntaba su arma hacia Jin. Sin embargo, él estaba en el camino. -Quítate de ahí -ordenó el bandido, secamente.

Kazuya no se apartó, por el contrario, se movió lenta y deliberadamente hasta cubrir con su cuerpo lo más posible a Akanishi.

-No me voy a mover, Tanaka -anunció Kazuya, y enterró el rostro en el pecho de Jin.

No sabía si Tanaka le dispararía, su odio por Akanishi era tan grande, que era posible que la estima o lo que fuese que él le provocaba no fuera suficiente para detenerlo. Y no le importaba.

Comenzó a sentir a Jin temblar entre sus brazos. Por un momento tuvo miedo de que realmente hubiese perdido demasiada sangre y fuese a desmayarse, pero pronto notó que intentaba liberarse de él. Apretó su agarre, intentando tener cuidado con la herida en su hombro.

-No vas a hacer esto -le llegó la voz desesperada de Akanishi. -¡Suéltame! No voy a dejar que hagas esto.

Jin intentó empujarlo, pero no podía usar bien uno de sus brazos y sí se estaba debilitando. Sintió los brazos de Kazuya apretase más en torno a él con una fuerza que jamás hubiese sospechado que tenía.

-¡Kame sal de ahí! ¡Voy a dispararle a ese hijo de perra!

-Vas a tener que dispararme a mí también entonces, Tanaka -declaró Kazuya, para desesperación de Akanishi, que todavía intentaba separarlo de él.

-¡Kazuya, suéltame! ¡Suéltame, mierda! -ordenó Akanishi, con toda la voz de mando que fue capaz de generar, pero, para horror suyo, Kazuya sólo rió quedamente.

-No volveré a hacer nada que no quiera hacer, Jin -dijo Kazuya, contra su pecho. La sonrisa en su voz sólo contribuyó a la desesperación que sentía. Sus brazos se aferraron imposiblemente con más fuerza en torno a su cintura. Dolía. -Nunca más.

El bosque parecía contener el aliento alrededor, el silencio era antinatural, lleno de presagios, horrendo. Jin habría sentido ganas de llorar, pero la adrenalina nublaba todo su ser. Dejó de luchar, no había más por hacer. Ahora sí, la muerte estaba a un paso. La suya, pero más importante y terrible aún, la de Kazuya.

Rodeó sus hombros con ambos brazos, sintiendo cómo la herida de su hombro protestaba, volvía a sangrar, dolía. Pero daba igual.

-Eres un idiota -dijo, con una ternura casi dolorosa, enterrando el rostro en el largo cabello de Kazuya, respirando su aroma, esperando lo inevitable.

Kazuya asintió.

Akanishi escuchó al bandido sacar el seguro de su escopeta, pudo imaginar vívidamente como apuntaba, sentir en el silencio su titubeo al intentar apretar el gatillo. “Adiós”, pensó, pero no logró que su voz lo dijera. Una lágrima furtiva amenazó con escapar por el rabillo de su ojo, respiró hondo y entonces...

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