Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...
A través de su pesado sueño, Akanishi sintió algo pinchar su brazo. Sin despertar totalmente, hizo un gesto para apartar lo que le molestaba con la mano e intentó apegarse a la persona que se suponía estaba durmiendo con él, pero no había nada. Palpó un poco más… nada, sólo paja y algo molesto que seguía pinchando su brazo. También una voz, molesta, que le hablaba.
- ¡Patroooon! ¡Es un hermoso día!! ¡Despierteee!
Akanishi abrió los ojos por fin, para encontrarse con que, efectivamente, Kazuya no estaba y además Taguchi lo picaba con un rastrillo de paja.
- ¡Deja eso, idiota! Estoy despierto… -bufó, molesto, alejando el rastrillo. -¿Dónde está Kazuya?
- Se fue hace unos instantes -contestó Junno, comenzando a rastrillar la paja.
- ¿Estaba aquí? -preguntó Akanishi, incorporándose perezosamente. Se sentía adolorido, trasnochado y ligeramente miserable.
- Sí -afirmó Junno.
- ¿Estaba… qué estaba haciendo?
- Durmiendo, acá en la paja.
- ¿Conmigo? -Akanishi intentó fingir desinterés mientras retiraba algunas briznas de paja de la tela de su camisa.
- Sí -Junno detuvo sus menesteres y lo miró, apoyado en el rastrillo antes de agregar, con total naturalidad-, de hecho usted lo tenía tomado de la cintura.
Akanishi se sintió enrojecer hasta la punta de las orejas. Apretó la mandíbula e intentó parecer ofendido y enojado en lugar de avergonzado.
- No te pregunté por eso, idiota. Vete a trabajar y deja de perder el tiempo.
Se levantó y se llevó la mano a la cabeza, le dolía por la resaca, también estaba un poco mareado. Y molesto. Había esperado que Kazuya estuviese ahí al despertar. Despertar solo y ser atacado por Taguchi con su rastrillo había sido un mal comienzo. Además, ¿no se suponía que era labor de Kazuya despertarlo cada mañana? ¿Por qué se había ido y lo había dejado sólo?
- ¡Kazuya! – llamó, cuando ya estaba a punto de llegar a la casa.
Kazuya no se demoró mucho en aparecer por la puerta de la cocina, que claramente se había transformado en su refugio. Estaba notoriamente nervioso y se mordía el labio compulsivamente.
- Bue… buenos días patrón – saludó, levantando la vista hacia él.
De alguna manera, con ese gesto toda su molestia se redujo. Era como intentar retar a un cachorrito asustado.
- Ve a mi habitación y límpiala – dijo sin embargo, en un tono algo agresivo.
- Sí, patrón –respondió Kazuya, fijando la mirada en el suelo antes de partir a realizar la tarea que se le había encomendado.
Akanishi deseó golpearse. Se suponía que iba a reprender a Kazuya y había terminado en un algo que no alcanzaba a ser un castigo. Entró a la casa dispuesto a esta vez no fallar, no podía dejar las cosas así. Él era el patrón, Kazuya un sirviente y un sirviente debía hacer lo que él patrón ordenara. Repitió eso muchas veces en su cabeza, era algo con lo que jamás antes había tenido problemas, siempre le había sido fácil castigar y reprender a sus sirvientes.
Entró a su habitación dando grandes zancadas y exhibiendo su mejor expresión de disgusto, que había ensayado antes de entrar. Kazuya comprendió que había llegado la hora de, al menos, pedir perdón. A pesar de que le había sido imposible hacer algo en eso momento, pues el mismo Akanishi había agarrado sus manos, el patrón siempre tenía la razón. En ningún momento se le pasó por la mente que, esa noche, Akanishi no deseaba que Kazuya reciprocara la acción y que su intención era hacerlo disfrutar a él.
- Patrón… yo… realmente lo siento, debí… lo siento, no se repetirá -intentó disculparse Kazuya, sin levantar los ojos del suelo.
- Eso espero -accedió Akanishi, pero no hizo amago de moverse y Kazuya se preguntó si su disculpa había sido insuficiente. Tal vez su patrón quería algún tipo de retribución, pero no se sentía ni siquiera capaz de mirarlo para descubrirlo.
- Me esforzaré, no volverá a pasar -siguió disculpándose en su lugar, esperando que fuera suficiente.
No había que esforzarse tanto, pensó por su parte Akanishi al oír las palabras de Kazuya. Sólo debía levantarse antes y despertarlo, o no dejarlo solo si estaba durmiendo con él. No es que planeara que sucediera de nuevo, para nada, sólo era una suposición. Aunque debía aceptar que había dormido bastante bien junto a él, a pesar de lo incómodo de la ubicación...
- No es necesario que te esfuerces tanto, no es algo complejo -dijo, más secamente de lo que esperaba. Había necesitado decir algo para interrumpir sus pensamientos.
- Perdón, seré más hábil y útil en el futuro.
Kazuya ya era hábil y bastante útil, pero como Akanishi estaba “molesto” no se lo iba a decir. Le llamaba la atención lo avergonzado que estaba su sirviente, pero lo adjudicó a lo imponente y autoritario que seguramente lucía en ese momento. Sin duda se trataba de eso.
- Se supone que es tu misión, no la de Taguchi -continuó Akanishi, para enfatizar su autoridad. Sin embargo, la única reacción de Kazuya fue fruncir el ceño, confundido.
- ¿Taguchi? -preguntó. ¿Su patrón también hacía ese tipo de cosas con....?
- Sí, Taguchi me despertó, con un rastrillo. Esa no es manera de despertar al patrón de este fundo.
La expresión de desconcierto en el rostro de Kazuya había sido muy evidente y Akanishi alcanzó a notarla antes que cambiara, cuando Kazuya comprendió que Akanishi hablaba de otra cosa.
- ¿Por qué te estabas disculpando?
Kazuya trago saliva, evidentemente nervioso.
- Porque... anoche yo no…hice nada de vuelta... cuando usted... – todo el rostro de Kazuya enrojeció en ese momento y no pudo despegar la vista de su pie, que hacía dibujos aleatorios sobre el piso.
Las imágenes de la noche anterior se agolparon en la mente de Akanishi de manera borrosa pero brutal, incompletas, pero suficientes para acelerar su pulso y hacerlo avergonzar. Ambos se quedaron en silencio, Kazuya seguía haciendo figuras con sus pies y Akanishi comenzó a observarlas con interés. El silencio se extendió entre ellos durante minutos completos.
Akanishi alzó la vista primero, intentando no parecer avergonzado. Se suponía que estaba ahí para dejarle en claro a su sirviente que él mandaba y no debía desobedecerle, recordar vívidamente las cosas que le había hecho a ese mismo sirviente, y que estaba empezando a desear repetir, iba completamente en contra de lo que pretendía lograr.
- No importa lo que pase- comenzó a decir Akanishi para controlarse y Kazuya por fin alzó la vista hacia él-, espero que siempre me despiertes por las mañanas.
- Sí, patrón.
- Puedes irte.
- Pero no he terminado, patrón.
- Oh… bueno… termina y puedes irte.
Akanishi se quedó en la habitación mientras terminaba de ordenar. Kazuya trabajando era todo un espectáculo, sus movimientos eran precisos y armónicos sin carecer de fuerza, observarlo era hipnotizante. Inevitablemente, su mirada bajó hasta el trasero de su sirviente.
- ¿Dónde dejo esto, patrón? – preguntó Kazuya repentinamente, girando el rostro en dirección a Akanishi que no logró disimular lo suficientemente rápido.
Kazuya se dio cuenta de la dirección de la mirada de su patrón e inmediatamente dio pequeños golpes con su mano en el área, creyendo que se había ensuciado con el polvo de la habitación o algo por el estilo.
- Donde sea está bien – respondió Akanishi apartando la mirada en medio de una ligera carraspera.
Decidió salir de la habitación, avergonzado de haber sido descubierto y se fue a desayunar sin decir ninguna otra palabra.
Cuando terminó de comer, Kazuya ya no estaba en la habitación. Buscando algo que hacer para olvidar todo el episodio, se encontró revolviendo ropa en el caos de su armario y se encontró con uno de sus sombreros, que hacía mucho no usaba. Le pareció una buena idea usarlo, así no sería descubierto en algo así de nuevo.
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-Eeeeeen... eee l. ¿Pri...? –pronunció con dificultad Nakamaru, con el ceño fruncido en concentración y girando el rostro para mirar al señorito Ueda tras de él, buscando confirmación. El índice de su mano derecha se apoyaba temblorosamente sobre la gran Biblia que su patrón solía estudiar antes de dormir, marcando el renglón que estaba intentando leer.
-Pri –confirmó Ueda, con una sonrisa. Ignoró con ahínco el movimiento como de mariposas que había asaltado su estómago al tener el rostro de Nakamaru tan cerca y el deseo cada vez mayor de acariciar su cabello para premiar sus avances.
-En el pri. N. ¿Sssssi? –un nuevo giro y una nueva afirmación. Nakamaru respiró hondo antes de continuar. –Ppppp. Pi. O. ¿Principio? –un suspiro de alivio ante una nueva afirmación de Ueda. –En el principio. –leyó Nakamaru de corrido y la sonrisa con que lo premió el señorito Ueda lo hizo sonreír a él también.
-En el principio –repitió. -¿Lo ves? Ya puedes leer.
Nakamaru se apoyó pesadamente contra el respaldo de la silla del estudio, parpadeando con fuerza varias veces y con la respiración cansada, como si hubiese terminado un trabajo particularmente agotador.
-Leer esto es muy difícil... –dijo, en el tono más cercano a una queja que le había oído jamás. Lejos de sentirse contrariado, Ueda se encontró sonriendo.
-Sí –aceptó. Por supuesto, había sido más fácil leer las palabras sueltas del silabario, sin embargo, después de un par de días Ueda había sentido que Nakamaru podía enfrentar desafíos mayores. –Pero, mi madre... mamá me enseñó a leer usando esta misma Biblia. Se sentaba detrás de mí y pasaba horas ayudándome y corrigiendo mis errores... tan paciente...
La fuerza de la mirada de Nakamaru casi lo hizo sonrojar, por lo que se obligó a mirar las letras de la Biblia que tenía enfrente y concentrarse en su verdadera misión.
Por su parte, Nakamaru se sintió profundamente afectado por las palabras del señorito. Más que nada, porque era la primera vez que lo escuchaba hablar de la difunta Señora de la casa sin encerrarse en sí mismo y volverse ausentemente triste. La expresión casi iluminada de su rostro lo hacía sentir un poco más tranquilo, calmando la inquietud que se venía asentando en su alma desde hacía un tiempo.
Aunque ya los sombríos días que habían seguido a la muerte del padre del señorito habían quedado definitivamente atrás, había algo en la mirada de Ueda que le parecía extraño, algo inexplicable en ciertas actitudes recónditas, algo que no estaba bien. Sin embargo, no tenía idea de qué era lo que pasaba y, por lo tanto, no podía hacer nada para ayudar. Muy a su pesar, tampoco se sentía lo suficientemente valiente como para preguntarle de frente y con firmeza a su patrón si tenía algún problema.
-Habla poco de ella... -se encontró diciendo Nakamaru, al borde del espanto por las palabras que se le habían escapado sin siquiera pensarlas. Sintió ganas de golpearse la cabeza contra la mesa cuando la mirada del señorito se apagó y la tristeza lo reclamó visiblemente.
-Es... -comenzó a decir Ueda, apartando la vista de Nakamaru, clavándola en el suelo, en las hojas de la Biblia, en cualquier lugar que no fueran los atentos ojos de su sirviente. Lejos de la añoranza que le provocaban. -Es una herida... que aún no cierra -dijo, con la voz llena de pesar y se sorprendió de sus palabras. Nunca hablaba de esas cosas, con nadie. No sabía qué lo había movido a confiar inconcientemente en Nakamaru y se sintió extraño por unos instantes.
En el espeso silencio que vino a continuación, Ueda sólo pudo pensar en su madre, en la manera en que había intentado enseñarle las cosas que él todavía parecía no poder comprender. Recordó su rostro, imaginando la mirada de reprobación que seguramente tendría en sus hermosas facciones si pudiera conocer sus pensamientos pecaminosos y sintió nuevamente asco de sí mismo.
-Lo siento, señorito Ueda... no era mi intención hacerlo recordar cosas tristes -escuchó decir a Nakamaru al tiempo que sentía su mano apoyarse con afecto en su antebrazo.
¿Era necesario que fuese tan insufriblemente adorable? ¿Por qué era castigado de esa manera? Era una prueba a su virtud, una que claramente nunca podría superar.
-Estoy un poco cansado -declaró Ueda antes de ponerse de pie, preocupándose demasiado tarde de lo repentino de sus acciones, que parecían haber alarmado a Nakamaru.
-Lo acompañaré a su habitación, señorito.
-No es necesario -dijo Ueda, intentando hacer que su voz sonara controlada y suave. Hacía varios días que no le permitía a Nakamaru ayudarle a desvestirse como solía ser su costumbre y tenía la impresión de que Nakamaru estaba un poco sentido por ello. Su nivel de compromiso con el deber lo conmovía profundamente y volvía más imperiosa su salida de aquel lugar.
-¿Acaso no está conforme con mi trabajo? -preguntó Nakamaru, con pesar y Ueda evadió su mirada una vez más.
-No es eso... para nada. Prefiero que te quedes aquí practicando y no continúes malcriandome de manera innecesaria.
Nakamaru aceptó con su natural buena disposición, pero a Ueda le pareció ver algo de tristeza en su mirada. Su estómago se anudó, sellando aún más su determinación. Debía deshacerse de todos sus sentimientos inadecuados y para hacerlo necesitaba estar solo.
Salió de la habitación intentando esconder su ansiedad. No sabía si Nakamaru intentaría detenerlo de descubrir sus intenciones, pero tampoco estaba dispuesto a averiguarlo. Estaba casi seguro de que nadie en la casa sabía lo que sucedía casi a diario en su habitación, a puertas cerradas, pero eso estaba bien, excelente incluso. Su acto de purificación debía ser secreto, silencioso, nadie debía saberlo. Jamás.
En la habitación que acababa de dejar, el extraño sentimiento de que algo estaba mal se había acentuado en la boca del estómago de Nakamaru. Sintió deseos casi incontenibles de seguirlo y averiguar qué demonios sucedía, pero optó por no hacerlo. Sería una traición de la confianza de su patrón y se sentiría bajísimo. Prefería obedecerlo, hacer lo que se le ordenaba.
"En el principio creó Dios los cielos y la tierra", logró leer con dificultad después de algunos minutos de esfuerzo. Sonrió y abrió un cuadernillo de composición que había comprado junto con el silabario en su última visita al pueblo, tomó un lápiz y comenzó a trazar las letras con esfuerzo, pronunciando las palabras a medida que las escribía.
Se sentía contento por su rápido avance, no sólo porque lo acercaba a su meta original, sino por el brillo que veía en los ojos del señorito Ueda a veces debido a sus logros, ese algo parecido al orgullo que lo hacía sentir realizado como nada más en su vida. Le gustaba tener su reconocimiento y quería esforzarse por mantenerlo, a pesar de sus obvias limitaciones.
Para Nakamaru creer en sí mismo siempre había sido una tarea difícil, pero cuando el señorito Ueda lo miraba de la manera en que lo hacía cada vez que lograba algo, la felicidad que sentía era casi suficiente como para borrar todo lo demás. Tan sólo recordarlo lo apartaba de sus miedos, aprehensiones e incluso de su sentido de alerta.
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Akanishi no tenía idea cuándo había comenzado, pero últimamente estaba tomando conciencia de cómo Kazuya había monopolizado sus pensamientos. Si lo pensaba bien, tal vez lo había hecho desde que había llegado a trabajar a su casa, sólo que en diferentes formas.
Primero era como su juguete nuevo, después era sobre el deseo que despertaba en él y ante el cual terminaba cediendo siempre, aunque intentaba negarlo. Y ahora... quería más.
Como Kazuya era su sirviente, haría cualquier cosa que él le pidiera. Y ese era el problema, quería que Kazuya quisiera e hiciera cosas… por su cuenta. Le avergonzaba aceptar que le gustaría recibir una caricia o un abrazo, un beso de Kazuya, sin ordenárselo. De la parte que conocía de Kazuya, parecía algo imposible… tendría que ordenárselo y eso contravenía el sentido original.
Ni siquiera sabía qué pensaba Kazuya de él, a veces parecía temerle, otras veces parecía causarle risa y en otras ocasiones parecía que sentía su mismo deseo. Pero no sabía mucho más aparte de esas incertezas. Quería saber más, quería provocar cosas en Kazuya, quería impresionarlo.
Es por eso que un día, mientras estaba cabalgando, al pasar por donde estaba Kazuya cometió la estupidez de cabalgar sin afirmarse, como un niño pequeño que le dice a su madre “¡Mira mamá! Puedo cabalgar sin manos”. Se giró a verificar si su sirviente lo había visto y perdió el equilibrio. Para empeorar todo, Kazuya no estaba mirando en su dirección.
El relinchar del caballo y el golpe de Akanishi en el suelo hicieron que Kazuya se girara y corriera hacia él. Genial, ahora que estaba en el suelo lo miraba.
- ¡Patrón! ¡¿Qué pasó?! ¡¿Se encuentra bien?!
Akanishi se sentó. Le dolía un poco el golpe y la caída lo había dejado levemente sin aliento, pero estaba seguro de que no le había pasado nada grave. Sin embargo, al alzar la mirada hacia Kazuya, notó que estaba preocupado, parecía realmente preocupado. No pudo evitar el sentimiento de alegría.
- No –respondió Akanishi, controlando el puchero que estuvo a punto de asomarse en sus labios-, me duele. Haz algo.
“Haz algo” era demasiado amplio para Kazuya. Akanishi no parecía estar herido gravemente y no había mucho que él pudiese hacer para alejar el dolor. La desdichada mirada que le dedicó su patrón entonces lo hizo reaccionar casi por instinto, se arrodilló, estiró su mano y comenzó a acariciar su cabello suavemente.
-Nanai…-intentó tranquilizarlo.
Akanishi lo miró, riendo y Kazuya le devolvió la sonrisa sin dejar de acariciarlo. Se sentía bien, demasiado bien y no quería que terminara, así que se acercó más a Kazuya. Después de unos segundos de inmovilidad de su patrón, Kazuya dejó de acariciarlo para levantarse, pero Akanishi tomó su mano, deteniéndolo.
- Aún… duele –alegó, y esta vez ni siquiera intentó controlar el puchero.
- Quizás es porque no soy muy bueno en esto.
- Sí lo eres, mientras lo hacías no me dolía.
Kazuya estiró su mano nuevamente hacia Akanishi, acariciándolo con más seguridad que antes. Su cuerpo gradualmente se fue relajando ante el movimiento y el tacto del cabello de su patrón, que se acercó más a él, casi abrazándolo.
- Patrón, no podemos estar así para siempre – dijo Kazuya suavemente, sonriendo.
Akanishi soltó una pequeña risa y apoyó su cabeza en el hombro de Kazuya, que comprendió que su patrón no tenía ni la más mínima intención de moverse. Con un suspiro divertido, se acomodó en el suelo, maniobrando hasta que Akanishi quedó en una posición relajada entre sus brazos.
– Algún día tendrá que enfrentar el dolor – continuó diciendo Kazuya, pero sus manos no dejaron su tarea.
- Tal vez debas intentar algo más permanente- dijo Akanishi, bajando la voz.
- ¿Cómo qué, patrón?- preguntó Kazuya, sin saber porque también había bajado la voz. Estaba comenzando a sentir de nuevo la misma extraña sensación en la base de su estómago y las palabras de Akanishi le habían provocado escalofríos.
- No lo sé… -comenzó a decir Akanishi, girándose para hablar directamente en su oído, acentuando así los escalofríos y haciendo que Kazuya se estremeciera-, tal vez…
El sonido de alguien aclarándose la garganta los hizo separarse bruscamente. Era Ryo.
- Buenos días – saludó Ryo. Aunque sus ojos brillaban con una diversión maliciosa, Ryo tuvo el buen tino de fingir algo de incomodidad.
Kazuya y Akanishi se levantaron rápidamente del suelo, con una expresión evidente de vergüenza que sólo Jin intentó disimular.
- Buenos días, señor – saludó Kazuya, inadvertidamente colocándose detrás de su patrón.
- Al menos debiste haber anunciado tu llegada – dijo Akanishi, molesto.
- ¿Perdón? Deberías ser amable y agradecer que no cuento tus… aventuras desviadas. Ni si quiera le he contado a Yamapi de la otra vez.
Akanishi lo miró sin entender, como si Ryo estuviera hablando incoherencias y sin notar que Kazuya, a su espalda, rezaba porque la tierra se lo tragara.
- ¿Qué otra vez? –preguntó casi con altanería.
Kazuya lo tenía claro. Se giró con lentitud, quería huir, correr en ese mismo instante. Caminó hacia la casa sigilosamente, intentando pasar desapercibido, para dejarlos conversando solos.
Ryo sonrió demoníacamente y tomó a Kazuya del brazo, evitando que huyera y trayéndolo de vuelta, frente a Akanishi.
- Aquella vez que este sirviente que está aquí, estaba sentado en tus piernas, usando un vestido de huasa –Ryo no ocultaba su malvada felicidad ante la atónita y asustada mirada de su amigo, mientras Kazuya agachaba la cabeza, completamente rojo-, estabas haciéndole trenzas… no sé qué más le hiciste, lamento informarte que tuve que retirarme.
- Que… ¡¿Qué?! ¡MIENTES!
- NO, lo recuerdo perfectamente. Fue perturbador, pero lo recuerdo bien –Ryo giró su mirada hacia Kazuya. –Tú me viste. Me recuerdas ahí, ¿verdad?
El pánico se apoderó de Kazuya por un momento, hasta que Akanishi golpeó la mano de Ryo que sostenía el brazo de Kazuya para que lo soltara y tomar él su brazo.
- Kazuya no recuerda nada, porque eso no pasó, ¿verdad?
- Sí, patrón.
- Eres un… grandísimo idiota – dijo Ryo. –Y haces mentir a tus sirvientes, no tienes moral. No le iba a contar a nadie, pero como eres un idiota lo publicaré y repartiré por los fundos vecinos y el pueblo. A menos que te disculpes como corresponde.
Akanishi soltó a Kazuya y le murmuró que volviera a la casa. Kazuya obedeció inmediatamente, casi corriendo.
- ¿No quieres que tu servidumbre te vea disculpándote ante alguien?
- Ryo, ¿puedes callarte?
Ryo se dio media vuelta, ofendido y comenzó a alejarse, pero Akanishi lo detuvo.
- Lo siento –dijo entre dientes-, tienes razón… pero, podrías olvidarlo. ¿Por favor?
- No creo que pueda olvidar algo así –respondió Ryo girándose-, pero al menos, no lo sabrá la gente.
- Gracias –dijo Jin, con un suspiro de alivio.
- A menos que necesite favores y no me ayudes –contraatacó Ryo, levantando una ceja con malicia.
- ¿Siempre tienes que ser tan desagradable?
- En fin, no vine por esto –dijo Ryo, comenzando a caminar hacia la casa sin esperar a ser invitado. -Vine por Yamapi, no sé si sabes qué pasó en su fundo.
- No… -contestó Jin, deteniéndose en el umbral de la puerta principal con una expresión de alarma.
- Lo imaginé, no ha salido a ninguna parte desde que sucedió.
- ¡¿Qué pasó?! ¿Está bien? –el tono sombrío de Ryo había logrado asustar a Jin, que lo tomó por los hombros, sacudiéndolo un par de veces.
- Sí, no le pasó nada a nadie. O sea, nada grave – dijo Ryo, tranquilizando a Jin y librándose de su histérico agarre para entrar a la sala de estar, donde procedió a dejarse caer en uno de los sillones. –Un bandido robó en su fundo y él no estaba, tampoco Toma, Rina fue tras el bandido…
-¿Y Rina...? –Jin se sentó en el sillón frente a Ryo, sin poder cerrar la boca por el espanto que le producía la historia.
-No te preocupes, ella está bien.... ¿puedes quitarte ese estúpido sombrero? Ni siquiera puedo ver tus tontas expresiones debajo de él, le quita gracia al relato.
-El relato no tiene gracia, idiota –alegó Jin, pero se sacó el sombrero de todos modos.
-Bueno...cuando Yamapi llegó a casa, Rina no estaba y no sabían cómo encontrarla, llegó tiempo después, con unos cerdos de vuelta, pero no sabía nada sobre el ladrón ni dónde se había ido. Según ella, no lo siguió hasta el final, porque se le cayeron los cerdos, ella los recogió y volvió.
-Pi... –balbució Jin, horrorizado. Aunque Yamapi lo negara y tratara de ocultarlo, amaba a su hermana con locura, la sola idea de que algo pudiese haberle pasado debía haber sido horrenda para él.
-Yamapi, obviamente, estaba histérico y a pesar de que ella volvió sana y salva, no ha querido dejar la casa sola de nuevo, porque se siente culpable. Creo que debes ir a verlo, le haría bien.
Jin asintió. La reacción de Yamapi era completamente esperable y se sentía un poco culpable de no haber estado más pendiente de su amigo. Debía haber sospechado que algo sucedía al no saber nada de él durante tantos días. Pero claro, había estado distraído, distraído pensando en cosas que quería que su sirviente hiciera...
-Tienes razón –accedió, y algo de la culpa se coló en su tono. Deseó no haberse sacado el sombrero para tener algo tras lo que esconderse. –Quédate a almorzar conmigo, iremos al fundo de Yamapi después.
-Tienes vino, ¿verdad?
La única respuesta que obtuvo de Jin vino en la forma de un cojín de sillón que arrojó en su dirección antes de levantarse. Ryo lo imitó, intentando no sonreír.
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