Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...
Yamapi lo llevó a una cantina a la que habían ido algunas veces antes, aún sin decir nada. El sol todavía no se ocultaba y a Jin no le apetecía demasiado beber, pero sólo una mirada al rostro de su amigo le bastó para comprender que ese no era su caso. Bajaron en silencio de la carreta y entraron.
- ¿Ahora sí puedo saber qué pasa?- preguntó Jin, después de haber bebido más de un vaso de chicha y ya sin más paciencia para esperar a que Yamapi comenzara a hablarle.
- Es… es… nada… todo -balbució su amigo.
Jin se limitó a levantar una ceja y mirarlo por sobre el hombro antes de beber el resto de licor.
- Son… muchas cosas… -intentó explicar Yamapi, jugando con el borde de su vaso a medio vaciar. -Me voy a casar.
- Lo sé. Pero si te agobia tanto, ¿no es mejor que no te cases? -Jin se felicitó por su lógica, era evidente desde su punto de vista un poco nublado. Era lo que se debía hacer.
Yamapi dejó de jugar con el disparejo borde de vidrio y bebió la chicha de golpe, intentando ver las cosas desde el punto de vista de Jin. Resopló, frustrado y algo mareado.
- No es tan sencillo. Debo hacerlo… Keiko va a venir, fijaremos la fecha…
- Oh, ya veo -respondió Jin y rellenó sus vasos con la botella de chicha que habían pedido y que descansaba sobre la mesa. El silencio volvió a establecerse entre ellos mientras ambos consideraban la situación.
Después de beber unos cuantos vasos más, Jin volvió a hablar.
- Entonces eso es -empezó a recapitular Jin. -Keiko...
- Toma… -explotó repentinamente Yamapi, interrumpiendo a Jin como si jamás hubiese mencionado a su prometida, probablemente porque ni siquiera había escuchado ni su nombre mientras estaba sumido en sus pensamientos sobre otra persona. -Ese idiota es tan descuidado.
- ¿Es porque fue a La Tormenta? -preguntó Jin, intentando seguir el confuso hilo de la conversación. -Tú sabes que es amigo de La Divina, es normal que quiera verlo.
- ¡Confía tanto en la gente! -continuó alegando Yamapi, con vehemencia. -En cualquiera… siempre. Personas que pueden tener malas intenciones… ¡y él no lo ve! Cree que todos son buenos… como él.
Y todo lo demás que salió de la boca de Yamapi tenía que ver con Toma, ya no más con Keiko, ni su venida, ni el matrimonio, mientras que Jin escuchaba y bebía, sin siquiera intentar responder nada, pues sabía que su amigo simplemente no estaba escuchando.
- A veces -comenzó a decir Jin con una sonrisa, cuando Yamapi pareció haber dicho todo lo que necesitaba decir–, pareciera que piensas en Toma como… no sé… algo más que un amigo.
- ¡Cállate, idiota! -la expresión de Yamapi cambió violentamente, Jin no alcanzó a notarlo ni a ver que su amigo lanzaba un golpe directo a su cara, el que lo botó de su silla.
Jin, enojado, se levantó lo más rápido que le permitió su estado y se lanzó sobre Yamapi para golpearlo, haciendo caer su vaso estrepitosamente en el trayecto. Resultó que ambos estaban, para todos los efectos, bastante ebrios. Sus movimientos eran lentos, engorrosos y absolutamente destructivos para sus alrededores. Los golpes fallaban su objetivo gran parte de las veces y caían al suelo con facilidad para luego levantarse en embestidas cortas y furiosas, pero escasamente dañinas.
- ¡¡Tú tienes un sirviente para “cosas”!!- gritó Yamapi frustrado, cargando nuevamente contra Jin luego de levantarse de aún otra caída.
- ¡Ya no hacemos "cosas"! -respondió furioso Jin, en medio de los golpes. Ninguno de los dos procesó en ese momento lo que decían, ni tampoco los destrozos que estaban causando.
Tres hombres los separaron y, entre patadas y empujones, los expulsaron de la cantina. Jadeantes y exhaustos, ambos se quedaron tirados en el piso, tratando de recuperar el aliento en silencio.
- ¿Cuál fue tu problema? -dijo Jin, después de algunos minutos, mientras intentaba incorporarse.
La única respuesta de Yamapi fue cerrar los ojos y guardar silencio. Su problema, al parecer, había sido que Jin tenía demasiada razón y había sido una verdad que le había llegado de golpe. No quería hablar de eso. Demonios, no quería ni siquiera *pensar* en eso.
Jin se levantó con dificultad y le ofreció su mano a Yamapi para ayudarlo a ponerse de pie, el que la tomó, recordando y comprendiendo en ese momento lo que Jin había dicho en medio de la pelea. Levantó la vista hacia él, estupefacto.
- ¡¿Haces “cosas” con tu sirviente?! – preguntó, con los ojos muy abiertos.
Jin, asustado, soltó la mano de Yamapi, que cayó nuevamente al suelo.
-¡Idiota! – se quejó Yamapi, sobándose.
-¿De dónde sacaste eso? -preguntó Jin, tratando de sonar ofendido pero incapaz de ocultar su expresión de niño pequeño al que sorprenden robando licor de la despensa.
- Tú lo dijiste -dijo Yamapi, levantándose pesadamente del suelo, sin ayuda esta vez.
- ¡No he dicho nada de eso, lo imaginaste, estás completamente ebrio!
- ¡No lo imaginé! ¡Y no estoy ebrio! ¡Tú estás ebrio! -exclamó Yamapi, acusándolo, pero la herida en el labio que le había dejado la pelea decidió abrirse en ese instante. No era nada grave, pero sangraba profusamente debido a su ubicación. -Será mejor que volvamos -dijo, en un tomo más calmado, limpiando la sangre con el dorso de su mano.
Jin sólo asintió, secretamente aliviado porque sus actividades con Kazuya dejaran de ser un tema antes de que Yamapi pudiera sacar más información de entre sus negativas, algo que solía sucederle.
Subieron a la carreta de manera algo torpe y Yamapi condujo lo más cuidadosamente que pudo, pero concentrarse era terriblemente difícil con las palabras de Jin y su implicancia martillando en su cabeza. Finalmente, lograron llegar al fundo de Jin de una pieza.
Akanishi bajó de la carreta en silencio y la rodeó hasta quedar de pie, Junto a Yamapi, que no soltó las riendas ni lo miró.
-Pi... -comenzó a decir Jin, todavía algo mareado y empezando a sentirse adolorido por todo el alboroto. -Sobre... sobre Toma -Yamapi hizo un sonido extraño con la nariz a la mención de su amigo en común, interrumpiéndolo, pero Jin continuó. -Lo que dije... no lo decía como algo negativo. Para nada.
Habría querido agregar que sentía que cuando Toma estaba cerca Yamapi era más feliz, pero la charla ya era lo suficientemente profunda como para incomodarlo, además, la palabra "sentir" lo habría hecho parecer, en su mente, un personaje de los folletines románticos cursi que leía a escondidas la hermana de Yamapi. No es que él hubiese robado uno para leerlo, eso jamás.
Yamapi sólo asintió, con un ruido nasal a medio articular y partió hacia su fundo, perdiéndose en la noche.
Cuando Jin entró a la casa, Kazuya lo estaba esperando sentado en la mesa, al lado de la luz, cosiendo un vestido de huasa que parecía para alguna fiesta. Sin embargo, Jin sólo alcanzó a verlo brevemente, porque Kazuya se levantó de inmediato, dejando el vestido olvidado.
- ¡Patrón! ¿Qué le pasó? –preguntó, preocupado, al verlo entrar sucio y con el labio ensangrentado. Que estuviese ebrio no era algo tan anormal.
Akanishi sonrió, lo que le provocó un dolor punzante en el labio, y soltó un leve quejido. Rápidamente, Kazuya salió de la habitación, para reaparecer a los pocos segundos con lo único que era parecido a un botiquín en la casa. Se acercó a Akanishi, que se había sentado en la silla en que Kazuya estaba anteriormente, dejó el botiquín sobre el vestido en la mesa y tomó un trozo de gasa, a la que le aplicó alcohol. Akanishi estaba hipnotizado mirando el rostro concentrado de su sirviente, el que luego se giró hacia él y se acercó levemente.
-¡Ouch!- no estaba preparado para sentir el ardor del alcohol tocar la herida en su labio y se alejó instintivamente todo lo que pudo. Pero Kazuya, con una expresión seria, tomó su rostro con su mano libre.
- No se mueva -sentenció con voz firme.
A Akanishi le gustaba la cercanía de su sirviente y el licor en su sangre le hacía difícil recordar sus promesas o encontrarles sentido en aquel instante. Poco dispuesto a soportar el dolor sin ninguna recompensa, tomó el brazo de Kazuya que sostenía la gasa y lo jaló hacia él mientras lo tomaba de la cintura con la otra mano, forzándolo a sentarse sobre sus piernas y a quedar frente a él.
- Hazlo así- dijo, mirando decididamente sus labios y sin dar importancia a la gravedad de su tono.
Esta vez sí esperaba el ardor del alcohol e intentó quedarse quieto y no quejarse, pero Kazuya sintió que la mano de Akanishi en su cintura se agarraba con más fuerza cuando acercaba la gasa. Una sonrisa fallidamente reprimida se asomó en sus labios.
-¡No me estoy quejando! -se defendió Jin, apretando un poco los dientes.
- Lo sé, patrón.
Kazuya hizo amago de levantarse al terminar de limpiar la herida más grande, pero Akanishi no se sentía particularmente inclinado a dejarlo ir.
- Tengo una herida aquí también – dijo, acercándole su mano.
Kazuya la tomó delicadamente y la acercó más hacia su rostro, Akanishi no podía evitar mirar hipnotizado como Kazuya se concentraba en lo que hacía, como si fuese lo único en el mundo.
- Y también aquí –continuó, apuntando su pómulo.
Kazuya tomó su rostro nuevamente con una de sus manos y se acercó más aún a él. Akanishi, que ya no estaba controlando sus impulsos, trabó los dedos en la nuca de Kazuya y lo acercó la distancia que faltaba para besarlo.
Akanishi sabía a alcohol, a ambos alcoholes, y también a sangre. Kazuya soltó la gasa y apoyó esa mano en el muslo de su patrón.
- Sabía que no aguantaría mucho tiempo… - susurró Akanishi contra sus labios y cerró los ojos para apoyar la mejilla en la sien de Kazuya e inhalar profundamente.
El aroma dulce llenó sus sentidos, la mezcla única y perturbadora que era Kazuya y que había sido un idiota al pensar que podía ignorar. Intoxicado, arrastró la mano que estaba tomando su cintura con lentitud hacia su cadera...
-¡AH! ¿QUE…? -un dolor punzante en uno de sus dedos rompió por un momento su trance.
-¡Lo siento! – Kazuya, afligido, sacó el alfiler que estaba en su pantalón –Es un alfiler… yo estaba… lo siento mucho… estaba cosiendo ese vestido y lo dejé en mi pantalón…
- ¿Por qué estabas cosiendo?
- La cocinera me enseñó… -explicó Kazuya, abrumado por lo que consideraba una torpeza imperdonable. -Es un vestido para su hija… quise ayudarla a arreglarlo para que se fuera a dormir… lo siento…
Akanishi se miró el dedo, donde una gota mínima de sangre relucía; no había sido mucho en realidad, pero no tuvo oportunidad de tranquilizar a Kazuya al respecto. Antes de que pudiese pensar, hacer o decir nada, Kazuya tomó su mano y se llevo el dedo herido a la boca para succionar con delicadeza la sangre. La sensación del tacto de su lengua fue apabullante, al punto de que la contención ni siquiera fue una opción en su mente, súbitamente envuelta por el calor. Dejó escapar un suave “ah” y cerró los ojos, dejándose disfrutar la humedad que lo envolvía y las ansias que despertaban con cruel velocidad en cada rincón de su cuerpo.
Abrió los ojos y acarició el labio inferior de Kazuya con el dedo que había dejado ir poco a poco. La mirada apenas contenida de su sirviente tampoco hizo mucho por calmarlo.
Desvió la vista hacia la mesa a su lado por un momento y una idea, brillante según él, se gestó en su mente. Kazuya miró asustado su sonrisa, sin comprender. Akanishi estiró su mano para tomar el vestido.
- Póntelo.
- ¿Eh?
- Ponte el vestido.
Kazuya lo tomó lentamente, esperando que no fuese eso lo que quería decir, aunque tal vez fuera el castigo por haberlo pinchado con el alfiler. Resignado, se levantó y comenzó a desvestirse; Akanishi cerró los ojos. Kazuya sintió el impulso de decirle que no iba a ser la primera vez que lo veía desnudo, pero se contuvo.
- Es para que sea sorpresa -dijo Akanishi, como si adivinara su pensamiento.
Se sentía avergonzado, extremadamente avergonzado, rezaba en su mente porque su patrón no lo obligara a salir a la calle así como castigo. Porque en su mente, la petición era para castigarlo. Se apretó un poco más el lazo de la cintura antes de decirle al patrón que estaba listo.
Akanishi abrió los ojos y lo miró de pies a cabeza, cuando posó los ojos en su cintura Kazuya quiso soltarse un poco el lazo, pero pronto él desvió la mirada hacia su cabello y Kazuya decidió que era mejor bajar la vista; no sabía descifrar lo que había tras los ojos de su patrón. Sus acciones anteriores habían despertado también algo en él y estaba confundido. Se concentró en los vuelos blancos que remataban el ruedo del vestido, que claramente era demasiado corto para él, y jugó con la tela, intentando calmarse.
Jin lo observaba en silencio, felicitándose por su estupenda idea. El rojo del vestido le sentaba bien y el escote, aunque un poco acotado por el cuello con vuelos, dejaba ver un poco de su clavícula, una parte de él que siempre iba tapada por la camisa cuando trabajaba. Lo maravillaba la estrecha cintura bajo el lazo y los cientos de florcitas de la tela parecían bailar ante su escrutinio. Sonrió. La actitud avergonzada de Kazuya le parecía adorable y volvió a pasear sus ojos por todo su cuerpo. Sin embargo, al llegar nuevamente a su cabello volvió a detenerse. Faltaba algo.
De pronto, Akanishi atrajo a Kazuya hacia él, tirando de su brazo hasta hacerlo perder el equilibrio y caer de nuevo sobre sus piernas. Kazuya estaba empezando a dudar sobre de qué se trataba todo aquello, debía de ser que su patrón estaba muy ebrio. Dudó aún más cuando, entre tirones y forcejeos lo dejó de espalda a él y enfrentando la puerta, siempre sentado sobre sus piernas.
Sintió la manos de Akanishi en su cabello, pasando sus dedos entre las hebras, como midiéndolo o peinándolo antes de separarlo torpemente en dos manojos. Tomó una de esas partes y la separó en tres, un poco desiguales. Ante la sorpresa de Kazuya, trenzó la mitad de su cabello con poca delicadeza.
- Es perfecto, jamás pensé que sería tan bueno en esto – dijo Akanishi, tomando hilo de la mesa para amarrar la trenza.
Cuando había tomado la parte restante de su cabello, Ryo asomó la cabeza en la habitación.
- La puerta de atrás estab….
Akanishi había comenzado a trenzar la segunda parte sin afectarse por la presencia, abrumada, de Ryo, pero Kazuya evitaba por todos los medios mirarlo. Sentía que moriría de vergüenza en cualquier momento.
- No es importante, volveré otro día – dijo Ryo, abandonando el lugar, estupefacto.
- Perfecto – sentenció Akanishi viendo su obra – ahora… está despejado- susurró contra el cuello de Kazuya, que sintió su piel erizarse.
Cerró los ojos al sentir los labios de su patrón besarlo lentamente en la base del cuello, recorrerlo sin prisa. Se entregó un instante a la sensación placentera, aún con los ojos cerrados y la boca levemente abierta, pero sin dejar escapar ningún sonido.
Las manos de Akanishi se deslizaron hacia el pecho de Kazuya.
- Kazuya…- susurró en su oído -¿Por qué...? ¿Por qué aquí está plano?
- Porque... soy un hombre, patrón.
- Pero tienes un vestido.
Kazuya sólo enmudeció; primero, porque su patrón estaba algo ebrio y cualquier cosa que le respondiese podría ser tomada como una ofensa, segundo, porque una de las manos de Akanishi bajó en ese momento hasta su rodilla y subió lentamente hasta su muslo, enterrando sus dedos en el camino, mientras a la vez besaba su oreja.
- Lo dejaré pasar por esta vez – susurró.
El aliento de Akanishi cosquilleó en su oído y Kazuya no logró reprimir un leve quejido, Akanishi siguió besándolo.
- Gra… gracias… patrón – Kazuya falló al controlar lo quejumbrosa de su voz, en parte por los besos en su oreja, por la forma en que atrapó el lóbulo entre sus labios y en parte porque en ese momento, Akanishi arrastró su mano más arriba aún por su muslo.
- Con esa voz puedo dejar pasar cualquier cosa…
Akanishi siguió besando su cuello, bajando levemente hasta que la tela del vestido le impidió seguir. Intentó de alguna manera bajarlo, pero no pudo. Frustrado la tomó con ambas manos y tiró, hasta romperla y dejar la espalda de Kazuya al descubierto.
La preocupación de Kazuya por cómo iba a arreglar eso se esfumó en el instante en que los labios de Akanishi besaron la sensible piel de su espalda, sin la obstrucción de antes. Una de sus manos se apoyaba en su pecho, mientras que la otra subió hasta tomar su cara por el mentón, acariciando su labio inferior con el pulgar, que hizo entrar lentamente a su boca aún abierta en un quejido mudo. Kazuya lo acarició con la lengua, para luego cerrar lentamente su boca y rasparlo con los dientes.
Akanishi gimió.
La mano en el pecho de Kazuya acarició el camino hasta su espalda y sus labios subieron hasta uno de los hombros de Kazuya para besarlo; la otra mano volvió a acariciar sus muslos, subiendo hasta la ingle. El sonido de los jadeos de Kazuya cesó en ese instante, cuando apretó los labios intentando reprimirse. Tensó sus piernas y sintió las espuelas de Akanishi enterrarse levemente en sus pantorrillas.
Akanishi ya había pasado el punto sin retorno y no iba a aguantar más tiempo así, tampoco tenía por qué hacerlo.
- Levántate -dijo, tomando las caderas de Kazuya, instándolo a levantarse lo suficiente para poder maniobrar rápidamente y bajarse los pantalones lo necesario, tomar la ropa interior de Kazuya y deslizarla hasta sus tobillos.
- ¿Está… está bien que sea aquí? Alguien pod….
- Sí, está bien aquí –interrumpió Akanishi, lamiendo suavemente la piel detrás de la oreja de Kazuya. –Aquí… hazlo…
Kazuya acomodó un poco su posición, secretamente temiendo lo que su patrón pedía. Recordaba el dolor de la vez anterior y le causaba renuencia repetir la experiencia, pero hasta eso estaba desapareciendo, incinerado por el profundo deseo que se había despertado en él. Akanishi lo ayudó casi como reflejo a encontrar el ángulo adecuado, sin detener la acción de su lengua sobre la piel de su cuello, sus labios urgentes trazaban el camino hasta su nuca una y otra vez, haciendo maravillas para distraerlo y Kazuya se encontró bajando las caderas de a poco, poseído por una necesidad abrasadora de ceder, de complacer, de sentir...
Sus movimientos, lentos y bajo su propio control esta vez, lograron aminorar el dolor inicial hasta niveles soportables. Notó con cierto candor la inmovilidad momentánea de Akanishi bajo él, permitiéndole preciosos segundos de adaptación mientras él mismo intentaba controlar sus reacciones. Sentía su respiración irregular, su rostro enterrado en algún lugar entre su cuello y su hombro, la tensión en sus manos ancladas ahora a sus caderas.
Y sintió sus dedos tensarse cuando la presión alcanzó el nivel máximo de la espera en su patrón; pero para entonces era recíproco.
-Muévete... -ordeno la voz rasgada de Akanishi directamente en su oído.
Kazuya, obedeciendo a la orden, comenzó a moverse lentamente. El dolor aún estaba ahí, mezclándose con el placer y las ansias de satisfacerse, que lo opacaban y lo hacían disminuir cada vez más. Pero no podía entregarse totalmente. Las veces anteriores, cuando había sucedido, los días siguientes su patrón lo había ignorado y se había mostrado molesto con él y con el mundo… había algo que hacía mal.
Esto no se trataba de él, ni de su placer, decidió: era algo para Akanishi. Se hacía porque el patrón lo deseaba y, sin importar lo que pasara, debía esforzarse por complacerlo. Dejar de sentir era imposible, pero hizo lo que estaba a su alcance para reprimirse, para no expresar su estado ni dejarse llevar por deseos propios o egoístas.
Akanishi movió las caderas de Kazuya instándolo a acelerar el ritmo a la vez que enterraba la cabeza en su espalda. Era el único que llenaba la habitación de jadeos y gemidos, y el silencio de Kazuya lo estaba poniendo nervioso. Movido por la necesidad de lograr el sonido en su sirviente, deslizó una de sus manos más abajo, estimulando rítmicamente entre las piernas a Kazuya, que se mordió el labio para contener un quejido, pero no funcionó del todo. Estaba siendo cada vez más difícil retener el control sobre su cuerpo.
- Kazuya… no… no te reprimas…
Kazuya negó con la cabeza, llevándose la falda a la boca para morderla y ahogar un gemido, pero Akanishi la tomó y la quitó de su boca con aspereza.
- Quiero oírte… - jadeó. –Es una orden.
En un principio, dejó escapar los sonidos tímidamente, avergonzado por la orden de su patrón y confundido enormemente por su actitud, pero luego Akanishi tomó firmemente su hombro con la mano que tenía libre y comenzó a levantar él mismo las caderas, borrando cualquier resquemor y toda la confusión que pudiese haber sentido. Era pura sensación, puro fuego y ansias encaminándose rápida y atropelladamente hacia una inevitable conclusión.
Trató de posponer el momento, buscó algún resquicio de control en alguna parte de su mente, pero Akanishi era implacable; sus manos y su cuerpo lo empujaban más y más, hasta hacerlo sucumbir al placer, con los ojos cerrados y un gemido gutural tan primario que le pareció ajeno. Maldiciendo una vez más su debilidad.
Sin embargo, su patrón no se detuvo ni lo reprendió. Embelesado y a punto de alcanzar el éxtasis, sólo buscó con descuido sus labios para ahogar en ellos sus últimos gemidos desesperados. Algunos embates arrítmicos después, todo su cuerpo se tensó y Kazuya sintió sus uñas clavarse con crueldad en su hombro por algunos instantes. Luego... silencio e inmovilidad.
Akanishi giró el rostro hasta esconderlo en su hombro, Kazuya podía sentir su respiración acelerada sobre su piel.
Apenas pudo reunir las fuerzas suficientes, Kazuya intentó ponerse de pie. Estaba casi seguro de que su patrón estaría molesto una vez más, como en todas las ocasiones anteriores y quería apresurarse para desaparecer antes de que el daño fuera mayor. La mano que se enredó con fuerza en su cintura, reteniéndolo, lo hizo dudar.
Akanishi permaneció en silencio, demasiado molesto consigo mismo como para decir o hacer nada. No quería dejar ir a Kazuya aún y eso empeoraba las cosas.
Kazuya intentó ponerse de pie nuevamente y esta vez Jin no lo detuvo. No levantó la cabeza para ver a Kazuya salir de la habitación, ni siquiera cuando éste habló desde el umbral de la puerta, en un susurro casi inaudible.
-Lo siento, patrón -dijo antes de partir, presuroso, hacia su dormitorio, dejando a Jin cabizbajo y derrotado, solo en la sala.
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