Título: 1920 (un fanfic del Bicentenario)
Parejas: Akame, Tomapi, Maruda y otras secundarias.
Género: AU, romance
Rating: NC-17
Advertencias: Situaciones de consenso dudoso, temas oscuros. Excesivo fanservice.
Resumen: Corre el año 1920 y en los campos del sur de Chile el Patrón Akanishi desea tener un sirviente personal como el del señorito Ueda. Su amigo Yamapi le ayuda a conseguir uno, llamado Kazuya...
Nakamaru Yuichi había llegado a servir a la familia Ueda poco tiempo después de la muerte de la señora de la casa.
Había sido adoptado como criado y se había dedicado desde entonces a las labores domésticas que se le habían encomendado, básicamente las de un sirviente de casa. Era una vida bastante buena para alguien en su posición, debía aceptar. El señor de la casa, a pesar de ser muy estricto, era un hombre justo y Nakamaru hasta tenía un sueldo y algunos días libres al mes en los que podía ir al pueblo a comprar ropa y provisiones para él mismo. Sus faltas y errores eran castigados con multas en dinero y días libres, además de severas reprimendas, pero nunca había sido golpeado ni sometido a ningún otro tipo de castigo físico. Estaba muy agradecido por ello; despreciaba el dolor con algo cercano al pavor.
Por eso, cuando su patrón había enfermado gravemente, él sólo había sentido un profundo pesar y algo de angustia. Le preocupaba la llegada del hijo del patrón, Tatsuya, que se haría cargo de ahora en adelante de la administración del fundo y, por lo tanto, de su destino, ya que no lo conocía y no tenía idea qué clase de trato podría recibir de él.
En ese entonces, Nakamaru sólo había visto al joven Tatsuya una vez en su vida, brevemente, antes de que partiera para el Seminario, en la capital. Lo recordaba bastante pálido, triste y extremadamente frágil, y aunque estas no eran razones para temerle, sentía que su juicio, basado sólo en un par de días, era insuficiente como para tranquilizarse. El tiempo había demostrado que no era un muy buen juez del carácter de las personas y podía perfectamente estar equivocado en su opinión sobre el joven Tatsuya, como le había pasado con su amigo Koki...
Pero no había sido así. Desde su regreso, el señorito Ueda no había hecho sino confirmar su primera impresión sobre él. Seguía siendo pálido y evitaba lo más posible la luz del sol, por lo que Nakamaru sospechaba que siempre lo seguiría siendo, y lo divertía un poco su afán de siempre salir protegido por una sombrilla en días soleados. La tristeza jamás parecía abandonarlo por completo, notó rápidamente, en especial cuando alguien mencionaba a su madre o se encontraba por algún motivo hablando sobre el tema. Nakamaru lo había sorprendido varias veces inmóvil frente al enorme retrato de ella que adornaba la pared del comedor principal, abstraído hasta el punto de no notar su presencia por minutos completos y siempre con la misma aura de dolor.
Nakamaru había podido constatar que no tenía nada que temer desde el día mismo en que había sido asignado como sirviente personal de Tatsuya. Hasta ese momento, había servido en esa faena para el padre del señorito Ueda, pero ahora, debido a su enfermedad, ya no resultaba necesario, pues una enfermera se encontraba a sus órdenes todo el día y la noche. Tatsuya había aceptado su servicio con el primer atisbo de sonrisa que Nakamaru le había visto en toda su vida y desde entonces todo había ido bastante bien.
Y ahora, como cada noche desde que había comenzado a servirlo, se encontraba en camino desde la cocina con un vaso de leche tibia para su nuevo patrón. Le gustaba refugiarse en la biblioteca, leyendo la Biblia mientras bebía leche antes de dormir y Nakamaru había aprendido a llevársela incluso antes de que lo solicitara.
Golpeó la puerta suavemente para anunciar su presencia sin sobresaltar a Ueda, pero, como solía suceder, no obtuvo respuesta. El señorito solía estar tan absorto en su lectura que muchas veces no lo escuchaba, por lo que simplemente giró la perilla con la mano que la bandeja le dejaba libre y entró a la habitación.
El panorama en su interior lo hizo sonreír. Ueda dormitaba, con la cabeza apoyada en la enorme y antigua copia de la Biblia que solía estudiar hasta tarde, con una expresión tan relajada en el rostro como Nakamaru jamás le había visto. Lo enterneció.
Se acercó con sigilo para despertarlo, no quería que se asustara y tampoco podía permitir que siguiera durmiendo en esa posición, que seguramente lo dejaría adolorido durante todo el siguiente día.
-Señorito Ueda... –lo remeció suavemente, tomándolo por el hombro y Ueda pareció deslizarse lentamente hacia la realidad. –Debería irse a dormir, señorito Ueda, no es bueno que duerma así.
A Tatsuya, la cercanía de Nakamaru le agradaba. Mucho. Después de años de soledad autoimpuesta, era extrañamente agradable que alguien lo acompañase, aunque fuese un sirviente que debía hacerlo por obligación. Y Nakamaru le había agradado desde el primer día en que lo había visto, a punto de partir a su vida casi de exilio por decisión propia en el Seminario, lejos de casa y todos sus recuerdos, agradables y aterradores, dos años atrás.
La mano de Nakamaru seguía sobre su hombro y su tibieza era agradable, su rostro se encontraba vuelto hacia el suyo y lo observaba con preocupación. Ueda le sonrió.
-Está bien –aceptó, sorprendiéndose a sí mismo por su falta de resistencia.
Nakamaru se alejó un poco para que pudiera ponerse de pie y comenzó a apagar las grandes lámparas que alumbraban la habitación, dejando encendida sólo una vela portátil, que procedió a tomar. Ueda, en el intertanto, cerró la Biblia y puso en orden sus papeles con notas y cartas a medio escribir. Cuando hubo finalizado se lo indicó a Nakamaru con un movimiento de cabeza y comenzaron a caminar hacia su habitación.
Ueda se sentía especialmente cansado aquel día, faltaba poco para que llegara la fecha en que se celebraría el cumpleaños de su madre si aún estuviese viva y la ansiedad usual lo estaba drenando de energía de a poco. Torpe por el sueño y la semioscuridad, una tabla suelta del piso que aún no integraba a sus recuerdos le jugó una mala pasada y lo hizo tropezar, sin tener más opción que apoyarse en Nakamaru para evitar caer, pero éste lo sostuvo sin siquiera parpadear. Con una sonrisa cálida que pudo sentir a pesar de la penumbra, Nakamaru le ofreció el brazo para continuar caminando.
-No debería quedarse hasta tan tarde –le recriminó con afecto. Ueda sólo rió, en un murmullo.
-Tenía la impresión de que ser el administrador de la casa me permitía hacer lo que se me placiera –dijo, sin dejar de reír, mientras aceptaba de buen grado el brazo de Nakamaru, aferrándose a él. -¿He estado equivocado todo este tiempo?
La voz que le respondió era más seria de lo que se esperaba.
-Me preocupo por su salud, señorito Ueda. Es todo.
El nudo en el estómago que sintió entonces fue de lo más curioso y lo obligó a callar hasta que llegaron a su habitación.
Se dejó desvestir como de costumbre por su sirviente, con las extremidades más pesadas cada vez a medida que el sueño lo atrapaba con crueldad. Las manos de Nakamaru eran gentiles y eficientes, y si se sentía forzado u obligado a serlo, nunca lo demostraba. La ola de calor que envolvió a Ueda al sentirse cuidado con tanto esmero también era de lo más curiosa. No estaba en lo más mínimo acostumbrado a ser tratado bien.
Levantó los brazos con obediencia para dejarse colocar el camisón de dormir y se dejó caer con la elegancia de un saco de papas en la cama que Nakamaru había abierto para él. Cuando lo arropó y se despidió por el día con una inclinación de cabeza y una sonrisa antes de apagar la vela en su mesa de noche, Ueda sintió una pérdida que lo sacudió hasta los huesos, un deseo súbito de que su sirviente se quedara con él más tiempo.
No era la primera vez que le sucedía, pero sí era la manifestación más fuerte que había sentido de ello.
Comenzaba a ser increíblemente inconveniente.
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Era casi una rutina y costumbre, además de ser la única tarea que le habían encomendado en forma permanente, pero esa mañana no deseaba entrar a la habitación del patrón, despertarlo, hablarle o mirarlo a la cara. De pie, frente a la pesada puerta de madera, Kazuya se preguntaba seriamente si su sentido del deber se superpondría esta vez a la mezcla extrema de sensaciones que lo atormentaban.
Si bien los días anteriores le había quedado claro que golpear la puerta de la habitación era inútil, esta vez lo hizo, con la esperanza inútil de que el patrón lo escuhara por una vez. Esperó, atento a sentir cualquier ruido del otro lado que revelara que Akanishi había despertado y comenzaba a vestirse. Nada. Silencio absoluto.
Golpeó de nuevo y esperó algunos minutos, aún en espera del sonido que jamás vino. No había opción, tendría que entrar. Respiró hondo y, con su corazón latiendo aceleradamente, abrió la puerta sin despegar la vista del piso.
- Patrón, despierte… - su voz sonaba menos segura que las veces anteriores.
Levantó la vista para encontrarse con que Akanishi no estaba ahí. Confundido y sorprendido salió de la habitación en dirección al establo, a pesar de que prefería no verlo en aquel momento, se sentía inquieto.
En el establo se encontraba Taguchi limpiando. Lo recibió con una sonrisa.
- ¡Buenos días!
- Buenos días – saludó de vuelta Kazuya, registrando con los ojos el establo en busca de Akanishi.
- Si buscas al patrón, extrañamente se levantó muy temprano hoy. Estuvo aquí un tiempo, pero al parecer ahora está en el viñedo -Taguchi parecía no dejar de sonreír jamás.
Kazuya asintió, planteándose por medio segundo preguntarle a Taguchi si necesitaba ayuda limpiando, pero tenía que encontrar a su patrón y ayudarlo… en lo que fuera. No quería hacerlo enojar por ningún motivo. Aunque tenía casi claro que lo de la noche anterior no había sido fruto del enojo.
Si bien el camino al viñedo desde el establo no era corto, se le hizo más largo que lo que debería. Tal vez, pensó en el trayecto, su patrón no quería verlo, por eso se había levantado más temprano de lo normal. Pero no podía arriesgarse, debía cumplir su deber de sirviente.
No le costó mucho trabajo encontrarlo cuando llegó al viñedo, Akanishi se encontraba tomando un racimo de uvas y probando algunas. Se giró al sentir que alguien que lo miraba detrás de él, al ver a Kazuya se asustó.
- Patrón… perdón por no llegar antes.
Akanishi sabía que no era su culpa, él jamás le había avisado que debía estar ahí ni le había pedido que lo despertara más temprano, pero no dijo nada. La verdad, había estado tratando de evitar ese momento por el mayor tiempo posible, llegando al límite de despertar temprano por sus propios medios, y a pesar de que sabía que no podría lograrlo durante mucho, habría deseado tener más tiempo para organizar sus pensamientos.
Y sin embargo, Kazuya llegaba justo cuando lo necesitaba, a pesar de que lo intranquilizaba verlo. Su sensación de malestar, que había intentado aplacar desde la noche anterior, creció.
Sin mirarlo, le pasó el recipiente que tenía en sus manos. No podía mostrarse indeciso frente a la servidumbre, a pesar de la culpa que amenazaba con consumirlo.
- Saca los racimos que se vean bien, de este lado, y llévalos a la cocina –ordenó Akanishi, secamente.
- Sí, patrón -murmuró apenas Kazuya, víctima de su propia confusión.
Sin siquiera dedicarle una segunda mirada, Jin se dio media vuelta para volver a la casa, dejando a Kazuya atrás.
Aunque no tenía lógica, Kazuya se sintió molesto con la actitud de su patrón. El patrón no tenía porque quedarse ahí, con él y también hubiese sido incómodo, pero algo dentro de él así lo deseaba. No quería ser una molestia, ni menos ser ignorado o evadido. Ser evadido era lo que mas le dolía.
Sacudió la cabeza, como si así pudiera sacar de ella los pensamientos que le molestaban. Tenía trabajo por delante y, por el momento, eso era todo lo que debía importarle.
Akanishi apuró el paso hacia la casa y se obligó a no mirar atrás, tenía cosas de las que ocuparse, en todo caso. Hacía una hora había llegado uno de los trabajadores de Yamapi para anunciarle que irían de visita, a almorzar. Era lo que necesitaba, nuevamente su amigo lo ayudaba a olvidar cosas, indirectamente.
Fue hasta la cocina para asegurarse de que todo marchara como debía. Había tomado sólo un desayuno ligero al despertar y ya sentía un poco de hambre, por lo que comenzó a destapar las ollas en busca de algo que estuviese lo suficientemente cocido como para probarlo. Su intento fue interrumpido por la cocinera de la casa, que lo echó sin ceremonia ni miedos de su cocina, amenazándolo con una cuchara de madera mientras Jin huía entre expresiones peligrosamente parecidas a un puchero.
Vencido, no le quedó más opción que ir hasta la entrada del fundo a esperar a sus visitantes que, esperaba, no tardarían en llegar. De camino, le pidió a Taguchi que lo acompañara para hacerse cargo de los caballos de su amigo cuando los visitantes llegaran.
Tenía razón, no mucho tiempo después Yamapi y Toma llegaron a caballo, acompañados de Ryo Nikishido, el cual era el encargado de las cuentas en el fundo de Yamapi.
Ryo pasaba la mitad del tiempo viviendo en el fundo de Yamapi y la otra mitad con la gente de su pueblo, pues el había nacido con el pueblo mapuche. Yamapi no acostumbraba a tratar con diferencias a sus empleados y Ryo le agradaba, se había vuelto un buen amigo suyo y de Jin con el tiempo.
- ¡Ryo! ¡No esperaba que vinieras tú también! – dijo Jin con una sonrisa, abrazándolo y dándole fuertes palmadas en la espalda.
Los demás desmontaron también, rodeando a su anfitrión para saludarlo.
- ¿Y la carreta? – preguntó Jin después de la ronda de saludos. Le había avisado a Taguchi que esperara atender a dos caballos más ese día y aunque había espacio y recursos de sobra en el establo para los tres, lo descolocaba que sus amigos hubiesen cabalgado hasta ahí. Yamapi adoraba presumir su flamante carreta de dos caballos.
- Se la llevó Rina –respondió Yamapi con mala cara, mientras le entregaba las riendas a Taguchi, que las aceptó con una sonrisa y se dispuso a llevar a los animales hacia el establo.
Toma comenzó a reír.
- No tiene gracia -se quejó Yamapi.
- Sí, la tiene –afirmó Ryo, riendo también. –Te dijo incompetente. Tu hermana menor.
- Rina se llevó la carreta porque Yamashita no le llevó lo que le había encargado del pueblo ni tampoco fuimos a buscar mis maletas, así que le dijo que era un incompetente y que sería mejor si lo hacía ella – dijo Toma sin poder dejar de reír.
Jin también rió, ante la molestia de su amigo. Era agradable poder reír y distraerse y no moderó las burlas a Yamapi mientras caminaban hacia la casa. Entre risas, los invitó a pasar cuando llegaron hasta la puerta y la abrió para ellos.
La comida ya estaba casi lista y Jin sabía que Yamapi prefería almorzar temprano, así que pasaron directamente al comedor, donde la mesa ya estaba preparada. Se sentaron sin dejar de conversar y reir.
Kazuya entró a la habitación momentos después, les llevó uvas para que comieran mientras esperaban el almuerzo. Su expresión seria rayaba en la solemnidad y si sentía alguna incomodidad, ninguno de sus movimientos lo delataba. Mientras lo miraba intentando no parecer embobado, Akanishi no podía comprender por qué era castigado en su trabajo anterior. Kazuya era condenadamente bueno en lo que hacía.
- ¿Es él tu famoso sirviente? – le preguntó Toma a Jin, pero miraba a Kazuya, que se detuvo un instante y lanzó una mirada fugaz a su patrón.
- ¿Famoso? ¿Qué le has estado diciendo? – respondió Jin, en dirección a Yamapi.
- Sólo le conté que estabas desesperado por un sirviente y que no dejabas de hablarme de eso -informó Yamapi, con despreocupación. -No mucho la verdad.
- Y que querías que sostuviera tu sombrilla –completó Toma.
Sus amigos comenzaron a reír y Jin se sintió notablemente avergonzado y molesto. Kazuya estuvo a punto de sonreír al presenciar todo ese momento, en especial cuando Akanishi intentaba hacerlos callar golpeándolos.
- ¡No tengo una sombrilla! – chilló, contrariado.
- Tiene una sombrilla escondida, ¿verdad? – preguntó burlonamente Ryo, mirando a Kazuya.
- Eh… no lo sé, nunca la he visto, señor –respondió Kazuya, manteniendo la solemnidad de su rostro, aunque su voz delató un poco su diversión.
- ¡No la tengo!
- Él no la ha visto, puede existir –acotó Yamapi, comiendo uva y al parece muy a gusto con la pequeña revancha.
- ¡No tengo una sombrilla!
- De seguro le dijiste que no lo mencionara. Y debe tener encajes…
- ¡No tengo sombrilla! No les daré almuerzo -la expresión peligrosamente cercana a un puchero había vuelto a apoderarse del rostro de Akanishi y Kazuya temió no poder seguir ocultando su sonrisa. Huyó hacia la cocina, sin que los demás lo notaran, para avisar que estaba todo listo.
A pesar de las amenazas de Jin, el almuerzo fue servido de todas maneras. Kazuya ayudó a la criada a llevar los platos, en un intento de sentirse útil que pareció complacer al patrón.
- Kazuya, trae chicha –le ordenó Jin, antes de que pudiera retirarse.
- Quiero beber vino hoy – intervino Ryo – Sé que también tienes.
- Pero me gusta la chicha.
- Soy tu invitado.
- Eres lo peor… Kazuya, trae un vino.
Kazuya se apresuró a obedecer y estuvo de vuelta rápidamente con una botella de vino y un descorchador.
- También quiero un sirviente – dijo Ryo, mientras Kazuya abría la botella con habilidad. - ¿Puede servirme el vino?
- No, es MI sirviente.
- Egoísta.
- Kazuya, sírveme vino – dijo Jin, mirando desafiante a Ryo.
- Sí, patrón.
- Kazuya, sírveme vino a mi también – dijo Ryo, ante la mirada atónita de Jin.
Kazuya alcanzó a dar dos pasos hacia Ryo cuando Jin lo detuvo.
- No, Kazuya. No lo hagas.
- Sí, Kazuya, hazlo – dijo Ryo.
Pero Kazuya no se movió.
- Lo siento, señor – dijo Kazuya – pero debo obedecer a mi patrón, él no desea que le sirva vino.
Toma y Yamapi rieron estrepitosamente y la expresión infantilmente complacida de Jin hizo que Kazuya ya no pudiera seguir escondiendo su sonrisa.
- Puedes servirle – cedió Jin, demasiado deleitado con la contrariedad de Ryo como para percatarse de lo que hacía su sirviente, para alivio de Kazuya.
- No te preocupes, no se va a gastar sirviéndome vino.
Almorzaron sin dejar de conversar, molestar a Jin un poco, o molestar a Yamapi otro poco. Kazuya intentó volver a la cocina en reiteradas ocasiones, pero Jin lo detuvo una y otra vez. Su pretexto era que alguien debía servir el vino, aunque sus amigos se encargaran de recordarle que eso siempre lo había hecho él y se burlaran al respecto.
Kazuya estaba más relajado que en la mañana, podía notarlo, sentirlo en el aire y eso le agradaba. Casi podía olvidar sus sentimientos encontrados y sentirse más cómodo con sus acciones anteriores, pero nunca aceptaría que le importaba el estado de Kazuya. Decidió no seguir pensando en ello, comenzaba a sentirse molesto.
- Ya que tienes un sirviente – comenzó Yamapi, interrumpiendo agradecidamente sus pensamientos– quizás deberías usarlo para que te ayude a llevar las cuentas del fundo.
- No necesito ayuda -alegó Akanishi con porfía, comiendo de un mordisco la mitad de su postre.
- Sí, la necesitas – dijo Ryo. –A pesar de que no lo haces tan mal, cometes errores porque es mucho para una sola persona.
- No lo necesito, él no está para eso.
- ¿Acaso está extremadamente ocupado sirviéndote? – preguntó Ryo, molesto. Kazuya había estado todo el tiempo de pie junto a ellos, sin hacer nada más que adornar la habitación para el idiota de Akanishi y servirles vino de vez en cuando. Era un desperdicio.
- Creo que es una buena idea – dijo Toma, con voz conciliadora –tendrás mas tiempo para descansar. Deberías preguntarle si sabe hacerlo.
Kazuya había logrado escabullirse después de llevarles el postre. Sin más vino que servir, Jin no había tenido una excusa para retenerlo ahí. Lo llamó.
- Quiero que me ayudes a llevar las cuentas del fundo… -comenzó a decirle -¿Sabes hacer eso?
- No – respondió Kazuya – pero puedo aprender, patrón.
Ryo golpeó la mesa con el puño y se levantó de su silla, acercándose a Kazuya. Le dio palmadas en el hombro.
- ¡Eres un gran sirviente con espíritu de superación! Te enseñaré todo lo que sé – dijo efusivamente, tomando a Kazuya y llevándolo a otra mesa, más pequeña.
- ¿Lo harás ahora? ¿En ESTE momento? – preguntó Jin.
- Por supuesto – respondió Ryo.
- Déjalo, se pone así cuando bebe. Es cosa de su raza – dijo Yamapi.
- Nunca como Subaru – gritó Ryo desde la otra mesa.
Terminaron de comer el postre sin Ryo, que se empeñaba en enseñar “Lo básico”, como él decía, que Kazuya necesitaba saber.
- Eres bueno en estas cosas – le dijo a Kazuya – a pesar de ser feo.
- Gracias, señor – respondió Kazuya, apretando los dientes.
No le agradaba Ryo, y se convencía a si mismo de que no tenía nada que ver con que lo llamara “feo”.
- ¿Por qué elegiste este sirviente, si es feo? – dijo Ryo, en dirección a Jin
- ¡No te importa, no es feo! – dijo Jin molesto – ¡Y cállate!
Era demasiado para Kazuya. Tener que soportar a los extraños visitantes de su patrón cuando se embriagaban era una cosa, pero lidiar con la extraña alegría que le provocaba la casi defensa de Akanishi para él era otra muy diferente. El brazo de Ryo lo aprisionaba y no podía escapar a algo que él mismo había aceptado momentos antes. Sólo esperaba que la eterna visita acabara pronto.
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Rina había amanecido considerablemente contrariada aquel día. Sus vestidos de verano nuevos seguían atascados en la estación de trenes porque el idiota de su hermano no lograba superar su embobamiento con Toma y no había sido capaz de ir a buscarlos, como había prometido. No dejaba de ser exasperante que cada vez que se lo había recordado, Yamapi le había contestado con un asentimiento ausente con la cabeza. Ciertamente no estaba pensando con claridad, Rina sospechaba que, incluso, ni siquiera estaba pensando.
Así que había tomado el asunto en sus propias manos. Después de aún otro asentimiento ausente de Yamapi, les había anunciado, a él, Toma a Ryo que también estaba en casa, que debido a su incompetencia debería ir ella sola al pueblo, a buscar sus vestidos además de las maletas de Toma, que todos parecían haber olvidado. Cuando Yamapi reaccionó lo suficiente como para alegar que llevara a alguna criada como acompañante, Rina ya había partido. Escuchó las carcajadas de Ryo a medida que se alejaba.
El tiempo que se demoró en recoger sus encargos y las maletas fue mínimo, ciertamente su hermano había sido incompetente. Un chiquillo le ayudó a asegurar su preciada carga sobre la carreta y se ofreció a cuidar sus cosas mientras ella iba de compras. A pesar de ser un pueblo pequeño sin mucho atractivo, le gustaba caminar por sus calles y saludar a la gente, pues todos eran conocidos. Saludó a la dueña del hostal cercano a la iglesia, que frunció un poco el seño al verla paseando sin dama de compañía ni escolta, pero le sonrió sin embargo. Se cruzó con un par de amigos de su infancia afanados en sus negocios, hijos de conocidas que alguna vez había llamado amigas, era una mañana ajetreada y se sentía tranquila.
Pero alguien llamó su atención. No debía ser alguien del pueblo y era extraño ver gente de afuera, no era un pueblo muy atractivo. El forastero tenía una expresión hostil, que hacía que la gente no se le acercara y que la dejó paralizada. Por el ángulo en que se encontraba, él no podía verla. Se apegó a la pared de una construcción de adobe, incapaz de dejar de mirarlo para huir como parecía gritarle su mente que hiciera.
Se veía que buscaba algo, con el cuerpo bajo y expresión concentrada. Se fijó en su ropa, un poco sucia y degastada y lo siguió con la vista hasta que se metió en unos matorrales. Parecía un bandido y se quedó muy quieta, obsevándolo, quería saber qué se traía entre manos. Como veía que no salía, Rina decidió con decepción volver a la carreta, pero antes de lograr moverse el ladrido de un cachorro la hizo voltear su cabeza. El extraño con cara hostil llevaba en uno de sus brazos un cachorrito con una pata herida, la imagen total era bastante extraña, contradictoria y adorable. Una sonrisa apareció en sus labios y fue en ese momento en que el extraño posó su mirada en ella de manera repentina.
Su mirada quemaba, aún a pesar de la sorpresa, pero Rina no podía dejar de sonreír. Sentía algo de ansiedad y deseos de acercarse, pero aunque estaba casi segura de que el hombre no le haría daño, no pudo lograr moverse. La sonrisa abandonó su rostro segundos después, cuando el extraño súbitamente, con un movimiento brusco aunque hábil, subió a su caballo y sin soltar al cachorrito tomó las riendas firme y violentamente. No había dejado de mirarla.
Había pasado bastante tiempo desde que el hombre había cabalgado a toda marcha alejándose de ella cuando se dio cuenta de que tenía la boca entreabierta. Sacudió la cabeza, presa repentinamente de la vergüenza y corrió, a la carreta y de vuelta a casa.
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