Resumen: Tira y afloja. Nakamaru intenta lidiar con el mundo extraño que es Ueda.
A veces, Ueda está tan lleno de oscuridad que lo asusta. No lo suficiente como para huir, no, eso jamás, pero sí para temer. Por Ueda. Profundamente.
No es del todo raro, y es lo que más pesa en su corazón en cada ocasión: no ser suficiente, no ser capaz de alejar las sombras que lo consumen y esta vez gotean de sus dedos, derramándose en forma de notas agónicas, casi violentas, en el gran piano de la sala de entrenamiento vocal que hace milenios no visitan con propósitos educativos.
Observa con recelo doloroso desde el umbral de la puerta, apoyado en el marco, bebiendo la imagen desplegada frente a sus ojos: bello y torturado, un ángel caído desangrándose en música hermosa y terrible como su propia naturaleza, embebido de caos controlado apenas, de animadversión y aflicción y una miríada de sentimientos con filo, discretos, atacándolo a traición. Ah... la necesidad de envolver su alma, su vida, su ser, en nieve blanca y fría que aminore su dolor... el deseo inútil de estrecharlo en sus brazos y sanarlo.
El ceño de Nakamaru duele, demasiado fruncido durante demasiado tiempo, perdido en el trance que es Ueda. Parpadea rápido un par de veces y se aclara la garganta, finalmente, una vez que el sonido ha cesado y el casi silencio se ha instalado durante al menos un minuto completo.
Ueda ni siquiera se sobresalta. Arrastra la mirada perdida desde el piano (o sus pies, el ángulo le impide discernirlo) hasta Nakamaru, girando su cuerpo en la banca para enfrentarlo, y sus ojos son dos pozos llenos de sentimientos traslapados. Hay una clase espesa de deseo que arde quedamente tras sus pupilas y algo más, algo extraño, indescifrable y perturbadoramente familiar; el tipo de opacidad que cubre sus ojos cuando algo no cuaja en su Universo, por culpa de Nakamaru o cualquier otro factor. La mayor parte del tiempo por culpa de Nakamaru.
Mientras camina hacia él, Nakamaru se prepara para lo que viene. Intenta hacerlo.
Llega a su lado y Ueda lo recibe inmóvil cuando lo abraza, porque en esta ocasión no son sus brazos lo que necesita. Rápidamente Nakamaru se ve empujado al suelo, de rodillas y con los codos afirmados sobre las piernas de Ueda, sin tener muy claro en qué parte de los muslos de éste se supone que debe apoyar sus manos. No alcanza a decidirlo, no alcanza siquiera a reponerse de la sorpresa.
Cuando los labios de Ueda descienden con desesperación sobre los suyos, una de sus manos sosteniendo su rostro mientras los dedos de la otra se entierran con fuerza en su cabello corto, el primer embarazoso pensamiento que viene a su mente es que olvidó colocar el pestillo en la puerta. La inquietud no desaparece: como todas sus preocupaciones es persistente, insoluble... y completamente irrelevante para Ueda. Ni siquiera intenta comunicárselo, probablemente lo sabe. Probablemente lo prefiere así.
Aún con la constante paranoia de la amenaza, Nakamaru comienza a entregarse, a pesar de sí mismo. Es difícil no dejarse envolver por Ueda, por la intoxicante suavidad siempre coronada por un poco de dolor, por la sensación de sus dientes en sus labios y su lengua en su boca; siempre al filo, siempre intentando provocarlo, sin jamás darle suficiente y siempre dándole demasiado.
Sus manos parecen comprenderlo mejor que el resto de él. Finalmente dispuestas sobre los costados exteriores de los muslos de Ueda, las yemas de sus largos dedos comienzan a marcar un ritmo suave, espiral, que sus pulgares imitan rozando apenas el hueso de su cadera. Puede sentir a Ueda responder al movimiento con los dedos en su nuca, que comienzan a trazar el mismo diseño mientras la mano que había estado posada en su mejilla se desliza hacia su cuello, lento, medido, uñas y presión y luego suavidad casi falta de contacto. Un suspiro largamente reprimido se escapa de sus labios y Ueda deja de besarlo, esperando, hasta que Nakamaru abre los ojos.
Tan sólo la visión de su mirada incendiada de pasión sería suficiente para hacerlo reaccionar, pero agregada a sus labios algo hinchados por la violencia de su beso y la respiración entrecortada que casi es jadeo, es efectivamente demasiado. La afectación lo invade ante la reacción de su cuerpo por Ueda, conciente de que puede perder el control súbitamente y temiendo hacerlo. Están en un lugar público, con la puerta sin llave y todo puede irse bastante al demonio por un descuido.
Es inconciente, un reflejo, pero su cuerpo se tensa y se aleja.
-No –susurra casi inaudiblemente Ueda en ese momento, parte advertencia, parte súplica.
Nakamaru vuelve a mirar sus ojos, de los cuales no sabe cuándo apartó la vista, para encontrar que las emociones en ellos no han hecho sino intensificarse, que la necesidad en ellos no ha hecho sino profundizarse. Las manos que descansaron una vez en su cabeza y su cuello se aferran con urgencia a la parte superior de la camisa de Nakamaru y Ueda lo atrae contra sí casi con desesperación, con fuerza, informándole con acciones lo que él ya debería saber por experiencia: no hay escapatoria posible.
Es un enredo de besos, manos, equilibrio precario y movimientos torpes, medio desparramados. Los ojos cerrados de Nakamaru no ayudan a la coordinación, pero se deja levantar, llevar, guiar. Obedece.
Siente el cuerpo de Ueda a ras del suyo, calor contra calor contra calor... tanto que sus mejillas enrojecen. Nunca deja de sorprenderlo, la facilidad con que todo su ser se enciende con tan poco si se trata de Ueda, la manera en que su existencia parece destinada a complacerlo. Suele ser un sentimiento tan grande, que lo ahoga y no pasa por su garganta. Las palabras sobrevaloradas permanecen sin ser pronunciadas entre ambos, pero el lazo que los une está forjado a fuego y ambos ruegan porque el otro lo tenga claro.
Nakamaru avanza, porque el deseo ya alcanzó un punto en él en que la precaución es una idea esquiva en el fondo de sus pensamientos. Los muslos de Ueda se separan entre los suyos y Ueda siente su cuerpo empujado hacia arriba y atrás. Las notas del piano protestan con estrépito cuando apoya sus manos en ellas, esta vez sin dirección ni propósito, afirmándose para no perder el equilibrio.
Ueda libera sus labios de los de Nakamaru para dejar escapar un suave gemido en su oído, contraste perfecto con la reverberante cacofonía de sonidos del piano. Sonido sobre sonido, Nakamaru cierra los ojos y empuja, la búsqueda de cualquier clase de fricción volviéndose la principal prioridad en su mente. El piano rezonga con pánico cuando Ueda responde, pero con un diestro movimiento, logra colocar la tapa sobre las teclas, evitando apretarse los dedos por milésimas de segundos. Se apoya en contra del instrumento, haciendo trastabillar el equilibrio de Nakamaru y logrando que uno de sus movimientos sea más largo y hondo, efectivamente arrancándole un quejido grave que ahoga mordiendo su propio antebrazo sobre el hombro de Ueda.
Nakamaru detesta marcar su cuerpo de cualquier manera, aborrece la sola idea de provocarle cualquier clase de dolor. Es inconveniente, por decir lo menos, porque Ueda busca siempre lograr precisamente eso. Es algo que Nakamaru jamás ha podido comprender.
Por supuesto, en esta ocasión también es una lucha: Ueda aplicando todos los trucos de su repertorio para despertar sus instintos más básicos mientras Nakamaru intenta aferrarse con uñas y dientes al control férreo sobre su cuerpo. Por supuesto también, es una batalla perdida.
Después de todo este tiempo, Ueda conoce perfectamente bien sus debilidades. Todas ellas.
Sabe cuándo besar y dónde tocarlo, y sabe cuándo debe quebrar el contacto. Sabe la cantidad exacta de presión en su toque que lo dejará hambriento por más. Ueda sabe cómo morder, cómo apretar, cómo mover su cuerpo y sus manos de manera que nunca sea suficiente. Sabe lo que significa el desesperado quejido que se le escapa a Nakamaru cuando el roce leve y enervante de sus manos evita a propósito las áreas en que más lo necesita, una y otra vez; sabe que la rendición está a la vuelta de la esquina.
Nakamaru gime, derrotado, cuando la necesidad se convierte en urgencia y el mundo pierde un poco la definición. Y desearía tener un ápice de control sobre sus actos cuando su mano agarra con firmeza uno de los muslos de Ueda para anclarse a él mientras sus movimientos adquieren más y más fuerza y el roce lo hace apretar cruelmente los párpados por el contacto largamente anhelado. El quejido ahogado en la base de la garganta de Ueda es de perfecta aprobación y, a pesar suyo, es sólo leña al fuego.
Intenta besar su cuello, vibrante de placer, pero Ueda se inclina levemente hacia atrás, impidiéndoselo. Nakamaru suspira con frustración, conoce el juego y no le gusta. Tiene claro que no tiene posibilidad alguna de ganar en él.
Lo intenta, oh sí. Intenta besar a Ueda de manera delicada, bajarle la intensidad al momento, tranquilizarse y tranquilizarlo. Pero cada vez Ueda se mueve, quedando fuera de su alcance, sin detener sus atenciones medidas y provocativas.
Es una tortura efectiva, desesperante, que lo hunde en la misma oscuridad que teme, casi sin nada que él pueda hacer. Un espiral hacia abajo. El calor se hace insoportable en sus venas, en la sangre agolpada en las regiones inferiores de su cuerpo, en el pulso errático entre sus piernas que lo ciega de a poco por la necesidad de cualquier tipo de atención.
Y Nakamaru sabe que sólo hay una salida, por mucho que la odie. Por mucho que lo asuste.
Una de sus manos se entierra en el cabello de Ueda con una fuerza que sabe no puede pasar por delicada, ni siquiera considerada. Los dedos de su otra mano aprietan la parte superior de su muslo, presionando hacia afuera, arriba y atrás, a la vez que hace su cuerpo avanzar más, más, más profundo y más adentro. Derrota, abandono y frenesí. La presión en su propio cuerpo es al mismo tiempo alivio y dolor. Y miedo, porque la necesidad no hace sino aumentar.
Su boca encuentra el cuello de Ueda de nuevo, pero esta vez él no puede huir y sus quejidos deleitados tiemblan en el oído de Nakamaru cuando sus labios y su lengua recorren la sensible piel hasta la curva que da paso a su hombro.
Ueda deja caer la cabeza hacia atrás mientras presiona la nuca de Nakamaru, atándolo a su piel, blanca, suave, incitadora; su otra mano se ancla enterrando las uñas en su antebrazo, sube una de sus piernas hasta rodearle la cintura y empuja sus caderas al mismo tiempo del movimiento del otro, sólo una vez y es demasiado. Con un quejido doloroso, Nakamaru cede y, por fin, muerde con fuerza el hombro de Ueda, protegido por la tela.
El sonido que deja escapar Ueda podría perfectamente ser un ronroneo. Imposiblemente, todo su cuerpo se aferra más al suyo y la fricción comienza a ser demasiada para ambos.
La mano de Ueda en el antebrazo de Nakamaru repta subrepticiamente hacia su hombro empujándolo levemente hacia atrás, sorprendiéndolo un poco. Nakamaru mira sus ojos, nublados, febriles, ve la silenciosa plegaria en ellos. Ámame, ódiame, nunca lo ha sabido con certeza... probablemente ambas juntas.
Lo inquieta y lo hace desear tener un segundo para despejarse, para intentar explicar.
-Tatsuya.... detente...
Demasiado tarde. La mano de Ueda, después de un rápido movimiento, se encuentra ahora sobre la fuente de todo su placer, acariciando sin sutileza y borrando de su mente cualquier otro pensamiento, al menos por el momento.
El cuerpo de Nakamaru reacciona por voluntad propia, moviéndose al ritmo que Ueda le impone, cerrando los ojos ante la oleada de sensaciones directas que lo asaltan. No nota cuando la otra mano de Ueda abandona su cabeza para trabajar en la hebilla de su cinturón, tampoco nota cómo la desabrocha casi con maestría, para luego seguir con el botón de sus jeans. El sobresalto de Nakamaru sólo sobreviene cuando los dedos de Ueda se arrastran por debajo de la tela de su ropa interior y lo toman, apretando y volviéndolo loco.
La cordura que queda en su mente grita con desesperación que se detenga, que ya basta. Pero segundos antes de que pueda hacerle caso, Ueda se inclina hacia él y lame su cuello con suavidad y esmero, usa sus gruesos labios para succionar con ternura la piel entre ellos. Y no puede parar.
Ahoga por unos instantes sus gemidos besando descuidada y caóticamente a Ueda en la boca. Sus manos vagan febrilmente por todo su cuerpo, buscando, necesitando que Ueda responda con sonido a su temido descontrol.
Sólo hay una manera.
Las uñas de Nakamaru son cortas, pero se clavan maravillosamente a través de la tela de la polera de Ueda y por debajo de ella, haciéndolo suspirar y quejarse, moverse buscando el roce del dorso de su propia mano. Cuando sus dientes rozan casi con renuencia la piel tras su oreja, la urgencia parece llegar a un punto de quiebre.
-Yuichi... ahh... –Ueda aprieta ojos, manos, todo su cuerpo, y a Nakamaru le parece que disfruta de la fase del juego en que cualquier vestigio de control tambalea. –Yuichi... por favor... necesito... te necesito... ahora...
La idea de negarse cruza fugazmente por la mente de Nakamaru, pero a estas alturas, es irrisorio. Está más allá del punto sin retorno, como suele sucederle.
La separación momentánea de Ueda se siente como un embate gélido en todo el cuerpo, pero no merma las emociones que arden en él.
Maldice cada segundo que le toma alcanzar el morral de tela de Ueda junto a la desplazada banquilla del piano, maldice su falta de fuerza de voluntad y la facilidad con que siempre Ueda puede llevarlo hasta este punto sin siquiera dedicarle demasiado esfuerzo. Maldice su propia necesidad y el deseo insoportable rasgando todo su ser desde dentro, clamando por cualquier clase de alivio.
Las provisiones que busca están, por supuesto, en el morral, fácilmente accesibles. Ueda cree en estar preparado y exactamente la mitad de él celebra en éxtasis por ello. La otra mitad está demasiado sumida en la auto-recriminación como para alegrarse.
Quita la banquilla del piano de en medio después de colocar el morral sobre ella, creando espacio suficiente para maniobrar y vuelve a posar sus ojos en Ueda. Ueda jadeante, apoyado de nuevo con ambas manos sobre el piano, levemente recostado hacia atrás y con la mirada intensa clavada en cada uno de sus movimientos. Su expresión es indescifrable. El fuego tras sus ojos no lo es.
Nakamaru avanza, con una lentitud que no logra despejarlo y sólo desespera visiblemente a Ueda. Deja los implementos sobre el piano y en medio de un beso mordido, sus dedos desabrochan el cinturón y el botón de los pantalones caqui de Ueda antes de tomar sus caderas con firmeza. Se separa un paso hacia atrás de él y el rostro de Ueda luce extrañado hasta el momento exacto en que Nakamaru maniobra diestramente, girándolo con fuerza.
La sorpresa hace salir de golpe la mayor parte del aire de los pulmones de Ueda y logra a duras penas afirmarse sobre la madera que cubre las teclas del piano para estabilizarse, arqueando los hombros e intentando recuperar el aliento. Pero Nakamaru no le da tregua, retrocede un paso más y tira de sus caderas hacia sí, haciendo que el instrumento musical en que se apoya proteste sonoramente y su equilibrio peligre. Ueda sólo sonríe a medias y espera.
El cuerpo de Nakamaru se apega a lo largo de su espalda, provocando instintivamente que Ueda se mueva contra él, pero Nakamaru lo detiene. Busca con torpeza algo a su lado y Ueda comprende, manteniéndose quieto y preparándose para lo que viene. El corazón le late descontrolado, Nakamaru puede sentirlo en su propio pecho.
Segundos y sonidos familiares después, los pantalones y ropa interior han dejado de ser un obstáculo y los dedos de Nakamaru casi encuentran su camino, pero es tan desesperanzadoramente lento que Ueda se afirma de la madera para empujar hacia atrás. Sin embargo, Nakamaru tiene otros planes. Porque dos pueden jugar el mismo juego y, desde ahora, las cosas se harán a su modo.
-Shhhhh.... tranquilo –susurra, apoyando la base de su mano libre en la parte baja de su espalda.
El temblor del cuerpo de Ueda es notorio para Nakamaru y presiona su palma hacia abajo con suavidad, buscando aminorarlo, pues sabe que es inútil intentar detenerlo. Acaricia su piel con ternura, fingiendo que tienen algo de tiempo para darse esos lujos.
Gentileza. Ternura. Los movimientos de Nakamaru son delicados y lentos, matizados con besos a las partes que puede alcanzar de la espalda de Ueda sin perder el ligero ritmo que ha logrado. Nakamaru es una melodía dulce abriéndose pase en el aire y Ueda cierra los ojos y suspira.
Arrebatado, Ueda se yergue levemente, acabando con el ritmo y haciendo trastabillar a Nakamaru, que sólo sonríe antes de comprender e inclinarse más, capturando su boca. Es un beso desordenado y húmedo, pero dura lo suficiente para robarles nuevamente el aliento. Como por reflejo, la muñeca de Nakamaru se mueve de manera más honda y torcida, y el súbito placer parece desgarrar a Ueda, haciéndolo gemir casi compulsivamente.
Hay ciertas regiones del cuerpo de Nakamaru que reaccionan ante el sonido de manera fantástica y su visión se nubla un poco debido a la oleada de deseo que lo invade. Respira hondo un par de veces, intentando que su voz no suene tan embarazosamente trémula al hablar.
-Tat... Tatsuya.... -falla miserablemente. Y, por alguna razón, no tiene importancia alguna. -¿Listo?
Ueda sólo puede asentir precariamente, pero el mensaje se entiende. Gira la cabeza y mira a los ojos de Nakamaru por un instante; y la intensidad del momento hace que su corazón se detenga por un segundo. Porque, tal vez, en el universo de incertidumbre que se vuelve a veces el agitado mar de su ánimo, tal vez Ueda sí sienta también esta necesidad honda de anclarse al sentimiento que los une, a la tierra firme de lo que comparten. Porque hay ocasiones en las que se atreve a sospechar que el brillo cegador de su mirada es en realidad amor y otras ocasiones, como ésta, en las que pensar que es cualquier otra cosa sería sacrílego.
Los ojos de Ueda se cierran, impidiéndole seguir leyendo las emociones desplegadas en ellos, pero hay otros indicios, pequeños detalles, que inflan su corazón y hace que todo valga la pena. Las manos de Ueda, que quieren volverse puños, arañan un poco el lacado del piano hasta que siente la sonrisa de Nakamaru en el suspiro tras él.
-Mírame, Tatsuya -pide Nakamaru, con una gentileza demandante que no da espacio a negativas.
En el silencio tibio que sigue, Nakamaru reza porque Ueda sepa que comprende, que sabe o que simplemente no le importa que falten las palabras entre ellos cuando el espacio está tan lleno de lugares suaves y sentimientos aterciopelados.
-Todo está bien... -dice entonces Nakamaru, y podría ser una pregunta, pero ambos saben que es una respuesta.
El sonido necesitado que se le escapa le provoca a Nakamaru una risa ahogada y se inclina rápidamente para besarlo en la mejilla antes de, por fin, anclar una de sus manos a su cadera y guiarse con la otra mientras se desliza hacia adelante, lento, lento, lento... y Ueda se muerde el labio con lo que sabe es el intento de no empujar hacia atrás y acabar pronto con la agonía que bordea el deleite.
La mano ahora libre de Nakamaru se apoya sobre el hombro de Ueda para asegurar su equilibrio cuando inclina su cuerpo hacia delante, hasta que su pecho queda al ras de su espalda, y es tela contra tela, pero su calor le cala los huesos a través de todas las barreras.
Ahoga su respiración en la base del cuello de Ueda mientras espera que se acostumbre a él y siente su pulso alrededor suyo. Es una sensación extraña y casi podría avergonzarse del gusto que le provoca, de la sensación inmaculada de perfección que no obtiene de nada más en la vida.
Paciencia, tranquilidad y control. Puede hacer esto y lo hará bien. Lo único que delata su estado es la sangre latiendo precipitadamente en sus venas y el sudor perlando su frente. Podría esperar por horas por algún indicio de Ueda si fuera necesario, sin dar signo alguno de incomodidad o inconveniencia.
Ueda mueve las caderas, probando, sonriendo ante la vibración del gemido apenas contenido de Nakamaru contra la base de su cuello. Con las palmas de las manos apoyadas en el piano, retrocede con fuerza y Nakamaru reacciona. Hondo y lento, encuentra su ritmo, encuentran su ritmo y la gentileza poco a poco abre paso al frenesí, la fiebre en su cuerpo llegando a su punto cúlmine con una rapidez que lo desconcierta, lo supera. Lo asusta.
Intenta calmarse una vez más. A pesar de la aparente imposibilidad de la tarea, logra recuperar algo de control, disminuir el paso. Respira hondo, intentando desenredar todos sus receptores sensoriales del firme agarre del cuerpo de Ueda contra el suyo, de la necesidad, del calor y la misma gravedad que lo amarra y lo impulsa, haciéndolo desear más. Más cerca, más rápido, más profundo.
-Yuichi... –la voz y los movimientos de Ueda trizan su contención con precisión artística mientras sus manos se aferran a las suyas, guiándolas sin rodeos a donde las desea en ese instante. –Basta... no soy... de vidrio.
“No, no eres de vidrio... eres más frágil aún”, el pensamiento resuena sólo en su mente y sabe que probablemente se ganaría un golpe para demostrar lo contrario si lo verbalizara.
Pero es cierto. No su cuerpo, por supuesto, el contorno de sus músculos firmes y marcados bajo sus manos. Ni siquiera su piel, aunque ya puede ver las marcas de sus dedos en el lugar en que se entierran, para su gusto con inclemencia, en una de las caderas de Ueda. Es la fragilidad de su alma la que atesora con ardor, su vida la que desearía cuidar como algo precioso. Quiere protegerlo. Incluso de sí mismo.
Pero es inútil. Su mano moviéndose junto a la de Ueda tiene un ritmo propio y la rapidez vuelve a apoderarse sin permiso de su cuerpo. El suspiro de aprobación de Ueda sella su derrota y Nakamaru se deja caer por fin a lo inevitable. Perder el juego puede significar ganar en otras áreas, decide, cuando los labios de Ueda buscan los suyos con urgencia.
Casi envuelto por la amenaza del alivio inminente, es conciente de que Ueda danza en el borde precario del éxtasis, pero que necesita más. A ojos apretados, contra todo lo que cree, se rinde ante lo que Ueda realmente necesita y sube su polera hasta casi descubrirlo por completo. Los últimos minutos son una mezcla imprecisa de rasguños, presión y fuerza, de sus dientes plantando vestigios claros en la tersa piel de la espalda de Ueda y el calor nublando la culpa, convirtiéndola en delirio al ritmo cada vez más caótico de sus caderas contra las suyas. Profundo adentro, más hondo que la vida y más grande que el dolor. Y si no puede decirlo con palabras, su cuerpo lo grita a voz cantante. "Te amo, tanto, tanto...."
Entre el silencio acolchado por gemido ahogados, el fuego los envuelve, inevitable...
Nakamaru se ancla a su cintura en los pocos minutos de vacío que sobrevienen luego. Con la urgencia resuelta sólo puede sentir paz, ya habrá tiempo para la suavidad y la ternura en otras ocasiones. Suspira y besa con delicadeza la fea marca entre los omóplatos de Ueda que se amorata rápidamente, menea la cabeza intentando sacudirse los pensamientos autorrecriminatorios que se le agolpan de pronto. Ya habrá tiempo para hacer realmente las cosas a su modo, con suavidad. Cuando lleguen a casa.
Eventualmente, vuelven a encontrar la voluntad de moverse, arreglar un poco el desastre que causaron, devolver un poco el orden a su ropa y su cabello. Toma tiempo de silencio y energía, pero finalmente la habitación y ellos quedan en un estado casi presentable. Cuando finalmente colapsan, sentándose en el piso uno junto al otro, es Ueda quien busca su mano para entrelazar sus dedos en los suyos, sin mirarlo.
-¿Qué fue esta vez? -pregunta Nakamaru, con cuidado.
-Nada... –responde Ueda, cansado, y sonríe casi contra su voluntad, girando el rostro en su dirección. -El... solo... todo.
Probablemente es de aquellos días en que las notas se rehúsan a cooperar, pero Nakamaru se siente extremadamente aliviado de no ser culpable de la nube de oscuridad esta vez. Ueda sonríe y sólo con eso, el mundo vuelve a estar bien.
-Vamos... -invita Nakamaru, tirando de su mano, levantándose y levantándolo. -A casa...
Ueda se levanta perezosamente, pero todo su cuerpo parece brillar. Sin aviso ni consideración, tira de la mano de Nakamaru, que suele olvidar lo fuerte que es y trastabilla un poco antes de sentir su propia cintura envuelta por sus brazos.
Es gracias" y es "lo siento" y es "te amo", todo resumido en un gesto silente. Entre ellos, las palabras no hacen sino sobrar.
A veces Ueda está tan lleno de oscuridad que lo asusta. Y a veces... a veces, Ueda es su luz.
________________________________________
Sobre este "fic":
La idea nació en Talca, en la penumbra precedente al amanecer a eso de las 6 de la mañana, después de un día de fangirleo intenso. Volvió a aparecer a traición, exigiendo ser escrita durante un viaje de 2 horas en bus, entre dos ciudades perdidas del sur de Brasil. Llovía.
No tengo más excusas que esas.
Guau. No tengo palabras. Me sobran todas y eso en mí es raro no, lo siguiente.
ResponderEliminarSimplemente perfecto. Sublime. Sensacional. Asombroso. Se queda corto todo.
Mi OTP preferida, sus personalidades perfectas. He podido visualizarlos sin ningún tipo de problemas. No sé cómo darte las gracias por éste shot, en serio. Mil gracias.
Adoro a este parcito de personajes y siento que no hay suficiente fic de ellos por el mundo. Esta fue mi contribución a la causa.
EliminarMuchísimas gracias por leer y comentar!!! :)